miércoles, 30 de noviembre de 2016
CONQUISTAR TU CORAZON: CAPITULO 20
Paula dio un sorbo de champán mientras miraba el río.
Estaba feliz. Era la primera vez que se separaba de su hija durante una noche, pero sabía que sus padres se estarían divirtiendo con su nieta y que la madre de Pedro se reuniría con ellos por la mañana para ir a dar un paseo. Oyó que Pedro se despedía del camarero del servicio de habitaciones y sintió cómo se acercaba a ella. Se apoyó en la barandilla del balcón.
—Había olvidado lo bonita que era esta ciudad.
—Desde que llegué, es la primera vez que pareces tranquila.
Ella lo miró y se fijó en que se había quitado la chaqueta del uniforme y en cómo la camisa blanca resaltaba la musculatura de su torso.
—Lo estoy —dijo mirando cómo los rayos de la luna iluminaban el agua—. Y también me siento un poco aliviada.
—¿Y eso? —bebió un poco de su copa y la dejó a un lado.
Después apoyó los brazos en la barandilla y entrelazó los dedos para combatir el deseo de tocar a Paula.
—En realidad no quería ser madre soltera, Pedro —él arqueó las cejas—. Creía que sí. Pero cuando apareciste en mi casa… me di cuenta de todo lo que Juliana se estaba perdiendo. De cómo mi vida estaba… un poco vacía.
—A mi me pareció que estaba muy ocupada —dijo Pedro.
Paula pasó el dedo por el borde de la copa.
—Quiero que sepas que si encuentras a otra persona y te marchas, lo entenderé.
—Yo no.
—¿Perdón?
Él sonrió, le quitó la copa para dejarla sobre la mesa y la abrazó.
—Yo también pensaba que mi presencia te impediría encontrar a otra persona, pero no quiero que mires a nadie más.
No ocurriría. Paula lo sabía de corazón.
—¿Ya empezamos con exigencias?
—Tengo lo que quiero —murmuró él—. ¿Puedes decir que estás satisfecha?
Ella le rodeó el cuello con los brazos.
—Pregúntamelo por la mañana.
—Eso es lo que me encanta de ti, Paula… nunca dices lo que espero oír.
—¿Y qué esperabas? Y si dices que nada, sabré que estás mintiendo.
Pedro la miró fijamente.
—Fidelidad, sinceridad y tu confianza.
Ambos se percataron de que no había mencionado el amor, pero ninguno dijo nada.
—¿Dos de tres?
—Sé que confías en mí. Es solo que no quieres admitirlo.
—¿Y cómo lo sabes?
—No te habrías casado conmigo si no confiaras un poco en mí. Y sé que tampoco me habrías permitido acercarme tanto a ti otra vez —dijo él, y la besó.
Paula sintió que una ola de deseo invadía su cuerpo mientras él jugueteaba con sus labios, se los mordisqueaba y los acariciaba con la lengua. Después, comenzó a besarle el cuello, con la lengua. Paula colocó las manos sobre su pecho y deseó que él la abrazara con más fuerza. Había estado sola mucho tiempo, y lo había echado mucho de menos. Entre sus brazos se sentía segura y feliz.
Pedro le retiró el tirante del vestido y, despacio, le bajó la cremallera.
—Llevo toda la noche preguntándomelo.
—¿El qué? —dijo ella mientras él le besaba los pechos.
—Qué es lo que llevas debajo del vestido.
—No mucho.
—Siempre que te veía ir a trabajar, sabía que debajo del traje de negocios llevabas algo muy femenino.
—¿Ah, sí?
—Sí, mi imaginación sería una buena arma de tortura —Pedro se retiró un poco y permitió que el vestido de Paula se deslizara hasta el suelo. Tragó saliva—. Mi imaginación no se acercaba lo suficiente.
Ella sonrió, recogió el vestido del suelo de la terraza y lo dejó sobre una silla. Pensó que no era decente estar en una terraza solo con la ropa interior.
Y menos aún con Pedro comiéndosela con la mirada.
—Cielos, oh, cielos —Pedro le acarició el costado y recorrió con los dedos la fina tira del tanga que llevaba Paula tenía el pecho cubierto por un sujetador de encaje. El la miró—. Estoy acabado.
