jueves, 27 de octubre de 2016

PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 4





“Por favor, Dios”, rezó Paula Chaves en silencio. “No dejes que se dé cuenta de que la pistola no está cargada”.


-Le he dicho que baje el arma -le repitió a aquel hombre alto de aspecto peligroso que estaba al otro lado de la habitación.


-¿Por qué no tira usted la suya? -sugirió él con voz calmada-. Después yo haré lo mismo.


Paula tembló al escuchar el sonido de su voz. Era suave pero letal. ¿Qué debía hacer? Había esperado que él obedeciera su orden. Eso era lo que ocurría siempre en las películas.


No tenía elección. Apretando los dientes para reunir valor, echó hacia atrás el seguro y ladeó la pistola, como le había visto hacer a Clint Eastwood. El clic resonó por toda la habitación.


-Baje el arma ahora -repitió con toda la autoridad que fue capaz de demostrar.


El hombre, que debía ser efectivamente Pedro Alfonso, se la quedó mirando durante dos interminables segundos antes de obedecer. Ella respiró por fin cuando lo vio dejar la pistola encima de la cama. Gracias a Dios.


-Y ahora, identifíquese -le recordó.


-Tranquila, señorita.


Pedro abrió la solapa izquierda de su chaqueta de cuero para mostrarle que no tenía nada que ocultar y metió dos dedos en el bolsillo interior. Su mirada inquisidora no la abandonó ni un momento mientras sacaba la cartera de cuero negro que contenía sus credenciales. La arrojó sobre la cama sin apartar la vista de ella. Paula era consciente del aspecto que tenía pero no podía evitarlo. Los vaqueros y la camiseta que le dejaba el ombligo al descubierto eran lo más adecuado dadas las circunstancias. El hecho de que la ropa estuviera limpia fue lo único que le preocupó cuando la canjeó. Con el pelo suelto en lugar de recogido con su moño habitual y con aquella ropa dudaba mucho que alguien pudiera reconocerla. Ni siquiera su amado prometido.


Y precisamente de eso se trataba.


Sin apartar la vista del hombre del que sólo la separaba el colchón de la cama, Paula agarró la cartera. La abrió y miró de reojo la identificación con fotografía de la Agencia Colby. 


Pedro Alfonso. Treinta y cuatro años. Cabello y ojos oscuros. 


Paula miraba alternativamente a la fotografía y al hombre que tenía delante. Tenía el cabello muy largo recogido en una coleta y los ojos de un marrón cobrizo realmente poco común. Se le formó un nudo en la garganta. Un hombre de aquel tamaño podía hacer mucho daño si quisiera.


-¿Contenta? -preguntó él.


Pau asintió con la cabeza y bajó el arma.


-Lo lamento, pero no puede imaginarse el miedo que he pasado.


Sintiéndose de pronto muy débil, la joven dejó caer la pistola y la cartera encima de la cama.


-Me alegro de que esté aquí.


Pedro agarró su arma, la guardó en la cinturilla de sus pantalones y luego examinó la de ella tras guardarse de nuevo la cartera con las tarjetas.


-¿Sabía usted que esta pistola no está cargada? -le preguntó mirándola con penetrante fiereza.


Paula se sentó en una esquina de la cama. Estaba demasiado cansada para explicarle todo.


-Sí -admitió-. No tenía nada más para cambiar por las balas.


-¿Cambiar? ¿De qué demonios está hablando? -preguntó Pedro taladrándola con los ojos.


-Tuve que salir huyendo sin dinero ni tarjetas -respondió ella encogiéndose de hombros con gesto agotado-. Conocí a un hombre en un callejón cerca de la estación de autobuses que me dio una pistola a cambio de mi Rolex. Ya había canjeado el anillo de compromiso por un billete de autobús que me sacara de Chicago y los zapatos por esta ropa y las zapatillas de deporte, así que no me quedaba nada más.


-Me está tomando el pelo, ¿verdad?


-No tuve elección -respondió Paula sacudiendo la cabeza con indignación.


¿A qué venía tanta historia? Aunque no podía precisar el valor de su anillo de compromiso bien pudiera ser tan falso como su prometido.


La chica que se llevó los zapatos fue sin duda la que salió ganando. Después de todo, eran de Gucci. El vestido también era de marca pero estaba inservible, así que tuvo que arrojarlo en un contenedor de basura. Aquellos recuerdos tan horribles que había mantenido aparcados durante setenta y dos horas comenzaban a sucederse en su cabeza.


Le dolía el estómago. Había habido mucha sangre.


El tío Roberto estaba muerto.


Paula luchó contra las lágrimas que amenazaban con salir. 


