sábado, 3 de diciembre de 2016
CONQUISTAR TU CORAZON: CAPITULO 27
Era oficial. Tenía una carné acreditativo, pegatinas en el coche, e incluso podía hablar utilizando acrónimos y abreviaturas como IPAC, Cencom, SecNav, y conocía sus significados. En el fondo de su corazón creía que estaba hecha para aquello. Pedro le había enseñado la base de la zona, aunque eran las instalaciones de los marines, pero quería que fuera sintiendo el ambiente y se acostumbrara a pasar junto a guardas armados, controles de seguridad y conociera la zona restringida. El contestó pacientemente a sus preguntas, y ella se sentía cada vez más emocionada por el cambio. La vida con Pedro iba a ser una aventura.
—Tenéis que dejar de sonreíros —dijo Lisa—. La gente va a empezar a rumorear.
Paula miró a Lisa y sonrió, Juliana estaba en la cama, Pedro se había marchado a ayudar al marido de Sara a colocar una valla para perros, y ella y Lisa habían pasado una hora hablando mientras tomaban un café.
—Te paras en mitad de una conversación para sonreír —dijo Lisa.
—Sí, ¿Y?
—Cielos, hablas como Pedro —dijo Lisa entre risas.
Paula frunció el ceño.
—No deja de hablar de vuestra relación, del futuro, y pone la misma cara que tú.
—¿Y qué quieres decir con eso?
—Estás enamorada de mi hermano, ¿verdad? A pesar del motivo que te ha hecho llegar hasta aquí, te has enamorado de él.
—Sí —admitió Paula.
—¿Se lo has dicho?
—No.
—¿Por qué no?
—Porque otras veces pensé que estaba enamorada y me salió mal.
—Pedro te ama.
Paula miró a otro lado y pensó que no debía haber dicho nada. Lisa era igual de cabezota que Pedro.
—Estás condicionada por él.
—No, en serio. Sé que está enamorado de ti.
—¿Lo ha dicho él?
—No, pero se le ve en la cara. Las hermanas también notamos cuando son culpables
—Ah, sí ¿y cómo?
—No intentes cambiar de tema. Tienes miedo.
—Claro que sí. Estamos casados… y es para toda la vida.
—Así que ¿crees que vas a pasar unos treinta años de matrimonio y no le vas a decir esas palabras?
—No —Paula miró la taza de café—. No se casó conmigo porque quería, Lisa, y me cuesta creer lo que dices que siente. Ha hecho lo que le parecía que debía hacer.
—Oh, Paula. Te amaría aunque Juliana no estuviera.
—Se cansó conmigo por ella.
—¿Y cómo crees que se siente él, casándose con una mujer que hizo todo lo posible para no decir: sí quiero? Podía haberse casado y haber regresado al trabajo. O no volver a aparecer nunca.
—Lo sé.
—No confías en él.
—Confío en Pedro. Pero los sentimientos son otro tema. Era muy insistente con lo del matrimonio, como si fuera la única solución.
—Para Pedro lo era.
Paula se fijó en que la expresión de Lisa era de tristeza.
—Pedro es honrado, y para él significa mucho que su hija lleve su nombre.
—Era algo más que eso.
—Eso es por lo de su padre —dijo Lisa al cabo de un minuto.
Paula frunció el ceño.
—Quería a su padre. Habla de David todo el tiempo.
—David era mi padre, no el de Pedro.
—No lo entiendo.
—Es porque yo era ilegítimo —contestaron desde la puerta, y Paula se volvió para mirar a Pedro que, en esos momentos, entraba a la cocina desde el garaje.
Él dejó la caja de herramientas nueva en el suelo.
Lisa se levantó a preparar una taza de café. Pedro le guiñó el ojo, para decirle que no había dicho nada que no debiera.
—Lisa y yo tenemos la misma madre, pero no el mismo padre —le dijo a Paula—. Mi padre abandonó a mi madre cuando se quedó embarazada. Así que me crió sola hasta que conoció a David.
Lisa agarró su bolso, dijo que el café estaba en el fuego, y salió de la cocina en silencio. Paula asintió. No podía dejar de mirar a su marido.
—¿Ves, Paula?, yo sé lo que es que te llamen bastardo a la cara.
—¿Por qué no me lo contaste?
—No querías casarte conmigo, y suponía que pensarías que mi ilegitimidad no era motivo suficiente para casarte conmigo.
—Tu linaje no me importa, Pedro.
