domingo, 30 de octubre de 2016

PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 15






-Ya sé que va contra tu naturaleza -le dijo Pedro a la mañana siguiente-. Pero, ¿me aseguras que te quedarás sentada en el coche? ¿Que no bajarás la ventanilla ni saldrás para nada?


-Claro -respondió ella encogiéndose de hombros-. ¿Por qué no?


Pedro se obligó a apartar la vista de la joven hasta que hubiera recuperado el control. Le estaba costando trabajo mantener aquel asunto en un plano absolutamente profesional. El baile de la noche anterior no había servido de gran ayuda. Lo había excitado tanto que estuvo a punto de aceptar la oferta que le había hecho antes.


-Si te ve alguno de los hombres de Crane te matará -le dijo con la voz más serena que pudo.


-Ya te he dicho que no voy a salir del coche, ¿de acuerdo? -gruñó Pau-. No me moveré a menos que salga volando por los aires como la casa de Kessler.


-Y no utilices el revólver que te he dado á menos que estés absolutamente segura de que la persona a la que apuntas supone una verdadera amenaza. Esta sí está cargada.


-Que sí, que sí -respondió ella con impaciencia.


Pau observó cómo Pedro Alfonso desaparecía en el interior del restaurante y trató al instante de borrar de su memoria su modo de caminar. No debía sucumbir. Había demasiadas cosas en juego. Ahora lo tenía claro. Se trataba de una relación puramente profesional.


Y hablando de profesionalidad: Aquél era el plan más absurdo que había oído en su vida, pero tal vez funcionaría. 


Por mucho que le costara admitirlo, seguramente él haría que funcionara. Uno de sus compañeros de la Agencia Colby había conseguido colarse en la agenda informática de la otra Paula Chaves y había averiguado que aquel día había quedado para comer con un socio en aquel restaurante. 


Pedro se aseguraría de sentarse en la mesa de al lado y cuando ella se marchara él se llevaría algo de lo que hubiera utilizado durante la comida. Un tenedor serviría, le había dicho, pero sería mucho mejor un vaso.


De él podrían extraerse con facilidad huellas dactilares y muestras de ADN. A Pau debería habérsele ocurrido, pero la idea era de Alfonso.


Victoria Colby enviaría a alguien a recoger el vaso para llevarlo a analizar a un laboratorio especial que entregaría los resultados en un plazo máximo de cuarenta y ocho horas.


Entonces Pau tendría su prueba y podría ir públicamente contra David y contra aquella mujer. Así terminaría por fin todo y ella podría volver a estar con su padre. Estaba preocupadísima por él. Pero no había nada que pudiera hacer excepto esperar.


El elegante Mercedes de David se detuvo justo delante del lujoso restaurante. Pau contuvo la respiración y se deslizó instintivamente, en el asiento. Aunque cuatro coches las separaban y el vehículo de Pedro tenía los cristales ahumados, nunca había estado tan cerca de aquella mujer.


Se abrió la puerta, pero Pau no pudo ver nada hasta que salió la mujer. A pesar de haberse preparado mentalmente para aquello, Pau gimió. La mujer era igual que ella. 


Exactamente igual. Y llevaba puesta su ropa.


-Mi traje favorito de Donna Karan - murmuró-. Zorra.


Y también los zapatos. Cielos. Aquella mujer era una réplica de ella de los pies a la cabeza.


Pau se estremeció. Era como si alguien anduviera sobre su tumba. Y ni siquiera estaba muerta... Todavía.


Porque si David se salía con la suya, lo estaría pronto. Muy pronto.



****


Pedro vio cómo el maitre le mostraba a la doble su mesa. Un hombre al que Pedro no conocía la estaba esperando sonriendo de pie.


Cuando el maitre regresara, el detective le pediría la mesa de al lado y entonces comenzaría el juego de la espera. Sólo esperaba que Pau cumpliera su palabra y se estuviera quieta. Por una vez.



***


Una hora más tarde, Pedro salió del restaurante con el vaso de la doble en el bolsillo de la chaqueta. Pau lo estaba esperando en el coche, tal y como prometió que haría.


-Lo tengo -dijo con una sonrisa cuando se deslizó tras el volante-. Abre la bolsa de plástico.


