Paula siguió las instrucciones de las notas que Pedro le había dejado. Sacó el vaso de vino de la nevera y dio un sorbo mientras se dirigía al baño. En la nota ponía que Juliana estaba con él, y que compraría comida china después de pasar por el supermercado.
Al llegar al baño, se quedó sin aliento, y sintió que le daba un vuelco el corazón. Salía vapor de la bañera, que estaba llena de espuma y rodeada de velas. Olía a romero y a lavanda y, al inhalar el aroma, los malos momentos del día de los que tanto se había quejado se desvanecieron de su cabeza. Dejó el vaso de vino, se recogió el pelo y se desnudó. Se metió en el agua, cerró los ojos y permitió que sus músculos se relajaran. «Esto es el paraíso», pensó.
***
Pedro dejó las bolsas de comida china sobre la mesa. Juliana estaba dormida en sus brazos. Le cambió el pañal, contento de haberla bañado antes y sintiéndose mal por haberla obligado a mantenerse despierta mientras él compraba. Pero tenía planes con su madre.
Metió a Juliana en la cuna y la besó. La niña sonrió entre sueños y, al verla, Pedro sintió que se le partía el corazón.
Cerró la puerta de la habitación. Había encendido el intercomunicador y lo llevaba en el bolsillo. Sabía dónde estaba Paula, y mientras se dirigía hacia el baño, oyó el sonido del agua en la bañera. No pudo resistir la tentación y se detuvo, abriendo un poco la puerta.
Paula llevaba el pelo recogido y su cuerpo estaba cubierto de espuma. Las velas estaban encendidas y había vapor en el ambiente. Tenía los ojos cerrados.
—Hay corriente —susurró ella.
—¿Sabes lo que me pasa cuando te veo así?
Ella abrió los ojos y sonrió.
—Me hago una idea. Eres un encanto, Pedro —agarró el vaso de vino y le dio un sorbo—. Es justo lo que necesitaba.
—Después del mal día que dices que has tenido, suponía que un poco de relax te haría dormir mejor.
—¿Lo único que tenías en mente era dormir?
—Por supuesto —dijo con mirada inocente.
—Mentiroso. ¿Quieres desnudarte y meterte conmigo?
Él sonrió. Entró en el baño y dejó el intercomunicador en el lavabo. Se quitó la ropa y se metió en la bañera. Paula pensó que era la primera vez que se bañaba con un hombre y se percató de que nunca había compartido su vida de verdad.
Le ofreció un poco de vino, pero Pedro lo rechazó. Se reclinó y se quedó mirándola. Ella le acarició la pierna con el pie y Pedro sintió cómo se iba excitando a medida que llegaba más arriba.
—¿Estás incitándome a jugar? —preguntó él.
—Hablar es fácil, marino.
Pedro se inclinó hacia delante y acarició los muslos de Paula con las manos, después el vientre y finalmente los pechos. Paula quería sentir sus caricias y sus besos desde que salió del trabajo, y cuando vio que le había preparado el baño, supo que era una mujer con suerte. Pedro le besó los pechos y jugueteó con la lengua sobre sus pezones. Ella sintió que el calor se apoderaba de su cuerpo y creyó que no podría resistirse.
—¿Sabes qué? Hay cosas de mi entrenamiento que a veces resultan útiles.
—¿Ah, sí? ¿Cómo qué? —preguntó ella en un susurro.
—Puedo aguantar la respiración durante dos minutos.
—¿De veras?
Segundos más tarde, Pedro metió la cabeza bajo el agua para acariciar a Paula.
—¡Oh, cielos! ¡Oh, cielos! —exclamó ella mientras experimentaba un gran placer.
Él la agarró por las caderas para que no se moviera mientras la torturaba, y Paula se asió al borde de la bañera para soportar el intenso placer que él le proporcionaba al acariciarla. Le temblaban las piernas, pero Pedro no la soltó hasta que no vio que trataba de contener el orgasmo.
—Pedro… Pedro!
El se incorporó, sonriendo. Ella se sentó en su regazo.
—Ven. Voy a… voy a…
—Lo sé. Misión cumplida —dijo él, y la penetró.
Ella gimió y se agarró a sus hombros. Lo besó en la boca con tanta pasión que él creyó que iba a devorarlo. Se movió para adentrarlo más en su cuerpo y el agua se desbordó de la bañera, apagando las velas. Le sujetó la cara mientras sentía que el fuego se extendía por su cuerpo al llegar al clímax. Pedro salió de su cuerpo para volver a entrar, con más fuerza. Ella se arqueó y ambos comenzaron a moverse al mismo ritmo hasta que se derrumbaron el uno sobre el otro.
Pedro suspiró y se apoyó en la bañera.
—Soy un hombre satisfecho. —Ah, sí. ¿Puedo unirme al club?
—¿Estás satisfecha, Paula?
—Sí —se acurrucó entre sus brazos.
—Sé que va a parecerte una estupidez, pero ¿es por el sexo?
—Lo dices en broma ¿verdad? —al ver la expresión de su rostro dejó de sonreír—. Oh, cariño —le dijo mirándolo a los ojos—. No, no es eso. Es una ventaja, pero si eso fuera todo, ¿por qué crees que me pondría tan triste si te marcharas durante no sé cuánto tiempo? —se le llenaron los ojos de lágrimas—. Soy tu esposa, Pedro. Para lo bueno y para lo malo. Contigo aquí o sin ti, soy tu esposa —hablaba, pero no era capaz de transmitir sus sentimientos más profundos—. Si la Marina te traslada, iré contigo. Iremos contigo. Siempre a tu lado —lo besó con delicadeza—. No puedo creer que me hayas preguntado eso.
—Así es como empezamos, y fuiste tú quien insistió en que el hecho de que tuviéramos buenas relaciones sexuales no significaba que tuviéramos que pasar juntos el resto de la vida.
—Eso fue antes de que te conociera bien. Y eso es lo que vamos a hacer, ¿no?
—¿Vivir juntos el resto de nuestras vidas?
—Oh, sí.
—Eres el hombre más caballeroso que he conocido nunca, y eso se contradice con tu profesión.
—Tú me has hecho así, preciosa.
—Si acaso, Juliana te ha hecho así.
—Sí. Ella es muy especial.
—Igual que su padre —dijo ella y apoyó la cabeza en su hombro—. Es todo un caballero. El caballero Galahad. A lo mejor has oído hablar de él.
Pedro se rió para sus adentros. Estando con Paula nunca tendría que preocuparse de su ego. Se sentía como un rey entre sus brazos. Se sentía querido y deseado. Y sabía que se había enamorado de ella.
Y estaba preocupado porque no le había dicho que era hijo ilegítimo, y creía que esa pequeña mentira podría separarlos y destruir la confianza que ella tenía en él.
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