—Cuando mi madre se enamoró de David, yo era un niño feliz. Me trataba como si fuera suyo y me adoptó, así que me dio su apellido. Era el mejor padre del mundo. Después me dieron una hermana para que jugara con ella.
Paula sabía que aquello significaba mucho para Pedro.
—Durante unos años viví con el estigma, y no fue agradable. Hasta que David lo cambió todo. Recuerdo que me insultaban con todo tipo de nombres, pero lo que más me molestaba eran las miradas de los adultos —se acercó a ella, la agarró por los hombros y la miró a los ojos—. Juliana no tendrá a nadie más que a nosotros, y no podría soportar que todo el mundo pensara que su padre no tuvo agallas para casarse con su madre. O que no se preocupaba por ella.
—Ya veo —dijo Paula con voz temblorosa.
Él le sujetó la barbilla, y al ver lágrimas en sus ojos dijo:
—Oh, cariño, no quería ocultarte esto tanto tiempo.
—Pero lo has hecho, cuando yo siempre he sido sincera contigo.
—¿Lo has sido?
—Por supuesto que sí. Te he dicho cómo me sentía.
—Sí, me has contado todo menos lo que siente tu corazón.
Paula se volvió y dijo:
—¿Y qué has dicho tú, Pedro, aparte de lo mismo una y otra vez… «quiero casarme por el bien de la niña»? He llegado a sentir celos de mi hija porque ha ganado primero tu corazón.
—Paula…
Sonó el teléfono. Pedro contestó y escuchó un instante.
Paula se fijó en que cada vez se ponía más serio. Se despidió y colgó.
—Era Sergio—le dijo—. Tengo que regresar dentro de dos días.
—¿Dos? Pero todavía te quedan algunos días de permiso.
—Ya no. Mañana por la mañana tengo que marcharme a Virginia —«Maldita sea», pensó Paula, y el pánico se apoderó de ella. Lo miró, estaba enfadada con él, y consigo misma por desconfiar de su corazón—. Tengo que hacer la maleta —dijo él al ver que seguía en silencio, y se dirigió hacia su habitación.
—Deja que te eche una mano.
—No. No tardaré mucho. Viajo con poca cosa.
Paula oyó que daba un portazo y no estaba dispuesta a permitirlo.
—Pedro —lo llamó, y lo siguió hasta el dormitorio—. Para —él se quedó quieto, con la ropa en la mano, y la miró con frialdad. Estaba enfadado—. No puedes marcharte así.
—Tengo que hacerlo. Esto es lo que significa estar en el ejército.
—Maldita sea, sabes a lo que me refiero. ¿Por qué me siento culpable de repente?
—Tú sabrás.
—Tú eres el que mentiste.
—No, lo único que no te dije fue que era bastardo. Estaba muy avergonzado por ello.
—Oh, cariño, no deberías estarlo. No es tu culpa.
—Ya, pero no iba a cometer el mismo error con mi hija.
—Ya, claro. Cásate con la madre y te sentirás mejor —nada más decirlo deseó no haberlo hecho.
Él la miró, y sus ojos azules expresaban dolor.
—Sabes que no es cierto.
—Lo siento, lo sé, pero…
Juliana comenzó a llorar y cuando Paula se disponía a ir por ella, Pedro la adelantó y dijo que iría él. Minutos más tarde sonó el teléfono otra vez. Ella contestó y después fue a la habitación de la niña, donde estaba Pedro con Juliana en brazos.
—Es Sergio otra vez.
Pedro agarró el inalámbrico.
—Sí, de acuerdo, vale —dijo, y miró el reloj—. No, estaré allí —colgó el teléfono y se lo devolvió a Paula—. Un avión de los marines sale con destino a Virginia, y tienen sitio para mí.
—¿Qué significa eso?
—Me voy hoy. A medianoche.
Paula suspiró y asintió. Los dos días se habían convertido en unas pocas horas.
Ya se lo habían advertido. ¿Qué le había dicho María? Que su trabajo era ser fuerte para que él no se preocupara. Tragó saliva y, cuando él susurró su nombre, lo miró.
—Ven aquí —dijo él, y ella corrió a sus brazos.
Juliana se acurrucó contra el pecho de su padre y agarró un mechón de la melena de su madre.
Pedro besó a Paula en la sien. No quería marcharse. No en esos momentos.
viernes, 2 de diciembre de 2016
CONQUISTAR TU CORAZON: CAPITULO 26
Sara Beauchamp era una mujer de California, rubia y alta, que estaba casada con un comandante de la Marina. Ella era una enfermera civil y la directora de la Naval Ombudsman Association, un trabajo que, combinado con el de esposa y enfermera, le parecía demasiado a Paula.
