sábado, 29 de octubre de 2016

PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 13





-Se pondrá bien. Sólo está un poco aturdida.


-Bien -dijo Pedro sintiendo una oleada de profundo alivio-. Gracias por venir hasta aquí, doctor.


El doctor Kyle Pendelton sonrió y le ofreció la mano.


-No ha sido ninguna molestia. ¿Seguro que tú estás bien?


-Perfectamente -respondió apretando la mano del médico-. Victoria le agradecerá que haya venido.


Aunque hubiera llevado a Paula al hospital si hubiera sido necesario, se alegraba de no haber tenido que hacerlo. No quería verse en la tesitura de responder a preguntas que sin duda hubieran surgido. Sin duda, Crane tendría a alguien vigilando los hospitales si sospechaba que Paula estaba viva.


Pedro lamentaba profundamente no haber podido hacer nada por Kessler. Pero ya estaba casi muerto cuando lo sacó del laboratorio en llamas. Murió unos minutos más tarde.


El detective había salido entonces a toda prisa de casa de Kessler no sin antes llamar a urgencias para contarles la explosión. Sabía que aquella llamada le crearía problemas más adelante, pero no podía dejar de hacerla. Ya se preocuparía más tarde de responder a las preguntas que las autoridades le hicieran. Victoria los mantendría a raya hasta que aquel caso estuviera bajo control. Pedro llamó después al doctor Pendelton, el médico de la Agencia, para que acudiera a la cabaña de Max.


Tras despedirse de él en la puerta, Pedro miró en dirección a las escaleras. Sus pensamientos volvieron a la mujer que descansaba sobre la cama. Sintió un nudo en la garganta. 


Había estado a punto de morir porque él la había enviado a hacer la llamada de emergencia a la casa. El detective no podía imaginar que hubiera otra bomba en la casa, pero seguía siendo culpa suya de todos modos. Ella estaba bajo su protección. Tal vez nada de aquello hubiera ocurrido si la hubiera creído desde el principio. Incluso podía ser que Kessler siguiera vivo. Estaba claro que Crane había tenido a sus hombres observando los dominios del científico. Al estar los tres allí había tenido la oportunidad de acabar de una sola jugada con ellos. Pedro se preguntó que habría salido mal. ¿Por qué no habían explosionado el laboratorio y la casa al mismo tiempo? ¿A qué se habría debido el retraso? 


El error de alguien era lo único que les había salvado la vida.


Ahora estaban de regreso en el punto de partida. Con el laboratorio destrozado, Paula seguía sin tener nada que mostrar a las autoridades como prueba. Pero ahora Pedro sabía la verdad. Y, por desgracia para David Crane, aquello era lo único que el detective necesitaba. No descansaría hasta detener a aquel hombre. Daba igual lo que hubiera ocurrido en el pasado: Acabaría con Crane a toda costa.


Pedro apretó la mandíbula. La idea de que aquel hombre se hubiera aprovechado de Paula, que hubiera intentado matarla, lo enfurecía. Ella era tan joven, tan inocente...


Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, subió los escalones de dos en dos. Necesitaba comprobar por sí mismo que estaba descansando. Tenía que haberla creído desde el principio.


Paula estaba en medio de la cama con las sábanas enredadas alrededor del cuerpo y los ojos cerrados. El cabello, largo y rubio, le caía por los hombros. Pedro sintió un deseo familiar abriéndose paso por su cuerpo. Se maldijo a sí mismo por permitirlo. No era más que una niña, lo reconociera o no. Debería bajar y no arriesgarse a molestarla. Pero ella abrió los ojos, como si hubiera presentido su aparición.


-Estoy despierta -dijo con voz algo temblorosa.


-No quería molestarte -murmuró él tragando saliva-. ¿Necesitas que te traiga algo?


Ella trató de incorporarse y al hacerlo compuso una mueca de dolor.


-No intentes levantarte -dijo Pedro tomando asiento en una esquina de la cama-. El médico dijo que debías descansar.