Tenía que ser fuerte, tenía que volver con su padre. Su vida, ya de por sí frágil, podía correr también peligro. Todo lo demás daba igual: Tenía que conseguir ayuda para recuperar su vida y asegurarse de que él no le hiciera daño a su padre.


Aquel hombre, Pedro Alfonso, la miró con algo nuevo reflejado en los ojos. ¿Sería tal vez compasión? Paula sintió una oleada de indignación en la boca del estómago. No necesitaba su compasión, sino su experiencia como investigador.


-¿Cuándo comió por última vez? -le preguntó preocupado.


Pau pensó en ello durante un instante y luego se acordó. Los últimos tres días habían supuesto un torbellino de imágenes y de situaciones.


-El hombre de la recepción me dio una bolsa de cacahuetes y un refresco esta mañana cuando me registré -admitió-. Se lo agradecí mucho, teniendo en cuenta que no tenía dinero.


-¿De veras? -preguntó Pedro alzando una ceja con gesto desconfiado-. ¿Y cómo pagó al hacer la reserva?


-Le dije que el hombre al que estaba esperando le pagaría. Al parecer es lo habitual en este sitio.


Pedro dejó escapar un suspiro de impaciencia y comenzó a rascarse la barbilla mientras decidía qué hacer con ella. 


Finalmente, como si hubiera perdido la batalla contra su propio sentido común, sacudió la cabeza.


-Vayamos a comer algo. Luego hablaremos.


-No creo que sea muy inteligente salir de la habitación hasta que lleguemos a un acuerdo -respondió Paula negando rotundamente con la cabeza-. ¿No puede llamar para que nos suban algo?


Pedro endureció la expresión de su rostro, se acercó a la mesilla de noche y abrió el cajón. Tras sacar la guía telefónica y consultar las páginas amarillas, le preguntó:
-¿Pizza?


-Sí -respondió ella de inmediato sintiendo cómo le rugía el estómago.


No era su comida favorita, pero sin duda le vendría bien. 


Estaba hambrienta.


-Llegará en veinte minutos -dijo Pedro tras pedirla, colgar el teléfono y tomar asiento en la única silla que había en la habitación.


Sin dejar de mirarla con sus ojos escrutadores, decidió comenzar a tutearla.


-Sé quién es tu padre y conozco casi todo lo que tengo que saber respecto a la empresa Cphar. Pero necesito que empieces por el principio y me cuentes por qué crees que quieren matarte.


-No es que lo crea -respondió Pau furiosa por su apatía-. Lo sé.


La joven dejó escapar un profundo suspiro y decidió contarle la versión abreviada de la historia.


-Cinco años atrás mi padre comenzó un nuevo proyecto de investigación con otro científico, el doctor Kessler. A medida que avanzaba la investigación, el doctor Kessler consiguió avances extraordinarios. Y entonces, hace dos años, otro científico se unió al proyecto. Con su ayuda se alcanzaron resultados espectaculares.


Paula estaba muy cansada. No podía demostrarse nada de lo que estaba a punto de decir. ¿Cómo iba a pretender que un desconocido lo aceptara? ¿Y cómo era posible que hubiera ocurrido? Su padre había sido siempre muy cuidadoso. ¿Cómo podría convencer al hombre que tenía delante de que la historia que iba a contarle era rigurosamente cierta? Pero tenía que conseguir que la ayudara. Su padre confiaba en Victoria Colby. Y si ella había enviado a aquel hombre, tendría que fiarse. Pero no podía contarle absolutamente todo. Todavía no. Si se lo soltaba de golpe no la creería. Había cosas que la gente necesitaba ver con sus propios ojos.


Pau se acarició las sienes y estiró el cuello antes de continuar.


-Hace aproximadamente un año hubo un enfrentamiento entre los dos investigadores principales y el doctor Kessler se fue. Ahora, el proyecto que lleva su nombre está a punto de subir el siguiente peldaño: Probarlo en sujetos humanos.


-¿Kessler está completamente retirado del proyecto? -quiso saber Pedro.


-No quiere saber absolutamente nada de Cphar -aseguró Paula asintiendo con la cabeza-. Incluso renunció a su parte de las acciones.


Aquella revelación no pareció impresionar a su impasible invitado.


-El fármaco que han creado es un agente quimioterapéutico que neutraliza literalmente las células cancerígenas -continuó al ver que Pedro no le preguntaba nada más-. Se llama Cellneu.


Paula percibió un ligerísimo cambio en sus ojos oscuros. 


Incluso ella estaba impresionada con aquel fármaco.


-Impresionante, ¿verdad?


-Y muy valioso -sugirió él.


-Mucho.


Aquella única medicina multiplicaría por mil la fortuna de los laboratorios Cphar y tenía el potencial de salvar innumerables vidas humanas.


-Aunque hay un problema -añadió Jenn.