Sara había estado hablando un rato, pero en esos momentos se había puesto a jugar con Juliana.
Al lado de Sara estaba Sue Bradshaw, la directora del equipo LINKS, quien estaba casada con un sargento de Force Recon. Mientras que su hijo, Shawn, estaba divirtiéndose en el gimnasio del patio, el marido de Sue, Gary, estaba con Pedro y Daniel, el marido de Sara, junto a la barbacoa. María, una mujer que parecía tener respuesta para todas las preguntas, estaba sentada al lado de Paula. Era una marina retirada, y se encargaba del grupo Marine Key Volunteer Program que trabajaba en dos bases de la zona. Las mujeres eran una buena fuente de información, pero después de diez minutos escuchando abreviaturas y acrónimos, a Paula le daba vueltas la cabeza.
—De acuerdo, veamos, BX significa «Base Exchange», y PX, «Post Exchange» dijo Paula.
—Así es —dijo Maria.
—MP significa «Military Police», MWR significa «Morale Welfare and Recreation», y eso incluye guarderías, gimnasios, tiendas, teatros. ¿Y qué es TMO?
—«Traffic Management Office». Son los supervisores de la intendencia, los transportistas de mercancías. Es la gente que te organiza la mudanza.
—¿Lo hacen todo?
—No. Una tiene que rellenar mil papeles, pero ellos hacen cosas estupendas como ir a controlar a los de la mudanza. Y actúan si rompen algo o empaquetan mal alguna cosa.
—Y a veces, una tiene que hacerlo todo sola si su marido está fuera del país —dijo María—. Mi marido está destinado en estos momentos.
—Yo puedo arreglármelas sola.
—Bien, porque con el trabajo de Pedro seguro que tienes que hacer cosas sola más de una vez.
Paula estaba aprendiendo más en una sola tarde de lo que creía que podría aprender en un año. Las mujeres le habían llevado manuales y libros sobre cómo ser la esposa de un oficial, de protocolo, y cambio de tareas. «Voy a estar leyendo toda una semana», pensó ella.
—Eh, Alfonso, ¿necesitas que un marine te enseñe cómo cocinar un filete? —gritó Sue.
—La Marina puede hacerlo —dijo Pedro—. Además, tenemos uno, pero no sé muy bien si sirve de algo.
—Estoy para recordarte que hay que darle la vuelta al filete —dijo el marido de Sue.
Sara pidió permiso a Paula para darle una galleta a Juliana.
—Pregunta y te enterarás —le dijo María a Paula—. Si Sara o yo no sabemos la respuesta, te diremos quién puede saberla.
—Y ven a LINKS —dijo Sue—. Te enseñan cómo ser la esposa de un militar. A veces, los miembros del servicio creen que no debemos saber nada o que lo sabemos todo después de tomar un café o de charlar en el economato.
—La cosa es que Pedro es agente secreto, y eso significa que las esposas no pueden enterarse de nada —dijo Sara—. Los mandan a misiones secretas, así que no esperes que te cuente dónde ha estado ni que ha hecho. Pasa lo mismo con los de Force Recon.
—Y se pasan años discutiendo sobre quién es más hombre —dijo Sue—. Yo nunca meto baza.
—Advertida »dijo Paula con una sonrisa.
—Cuando están de servicio, hay una cadena de información. Como yo soy del grupo Key Volunteer, recibo información directa del coronel y del sargento. Mi trabajo es mantener informada a las esposas y acallar los malos rumores —dijo María.
—Yo también —dijo Sara.
—¿Y cómo superáis el miedo? —preguntó Pau.
—No lo hacemos —dijo Sue—. Vivimos con él. Nuestro trabajo es asegurarnos de que cuando nuestros hombres se van a la batalla no se preocuparán por la casa ni por la familia. Tienen que saber que estaremos bien. Se aprende a lidiar con todo y con eficiencia militar.
Paula se rió.
—Siempre que pueda llamaros, estaré contenta.
—Bien —dijeron todas casi al unísono, y recogieron los manuales.
—Daniel conoce a Pedro desde la academia —dijo Sara—. Y sé que Gary y Pedro han trabajado juntos, pero ninguno te dirá en qué. ¿Y cómo conociste a Pedro?
—Su hermana es mi mejor amiga. Había oído hablar mucho de él, pero no lo conocí hasta dos semanas antes de la boda de Lisa.