—Mentiroso, tú nunca abandonas. Además, ¿es esa la manera en que debe comportarse un miembro del cuerpo de élite? —dijo ella, sacándole la camisa de los pantalones y empujándolo hacia la habitación. Le quitó la camisa y la tiró al suelo.
Pedro sintió que se le secaba la garganta. La había deseado cada noche, durante un año y medio. Paula era la última persona con la que había hecho el amor. La última persona que lo había acariciado así. Y hasta que muriera, sería la única mujer a la que podría amar. Se quedó quieto y la miró a los ojos.
De pronto, le sujetó la cara y la beso de manera apasionada.
—Pedro.
—Eres mía, Paula. Mía.
Había algo en su tono de voz, tan posesivo, que hizo que Paula se pusiera a temblar. Entonces, se percató de que él también temblaba ligeramente.
—Te deseo —dijo él—. Por el día, por la noche, para siempre.
Paula sentía el palpitar acelerado de su corazón y supo que algo había cambiado en él. Pedro trató de atraerla hacia sí, pero ella le quitó las manos y comenzó a desabrocharle el cinturón. Lo besó en la boca, en el cuello, y en los pezones.
Metió la mano en sus pantalones y lo acarició. El gimió y le acarició la cintura. La deseaba con locura. Le acarició los pechos y ella gimió de placer mientras continuaba acariciando su miembro viril. El se inclinó y le quitó el sujetador. Le acarició el pezón con la lengua, con delicadeza y furia a la vez.
Paula introdujo los dedos entre el cabello de Pedro para mantenerlo cerca.
—Oh, Pedro.
El le acarició el trasero, y con una mano le quitó el tanga.
Metió un dedo entre sus piernas y comenzó a acariciarla. La tumbó en la cama y se colocó sobre ella.
—Oh, Pedro, aún no.
—Mírame —le dijo—. Solo es el principio. ¿No lo recuerdas, cariño? No habíamos terminado cuando tuve que marcharme la otra vez —se movió más rápido y observó que el brillo de los ojos de Paula era como fuego. Cuando llegó al clímax, los músculos de todo su cuerpo se tensaron, se arqueó contra la mano de Pedro y disfrutó del placer que ésta le proporcionaba. Pronunció su nombre una y otra vez, e hizo que Pedro sonriera.
Él la besó y le dijo:
—Recupera el aliento pronto, preciosa. Estoy dispuesto a obtener todo de ti.
Le acarició las piernas con la lengua, y con los dientes.
Primero el muslo, y después más arriba. Después, con la pierna de Paula sobre su hombro, se quitó los pantalones.
Paula se fijó en él. Era todo músculo. Un guerrero que hacía que se estremeciera de deseo solo con mirarlo.
Pedro la miró y vio que estaba abierta a él. Desnuda y sin nada que ocultar. No tenía miedo, y su mirada solo expresaba deseo. Cuando le rodeó la cintura con las piernas y lo atrajo hacia sí, solo quiso darle placer.
Le acarició el centro de su feminidad con su miembro y ella se arqueó par recibirlo, pero él no le dio lo que ella anhelaba.
—Te deseo ahora —gimió ella.
—¿Nunca te he contado que en los entrenamientos teníamos que permanecer de pie en el agua durante doce horas y a oscuras? —dijo con naturalidad, acercó la boca a uno de sus pezones y succionó.
—No. Ahh, Pedro.
—Me encanta cuando pronuncias mi nombre de esa manera —le besó el otro pezón—. Aprendimos a tener paciencia —la besó más abajo—. Sin comida, ni agua, pero viéndola.
Estaba en la orilla. Hacía que el deseo fuera aún mayor. La veíamos, la olíamos y no podíamos probarla. Así que la paciencia tiene que ser más fuerte que el deseo.
—Sí, yo… oh, sí.
La besó en el vientre, y después más abajo. Le acarició la espalda, el trasero, jugueteó con la lengua en su abdomen, pero no la acarició dónde ella deseaba.
—El festín estaba a la vista y no podíamos disfrutarlo.
—Ajá —sabía que debía prestarle atención, pero era imposible. Estaba invadida por el placer y apenas podía respirar. ¿Y por qué no dejaba de hablar?