-Ahora sólo tenemos que sacar mis huellas y hacerme un análisis de sangre -dijo ella exhalando un profundo suspiro de alivio mientras hacía lo que él le pedía-. Para compararlos con los archivos de Cphar.


-No te preocupes -la tranquilizó Pedro-. Ya encontraré la manera.


Pau deseó que así fuera. Pero en aquel momento no se le ocurría la manera de que ninguno de los dos pudiera entrar en Cphar. Era un lugar demasiado protegido. Seguramente David habría manipulado los datos de seguridad para que coincidieran con los de la otra mujer. La mujer a la que había contratado para que fingiera que era ella. Su esposa.



*****



Pedro aparcó cerca de un coche blanco de alquiler. Estaba claro que el tipo al que Victoria había contratado para recoger el vaso que había que examinar ya había llegado. Victoria no le había dicho su nombre, pero Pedro conocía la contraseña.


-Tenemos compañía -dijo Paula.


El detective la miró de soslayo. Parecía cansada, igual que él. Hasta aquel momento no había vuelto a hablar desde que salieron del restaurante. Pedro suponía que estaría preocupada por su padre y por lo que Crane le estaba haciendo a su empresa.


A él también le preocupaban aquellos asuntos, pero sobre todo le inquietaba ella. Después de haberla visto bailar con aquellos movimientos sinuosos había abandonado toda esperanza de mantener bajo el fuego de la hoguera que ardía entre ellos. Podría considerarse afortunado si conseguía que pasara otra noche sin cometer ninguna estupidez.


-Es el tipo que ha enviado Victoria -la tranquilizó esforzándose por concentrarse en el caso.


-¿Estás seguro?


-Lo estaré en cuestión de minutos -respondió Pedro bajando del coche no sin antes sacar su arma-. Tú mantente detrás de mí.


Pedro recorrió la pequeña parcela que rodeaba la casa y la hilera de árboles. Nada. No se escuchaba ningún ruido a excepción de los pasos que Pau daba a trompicones a su espalda. ¿Cómo era posible que alguien que bailara con tanta delicadeza hiciera semejante ruido al pisar el suelo?


Cuando Pedro subió los escalones del porche, la puerta delantera se abrió hacia dentro. Él alzó instintivamente el arma hacia la figura que tenía delante. El hombre que estaba en el umbral reaccionó igual.


-¿Alfonso?


-Este verano estamos teniendo muy buen tiempo -dijo Pedro.


Un brillo de complicidad asomó a los ojos del otro hombre.


-Pero no tan bueno como el del verano pasado.


Pedro bajó el arma y le entregó la bolsa de plástico que contenía la prueba y que llevaba en la mano izquierda.


-Misión cumplida.


-Bien -dijo el otro hombre, que era algo mayor que él, aceptando la bolsa y extendiendo la mano en gesto de saludo-. Soy Lucas Camp, un viejo amigo de Victoria.


-He oído hablar de ti -aseguró el detective con interés, estrechándole la mano-. Te presento a Paula Chaves.


-Encantada -dijo la joven mostrándole la mejor de sus sonrisas-. Puedes llamarme Pau.


La joven observó a Lucas Camp con extrema curiosidad. Ni siquiera la pequeña cicatriz que tenía sobre el ojo derecho iba en detrimento de su atractivo. Se había presentado a sí mismo como un viejo amigo de Victoria Colby. Pau no podía evitar preguntarse si habría algo entre aquel hombre maduro tan distinguido y la viuda Colby. Cielos, nunca en toda su vida había invertido tanto tiempo en pensar en el sexo. Miró de reojo a Pedro, su perdición. Tenía que ser culpa del detective. David nunca la había perturbado de aquella manera.


Y dudaba mucho que lo hubiera conseguido nunca.


Los hombres como Pedro Alfonso eran una raza aparte.


Pau se estremeció. Eran el tipo de hombres contra los que los padres advertían a sus hijas jovencitas.


Jovencita.


El hecho de recordar que Pedro la llamara así la hacía enfurecerse de nuevo.


La conversación continuó en la mesa del comedor. Pau no pudo evitar pensar si la charla no sería una manera de ayudarla a relajarse antes de que Lucas hiciera lo que había irlo a hacer: Obtener de ella las muestras necesarias.


