martes, 22 de noviembre de 2016

UNA NOCHE...NUEVE MESES DESPUES: CAPITULO 12





«Respira, respira», se decía Paula a sí misma, deseando que Viviana estuviera allí con su bolsa de papel.


Aún atónita por la confesión de Pedro, se sentía totalmente desconcertada, sus planes de tomar un avión para volver a Little Molting olvidados tras aquella revelación.


Pero quedarse no tenía sentido.


Si alguna relación había estado destinada al fracaso era aquélla.


Pero el recuerdo de su palidez, de la tensión en su rostro mientras le contaba aquello. Y esas palabras: «la clase de hombre que juró no destrozar nunca la vida de un niño».


—Por el amor de Dios… —Paula se quitó los zapatos y atravesó el suelo de mármol para salir a la terraza. Alekos le había dicho que si quería hablar estaría allí.


Muy bien, podían hablar durante cinco minutos. Comprobaría que estaba bien y luego se marcharía de Corfú.


Pedro no estaba en la terraza y miró alrededor, sorprendida. 


Pero entonces oyó un chapuzón en la piscina…


Nadaba dando largas brazadas, el agua resbalando por sus anchos hombros mientras intentaba aliviar su frustración.


Paula sintió un cosquilleo al recordar toda esa fuerza concentrada en ella…


Pero no debía hacerlo, de modo que se sentó al borde de una hamaca a esperar.


La vista del jardín y el mar era absolutamente fabulosa. La paz y la tranquilidad de aquel sitio deberían calmarla, pero no podía calmarse con Pedro en su campo de visión.


Después de atravesar la piscina varias veces, él salió del agua y se dirigió hacia ella.


—Sólo quería saber si estabas bien.


—¿Por qué no iba a estar bien?


—Porque… me has contado cosas que no sueles contar.


—Ah, qué típico. Me odias, pero como crees que estoy disgustado tenías que comprobar si estaba bien.


—No quiero tener tu muerte sobre mi conciencia —replicó Paula. Pero como era imposible concentrarse con toda esa piel desnuda delante de ella, apartó la mirada—. Bueno, a ver si lo he entendido correctamente: has dicho que no quieres tener hijos porque temes hacerles daño, ¿es eso?


—Sí.


Paula se mordió los labios


—¿Tu padre te hizo daño?


—Sí.


—¿No vas a decir nada más? Si no me dices lo que sientes… ah, espera, que tú no hablas de tus sentimientos.


—No.


—Pero oí lo que le decías al médico…


—Déjalo, Paula.


Ya, claro. Tú sigues adelante fingiendo que no pasa nada porque eso es lo que te funciona. El problema es que a mí no me funciona. La última vez no me funcionó. Pensé que habías decidido que no me querías, que yo era demasiado inexperta o algo así.


—Me gusta que seas inexperta —Pedro se puso una toalla alrededor de la cintura y Paula tragó saliva, intentando concentrarse en otra parte de su anatomía.


—Ya, claro. Eso demuestra que no te entiendo y tú no me dices lo que piensas, así que lo mejor es olvidar el asunto.


—No vamos a olvidar nada. Pero tienes razón, es un tema del que me cuesta hablar —Pedro se sirvió un vaso de agua de una jarra—. ¿Qué es lo que quieres saber?


—Todo. Me gustaría entender por qué no quieres tener hijos.


—El matrimonio de mis padres fue un desastre. Mi madre tuvo una aventura, mi padre la dejó… y yo tuve que elegir con quién quería vivir —Pedro levantó el vaso y tomó un trago mientras Paula lo miraba, perpleja.


—¿Tuviste que elegir entre los dos? ¿Cuántos años tenías?


Seis. Me sentaron en una habitación y me preguntaron con quién quería vivir. Y yo sabía que dijera lo que dijera sería la decisión equivocada —Pedro dejó el vaso sobre la mesa—. Elegí vivir con mi madre porque me preocupaba lo que pudiera hacer si no la elegía a ella.


—¿Por qué?


Ella era la más vulnerable de los dos… me dijo que se moriría si me perdiera y ningún niño de seis años quiere que su madre muera.


¿Habían obligado a un niño de seis años a elegir con quién quería vivir? Paula estaba perpleja.


—¿Y tu padre? ¿No se daba cuenta de que estaba poniéndote en una situación imposible?