Pero se detuvo antes de continuar. No tenía absolutamente ninguna prueba de lo que estaba a punto de decir.


Pedro la observó durante unos instantes sopesando lo que le había contado hasta el momento.


-¿Por eso crees que alguien intenta matarte? ¿Para robar el nuevo fármaco?


Ella negó con la cabeza.


-Alguien está intentando matarme porque yo sé algo que él no quiere que sepa -se explicó.


-No me tengas en vilo -le pidió Pedro haciéndole un gesto para que continuara.


Paula se humedeció los labios. Era consciente de cómo iba a sonar aquello. Lo único que esperaba era que la creyera.


-El fármaco tiene un fallo. A la larga puede ser peligroso para los humanos. Creo que ésa fue la razón por la que Kessler se apartó del proyecto.


-¿Puedes demostrarlo?


Ella suspiró. Aquél era el punto crucial. Entonces se puso de pie y se llevó enérgicamente las manos a la cintura. No tenía ninguna prueba. Sólo la palabra de un hombre moribundo.


-No puedo demostrarlo pero sé que es verdad -aseguró nerviosa-. Lo sé porque mi tío, que trabajaba en el proyecto y en el que yo confiaba plenamente, me lo dijo en su último aliento.


-¿En su último aliento? -preguntó el detective alzando una de aquellas cejas espesas.


-Mi prometido lo asesinó. Y también me habría matado a mí, pero yo me escapé.


-¿Dónde ocurrió todo esto? -preguntó Pedro apoyando los codos en las rodillas-. ¿Hubo algún testigo?


-En la ermita en la que yo estaba a punto de casarme -respondió ella tratando de apartar de la mente la imagen de Roberto muerto en el suelo-. No hubo testigos. Queríamos celebrar la boda casi en secreto. Las demás personas presentes trabajaban para mi prometido. Incluso el oficiante de la ceremonia.


Paula recordaba perfectamente cómo se había quedado impasible mientras aquel hombre se la llevaba a rastras.


Pedro se inclinó hacia ella. Era un gesto intimidatorio. Pero Pau se mantuvo firme.


-Así que estabas en aquella ermita, vestida de novia y preparada para caminar hacia el altar cuando tu prometido intentó matarte -recopiló como si estuviera hablando del tiempo-. Pero te escapaste. ¿Es eso lo que estás diciendo?


No la creía. Paula sintió una oleada de furia. No tenia ninguna razón para mentir, ¿es que no se daba cuenta?


-Básicamente sí -respondió con tirantez-. Me falta decirte que ordenó a uno de sus hombres que me matara. Me sacó de la ermita y me llevó al bosque. Me obligó a mirar mientras él cavaba una fosa. Y cuando decidió divertirse un rato antes de matarme, me las arreglé para agarrar la pala. Lo golpeé con todas mis fuerzas y salí corriendo lo más deprisa que pude. Sin mirar atrás -concluyó sintiendo un escalofrío.


-De acuerdo -dijo Pedro con expresión neutra-. ¿Por qué no me das el nombre de tu prometido? Llamaré a un policía amigo mío de la ciudad y le diré que detenga a ese tipo. No nos llevará mucho tiempo descubrir la verdad.


-¡No podemos llamar a la policía! -exclamó Pau sintiendo un escalofrío de terror.


-¿Por qué no? -preguntó el detective inclinando ligeramente la cabeza para observarla desde otro ángulo-. Ha dicho que mató a tu tío y que intentó que te asesinaran también a ti.


Ella se mordió el labio inferior. No podía dejarle que llamara a la policía.


-Él... tiene a mi padre. Si lo investigan pero no lo detienen sé que lo matará. Por favor -dijo acercándose al detective y agarrándolo de la chaqueta-. Por favor, no quiero 
arriesgarme a ponerle las cosas más difíciles a mi padre. 
Tienes que ayudarme.


Durante una décima de segundo aquellos ojos oscuros parecieron suavizarse.


-Dime el nombre de ese prometido tuyo que tanto te asusta y veré lo que puedo hacer.


Paula asintió con la cabeza y contuvo las lágrimas que amenazaban con caerle.


-Se llama David Crane. El doctor David Crane.




miércoles, 26 de octubre de 2016

PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 3






Pedro aparcó en la recepción del motel Luna Azul, situado a las afueras de Kankakee, a las doce y media. Era un antro, como mínimo, pintoresco. El tipo de sitio al que las prostitutas se llevaban a los clientes. Si la doctora Chaves buscaba un sitio de perfil bajo, desde luego lo había encontrado.


Pedro salió cautelosamente del coche. Se ajustó la pistola que tenía en la parte baja de la espalda y observó el aparcamiento vacío y las filas de habitaciones también desocupadas que había a ambos lados de la recepción.