Lucas y Pedro hablaron de los tiempos de éste en el ejército. 


Pedro había estado en las Fuerzas Especiales y estaba especializado en la liberación de rehenes. Por mucho que le costara reconocerlo, sintió que su respeto por él crecía todavía más. Según el relato de Lucas, Pedro había entrado en numerosas ocasiones en territorio enemigo para salvar vidas sin pensar en su propia seguridad. Pau supuso que sería muy bueno en su trabajo, pero no por eso le caía mejor. Podía respetarlo, confiar en él incluso sin necesidad de que le cayera realmente bien.


Confiar. ¿De verdad confiaba en Pedro Alfonso? Su padre confiaba en Victoria Colby y ella confiaba en su padre. Pau supuso que en cierta medida también lo hacía en Pedro, pero no más allá. No estaba muy segura de poder volver a confiar nunca más en nadie a nivel personal.


Lucas Camp abrió lo que parecía ser un maletín. Al parecer, estaba preparado para entrar en materia.


-¿Quieres que sea yo quien tome las muestras o prefieres que Pedro haga los honores? -le preguntó.


-Puedes hacerlo tú -se apresuró a responder ella.


Primero le tomó las huellas. No fue un proceso tan sucio como ella lo recordaba. A continuación le hurgó suavemente en la boca con una bastoncillo y después le extrajo un poco de sangre. Pedro se mantuvo misteriosamente desaparecido durante todo el proceso.


-Seguramente no necesitarán la sangre, pero ya que estoy aquí llevaré una muestra - explicó Lucas con una sonrisa que era todo encanto.


-¿Dentro de cuánto estarán los resultados? -preguntó Pedro entrando en la habitación.


¿Por qué respondía su cuerpo al mero sonido de su voz? A Pau no le gustaba la sensación de hormigueo que le provocaba. Quería seguir fingiendo que no le importaba.


-Cuarenta y ocho horas como máximo -le respondió Lucas-. Un avión alquilado me llevará de regreso a Washington. Me puedes enviar esta noche por fax las huellas y la secuencia de ADN. Estaré toda la noche disponible.


¿Huellas? ¿Secuencia de ADN? Los archivos de Cphar.


-¿Cómo piensas sacar esos archivos de Cphar? -le preguntó Pau a Pedro, que le rehuía sospechosamente la mirada.


-Alguien se quedará contigo mientras yo voy esta noche a por ellos.


-De ninguna manera vas a ir sin mí -aseguró ella poniéndose bruscamente de pie.


-Es demasiado peligroso, Paula -respondió Pedro con firmeza-. Simon Ruhl te mantendrá a salvo hasta que yo llegue. Es bueno en lo que hace. Estarás segura con él.


-¿Y si te pillan? -quiso saber ella.


Pedro le sostuvo la mirada sin vacilar. Había tomado una decisión irrevocable.


-Entonces Simon se hará cargo del caso. En cualquier caso estarás a salvo.


Lucas Camp contemplaba aquella conversación con interés. 


Pau lo aprovechó a su favor.


-Dile que está loco, Lucas. Es demasiado peligroso.


-Lo es, eso es cierto, pero...


-Es un lugar muy protegido -insistió Pau poniéndose en jarras mientras sentía crecer su furia-. Nunca conseguirás entrar. Además, yo sé exactamente dónde están los archivos.


-Entonces hazme un mapa -contraatacó el detective-. No te necesito por el medio.


Pau sintió otra oleada de rabia. Pero un recuerdo lejano ya casi olvidado le pintó una sonrisa en el rostro.


-Tú no vas a ir -le aseguró con firmeza-. Iré yo. Y no tendré que entrar a la fuerza. Tengo acceso.


Pedro se puso de pie y se acercó hasta ella con expresión amenazante. Pau nunca lo había visto así.


-El acceso que tuvieras antes habrá sido inutilizado -gruñó.


Paula negó con la cabeza sin dejar de sonreír. Estaba disfrutando del momento. Tenía un as en la manga y él no lo sabía.


-Tengo otra identificación.


-¿Cómo? -inquirió Pedro.


Lucas Camp se limitó a sonreír. Le divertía aquel enfrentamiento.