El sonrió. Sabía que ella no estaba escuchándolo y se preguntó cómo podía hablar tanto si lo que deseaba era sentir su cuerpo dentro de ella.
—Bueno —dijo al ver que ella se arqueaba hacia él—, nunca se me dio muy bien —y la probó con su lengua. La acarició una y otra vez hasta que Paula comenzó a pronunciar su nombre y a decirle que quería que la poseyera. Le separó las piernas un poco más e introdujo la lengua en su interior, llevándola casi hasta el orgasmo para después retirarse y empezar de nuevo.
—Pedro —gritó ella, y él se incorporó—. Ahora, por favor.
—Sí —dijo él con suavidad—. Ahora.
Se colocó sobre ella, entre sus piernas. Paula llevaba mucho tiempo deseando aquello. Lo miró, metió la mano entre sus cuerpos y agarró su miembro.
—Paula, cariño.
Ella sonrió y lo guió. Él la penetró despacio y ella observó cómo se le tensaban los músculos. Se detuvo un instante y después empujó con fuerza para satisfacerla.
—Eres mío —dijo ella, y comenzó a mover las caderas—. No lo olvides —le dijo, y se movió más rápido. Le acarició la cara, la boca y la barbilla. Pedro se agarró al cabecero de la cama y observó a Paula mientras salía de su cuerpo para volver a adentrarse en ella. Al ver que sus ojos se llenaban de lágrimas, sintió que se le rompía el corazón.
Pronunció su nombre. El deseo se apoderó de ambos, al igual que el placer. La pasión estaba presente y se introducía por los poros de su piel.
—Te necesito —susurró ella—. Te necesito para más que esto, Pedro.
El sintió un nudo en la garganta, y adivinó lo que ella no podía decir. Lo sentía. En lo más profundo de su ser. Una ola de calor recorrió su cuerpo, y empujó con fuerza una y otra vez hasta que, unidos, ambos llegaron al orgasmo.
Pedro apoyó la cabeza en el hombro de Paula y permaneció quieto. La pasión no le permitía moverse. Cuando comenzó a desvanecerse, cuando pensaba que no quedaba de él más que las cenizas, supo que su corazón lo había abandonado y suplicó para que se hubiera unido al de ella.
CONQUISTAR TU CORAZON: CAPITULO 19
Dos días más tarde, con Lisa a su lado, Paula se entregó al teniente Pedro Alfonso. La pequeña capilla estaba llena de flores. Algunos compañeros de Pedro y los padres de Paula estaban sentados en los bancos. Mientras que la madre de Paula lloriqueaba en silencio, la madre de Pedro, que estaba sentada con Brian, el marido de Lisa, sonreía de felicidad. Al lado de Pedro se encontraba el comandante Sergio Logan, que, a pesar de ser el padrino, no mostraba ni una pizca de emoción. Paula descubrió la diferencia entre Pedro y sus compañeros. La mayoría eran fríos y esquivos, sobre todo Sergio. Pero Pedro era un hombre completamente diferente.
Y en esos momentos, no podía dejar de sonreír.
Vestido de blanco, escuchó las palabras del capellán, pero no dejó de mirar a Paula. Ella sintió que el calor de su mirada llegaba a ciertos sitios que no sabía que todavía tenía con vida. Y cuando Pedro dijo:
—Sí quiero —y le puso el anillo en el dedo, Paula se quedó sin habla, y contempló los brillantes de la alianza—. Esto es para siempre —susurró él—. Todo esto —y, obedeciendo al capellán, la besó.
Cuando se separaron, los compañeros de Pedro se acercaron para darles la enhorabuena. Paula abrazó a sus padres, pero sin dejar de mirar a Pedro. Al ver que él también la seguía con la mirada, se sintió halagada y deseada. De pronto, se vio rodeada por los compañeros de Pedro y estos empezaron a besarla en las mejillas. Pedro observó cómo sus colegas besaban a su esposa.
—Es preciosa, Pedro —le dijo Sergio.
—Sí, lo sé.
—¿Sabe lo que conlleva estar casada con un miembro de los Cuerpos de élite?
—Se ha casado conmigo, Sergio, no con el Cuerpo.