—Debió de ser horrible enterarte de que estabas embarazada cuando no podías contactar con él.
Paula había sido sincera con las mujeres desde el momento en que Pedro les dijo a sus amigos que estaba casado y que tenía una hija.
—No fue fácil, pero me las arreglé bien.
—La auténtica mujer de un oficial —dijo Sue—. Mi marido tampoco estuvo cerca durante uno de mis embarazos. Se marchó cuando no se me notaba y regresó tres días después de que naciera nuestro segundo hijo. No es que yo tuviera muchas ganas de retozar, si entiendes lo que te quiero decir.
Paula sonrió y pensó cómo habían sobrevivido tan bien.
Quería llegar a formar parte de ese grupo de mujeres. Eran fuertes, desenvueltas y desprendidas. Miró a Pedro y la idea de tener más niños rondó por su cabeza. Había estado tomando la píldora desde que nació Juliana, pero la idea de tener otro hijo no la asustaba tanto como creía. Podía compartir el peso de la familia.
—Oh, recuerdo esa mirada —dijo Sara al ver que Paula no apartaba la vista de Pedro.
El también la miraba lleno de deseo.
—Aprovecha ahora que puedes, cariño —dijo Sue—. Tenemos que hacer que dure para sobrevivir a la llegada de los malos tiempos.
Paula se puso en pie y se acercó a Pedro. Los otros hombres se retiraron un poco, y Paula abrazó a Pedro y lo besó.
El grupo comenzó a gritar y a aplaudir
—¿A qué viene esto? —preguntó Pedro entre risas.
—Gracias por haberlas invitado —susurró ella.
—Pensé que presentarte a las mujeres sería mejor que contártelo yo todo.
—Así es —dijo ella sin soltarlo—. Ahora —dijo mirando a los hombres—, quiero saber por qué los marines forman parte de la Marina.
—Necesitamos que alguien nos lleve a la guerra —contestó Gary.
Paula soltó una carcajada. Pensó que quizá sentiría miedo por Pedro, pero que ella estaría bien cuidada… Su familia acababa de ampliarse.
CONQUISTAR TU CORAZON: CAPITULO 25
Paula siguió las instrucciones de las notas que Pedro le había dejado. Sacó el vaso de vino de la nevera y dio un sorbo mientras se dirigía al baño. En la nota ponía que Juliana estaba con él, y que compraría comida china después de pasar por el supermercado.
Al llegar al baño, se quedó sin aliento, y sintió que le daba un vuelco el corazón. Salía vapor de la bañera, que estaba llena de espuma y rodeada de velas. Olía a romero y a lavanda y, al inhalar el aroma, los malos momentos del día de los que tanto se había quejado se desvanecieron de su cabeza. Dejó el vaso de vino, se recogió el pelo y se desnudó. Se metió en el agua, cerró los ojos y permitió que sus músculos se relajaran. «Esto es el paraíso», pensó.
***
Pedro dejó las bolsas de comida china sobre la mesa. Juliana estaba dormida en sus brazos. Le cambió el pañal, contento de haberla bañado antes y sintiéndose mal por haberla obligado a mantenerse despierta mientras él compraba. Pero tenía planes con su madre.
Metió a Juliana en la cuna y la besó. La niña sonrió entre sueños y, al verla, Pedro sintió que se le partía el corazón.
Cerró la puerta de la habitación. Había encendido el intercomunicador y lo llevaba en el bolsillo. Sabía dónde estaba Paula, y mientras se dirigía hacia el baño, oyó el sonido del agua en la bañera. No pudo resistir la tentación y se detuvo, abriendo un poco la puerta.
Paula llevaba el pelo recogido y su cuerpo estaba cubierto de espuma. Las velas estaban encendidas y había vapor en el ambiente. Tenía los ojos cerrados.
—Hay corriente —susurró ella.
—¿Sabes lo que me pasa cuando te veo así?
Ella abrió los ojos y sonrió.
—Me hago una idea. Eres un encanto, Pedro —agarró el vaso de vino y le dio un sorbo—. Es justo lo que necesitaba.
—Después del mal día que dices que has tenido, suponía que un poco de relax te haría dormir mejor.
—¿Lo único que tenías en mente era dormir?
—Por supuesto —dijo con mirada inocente.
—Mentiroso. ¿Quieres desnudarte y meterte conmigo?
Él sonrió. Entró en el baño y dejó el intercomunicador en el lavabo. Se quitó la ropa y se metió en la bañera. Paula pensó que era la primera vez que se bañaba con un hombre y se percató de que nunca había compartido su vida de verdad.