-Cuando estaba en la universidad me gustaba colarme en el laboratorio a deshora para trabajar en un proyecto secreto que estaba llevando a cabo.


Pedro se cruzó de brazos con gesto decisivo y esperó a que le contara algo más consistente.


-Pero el sistema de seguridad lleva un registro de todas las entradas y salidas. Un registro que mi padre leía cada mañana. Así que creé el perfil de una nueva empleada de mantenimiento.


Pau alzó las cejas en gesto pícaro.


-Un empleado ficticio. Nunca llegué a borrarlo. Puedo entrar. 


Sin apuros.


-¿Qué tipo de controles tienen? -preguntó Lucas.


-Escáneres de la palma de la mano y la retina -intervino Pedro-. Sigue siendo demasiado arriesgado. No me importa no entrar por la puerta principal. Estoy encantado de hacerlo por la de atrás. Solo. Sobre todo ahora que Simon está disponible para echar una mano.


--Dile que yo tengo razón y él está equivocado -le pidió Pau a Lucas Camp-. ¿Por qué hacerlo del modo más difícil?


-Ella tiene razón -reconoció Lucas arqueándole una ceja a Pedro.


El detective maldijo entre dientes. Estaba realmente enfadado.


-De acuerdo -dijo finalmente de malos modos-. Lo haremos a tu manera. Pero recuerda que no ha sido idea mía -concluyó mirando duramente a Pau.


-Estaré esperando tu fax -se despidió Lucas agarrando el maletín que contenía las muestras.


Pedro salió a acompañarlo. Paula no había observado hasta aquel momento que el hombre cojeaba ligeramente. Se preguntó a qué se debería.


Cuando Pedro regresó sus ojos oscuros se clavaron en ella como espadas.


-Será mejor que descanses un poco. Dentro de siete horas nos iremos.


-Estaré preparada -aseguró ella dedicándole la más exuberante de sus sonrisas.



sábado, 29 de octubre de 2016

PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 14




Pau quería morirse.


¿Cómo podía haber hecho algo tan estúpido?


Le había pedido a Pedro Alfonso que mantuviera relaciones sexuales con ella. Sintió que las mejillas se le sonrojaban.


Estaba claro que la explosión le había afectado al cerebro.


No podía escaparse escaleras abajo. Así que se dio la vuelta y volvió sobre sus pasos. Se quedaría allí de pie hasta el fin de los días. De ningún modo pensaba volver a enfrentarse a él. La tarde se había convertido en noche y todo seguía sin resolverse.


Toda su vida estaba fuera de control. El tío Roberto estaba muerto.


El doctor Kessler estaba muerto.


¿Seguiría su padre a salvo? ¿Estaría vivo al menos?


La preocupación cayó sobre ella como una manta húmeda. 


Tenía que encontrar el modo de demostrar que ella era Paula Chaves. Tenía que acabar con David. Con aquel malnacido.


Pau se dirigió caminando hacia el otro extremo de la habitación. Aquél era el único modo de regresar al lado de su padre. ¿Habría empeorado todavía más? ¿Sería demasiado tarde ya?


Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. No quería llorar. Lo único que quería era hacer algo.


Debería bajar a hablar con Pedro. Pero le resultaba imposible.


¿Cómo había sido capaz de decirle aquello?


Pau exhaló un gruñido de frustración y dio la vuelta para seguir paseando por la habitación. Nunca se había comportado de aquel modo. Apenas había permitido que David la besara, y eso que era su prometido. Quería permanecer virgen hasta la noche de bodas. Total para nada, ya que seguramente moriría como Roberto y como Kessler.


Y nunca sabría lo que era compartir su cuerpo con un hombre. Hacer el amor.


Qué absurdo. Su sitio estaba en un laboratorio, mirando a través de un microscopio. Ése era su mundo, y no aquella locura. Y desde luego le importaba un comino Pedro Alfonso. El era sólo... sólo...


-Nadie -murmuró.


Apenas conocía a aquel hombre. Aunque le hubiera salvado la vida dos veces en las últimas veinticuatro horas. Ése era su trabajo. No era ningún héroe, sólo ayuda contratada.