—Ya sabes a qué me refiero.
—Sí, lo sé. Paula lo ha hecho muy bien cuando estaba sola, así que soportara la vida militar —Pedro miró a su compañero—. ¿Por eso tú nunca has dado el paso? ¿Porque crees que no hay mujer que pueda sobrellevar el no saber nada de tu vida secreta?
—Tiene sus inconvenientes —es todo lo que contestó Sergio.
—No todos los miembros del equipo están solteros, Sergio. Piensa en ello —dijo Pedro, y se dirigió a su esposa.
Paula estaba tratando de consolar a su madre, quien no paraba de llorar de felicidad. Pedro se fijó en su cuerpo, y en cómo le quedaba el vestido que llevaba. Era el vestido más sexy que había visto nunca, y resaltaba todas las curvas de su esbelta figura. Deseaba echar a todo el mundo para pararse a explorar cada rincón de su cuerpo. Se acercó a ella y la rodeó por la cintura. Paula se puso tensa durante un segundo. No estaba acostumbrada a que la agarrara con tanta libertad. Él le acarició la espalda y le dio un beso en la sien para tranquilizarla.
—Vamos a dar de comer a los invitados; así los emborracharemos y podremos escaparnos.
—Caballero Galahad, lo tienes todo planeado —le dijo Paula.
—Solo para que no haya ningún imprevisto —ella sonrió y él le susurró al oído—: Estás más bella que nunca, Paula.
—Me siento así —le acarició la cara, ignorando los flashes de las cámaras y la gente que había a su alrededor—. Gracias por todo esto.
—No te decepcionaré.
—Lo sé.
Esas dos palabras eran el comienzo de la confianza que Pedro necesitaba sentir, así que la besó de nuevo.
«No es él quien me preocupa», pensó Paula mientras salían de la capilla para dirigirse al club de los oficiales. ¿Y si ella lo decepcionaba?
CONQUISTAR TU CORAZON: CAPITULO 18
Llamaron a la puerta con mucho ímpetu y cuando Pedro fue a abrir no esperaba encontrarse con Paula. Llorando.
—Cielos, Paula, ¿qué…?
—Me casaré contigo.
—¿Qué?
—He dicho que me casaré contigo. Ahora mismo. Hoy, o mañana —entró en la casa y cerró la puerta.
—Espera un momento. ¿Qué pasa? Juliana está bien?
Paula se secó las lágrimas y asintió.
—Está bien. Se ha quedado con Diana.
«Menos mal», pensó Pedro.
—Siéntate y cuéntame lo que ha pasado.
—He tenido que soportar otro comentario como el que hizo aquella mujer en el parque.
—Ya veo.
—Y me ha dolido —se atragantó con el llanto—. Me ha sentado muy mal, tanto que deseaba golpear algo.
—Sé lo que quieres decir.
—He sido una egoísta. No me daba cuenta de cómo podía afectar a Juliana el hecho de que yo estuviera soltera, y lo último que quiero es que alguien le haga daño a mi hija —Paula comenzó a llorar. Sentía una mezcla de rabia y culpabilidad. Pedro se acercó y la abrazó para que llorara en su hombro—. Es horrible. La miraban como si ella fuera la culpable. ¡Es solo un bebé! —se quejó—. Me avergüenzo de mí misma.
—Sss —dijo él—. Está bien.
—No está bien, ¡maldita sea! Es injusto.
—Haremos que todo sea normal; por ella, no por nosotros.
Paula se preguntaba si de verdad Pedro lo hacía solo por su hija.
—Eso es lo que dices todo el tiempo.
—¿Te parece tan malo casarte conmigo?
Ella lo miró y pensó en todo lo que él había hecho por ella, en el hombre que era. Paula sabía que se había enamorado de él desde el primer momento en que reapareció en su vida. Sabía que Pedro adoraba a Juliana, pero ¿qué era lo que sentía por ella? Sabía que quería compartir la cama con ella, pero ¿y la vida?
No era capaz de prever el futuro. No quería imaginarse el fracaso. En los quince meses anteriores había tratado de ser práctica, para hacer lo que consideraba mejor para ella y su hija. Y lo que había hecho desde que Pedro apareció de nuevo era protegerse a sí misma y no a su hija.