—Según él, tomé la decisión equivocada y nunca me perdonó…


—Pero…


—Dejé de existir para él. Nunca volví a verlo —Pedro la miró y, por una vez, no había burla en sus ojos, ni una pizca de humor. Sólo una fría determinación—. Yo no quiero que mis actos hieran a mis hijos. Y ocurre a menudo, así que ahora entenderás por qué me asusté al leer que querías tener
cuatro hijos. Fue una sorpresa para mí.


Paula se pasó la lengua por los labios.


—Ójala me lo hubieras dicho.


—Entonces no hablábamos mucho, ¿verdad? Nos comunicábamos de otra manera. Decir que fue un torbellino de relación sería decir poco.


—Yo sí te contaba cosas —le recordó ella. Pero nunca le había preguntado por su infancia o por sus sueños. Tal vez porque estaba pensando en sus sueños, no en los de Pedro—. No se me ocurrió que pudieras tener un problema con la familia. Parecías tan decidido, tan seguro de ti mismo. Siempre parecías saber lo que querías.


—Sí sabía lo que quería. O, al menos, creía saberlo —Pedro tiró de ella para levantarla de la hamaca—. Pero las cosas cambian. La vida te coloca en situaciones inesperadas.


Sin los zapatos, Paula apenas le llegaba a los hombros y, por un momento, apoyó la cabeza en su bronceada piel.


—Sí, la vida te ofrece cosas inesperadas, es verdad. Pero 
esto no parece un cuento de hadas.


—Algunos cuentos de hadas son aterradores, agapi mu. ¿Qué pasa con las brujas y los lobos?


—Pero también está el hada madrina, que es buena.


¿Lo ves? Yo sería un padre horrible, ni siquiera podría contarle cuentos —Pedro levantó su barbilla con un dedo—. ¿Te duele la cabeza?


Un poco. En realidad me duele todo, es como si me hubiera pisoteado un rebaño de vacas. No pienso volver a ponerme zapatos en tu casa.


Pero lo que más le dolía era el corazón. Por él, por el niño al que unos padres egoístas habían obligado a tomar una decisión imposible. Y por ella, que ahora tenía que tomar una decisión igualmente difícil.


Marcharse y vivir sin él o quedarse y arriesgarse a que Pedro volviese a dejarla.


No sabía qué hacer, qué decisión tomar.


Pedro pasó un dedo por su labio inferior.


—¿No vas a ponerte zapatos? ¿Y ropa? —le preguntó, con voz ronca—. Tal vez tampoco deberías llevar ropa.


—No hagas eso. No puedo pensar cuando haces eso —Paula intentó apartarse, pero él la sujetó —. Estoy desconcertada. Siempre pensé que eras un hombre absolutamente seguro de sí mismo, que no te daba miedo nada.


—En la vida profesional, soy así —dijo Pedro, enredando los dedos en su pelo—. Pero en mi vida personal suelo meter la pata de una forma espectacular.


La admisión, sorprendentemente sincera, destrozó su patético intento de resistencia.


—No podemos estar juntos por un hijo que tú no quieres.


Él tomó su cara entre las manos.


—Te traje aquí antes de saber que estabas embarazada.


—Si tanto interés tenías en hacer las paces, ¿por qué no fuiste antes a Inglaterra?


—Porque en Inglaterra llueve hasta en el mes de julio y aquí, en Corfú, puedo garantizar que podrás ir en bikini todo el día —en sus ojos había una promesa de seducción—. Soy así de frívolo.


—No puede ser sólo sexo, Pedro —Paula puso una mano en su hombro para empujarlo—. El sexo es lo más fácil. Lo difícil es mantener una relación de verdad.


—Sí, lo sé.


—Tú no quieres tener un hijo, así que no veo la solución.


Pero le gustaría. Le gustaría tanto.


—La encontraremos juntos —Pedro buscó su boca, despertando emociones que ella intentaba contener. 


Y que no podía contener.


Era el único hombre que podía hacerle perder la cabeza.


—Durante semanas he querido hacer esto… desde ese encuentro en la cocina no he pensado en otra cosa. Me vuelves loco, erota mou.


Sus labios eran tan peligrosos que Paula dejó escapar un gemido. Los pájaros revoloteaban sobre sus cabezas, pero ninguno de los dos se daba cuenta, tan concentrados estaban el uno en el otro.


Fue el ruido de una puerta lo que por fin hizo que se separasen.