Pau pensó que necesitaba distraerse. Y no con Pedro Alfonso. Entonces alzó la vista y atisbó un reproductor de CDs en la estantería que había al lado del armario. ¿Por qué no lo habría visto antes? Muy sencillo, pensó acercándose a él. Porque había estado demasiado ocupada recibiendo disparos y saltando por los aires. Pero eso no le había impedido fijarse en el modo en que él se movía.


Pau se quedó muy quieta y dejó descansar los dedos sobre la pila de CDs que había al lado del reproductor. Había algo en el modo que tenía de moverse, tanto cuando caminaba como cuando la levantaba en brazos. Algo sexual. 


Predatorio. Y sin embargo encantador. Tras la segunda explosión se había arrodillado a su lado, gritando su nombre.


Al principio no lo había oído, pero se lo leyó en los labios. 


Había tenido que transcurrir al menos una hora antes de poder volver a escuchar con normalidad, pero podía sentir. 


Pedro había recorrido todos los rincones de su cuerpo con las manos para buscar cualquier herida, cualquier hueso roto que pudiera existir. Le había tomado el rostro con aquellas manos tan grandes y le había prometido que todo saldría bien.


Y entonces, tras asegurarse de que podía trasladarla, la apoyó contra su pecho, acurrucándola allí como si fuera su hogar. Su cuerpo se había adaptado perfectamente a la poderosa musculatura de su torso. Y lo bien que olía... Pau aspiró con fuerza el aire y cerró los ojos para recrearse en el recuerdo. A pesar del olor a humo y a explosivo de su ropa, desprendía un aroma inconfundiblemente masculino. Una esencia sensual y primitiva que la hacía estremecerse. 


Ningún hombre la había abrazado así jamás. Incluso al recordarlo sentía una oleada de calor.


Pau sacudió la cabeza y se dispuso a buscar entre los CDs. 


Tenía que encontrar la manera de dejar de pensar en su padre y en David Crane. Y en Pedro Alfonso. Sólo se le ocurría una cosa. Su gran pasión aparte de la investigación médica. El baile.


Cuando quería perderse, dejar el trabajo a un lado, se ponía música y dejaba que todo fluyera. Además, necesitaba ejercitar los músculos. Habían recibido una buena tunda aquel día. Unos buenos estiramientos y después un baño caliente aminorarían las agujetas.


El bueno de Max tenía una estupenda colección de música. 


Pau escogió uno de los discos, subió el volumen y cerró los ojos para dejarse llevar por las notas. En cuestión de segundos su cuerpo se movía al ritmo lento y marcado. Sin abrir los ojos, se anudó la camiseta a la cintura sin perder ni un instante el compás.


Cuando tenía doce años se había planteado la posibilidad de dedicarse profesionalmente a la danza en un futuro. Cada momento que tenía libre lo dedicaba a ver vídeos de bailarinas profesionales.


Nada la hacía sentirse tan libre ni tan viva. Excepto desarrollar algún fármaco que pudiera salvar vidas.


Cuando era pequeña tomó lecciones de danza: Ballet, claqué... Todo le gustaba. Pero cuando tenía siete años y su madre murió, todo cambió. Su padre la introdujo en su mundo. Y había llegado a gustarle. En el laboratorio se sentía segura, a salvo. Pero todavía llevaba la música en la sangre.


Arqueó la espalda y comenzó a moverse al ritmo de la música con movimientos felinos. Luego dio varios giros y se dejó caer haciendo una floritura justo cuando se escuchaban las últimas notas.


El sonido de un aplauso entusiasta la obligó a levantar la cabeza.


Alfonso.


Maldición. Pau sintió que se sonrojaba hasta las orejas. Se puso de pie a toda prisa y apagó el reproductor de CDs.


-¿Por qué me estás espiando? -le preguntó.


Él se encogió de hombros y sonrió misteriosamente.


-No te estaba espiando. Tenías la música tan alta que no me oías. Te he llamado un par de veces.


-¿Y qué es lo que quieres? -dijo Pau sin terminar de creerse aquello.


-Pensé que tal vez tendrías hambre -respondió el detective recorriéndole el cuerpo con sus ojos oscuros y deteniéndose en su vientre, donde tenía la camiseta anudada-. Yo estoy hambriento.


-Espero que seas mejor cocinero que investigador -contestó ella deshaciendo el nudo-Todavía no estamos cerca de resolver este rompecabezas.


