lunes, 21 de noviembre de 2016

UNA NOCHE...NUEVE MESES DESPUES: CAPITULO 9




—Abre los ojos, Paula.


Ella siguió con los ojos cerrados.


Iba a quedarse allí, en aquel sitio seguro hasta que decidiera lo que iba a hacer.


Pedro no quería tener hijos. Era como su padre otra vez. 


Pero peor.


¿Cómo podía haber sido tan tonta? ¿Cómo podía no haberlo sabido?


Que no me mires no significa que yo no esté aquí —insistió Pedro, exasperado—. Mírame, tenemos que hablar.


¿De qué iban a hablar?


El no quería tener hijos y ella estaba embarazada. En su opinión, la conversación había terminado antes de empezar.


¿Qué iba a hacer?


Iba a criar a su hijo sola, completamente sola.


Abrumada por la situación, apretó los párpados, deseando tener una varita mágica para volver a su casa en Little Molting.


Lo oyó decir algo en griego y, un segundo después, sintió el roce de sus labios. Atónita, se quedo inmóvil mientras él trazaba la comisura de sus labios con la lengua, el beso tan suave, tan tentador, que dejó escapar un gemido de impotencia…


¡Aléjate de mí, miserable! —le espetó un segundo después, empujándolo—. Te odio y odio tus suelos de mármol.


—No ha sido culpa mía…


¿Cómo que no? Me duele todo, por fuera y por dentro.


El sujetó sus manos para que dejase de empujarlo.


Pensé que no creías en la violencia.


—Eso fue antes de conocerte.


La respuesta de Pedro fue bajar la cabeza y besarla de nuevo.


Siento mucho que te hayas caído. Y siento que te hayas hecho daño.


Paula intentó girar la cabeza, pero él no se lo permitió.


Tú me has hecho más daño que el suelo. Y deja de besarme. ¿Cómo te atreves a besarme? ¡Aléjate de mí!


—No te muevas, Paula. Sé que estás disgustada, pero querías que fuera sincero, ¿no? Querías saber lo que pensaba.


—¿Y cómo iba a saber que pensabas algo así? Eres griego, se supone que deberías querer formar una familia.


—¿Quién te ha dicho que todos los griegos quieren formar una familia?


—Bueno, eso es lo que dicen…


—Yo no quiero una familia.


—Ya me he dado cuenta —Paula volvió a cerrar los ojos. 


Aquello era tan diferente a lo que había esperado que no sabía qué hacer. Necesitaba tiempo. Pasara lo que pasara, aquélla no debía ser una de esas ocasiones en las que decía lo primero que se le ocurría. No, esta vez iba a pensarlo bien, trazaría un plan y lo llevaría a cabo. Se lo contaría cuando llegase el momento, cuando estuviese preparada.


Una vez tomada la decisión, la compartiría con él y no antes.


Pedro pasó los dedos por el chichón de su frente.


—Deberías tomar las pastillas que ha dejado el médico.


—No, no puedo tomarlas.


—¿Por qué no?


—Porque no puedo. No me preguntes.


—Pero esas pastillas te quitarían el dolor de cabeza. ¿Qué problema tienes con ellas?


—Que no las quiero tomar.


—¿Por qué?


!Te he dicho que no me preguntes!


—Tómalas, Paula.


¡No quiero tomar nada que pueda hacerle daño al niño! —la frase salió de su boca sin que pudiese controlarla y, horrorizada, se tapó la cara con las manos—. No quería decir eso. No estaba dispuesta a decírtelo todavía. Te dije que no me preguntaras, pero tú tenías que seguir insistiendo, como siempre.


Pedro parecía haber recibido un balazo en la cabeza.


¿Un niño?


—Estoy embarazada. Y es tu hijo —dijo Paula—. El hijo que tú no quieres, por cierto. Supongo que estarás de acuerdo en que tenemos un problema.








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