—Me estás desconcertando aún más —dijo Paula.


—No tienes por qué estar desconcertada —Pedro volvió a buscar sus labios—. Tú deseas esto tanto como yo.


El aire era húmedo, cargado de tensión, y como una persona a punto de ahogarse, Paula intentaba mantener la cabeza fuera del agua.


—Hace cuatro años me hiciste mucho daño.


—Lo sé.


—Ni siquiera me diste una explicación —murmuró ella, mirando la sensual curva de sus labios y la oscura sombra de su barba—. Te portaste de una manera horrible.


—Lo sé. Fui un auténtico canalla —asintió Pedro. Lo había dicho con voz ronca, sus pestañas negras escondiendo unos ojos en los que había un brillo de deseo—. Pero quiero compensarte.Podemos encontrar la manera de que esto funcione.


—No veo cómo. Y no te atrevas a besarme otra vez.


Paula intentó apartarse, pero Pedro era más fuerte que ella y no temía usar la fuerza cuando le hacía falta.


Y el beso fue un recordatorio devastador de lo que había entre ellos.


—Vas a perdonarme, agapi mu —murmuró, mordiendo su labio inferior—. Estás enfadada, lo sé, pero eso es bueno porque significa que aún te importo.


—No, eso demuestra que tengo suficiente sentido común como para no dejar que vuelvas a entrar en mi vida.


Pero en sus palabras no había convicción. No sólo porque el beso la hubiera debilitado sino también por el niño. No quería marcharse, era así de sencillo. Pero si se quedaba había muchas posibilidades de que Pedro volviese a hacerle daño y esta vez estaría haciéndole daño al niño
también.


No puedo hacerlo. No puedo pasar por eso otra vez.


—Pero me deseas, tú sabes que es así…


—No, yo no sé nada de eso —lo interrumpió Paula—. Es una cosa física, nada más.


—Si sólo es una cosa física, ¿por qué has estado llevando mi anillo al cuello durante cuatro años?


Ella abrió mucho los ojos.


¿Quién te lo ha contado?


—Lo vi mientras hacíamos el amor en la cocina. No sabía que lo hubieras llevado puesto durante cuatro años, pero tú me lo acabas de confirmar. Y debes admitir qué eso dice mucho.


—Dice que eres engañoso y traicionero —replicó Paula, airada.


—Dice que sigue habiendo algo entre nosotros —Pedro apoyó la frente en la suya—. Quédate, Paula. Quédate, agapi mu.


No puedo pensar cuando estoy contigo y tengo que decidir lo que voy a hacer —dijo ella, intentando apartarse—. Estoy embarazada y tú no quieres tener hijos, así que dime cómo podría funcionar. ¿O de repente has descubierto que esto es lo que siempre habías querido?


No, no voy a fingir que es así. Pero ha ocurrido y eso lo cambia todo. Admito que lo del niño ha sido una sorpresa, pero encontraremos una solución.


—¿Cómo?


—No lo sé. Necesito algún tiempo para acostumbrarme a la idea y que tú te fueras no resolvería nada.


—Si me quedo acabaremos en la cama y eso tampoco resolvería nada —indecisa, Paula lo miró a los ojos, como si fuera a encontrar allí la solución—. La última vez sólo era sexo, tú mismo lo has dicho. Si me quedo, tiene que ser diferente.



—¿En qué sentido?


—Tiene que ser una relación de verdad.


En realidad, no sabía qué hacer. Si su deseo de no tener hijos era tan profundo como para dejarla plantada en el altar, eso no iba a cambiar de repente.


Por otro lado, seguía allí. Eso demostraba que hablaba en serio al decir que quería que su relación funcionase.


A menos que su objetivo fuera acostarse con ella. Y sólo había una forma de descartar esa posibilidad.


—Dormiremos en habitaciones separadas —anunció. Pedro pareció vacilar un momento, pero al final asintió con la cabeza.


—Muy bien, dormiremos en habitaciones separadas si eso es lo que quieres.


Paula no sabía si sentirse impresionada o decepcionada. 


¿Era eso lo que quería? No estaba segura, pero ya no podía echarse atrás.


—Y tendrás que decirme lo que piensas. Todo el tiempo. Está claro que no sé leer tus pensamientos y es agotador intentarlo.


—Estás acalorada, deberías quitarte la ropa. Te quiero desnuda.