Para su disgusto, Pedro continuó recorriéndole el cuerpo con la mirada.


-No sabía que te gustara bailar -dijo él cambiando de tema.


-Hay muchas cosas de mí que no sabes -aseguró Pau pasando por delante de él-. Disculpa.


-¿Te sorprendería saber que a mí también me gusta bailar? -le preguntó el detective con voz misteriosa cuando alcanzaron la escalera.


-¿De veras?


Pau no se lo creía. Seguro que lo había dicho por charlar de algo, por ponerla de nuevo de su parte. Bien, pues ya podía ir olvidándose.


Tuvo su oportunidad y la había dejado escapar.


Lo único que en aquellos momentos quería de él era que hiciera su trabajo.


-Se me da especialmente bien bailar en la oscuridad -aseguró Pedro con voz sensual cuando bajó el último escalón-. Tal vez te lo demuestre cuando seas mayor.







PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 13





-Se pondrá bien. Sólo está un poco aturdida.


-Bien -dijo Pedro sintiendo una oleada de profundo alivio-. Gracias por venir hasta aquí, doctor.


El doctor Kyle Pendelton sonrió y le ofreció la mano.


-No ha sido ninguna molestia. ¿Seguro que tú estás bien?


-Perfectamente -respondió apretando la mano del médico-. Victoria le agradecerá que haya venido.


Aunque hubiera llevado a Paula al hospital si hubiera sido necesario, se alegraba de no haber tenido que hacerlo. No quería verse en la tesitura de responder a preguntas que sin duda hubieran surgido. Sin duda, Crane tendría a alguien vigilando los hospitales si sospechaba que Paula estaba viva.


Pedro lamentaba profundamente no haber podido hacer nada por Kessler. Pero ya estaba casi muerto cuando lo sacó del laboratorio en llamas. Murió unos minutos más tarde.


El detective había salido entonces a toda prisa de casa de Kessler no sin antes llamar a urgencias para contarles la explosión. Sabía que aquella llamada le crearía problemas más adelante, pero no podía dejar de hacerla. Ya se preocuparía más tarde de responder a las preguntas que las autoridades le hicieran. Victoria los mantendría a raya hasta que aquel caso estuviera bajo control. Pedro llamó después al doctor Pendelton, el médico de la Agencia, para que acudiera a la cabaña de Max.


Tras despedirse de él en la puerta, Pedro miró en dirección a las escaleras. Sus pensamientos volvieron a la mujer que descansaba sobre la cama. Sintió un nudo en la garganta. 


Había estado a punto de morir porque él la había enviado a hacer la llamada de emergencia a la casa. El detective no podía imaginar que hubiera otra bomba en la casa, pero seguía siendo culpa suya de todos modos. Ella estaba bajo su protección. Tal vez nada de aquello hubiera ocurrido si la hubiera creído desde el principio. Incluso podía ser que Kessler siguiera vivo. Estaba claro que Crane había tenido a sus hombres observando los dominios del científico. Al estar los tres allí había tenido la oportunidad de acabar de una sola jugada con ellos. Pedro se preguntó que habría salido mal. ¿Por qué no habían explosionado el laboratorio y la casa al mismo tiempo? ¿A qué se habría debido el retraso? 


El error de alguien era lo único que les había salvado la vida.


Ahora estaban de regreso en el punto de partida. Con el laboratorio destrozado, Paula seguía sin tener nada que mostrar a las autoridades como prueba. Pero ahora Pedro sabía la verdad. Y, por desgracia para David Crane, aquello era lo único que el detective necesitaba. No descansaría hasta detener a aquel hombre. Daba igual lo que hubiera ocurrido en el pasado: Acabaría con Crane a toda costa.


Pedro apretó la mandíbula. La idea de que aquel hombre se hubiera aprovechado de Paula, que hubiera intentado matarla, lo enfurecía. Ella era tan joven, tan inocente...


Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, subió los escalones de dos en dos. Necesitaba comprobar por sí mismo que estaba descansando. Tenía que haberla creído desde el principio.