-Necesitamos un plan -le informó ella ignorando por completo sus palabras anteriores-. Nos estamos quedando sin tiempo. Tenemos que detener a David antes de que utilice el fármaco.


-No te preocupes -la tranquilizó el detective posándole las manos sobre los hombros-. Yo lo detendré. Tú lo que tienes que hacer es descansar.


Al sentir su piel en las palmas de las manos fue como si recibiera una descarga eléctrica. Hasta aquel momento no se había dado cuenta de que no llevaba nada encima. Se le secó la boca.


-¿Te importaría pasarme esa camiseta? -le preguntó Pau señalándole la silla que había al lado de la cama mientras se cubría con la sábanas a la altura del pecho.


-Claro.


Pedro buscó la prenda. Tendría que haber supuesto que Pendelton necesitaría explorarla. Le pasó la camiseta sin mirarla, pero le pareció atisbar de reojo un pecho, uno pequeño y firme que apuntaba hacia arriba, como si reclamara su atención. Todos los músculos del cuerpo de Pedro se tensaron. No podía perder la concentración. Era demasiado joven para él, por no añadir que además era su cliente.


-Ya que las pruebas de Kessler han sido destruidas no veo otro recurso. Voy a tener que enfrentarme a David. Soy la vicepresidenta primera. Tendrán que escucharme - anunció.


Estaba saliendo de la cama. Pedro la detuvo. La rodeó con sus brazos y la obligó suavemente a volver a sentarse.


-¿Y cómo te propones hacerlo?


Nunca dejaba de asombrarlo, pero aquello era ya demasiado.


-Entraré allí sin más y les contaré lo que Kessler dijo. El hecho de que tú estés de mi lado y que Kessler esté muerto debería servir de algo.


-Pau-le dijo con dulzura-. Si fuera tan fácil no me habrías necesitado a mí. Crane te matará.


-Pero tú me protegerás.


Ella alzó la mirada para clavarle aquellos ojos azules. No se le pasó el respeto que reflejaban. Se lo agradecía, pero lo que le inquietaba fue el otro matiz que observó. La misma atracción que sentía él.


-Sí -dijo con voz tensa-. Lo haré. Pero primero tenemos que demostrar que eres quien dices ser.


Aquella observación cayó sobre la joven como un hachazo. 


Se había olvidado por completo de aquella otra mujer que en aquel momento vivía su vida.


-Oh, Dios. ¿Cómo voy a ser capaz de hacerlo? Es exacta a mí. Y está claro que todo el mundo en los laboratorios la ha aceptado. El mundo entero creé que soy yo.


-Necesitamos sus huellas dactilares -dijo Pedro sopesando las opciones.


-Y su ADN -se apresuró a añadir Paula con emoción.


-Pero eso no demostrará nada si no hay con qué compararlo. Necesitamos varias cosas.


Ella se llevó las rodillas al pecho y lo observó con esperanza renovada.


-Sin problema. Yo estaré encantada de proporcionar mi ADN.


-Esa es una posibilidad -reconoció el detective-. Pero lo que realmente nos hace falta es algún documento oficial anterior con tus huellas, o mejor con tu ADN en el que figure el nombre de Paula Chaves.


Ella se mordió el labio inferior con un gesto inconscientemente sensual. Pedro tuvo que apartar la vista.


-Los archivos de seguridad de Cphar tendrán mis huellas -dijo Pau con los ojos súbitamente iluminados-. Si es que David no los ha manipulado -concluyó ensombreciendo de nuevo la expresión.


-Seguramente no se habrá molestado en cambiar más que los archivos recientes. Cualquier cosa almacenada o antigua seguirá igual que antes.


-¡Eso es! -exclamó ella poniéndose de rodillas-. ¡Los archivos antiguos!


-Tienes que tomártelo con calma -le pidió el detective sujetándola de nuevo por los hombros, esta vez cubiertos por la camiseta.