Juliana necesitaba a su padre. Paula necesitaba que él la amara.
Porque estaba muy enamorada de Pedro. ¿Estaba dispuesta a arriesgarse a que le rompieran de nuevo el corazón?
Pensó en su hija y en la fea mirada de la enfermera. Habría hecho cualquier cosa por defender a Juliana.
—¿Qué estás pensando? —susurró él—. Sé que tu cabeza no para de dar vueltas.
—No, no es así.
—Intentas convencerte de que no debes casarte conmigo.
—No, intento descubrir por qué estás dispuesto a sacrificar tu libertad por nosotras.
—Quiero a Juliana.
—No me cabe duda. Pero ¿qué pasa con nosotros, Pedro?
—Sabes lo que siento por ti.
—Sé lo que siente tu libido, pero ¿y tú?
Pedro no sabía si ella estaba preparada para oír lo que él tenía que decir. Tampoco sabía si él mismo lo comprendía.
Había pasado toda la noche tratando de aclarar sus sentimientos, pero no lo había conseguido.
—No… no lo sé —ella se puso tensa.
—¿Puedes decir lo mismo sobre mí?
—No, no puedo. He intentado aclarar mis sentimientos hacia ti desde que regresaste —se separó de él y buscó un pañuelo en el bolso—. Me importas mucho, Pedro, y sé que no es por Juliana, puesto que hemos vivido sin ti algún tiempo —lo miró—. Has llegado cuando la familia ya estaba formada.
—Ya, ¿y?
—Vamos, no es tan fácil.
—No, no lo es. Fue un shock. Pero lo único que tenía que hacer era mirar a mi niña y volverme loco. Y su madre todavía me hace sentir cosas maravillosas.
—Nunca sabré si te preocupas por mí porque está Juliana o por mí misma.
—Tendrás que confiar en mi palabra.
Paula todavía no podía confiar en su palabra. Y tampoco lo haría si él se ponía a gritar que la amaba. No confiaba en la sinceridad de los hombres. En el pasado, había creído que los hombres con los que trataba eran buenos, pero todos la habían traicionado. ¿O es que no los veía tal y como eran porque estaba cegada por el amor? Recordaba con dolor cómo le habían roto el corazón, y pensaba que mantenerse alejada de Pedro no era tan malo, pero Pedro no lo toleraría.
—Tienes buenos motivos para no fiarte de los hombres, cariño. Pero yo no he hecho lo que los otros te hicieron. No voy a marcharme, ni a buscar otra cosa.
—¿Y si encuentras a otra persona?
—No quiero encontrar a nadie más.
—Porque soy la madre de tu hija.
—No, porque eres la mujer que deseo.
Paula sintió como si una flecha se le hubiera clavado en el corazón. Durante un momento, creyó lo que Pedro le había dicho, y sonrió.
—Nunca te traicionaré, Paula. Nunca.
Ella lo miró, deseando confiar en sus palabras.
—Házmelo saber cuando confíes en mí, ¿vale? —dijo él.
¿Cómo podía un hombre leer sus pensamientos con tanta facilidad?
—Sí, lo haré.
Pedro se acercó a ella y se fijó en cómo le brillaban los ojos a medida que se aproximaba. La abrazó y la besó; sin ocultarle nada, hasta que ella se deshizo entre sus brazos.
—Cásate conmigo, Paula.
—Sí —susurró ella.
—Solo para que lo sepas, pienso ser tu esposo en todos los sentidos.
—Oh, cielos.
Él se rió y la besó de nuevo. Metió las manos bajo su blusa y le acarició la piel. Se sentó en una silla y colocó a Paula sobre su regazo.
Se acariciaron durante un rato, y cuando ella bajó la mano hasta el bulto que Pedro tenía en los vaqueros, él se quejó e hizo que Paula se pusiera en pie.
Ella lo miró asombrada.
—Tengo que hacer una llamada —dijo él, y se levantó de la silla.
—¿Perdón?
Él sonrió y le sujetó la cara.
—Te dije, preciosa, que haría el amor contigo cuando estuviéramos casados.
Paula colocó las manos sobre su pecho y le acarició los pezones con el dedo pulgar.
—Entonces, muévete, marino.
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