Le ofreció un poco de vino, pero Pedro lo rechazó. Se reclinó y se quedó mirándola. Ella le acarició la pierna con el pie y Pedro sintió cómo se iba excitando a medida que llegaba más arriba.
—¿Estás incitándome a jugar? —preguntó él.
—Hablar es fácil, marino.
Pedro se inclinó hacia delante y acarició los muslos de Paula con las manos, después el vientre y finalmente los pechos. Paula quería sentir sus caricias y sus besos desde que salió del trabajo, y cuando vio que le había preparado el baño, supo que era una mujer con suerte. Pedro le besó los pechos y jugueteó con la lengua sobre sus pezones. Ella sintió que el calor se apoderaba de su cuerpo y creyó que no podría resistirse.
—¿Sabes qué? Hay cosas de mi entrenamiento que a veces resultan útiles.
—¿Ah, sí? ¿Cómo qué? —preguntó ella en un susurro.
—Puedo aguantar la respiración durante dos minutos.
—¿De veras?
Segundos más tarde, Pedro metió la cabeza bajo el agua para acariciar a Paula.
—¡Oh, cielos! ¡Oh, cielos! —exclamó ella mientras experimentaba un gran placer.
Él la agarró por las caderas para que no se moviera mientras la torturaba, y Paula se asió al borde de la bañera para soportar el intenso placer que él le proporcionaba al acariciarla. Le temblaban las piernas, pero Pedro no la soltó hasta que no vio que trataba de contener el orgasmo.
—Pedro… Pedro!
El se incorporó, sonriendo. Ella se sentó en su regazo.
—Ven. Voy a… voy a…
—Lo sé. Misión cumplida —dijo él, y la penetró.
Ella gimió y se agarró a sus hombros. Lo besó en la boca con tanta pasión que él creyó que iba a devorarlo. Se movió para adentrarlo más en su cuerpo y el agua se desbordó de la bañera, apagando las velas. Le sujetó la cara mientras sentía que el fuego se extendía por su cuerpo al llegar al clímax. Pedro salió de su cuerpo para volver a entrar, con más fuerza. Ella se arqueó y ambos comenzaron a moverse al mismo ritmo hasta que se derrumbaron el uno sobre el otro.
Pedro suspiró y se apoyó en la bañera.
—Soy un hombre satisfecho. —Ah, sí. ¿Puedo unirme al club?
—¿Estás satisfecha, Paula?
—Sí —se acurrucó entre sus brazos.
—Sé que va a parecerte una estupidez, pero ¿es por el sexo?
—Lo dices en broma ¿verdad? —al ver la expresión de su rostro dejó de sonreír—. Oh, cariño —le dijo mirándolo a los ojos—. No, no es eso. Es una ventaja, pero si eso fuera todo, ¿por qué crees que me pondría tan triste si te marcharas durante no sé cuánto tiempo? —se le llenaron los ojos de lágrimas—. Soy tu esposa, Pedro. Para lo bueno y para lo malo. Contigo aquí o sin ti, soy tu esposa —hablaba, pero no era capaz de transmitir sus sentimientos más profundos—. Si la Marina te traslada, iré contigo. Iremos contigo. Siempre a tu lado —lo besó con delicadeza—. No puedo creer que me hayas preguntado eso.
—Así es como empezamos, y fuiste tú quien insistió en que el hecho de que tuviéramos buenas relaciones sexuales no significaba que tuviéramos que pasar juntos el resto de la vida.
—Eso fue antes de que te conociera bien. Y eso es lo que vamos a hacer, ¿no?
—¿Vivir juntos el resto de nuestras vidas?
—Oh, sí.
—Eres el hombre más caballeroso que he conocido nunca, y eso se contradice con tu profesión.
—Tú me has hecho así, preciosa.
—Si acaso, Juliana te ha hecho así.
—Sí. Ella es muy especial.
—Igual que su padre —dijo ella y apoyó la cabeza en su hombro—. Es todo un caballero. El caballero Galahad. A lo mejor has oído hablar de él.
Pedro se rió para sus adentros. Estando con Paula nunca tendría que preocuparse de su ego. Se sentía como un rey entre sus brazos. Se sentía querido y deseado. Y sabía que se había enamorado de ella.
Y estaba preocupado porque no le había dicho que era hijo ilegítimo, y creía que esa pequeña mentira podría separarlos y destruir la confianza que ella tenía en él.
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