-Escúchame -le dijo Pau-, hace cuatro años participé en un estudio en el que utilizaron mi secuencia de ADN. Tiene que estar allí. David no sabe que ese archivo existe. La prueba se realizó antes de que él aterrizara en Cphar.


-Pau, ahora mismo nada de eso importa -insistió Pedro tratando de recostarla-. Lo que tienes que hacer es descansar. Ya se me ocurrirá algo. Te lo prometo.


Ella lo miró como si quisiera adivinar su pensamiento.


-Pau -le advirtió el detective-. Tienes que...


“Tienes que dejar de mirarme así”, quiso decirle. Pero perdió el hilo de sus pensamientos mientras sus ojos recorrían por propia iniciativa el hermoso rostro que tenía delante. Tenía un rasguño en la mejilla derecha. Pedro trató de no mirarla de aquel modo, sabía que no era una buena idea. Pero ya era demasiado tarde, la había mirado y no podía detenerse. 


Aquella naricita tan graciosa... Aquellos labios carnosos... 


Labios completamente besables. La columna delicada de su cuello. El cuerpo de Pedro reaccionó.


Ella se inclinó hacia delante. El cabello rubio que le caía como una cascada de seda acarició las manos del detective, que todavía la tenía sujeta por los hombros. Pedro contuvo la respiración cuando los labios de la joven se posaron sobre los suyos. Sintió el deseo hacer erupción dentro de su cuerpo como si fuera el hongo de humo de una bomba atómica. Apretó los dedos sobre su piel. El deseo de estrecharla entre sus brazos con más fuerza era evidente, pero se resistió y la apartó de sí.


-Pau... -murmuró con sus labios todavía pegados a los suyos, besándolos con una ingenuidad que lo enternecía.


Aquello no podía estar ocurriendo. No podía permitirlo. 


Tendría que apartarla todavía más, pero sus brazos no parecían capaces de hacer el movimiento necesario.


Ella se apartó.


-¿Por qué no me besas? -le preguntó buscando la respuesta en su mirada.


-Va contra las normas -respondió Pedro parpadeando para disimular sus sentimientos-. Eres mi cliente. Tener una relación sería un error por varias razones.


-Hay algo más que eso -aventuró Paula sabiamente.


Tenía razón. Pedro apartó por fin las manos de ella y se puso de pie para poner tierra de por medio entre ellos.


-Tal vez, pero en cualquier caso va contra las normas -repitió.


Pau se levantó de la cama. El detective trató de no fijarse en la camiseta, que le cubría hasta la altura de los muslos.


-Bien, déjame decirte algo sobre las normas -dijo ella furiosa avanzando en su dirección.


Pedro dio un paso atrás.


-En la última semana me han dejado colgada en el altar, el hombre con el que en teoría iba a casarme ha ordenado que me asesinen, me han disparado y ahora casi salgo disparada por los aires.


Pau se puso las manos en jarras y siguió avanzando hacia él.


-Por no mencionar que una mujer a la que no he visto nunca se ha apoderado de mi vida. ¡Todo se escapa a mi control!


-Tienes razón -reconoció Pedro alzando las manos con la esperanza de detener su avance-. Has pasado por un infierno y en situaciones así la gente... la gente se confunde. Sientes la necesidad de demostrarte que todavía sigues viva, que todavía eres deseable. Créeme, no tiene nada que ver conmigo. Más adelante te arrepentirías.


-No estoy confundida -aseguró ella alzando una ceja y deteniéndose justo delante del detective-. Sé perfectamente lo que tengo en la cabeza. Tú no lo entiendes. Después de todo lo que me ha ocurrido, lo único que ahora controlo es el aquí y el ahora.


Pedro se cruzó de brazos. Tenía un mal presentimiento.


-Y no tengo ninguna intención de morir virgen. Así que supéralo, Alfonso. Tengo veintidós años y sé lo que quiero. 
Y ahora mismo, lo que quiero es a ti.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario