sábado, 29 de octubre de 2016

PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 14




Pau quería morirse.


¿Cómo podía haber hecho algo tan estúpido?


Le había pedido a Pedro Alfonso que mantuviera relaciones sexuales con ella. Sintió que las mejillas se le sonrojaban.


Estaba claro que la explosión le había afectado al cerebro.


No podía escaparse escaleras abajo. Así que se dio la vuelta y volvió sobre sus pasos. Se quedaría allí de pie hasta el fin de los días. De ningún modo pensaba volver a enfrentarse a él. La tarde se había convertido en noche y todo seguía sin resolverse.


Toda su vida estaba fuera de control. El tío Roberto estaba muerto.


El doctor Kessler estaba muerto.


¿Seguiría su padre a salvo? ¿Estaría vivo al menos?


La preocupación cayó sobre ella como una manta húmeda. 


Tenía que encontrar el modo de demostrar que ella era Paula Chaves. Tenía que acabar con David. Con aquel malnacido.


Pau se dirigió caminando hacia el otro extremo de la habitación. Aquél era el único modo de regresar al lado de su padre. ¿Habría empeorado todavía más? ¿Sería demasiado tarde ya?


Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. No quería llorar. Lo único que quería era hacer algo.


Debería bajar a hablar con Pedro. Pero le resultaba imposible.


¿Cómo había sido capaz de decirle aquello?


Pau exhaló un gruñido de frustración y dio la vuelta para seguir paseando por la habitación. Nunca se había comportado de aquel modo. Apenas había permitido que David la besara, y eso que era su prometido. Quería permanecer virgen hasta la noche de bodas. Total para nada, ya que seguramente moriría como Roberto y como Kessler.


Y nunca sabría lo que era compartir su cuerpo con un hombre. Hacer el amor.


Qué absurdo. Su sitio estaba en un laboratorio, mirando a través de un microscopio. Ése era su mundo, y no aquella locura. Y desde luego le importaba un comino Pedro Alfonso. El era sólo... sólo...


-Nadie -murmuró.


Apenas conocía a aquel hombre. Aunque le hubiera salvado la vida dos veces en las últimas veinticuatro horas. Ése era su trabajo. No era ningún héroe, sólo ayuda contratada.


Pau pensó que necesitaba distraerse. Y no con Pedro Alfonso. Entonces alzó la vista y atisbó un reproductor de CDs en la estantería que había al lado del armario. ¿Por qué no lo habría visto antes? Muy sencillo, pensó acercándose a él. Porque había estado demasiado ocupada recibiendo disparos y saltando por los aires. Pero eso no le había impedido fijarse en el modo en que él se movía.


Pau se quedó muy quieta y dejó descansar los dedos sobre la pila de CDs que había al lado del reproductor. Había algo en el modo que tenía de moverse, tanto cuando caminaba como cuando la levantaba en brazos. Algo sexual. 


Predatorio. Y sin embargo encantador. Tras la segunda explosión se había arrodillado a su lado, gritando su nombre.


Al principio no lo había oído, pero se lo leyó en los labios. 


Había tenido que transcurrir al menos una hora antes de poder volver a escuchar con normalidad, pero podía sentir. 


Pedro había recorrido todos los rincones de su cuerpo con las manos para buscar cualquier herida, cualquier hueso roto que pudiera existir. Le había tomado el rostro con aquellas manos tan grandes y le había prometido que todo saldría bien.


Y entonces, tras asegurarse de que podía trasladarla, la apoyó contra su pecho, acurrucándola allí como si fuera su hogar. Su cuerpo se había adaptado perfectamente a la poderosa musculatura de su torso. Y lo bien que olía... Pau aspiró con fuerza el aire y cerró los ojos para recrearse en el recuerdo. A pesar del olor a humo y a explosivo de su ropa, desprendía un aroma inconfundiblemente masculino. Una esencia sensual y primitiva que la hacía estremecerse. 


Ningún hombre la había abrazado así jamás. Incluso al recordarlo sentía una oleada de calor.


Pau sacudió la cabeza y se dispuso a buscar entre los CDs. 


Tenía que encontrar la manera de dejar de pensar en su padre y en David Crane. Y en Pedro Alfonso. Sólo se le ocurría una cosa. Su gran pasión aparte de la investigación médica. El baile.


Cuando quería perderse, dejar el trabajo a un lado, se ponía música y dejaba que todo fluyera. Además, necesitaba ejercitar los músculos. Habían recibido una buena tunda aquel día. Unos buenos estiramientos y después un baño caliente aminorarían las agujetas.


El bueno de Max tenía una estupenda colección de música. 


Pau escogió uno de los discos, subió el volumen y cerró los ojos para dejarse llevar por las notas. En cuestión de segundos su cuerpo se movía al ritmo lento y marcado. Sin abrir los ojos, se anudó la camiseta a la cintura sin perder ni un instante el compás.


Cuando tenía doce años se había planteado la posibilidad de dedicarse profesionalmente a la danza en un futuro. Cada momento que tenía libre lo dedicaba a ver vídeos de bailarinas profesionales.


Nada la hacía sentirse tan libre ni tan viva. Excepto desarrollar algún fármaco que pudiera salvar vidas.


Cuando era pequeña tomó lecciones de danza: Ballet, claqué... Todo le gustaba. Pero cuando tenía siete años y su madre murió, todo cambió. Su padre la introdujo en su mundo. Y había llegado a gustarle. En el laboratorio se sentía segura, a salvo. Pero todavía llevaba la música en la sangre.


Arqueó la espalda y comenzó a moverse al ritmo de la música con movimientos felinos. Luego dio varios giros y se dejó caer haciendo una floritura justo cuando se escuchaban las últimas notas.


El sonido de un aplauso entusiasta la obligó a levantar la cabeza.


Alfonso.


Maldición. Pau sintió que se sonrojaba hasta las orejas. Se puso de pie a toda prisa y apagó el reproductor de CDs.


-¿Por qué me estás espiando? -le preguntó.


Él se encogió de hombros y sonrió misteriosamente.


-No te estaba espiando. Tenías la música tan alta que no me oías. Te he llamado un par de veces.


-¿Y qué es lo que quieres? -dijo Pau sin terminar de creerse aquello.


-Pensé que tal vez tendrías hambre -respondió el detective recorriéndole el cuerpo con sus ojos oscuros y deteniéndose en su vientre, donde tenía la camiseta anudada-. Yo estoy hambriento.


-Espero que seas mejor cocinero que investigador -contestó ella deshaciendo el nudo-Todavía no estamos cerca de resolver este rompecabezas.


Para su disgusto, Pedro continuó recorriéndole el cuerpo con la mirada.


-No sabía que te gustara bailar -dijo él cambiando de tema.


-Hay muchas cosas de mí que no sabes -aseguró Pau pasando por delante de él-. Disculpa.


-¿Te sorprendería saber que a mí también me gusta bailar? -le preguntó el detective con voz misteriosa cuando alcanzaron la escalera.


-¿De veras?


Pau no se lo creía. Seguro que lo había dicho por charlar de algo, por ponerla de nuevo de su parte. Bien, pues ya podía ir olvidándose.


Tuvo su oportunidad y la había dejado escapar.


Lo único que en aquellos momentos quería de él era que hiciera su trabajo.


-Se me da especialmente bien bailar en la oscuridad -aseguró Pedro con voz sensual cuando bajó el último escalón-. Tal vez te lo demuestre cuando seas mayor.







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