lunes, 5 de diciembre de 2016

ENAMORAME: CAPITULO 5




Estaba a punto de cerrar cuando sonó el teléfono de la tienda.


Me pareció raro el llamado a esta hora. Y atendí a pesar que ya estábamos cerrando. Todo se encontraba oscuro y yo era la única que permanecía hasta esa hora.


Siempre fui la primera en llegar y la última en marcharme, y más ahora que ya no tenía motivo por el cual llegar a casa con prisa.


Aún no comenté nada de la separación a mi familia… es que las mujeres que me rodean pueden llegar a ser un tanto “intensas” por no decir ¡brujas!, y pobre de quien se atreve a tocar a alguien de su clan.


Y fue por esa razón que preferí aguardar un poco antes de dar la ingrata noticia. Ya que considero que las bolas de Ricardo son necesarias para su salud y es probable que se las dejaran como ciruelas pasas si se enteraban de su infidelidad, me prometí dar la noticia cuando me encontrara lo suficientemente estable y “sana” emocionalmente.


La pequeña buhardilla de la tienda pasó de ser oficina a dormitorio. ¡Exacto! Desde que Ricardo me dejó ya no tenía dónde ir, así que me refugié en la que siempre consideré mi segundo hogar… mi amada tienda.


En las noches… cuando los fantasmas se hacen presentes, puedo simplemente bajar a la cocina y experimentar tranquilamente algún nuevo gusto de pastelillo o cobertura.


En casa no podía hacer eso, porque mi querido Ricardo tenía el sueño muy liviano, y a pesar de tener un departamento de doscientos metros cuadrados, el señorito
siempre despertaba ante el mínimo sonido de una cucharilla cayendo al suelo.


«Zoquete»


Ahora sin tienda, también necesitaba conseguir un departamento además de un trabajo. ¡Y de forma urgente!


—Diga.


—Buenas noches —la ronca voz de un caballero con sonido de risas de niños de fondo saludó.


Reconocí la voz al instante, y el apremio que había tras ella.


—Buenas noches caballero, si quiere saber en cuanto tendrá su pedido… déjeme decirle que en 12 minutos exactamente.


—¿Sabe quién habla? —pareció desconcertado con mi saludo.


Pero hay algo claro, si buscaba discutir por mi retraso, no lo logrará. Hoy no, esta semana no y mucho menos en esta vida.


—Por supuesto que sé quién habla, y déjeme decirle que desde chiquita “puntualidad” es mi segundo nombre. Dígale a Sara, que en un momento tendrá su fiesta de Angelina.


Colgué y terminé de guardar los cupcakes en las cajas. 


Tomé mi botiquín de primeros auxilios de repostera, el cual consta de fondant de varios colores, cobertura rosa por si alguna se dañara en el transcurso del viaje, y los detalles que tanto amo de mi profesión y que siempre aplico a último momento, ejemplo: corazones, estrellas o brillantina comestible.


Una vez en la camioneta, conecto el GPS, porque si algo tengo además de ser buena como la perra Lassie atada, es que soy un despiste andante. Seguro que, si la española no me guía, terminaré en ¡México! Convengo que no estaría nada mal, playa de Cancún… yo en una hamaca bebiendo margaritas al sol. ¡Pero no hoy! Una niña me necesita y allí voy.


A la española del GPS me gusta llamarla Manola, y desde que Samantha se acuesta con mi marido y vive en la casa que antes me pertenecía, pasó a ser mi nueva mejor amiga.


«Triste pero real»


Coloco la dirección del papurri de ojos tristes y emprendo viaje. Manola me indica que solo estamos a 8 minutos del lugar. Por lo que me felicito y auto palmeo mis hombros por tanta exactitud al indicar el tiempo de entrega. Pongo música la cual nunca puede faltar en mi coche, y el pendrive me recompensa con una hermosa balada de Alex Ubago.



Si ayer tuviste un día gris, tranquila yo haré canciones para ver si así consigo hacerte sonreír.
Si lo que quieres es huir, camina,
yo haré canciones para ver,
si así consigo fuerzas para vivir...
No tengo más motivos para darte
que este miedo que me da,
el no volver a verte nunca más…


No puedo evitar sentir un dejo de nostalgia por lo que perdí. 


Es lindo saber que alguien espera por ti cuando llegas a casa. Abrir una botella de vino, encender el hogar y hablar sobre cómo fue la jornada de cada uno. Hacer planes, proyectar la vida de a dos y envejecer de la mano. Y es que, por más alegre y positiva que sea, no dejo de pensar ¿qué fue lo que hice mal para que él me cambiara por mi amiga?


En las noches repaso una y otra vez las diferencias que existen entre Samantha y yo.


¿Será porque ella es delgada y coqueta y yo no? Sé que no debería culparme por la estupidez que él hizo, pero por momentos el pesimismo gana la batalla y me culpo.


Me culpo de todo. De mi falta de elegancia, de mi cuerpo, de lo que pudo ser y de lo que no fue. Detengo la camioneta cuando Manola indica que llegué a destino.


Cierro los ojos y descanso la cabeza unos segundos en el volante. Inspiro profundo y luego suelto el aire de golpe. 


Listo, volví a ser yo.


¡Fuera fantasmas!






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