Ella lo fulminó con la mirada.


¡Estoy intentando mantener una conversación seria!


—¿No querías saber lo que pienso? Pues eso es lo que pienso.


—En ese caso, tendré que censurar tus pensamientos. No quiero saber nada sobre los que tengan que ver con el sexo.


Censurar mis pensamientos… —Pedro levantó una ceja, burlón—. De modo que quieres saber lo que estoy pensando, siempre que sea lo que tú quieres que piense. Va a ser muy complicado.


—Has levantado una empresa multimillonaria, seguro que puedes hacerlo si te empeñas. Y ahora, si no te importa, voy a deshacer la maleta.


—Los empleados se encargarán de eso.


Prefiero hacerlo yo —necesitaba una excusa para estar sola durante unos minutos. Tenía que pensar y no podía hacerlo teniendo a Pedro tan cerca.


—¿Por qué no la abres y tiras el contenido por el suelo? —sugirió él.


—Puede que te parezca muy gracioso que yo sea desordenada, pero a mí me parece que tú tienes una obsesión por controlarlo todo. Y hay algo muy sospechoso en alguien que necesita tenerlo todo controlado y ordenado. La espontaneidad puede ser una cosa muy sana. Deberías recordarlo.


Y ella necesitaba recordar por qué demonios le había perecido buena idea sugerir que durmieran en habitaciones separadas.


Paula volvió al dormitorio, deseando poder controlar su lengua.


Se había condenado a no pegar ojo por las noches. Y si Pedro estaba decidido a hablar de sexo, los días tampoco iban a ser muy relajantes.






lunes, 21 de noviembre de 2016

UNA NOCHE...NUEVE MESES DESPUES: CAPITULO 11





—Theé mou, ¿qué haces levantada? Deberías estar en la cama, descansando —la voz llegaba desde la puerta y Paula se secó las lágrimas de un manotazo, aliviada al ver que había vuelto de una pieza.


No había hecho algo tan absurdo como lanzarse con el coche por un acantilado. Estaba vivo, no tenía su muerte sobre la conciencia. Ahora podía enfadarse con él sin ningún problema.


Pero al verlo tan pálido, despeinado y con la camisa arrugada pensó que tal vez sí había sufrido un accidente.


En cuanto le dio la noticia de que estaba embarazada había salido corriendo como un atleta olímpico. Pero había vuelto. 


Y, a juzgar por su aspecto, estaba peor que ella.


Aun así, seguía siendo un hombre espectacularmente atractivo.


Paula tuvo que contener el impulso de consolarlo, recordando que aquella situación ya era lo bastante complicada.


Además, Pedro la había dejado plantada el día de su boda y acababa de decirle que no quería tener hijos.


¿Por qué quería abrazarlo?


—No te esperaba tan pronto. Normalmente tardas cuatro años en reaparecer —Paula se dio la vuelta para guardar un vestido en la maleta. Daba igual lo que hiciera o lo que dijera, seguía siendo el hombre más guapo que había visto nunca y estar en la misma habitación con él era demasiado
turbador—. Jannis me dijo que te habías ido en el Ferrari. ¿Qué haces aquí?


—Vivo aquí —respondió él—. Y sobre el niño…


—Mi hijo, no «el niño» —lo interrumpió Paula, intentando meter un zapato en la maleta—. ¿Quién ha sacado mis cosas? ¿Y por qué ahora no cabe nada?


—Porque no has colocado las cosas de manera ordenada.


—La vida es demasiado corta para ser ordenada. La vida es demasiado corta para muchas cosas y estar contigo es una de ellas. ¡Ojala nunca hubiera vendido el maldito anillo! ¡Ójala no hubiera venido a Corfú después de terminar la carrera y ójala no te hubiese conocido nunca! Y ójala no
estuviera esperando un hijo tuyo. Todo en mi vida es un desastre. La mayoría de la gente piensa y luego actúa… —Paula consiguió cerrar la maleta—. Yo hago las cosas y luego pienso.


—Estás muy disgustada y lo entiendo, pero olvidas que cuando te dije… bueno, lo que te dije, yo no sabía que estuvieras embarazada.


—¿Y eso qué más da?


—No estaba intentando hacerte daño.


—Da igual. En cualquier caso hablabas en serio y ése es el problema —Paula se dio la vuelta y, al hacerlo, se sintió mareada—. Vete de aquí, Pedro, antes de que te mate y esconda tu cadáver bajo un olivo.