Paula estaba en medio de la cama con las sábanas enredadas alrededor del cuerpo y los ojos cerrados. El cabello, largo y rubio, le caía por los hombros. Pedro sintió un deseo familiar abriéndose paso por su cuerpo. Se maldijo a sí mismo por permitirlo. No era más que una niña, lo reconociera o no. Debería bajar y no arriesgarse a molestarla. Pero ella abrió los ojos, como si hubiera presentido su aparición.


-Estoy despierta -dijo con voz algo temblorosa.


-No quería molestarte -murmuró él tragando saliva-. ¿Necesitas que te traiga algo?


Ella trató de incorporarse y al hacerlo compuso una mueca de dolor.


-No intentes levantarte -dijo Pedro tomando asiento en una esquina de la cama-. El médico dijo que debías descansar.


-Necesitamos un plan -le informó ella ignorando por completo sus palabras anteriores-. Nos estamos quedando sin tiempo. Tenemos que detener a David antes de que utilice el fármaco.


-No te preocupes -la tranquilizó el detective posándole las manos sobre los hombros-. Yo lo detendré. Tú lo que tienes que hacer es descansar.


Al sentir su piel en las palmas de las manos fue como si recibiera una descarga eléctrica. Hasta aquel momento no se había dado cuenta de que no llevaba nada encima. Se le secó la boca.


-¿Te importaría pasarme esa camiseta? -le preguntó Pau señalándole la silla que había al lado de la cama mientras se cubría con la sábanas a la altura del pecho.


-Claro.


Pedro buscó la prenda. Tendría que haber supuesto que Pendelton necesitaría explorarla. Le pasó la camiseta sin mirarla, pero le pareció atisbar de reojo un pecho, uno pequeño y firme que apuntaba hacia arriba, como si reclamara su atención. Todos los músculos del cuerpo de Pedro se tensaron. No podía perder la concentración. Era demasiado joven para él, por no añadir que además era su cliente.


-Ya que las pruebas de Kessler han sido destruidas no veo otro recurso. Voy a tener que enfrentarme a David. Soy la vicepresidenta primera. Tendrán que escucharme - anunció.


Estaba saliendo de la cama. Pedro la detuvo. La rodeó con sus brazos y la obligó suavemente a volver a sentarse.


-¿Y cómo te propones hacerlo?


Nunca dejaba de asombrarlo, pero aquello era ya demasiado.


-Entraré allí sin más y les contaré lo que Kessler dijo. El hecho de que tú estés de mi lado y que Kessler esté muerto debería servir de algo.


-Pau-le dijo con dulzura-. Si fuera tan fácil no me habrías necesitado a mí. Crane te matará.


-Pero tú me protegerás.


Ella alzó la mirada para clavarle aquellos ojos azules. No se le pasó el respeto que reflejaban. Se lo agradecía, pero lo que le inquietaba fue el otro matiz que observó. La misma atracción que sentía él.


-Sí -dijo con voz tensa-. Lo haré. Pero primero tenemos que demostrar que eres quien dices ser.


Aquella observación cayó sobre la joven como un hachazo. 


Se había olvidado por completo de aquella otra mujer que en aquel momento vivía su vida.


-Oh, Dios. ¿Cómo voy a ser capaz de hacerlo? Es exacta a mí. Y está claro que todo el mundo en los laboratorios la ha aceptado. El mundo entero creé que soy yo.


-Necesitamos sus huellas dactilares -dijo Pedro sopesando las opciones.


-Y su ADN -se apresuró a añadir Paula con emoción.


-Pero eso no demostrará nada si no hay con qué compararlo. Necesitamos varias cosas.


Ella se llevó las rodillas al pecho y lo observó con esperanza renovada.


-Sin problema. Yo estaré encantada de proporcionar mi ADN.


-Esa es una posibilidad -reconoció el detective-. Pero lo que realmente nos hace falta es algún documento oficial anterior con tus huellas, o mejor con tu ADN en el que figure el nombre de Paula Chaves.


Ella se mordió el labio inferior con un gesto inconscientemente sensual. Pedro tuvo que apartar la vista.


-Los archivos de seguridad de Cphar tendrán mis huellas -dijo Pau con los ojos súbitamente iluminados-. Si es que David no los ha manipulado -concluyó ensombreciendo de nuevo la expresión.


-Seguramente no se habrá molestado en cambiar más que los archivos recientes. Cualquier cosa almacenada o antigua seguirá igual que antes.


