miércoles, 30 de noviembre de 2016

CONQUISTAR TU CORAZON: CAPITULO 18






Llamaron a la puerta con mucho ímpetu y cuando Pedro fue a abrir no esperaba encontrarse con Paula. Llorando.


—Cielos, Paula, ¿qué…?


—Me casaré contigo.


—¿Qué?


—He dicho que me casaré contigo. Ahora mismo. Hoy, o mañana —entró en la casa y cerró la puerta.


—Espera un momento. ¿Qué pasa? Juliana está bien?


Paula se secó las lágrimas y asintió.


—Está bien. Se ha quedado con Diana.


«Menos mal», pensó Pedro.


—Siéntate y cuéntame lo que ha pasado.


—He tenido que soportar otro comentario como el que hizo aquella mujer en el parque.


—Ya veo.


—Y me ha dolido —se atragantó con el llanto—. Me ha sentado muy mal, tanto que deseaba golpear algo.


—Sé lo que quieres decir.


—He sido una egoísta. No me daba cuenta de cómo podía afectar a Juliana el hecho de que yo estuviera soltera, y lo último que quiero es que alguien le haga daño a mi hija —Paula comenzó a llorar. Sentía una mezcla de rabia y culpabilidad. Pedro se acercó y la abrazó para que llorara en su hombro—. Es horrible. La miraban como si ella fuera la culpable. ¡Es solo un bebé! —se quejó—. Me avergüenzo de mí misma.


—Sss —dijo él—. Está bien.


—No está bien, ¡maldita sea! Es injusto.


—Haremos que todo sea normal; por ella, no por nosotros.


Paula se preguntaba si de verdad Pedro lo hacía solo por su hija.


—Eso es lo que dices todo el tiempo.


—¿Te parece tan malo casarte conmigo?


Ella lo miró y pensó en todo lo que él había hecho por ella, en el hombre que era. Paula sabía que se había enamorado de él desde el primer momento en que reapareció en su vida. Sabía que Pedro adoraba a Juliana, pero ¿qué era lo que sentía por ella? Sabía que quería compartir la cama con ella, pero ¿y la vida?


No era capaz de prever el futuro. No quería imaginarse el fracaso. En los quince meses anteriores había tratado de ser práctica, para hacer lo que consideraba mejor para ella y su hija. Y lo que había hecho desde que Pedro apareció de nuevo era protegerse a sí misma y no a su hija.


Juliana necesitaba a su padre. Paula necesitaba que él la amara.


Porque estaba muy enamorada de Pedro. ¿Estaba dispuesta a arriesgarse a que le rompieran de nuevo el corazón? 


Pensó en su hija y en la fea mirada de la enfermera. Habría hecho cualquier cosa por defender a Juliana.


—¿Qué estás pensando? —susurró él—. Sé que tu cabeza no para de dar vueltas.


—No, no es así.


—Intentas convencerte de que no debes casarte conmigo.


—No, intento descubrir por qué estás dispuesto a sacrificar tu libertad por nosotras.


—Quiero a Juliana.


—No me cabe duda. Pero ¿qué pasa con nosotros, Pedro?


—Sabes lo que siento por ti.


—Sé lo que siente tu libido, pero ¿y tú?


Pedro no sabía si ella estaba preparada para oír lo que él tenía que decir. Tampoco sabía si él mismo lo comprendía. 


Había pasado toda la noche tratando de aclarar sus sentimientos, pero no lo había conseguido.


—No… no lo sé —ella se puso tensa.


—¿Puedes decir lo mismo sobre mí?


—No, no puedo. He intentado aclarar mis sentimientos hacia ti desde que regresaste —se separó de él y buscó un pañuelo en el bolso—. Me importas mucho, Pedro, y sé que no es por Juliana, puesto que hemos vivido sin ti algún tiempo —lo miró—. Has llegado cuando la familia ya estaba formada.


—Ya, ¿y?


—Vamos, no es tan fácil.


—No, no lo es. Fue un shock. Pero lo único que tenía que hacer era mirar a mi niña y volverme loco. Y su madre todavía me hace sentir cosas maravillosas.


—Nunca sabré si te preocupas por mí porque está Juliana o por mí misma.


—Tendrás que confiar en mi palabra.


Paula todavía no podía confiar en su palabra. Y tampoco lo haría si él se ponía a gritar que la amaba. No confiaba en la sinceridad de los hombres. En el pasado, había creído que los hombres con los que trataba eran buenos, pero todos la habían traicionado. ¿O es que no los veía tal y como eran porque estaba cegada por el amor? Recordaba con dolor cómo le habían roto el corazón, y pensaba que mantenerse alejada de Pedro no era tan malo, pero Pedro no lo toleraría.


—Tienes buenos motivos para no fiarte de los hombres, cariño. Pero yo no he hecho lo que los otros te hicieron. No voy a marcharme, ni a buscar otra cosa.


—¿Y si encuentras a otra persona?


—No quiero encontrar a nadie más.


—Porque soy la madre de tu hija.


—No, porque eres la mujer que deseo.


Paula sintió como si una flecha se le hubiera clavado en el corazón. Durante un momento, creyó lo que Pedro le había dicho, y sonrió.


—Nunca te traicionaré, Paula. Nunca.


Ella lo miró, deseando confiar en sus palabras.


—Házmelo saber cuando confíes en mí, ¿vale? —dijo él.
¿Cómo podía un hombre leer sus pensamientos con tanta facilidad?


—Sí, lo haré.


Pedro se acercó a ella y se fijó en cómo le brillaban los ojos a medida que se aproximaba. La abrazó y la besó; sin ocultarle nada, hasta que ella se deshizo entre sus brazos.


—Cásate conmigo, Paula.


—Sí —susurró ella.


—Solo para que lo sepas, pienso ser tu esposo en todos los sentidos.


—Oh, cielos.


Él se rió y la besó de nuevo. Metió las manos bajo su blusa y le acarició la piel. Se sentó en una silla y colocó a Paula sobre su regazo.


Se acariciaron durante un rato, y cuando ella bajó la mano hasta el bulto que Pedro tenía en los vaqueros, él se quejó e hizo que Paula se pusiera en pie.


Ella lo miró asombrada.


—Tengo que hacer una llamada —dijo él, y se levantó de la silla.


—¿Perdón?


Él sonrió y le sujetó la cara.


—Te dije, preciosa, que haría el amor contigo cuando estuviéramos casados.


Paula colocó las manos sobre su pecho y le acarició los pezones con el dedo pulgar.


—Entonces, muévete, marino.





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