—No deberías levantar cosas pesadas.


—Muy bien, entonces arrastraré tu cadáver hasta el olivo.


—Me refiero a la maleta.


—Da igual. Tiene ruedas y puedo ir tirando de ella hasta Little Molting si hace falta —tomando la maleta, Paula se juró a sí misma que nunca volvería a tener una relación con ningún hombre, especialmente con un griego guapísimo y millonario.


¿Por qué no se le había ocurrido que Pedro no querría tener hijos?


¿Y qué iba a hacer ahora?


Iba a tener un hijo que Pedro no quería. No debería querer saber nada más de aquel hombre. Su declaración debería haber matado cualquier sentimiento por él.


Pero no era así.


Seguía loca por él. Lo amaba como lo había amado cuatro años antes.


Deseando poder apagar y encender ese amor como apagaba y encendía su iPod, Paula se preguntó qué tendría que hacer para dejar de amarlo.


¿Era aquello lo que sintió su madre cuando supo que iba a tener un hijo con un hombre que no quería ser padre?


Pedro murmuró algo en griego, pasándose una mano por el pelo.


—Me culpo a mí mismo por no pensar que podrías quedar embarazada, pero la verdad es que ni siquiera se me ocurrió. Y sólo fue una vez, en la mesa de la cocina…


Paula hizo una mueca.


—Muy romántico, ¿verdad? —el sarcasmo fue recibido con un tenso silencio—. Esperemos que el niño no pregunte nunca dónde fue concebido.


—Yo pensé que tomabas la píldora.


—Pues no. Dame esos zapatos, por favor.


—¿Zapatos? —distraído, Pedro tomó un par de zapatos de color rosa del suelo—. No deberías llevar zapatos de tacón si no sabes caminar sobre ellos.


—Sé caminar perfectamente, el problema son tus suelos.


—¿Por qué no tomas la píldora?


—Porque no me hace falta. Parece que estoy genéticamente programada para entregarme sólo a las formas de vida más bajas. Si hay un hombre decente y bueno, me vuelvo ciega. Ahora puedes darte golpes en el pecho o hacer esas cosas que hacen los cavernícolas —Paula estaba a punto de
tomar la maleta de nuevo cuando una mano grande y morena cubrió la suya—. No me toques. ¿Qué haces?


—Lo que hacen los cavernícolas, levantar cosas pesadas.


—Es una maleta, no una piedra. Puedo arreglármelas.


No quiero que hagas nada que pueda dañar al niño.


Mi hijo, Pedro, mi hijo. Deja de llamarlo «el niño». ¿Y, si puede oírte? —explotó Paula—. ¿Y si sabe que tú no lo quieres?


Pedro la miró, en silencio.


—Muy bien, yo soy el primero en admitir que no era esto lo que quería… pero ha ocurrido y es mi responsabilidad.


—Olvídalo. No quiero que vayas empujando el cochecito como si fueras un prisionero de guerra. Prefiero hacerlo sola.


¡Theé mou, estoy siendo sincero! Eso es lo que tú querías, ¿no? Si dijera que estoy encantado con el niño, ¿me creerías?


Paula tuvo que hacer un esfuerzo para contener las lágrimas.


—No.


Por eso te digo la verdad. Esto ha sido una sorpresa para mí, pero ya encontraremos alguna solución. No pienso dejar que ese niño crezca sin su padre


¡Mi hijo! —repitió Paula—. Si vuelves a llamarlo «el niño», te doy un puñetazo.


Pedro suspiró.


¿Qué tal «nuestro hijo»? —sugirió, mirando su abdomen—. ¿Eso te gusta?


—Suena como una broma de mal gusto —respondió ella, sacando el móvil del bolso—. ¿Qué tengo que hacer para comprar un billete de avión? No hablo griego.


La respuesta de Pedro fue quitarle el móvil de la mano.


No sé cómo se compra un billete de avión, nunca he comprado uno. Pero vas a quedarte aquí hasta que hayamos solucionado esto.


—¿Qué vamos a solucionar? Yo estoy embarazada y tú no quieres tener hijos. ¿Por qué no quieres tener hijos? ¿Qué clase de hombre eres tú?


Él la miró, sorprendentemente pálido.