-¡Eso es! -exclamó ella poniéndose de rodillas-. ¡Los archivos antiguos!


-Tienes que tomártelo con calma -le pidió el detective sujetándola de nuevo por los hombros, esta vez cubiertos por la camiseta.


-Escúchame -le dijo Pau-, hace cuatro años participé en un estudio en el que utilizaron mi secuencia de ADN. Tiene que estar allí. David no sabe que ese archivo existe. La prueba se realizó antes de que él aterrizara en Cphar.


-Pau, ahora mismo nada de eso importa -insistió Pedro tratando de recostarla-. Lo que tienes que hacer es descansar. Ya se me ocurrirá algo. Te lo prometo.


Ella lo miró como si quisiera adivinar su pensamiento.


-Pau -le advirtió el detective-. Tienes que...


“Tienes que dejar de mirarme así”, quiso decirle. Pero perdió el hilo de sus pensamientos mientras sus ojos recorrían por propia iniciativa el hermoso rostro que tenía delante. Tenía un rasguño en la mejilla derecha. Pedro trató de no mirarla de aquel modo, sabía que no era una buena idea. Pero ya era demasiado tarde, la había mirado y no podía detenerse. 


Aquella naricita tan graciosa... Aquellos labios carnosos... 


Labios completamente besables. La columna delicada de su cuello. El cuerpo de Pedro reaccionó.


Ella se inclinó hacia delante. El cabello rubio que le caía como una cascada de seda acarició las manos del detective, que todavía la tenía sujeta por los hombros. Pedro contuvo la respiración cuando los labios de la joven se posaron sobre los suyos. Sintió el deseo hacer erupción dentro de su cuerpo como si fuera el hongo de humo de una bomba atómica. Apretó los dedos sobre su piel. El deseo de estrecharla entre sus brazos con más fuerza era evidente, pero se resistió y la apartó de sí.


-Pau... -murmuró con sus labios todavía pegados a los suyos, besándolos con una ingenuidad que lo enternecía.


Aquello no podía estar ocurriendo. No podía permitirlo. 


Tendría que apartarla todavía más, pero sus brazos no parecían capaces de hacer el movimiento necesario.


Ella se apartó.


-¿Por qué no me besas? -le preguntó buscando la respuesta en su mirada.


-Va contra las normas -respondió Pedro parpadeando para disimular sus sentimientos-. Eres mi cliente. Tener una relación sería un error por varias razones.


-Hay algo más que eso -aventuró Paula sabiamente.


Tenía razón. Pedro apartó por fin las manos de ella y se puso de pie para poner tierra de por medio entre ellos.


-Tal vez, pero en cualquier caso va contra las normas -repitió.


Pau se levantó de la cama. El detective trató de no fijarse en la camiseta, que le cubría hasta la altura de los muslos.


-Bien, déjame decirte algo sobre las normas -dijo ella furiosa avanzando en su dirección.


Pedro dio un paso atrás.


-En la última semana me han dejado colgada en el altar, el hombre con el que en teoría iba a casarme ha ordenado que me asesinen, me han disparado y ahora casi salgo disparada por los aires.


Pau se puso las manos en jarras y siguió avanzando hacia él.


-Por no mencionar que una mujer a la que no he visto nunca se ha apoderado de mi vida. ¡Todo se escapa a mi control!


-Tienes razón -reconoció Pedro alzando las manos con la esperanza de detener su avance-. Has pasado por un infierno y en situaciones así la gente... la gente se confunde. Sientes la necesidad de demostrarte que todavía sigues viva, que todavía eres deseable. Créeme, no tiene nada que ver conmigo. Más adelante te arrepentirías.


-No estoy confundida -aseguró ella alzando una ceja y deteniéndose justo delante del detective-. Sé perfectamente lo que tengo en la cabeza. Tú no lo entiendes. Después de todo lo que me ha ocurrido, lo único que ahora controlo es el aquí y el ahora.


Pedro se cruzó de brazos. Tenía un mal presentimiento.


-Y no tengo ninguna intención de morir virgen. Así que supéralo, Alfonso. Tengo veintidós años y sé lo que quiero. 
Y ahora mismo, lo que quiero es a ti.