—La clase de hombre que tuvo un padre egoísta y egocéntrico. La clase de hombre que juró no destrozar nunca la vida de un niño. La clase de hombre que ha pasado por ese infierno.








UNA NOCHE...NUEVE MESES DESPUES: CAPITULO 10





Pálido y tembloroso, Pedro subió al Ferrari, arrancó y salió disparado por la carretera.


¿Un hijo?


La palabra hacía eco en su cerebro, junto con todos los sentimientos que iban asociados a ella.


Un hijo que dependería de él. Un niño cuya felicidad sería responsabilidad suya.


Un hijo suyo.


Mascullando maldiciones, pisó el acelerador, tomando las curvas como un piloto de carreras…


Sólo cuando otro conductor tocó el claxon se dio cuenta de lo que estaba haciendo.


Pisando el freno, Pedro detuvo el coche en la cima de la colina y miró hacia la villa.


Paula estaba allí, en algún sitio, probablemente haciendo la maleta.


Y llorando.


Apartó la mirada, intentando aplicar la lógica a una situación que no la tenía.


Un hijo. Llevaba toda su vida intentando evitar esa situación.


Y ahora…


¿Por qué no había tenido cuidado?


Pero él sabía la respuesta a esa pregunta: cuando estaba con Paula cualquier pensamiento racional desaparecía de su cabeza.


Y no sería posible encontrar una mujer menos adecuada por mucho que lo intentase.


Paula quería tener cuatro hijos.


Pedro se pasó una mano por la frente. «Acostúmbrate a la idea de que vas a tener uno», pensó.


«Ése sería un buen principio».


Un hijo. Un hijo que dependería de él. Un hijo cuya felicidad estaría en sus manos.


Hasta ese momento no había sabido lo que era tener miedo de verdad. Pero en aquel momento lo tenía. Miedo de defraudar a su hijo.


Miedo de defraudar a Paula.


Si no sabía cómo educarlo, si lo hacía mal, su hijo sufriría. Y él sabía lo que era eso.





UNA NOCHE...NUEVE MESES DESPUES: CAPITULO 9




—Abre los ojos, Paula.


Ella siguió con los ojos cerrados.


Iba a quedarse allí, en aquel sitio seguro hasta que decidiera lo que iba a hacer.


Pedro no quería tener hijos. Era como su padre otra vez. 


Pero peor.


¿Cómo podía haber sido tan tonta? ¿Cómo podía no haberlo sabido?


Que no me mires no significa que yo no esté aquí —insistió Pedro, exasperado—. Mírame, tenemos que hablar.


¿De qué iban a hablar?


El no quería tener hijos y ella estaba embarazada. En su opinión, la conversación había terminado antes de empezar.


¿Qué iba a hacer?


Iba a criar a su hijo sola, completamente sola.


Abrumada por la situación, apretó los párpados, deseando tener una varita mágica para volver a su casa en Little Molting.


Lo oyó decir algo en griego y, un segundo después, sintió el roce de sus labios. Atónita, se quedo inmóvil mientras él trazaba la comisura de sus labios con la lengua, el beso tan suave, tan tentador, que dejó escapar un gemido de impotencia…


¡Aléjate de mí, miserable! —le espetó un segundo después, empujándolo—. Te odio y odio tus suelos de mármol.


—No ha sido culpa mía…


¿Cómo que no? Me duele todo, por fuera y por dentro.


El sujetó sus manos para que dejase de empujarlo.


Pensé que no creías en la violencia.


—Eso fue antes de conocerte.


La respuesta de Pedro fue bajar la cabeza y besarla de nuevo.


Siento mucho que te hayas caído. Y siento que te hayas hecho daño.


Paula intentó girar la cabeza, pero él no se lo permitió.


Tú me has hecho más daño que el suelo. Y deja de besarme. ¿Cómo te atreves a besarme? ¡Aléjate de mí!


—No te muevas, Paula. Sé que estás disgustada, pero querías que fuera sincero, ¿no? Querías saber lo que pensaba.


—¿Y cómo iba a saber que pensabas algo así? Eres griego, se supone que deberías querer formar una familia.


—¿Quién te ha dicho que todos los griegos quieren formar una familia?


—Bueno, eso es lo que dicen…


—Yo no quiero una familia.


—Ya me he dado cuenta —Paula volvió a cerrar los ojos. 


Aquello era tan diferente a lo que había esperado que no sabía qué hacer. Necesitaba tiempo. Pasara lo que pasara, aquélla no debía ser una de esas ocasiones en las que decía lo primero que se le ocurría. No, esta vez iba a pensarlo bien, trazaría un plan y lo llevaría a cabo. Se lo contaría cuando llegase el momento, cuando estuviese preparada.


Una vez tomada la decisión, la compartiría con él y no antes.


Pedro pasó los dedos por el chichón de su frente.


—Deberías tomar las pastillas que ha dejado el médico.


—No, no puedo tomarlas.


—¿Por qué no?


—Porque no puedo. No me preguntes.


—Pero esas pastillas te quitarían el dolor de cabeza. ¿Qué problema tienes con ellas?


—Que no las quiero tomar.


—¿Por qué?


!Te he dicho que no me preguntes!


—Tómalas, Paula.


¡No quiero tomar nada que pueda hacerle daño al niño! —la frase salió de su boca sin que pudiese controlarla y, horrorizada, se tapó la cara con las manos—. No quería decir eso. No estaba dispuesta a decírtelo todavía. Te dije que no me preguntaras, pero tú tenías que seguir insistiendo, como siempre.


Pedro parecía haber recibido un balazo en la cabeza.


¿Un niño?


—Estoy embarazada. Y es tu hijo —dijo Paula—. El hijo que tú no quieres, por cierto. Supongo que estarás de acuerdo en que tenemos un problema.








domingo, 20 de noviembre de 2016

UNA NOCHE...NUEVE MESES DESPUES: CAPITULO 8




!Thee mou, haga algo! —Pedro fulminó al médico con la mirada. El hombre, de más de setenta años, parecía tener sólo dos velocidades: lenta y parada—. ¡Se ha dado un golpe en la cabeza!


—¿Quedó inconsciente después de darse el golpe?


Impaciente, Pedro recordó el horrible momento en el que la cabeza de Paula chocó contra el suelo de mármol.


—No, creo que no… porque me dijo un par de cosas cuando estaba en el suelo.


—¿Qué te dijo?


—Eso no importa. El caso es que la tomé en brazos para traerla al dormitorio y está inconsciente desde entonces.


El médico tocó un chichón en la frente de Paula.


—¿Por qué se cayó?


—Resbaló en el suelo de mármol cuando salía corriendo.


—¿Y por qué salía corriendo?


—Estaba disgustada —Pedro apretó los dientes, preguntándose por qué tenía que darle explicaciones a un médico tan anciano que seguramente había conocido a Hipócrates en persona.


¿Por qué estaba disgustada?


Porque habíamos discutido.


Nada sorprendido por tal confesión, el médico sacó un frasco de pastillas del maletín.


—Veo que no ha cambiado nada. Me llamaron para que atendiese a Paula el día de su boda… la boda que no tuvo lugar.


Ah, de modo que, aunque lento, tenía buena memoria, pensó Pedro.


—¿Paula necesitó un médico ese día?


Estaba muy angustiada y los periodistas no la dejaban en paz.


Sintiendo como si le hubieran dado un puñetazo, Pedro frunció el ceño.


—No debería haberles hecho caso.


Dejarla a merced de la prensa fue como dejarla a merced de los tiburones.


—Sí, bueno, puede que no lidiase con el asunto como debería…


—No lidiaste con el asunto en absoluto. Pero eso no me sorprende, lo que me sorprende es que le pidieras que se casara contigo —el médico cerró el maletín—. Recuerdo que venías aquí a ver a tu abuela cuando eras niño. Recuerdo un verano en particular, cuando tenías seis años. No hablaste
durante un mes. Habías sufrido un trauma terrible…


—Gracias por venir —lo interrumpió Pedro. El hombre lo miró, pensativo.


—A veces, cuando una situación afecta profundamente a alguien, examinar los hechos y lidiar con los miedos de forma racional ayuda mucho.


—¿Está sugiriendo que soy irracional?


Creo que eres la desgraciada víctima del desastroso matrimonio de tus padres.


Pedro se dirigió a la puerta de la habitación.


—Gracias por el consejo —le dijo, intentando controlar su rabia—. Pero lo que necesito saber es cuánto tiempo estará Paula inconsciente.


—No está inconsciente —contestó el médico, tomando el maletín para dirigirse a la puerta—. Está tumbada con los ojos cerrados. Sospecho que no quiere hablar contigo. Y, francamente, no me extraña.