Sin dejar de mirar, subió las escaleras que llevaban a la puerta. El calor y la humedad de julio resultaban insoportables. Y la recepción no parecía disfrutar de una mejor temperatura. Un pequeño ventilador mantenía el aire fétido en movimiento, pero no conseguía enfriar el ambiente.


Un hombre bajo y calvo con un cigarrillo colgado de la comisura de la boca dejó de mirar un instante el pequeño televisor que tenía delante.


-¿Puedo ayudarlo? -preguntó con absoluto desinterés.


Ni siquiera hizo amago de levantarse de su desvencijada silla.


Pedro entornó los ojos y apretó los labios. Era un movimiento estudiado que dejaba entrever la impaciencia que se escondía tras el gesto y que debería servir para motivar al dependiente más perezoso.


-Eso espero.


El hombre pareció entonces sorprendido. Se puso de pie a toda prisa. Parecía como si nada más ver a Pedro hubiera presentido que allí podría haber problemas. El detective era consciente de que daba una imagen peligrosa y eso le parecía muy bien, especialmente en ocasiones como aquélla. Pedro tenía el cabello largo, a la altura de los hombros, y lo llevaba atado en una coleta. Un pequeño aro de plata brillaba en el lóbulo de su oreja. Pero lo que más imponía era su envergadura. Medía dos metros y pesaba noventa kilos de puro músculo. No todo el mundo estaba dispuesto a meterse con él, y eso le gustaba.


-Necesito una habitación. Me llamo Pedro Alfonso. Espero que no haya problemas por no haber reservado -dijo con cierta sorna.


El hombre apretó los labios para sujetar mejor el cigarro y primero negó enérgicamente con la cabeza para después asentir.


-Ya... ya tiene habitación -balbuceó agarrando una llave-. La ciento catorce. Está al final del pasillo.


Pedro no se sorprendió. Se suponía que la doctora Chaves, si realmente era ella, lo estaba esperando. No podía arriesgarse a utilizar su verdadero nombre si lo que pretendía era esconderse. Pedro supuso que aquélla era la razón por la que había utilizado el de él.


-Una cosa más -dijo el detective dejando un par de billetes sobre la recepción-. Yo nunca he estado aquí. ¿Queda claro?


-Yo nunca lo he visto -respondió el recepcionista guardándose el dinero.


Tal y como el hombre le había dicho, la ciento catorce estaba al fondo. Las seis habitaciones que había antes parecían vacías, tal y como había sospechado al llegar. Pedro no tenía ninguna duda de que los otros siete dormitorios que había al otro lado de la recepción también lo estaban. Tras mirar una vez más a izquierda y derecha, metió la llave en la cerradura y abrió la puerta.


Para su sorpresa, dentro estaba oscuro pero por suerte fresco. Las cortinas estaban completamente echadas. Buscó a tientas el interruptor de la luz, pero una voz inequívocamente femenina lo detuvo.


-Cierre la puerta primero.


Haciendo un movimiento de defensa, Pedro cerró tras de sí y sacó la pistola.


-Ya puede encender la luz.


Él obedeció, parpadeó una vez por la claridad y apuntó con el arma en dirección a la voz.


Una mujer con aspecto de no tener más de diecisiete o dieciocho años, vestida con pantalones vaqueros de talle bajo y camiseta estaba al fondo de la habitación. No era muy alta, tal vez mediría un metro sesenta, y era delgada. 


Cabello rubio y largo, ojos azul claro, facciones de hada. 


Pedro no podía asegurar que se tratara de la doctora Chaves, pero desde luego se parecía a la niña de la fotografía tomada cinco años atrás que él había visto. Con una notable excepción. Esta mujer sujetaba entre las manos una pistola de pequeño calibre que le apuntaba directamente al corazón.


-Necesito que se identifique, señor Alfonso -dijo mojándose los labios antes de exhalar un suspiro tembloroso-. Pero primero necesito que baje el arma.


PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 2





-No -respondió Pedro Alfonso con firmeza-. Yo no trabajo por libre. Tendrás que buscarte a otro hombre.


El hombre que estaba al otro lado de la línea hizo un último intento para convencerlo de que lo reconsiderara. La oferta subió hasta un millón.


Pedro se limitó a negar con la cabeza. Cuando alguien ofrecía tanto dinero era porque se trataba de un asunto turbio. Especialmente si además quería mantener la misión en secreto y se negaba a acudir a la policía. Salvar a un pariente supuestamente secuestrado en un país del tercer mundo en el que las drogas eran la principal exportación era buscarse un problema.


-Buenos días, señor Santiago dijo Pedro. Y después colgó.


Había gente que no aceptaba un “no” por respuesta. Pedro era detective de la Agencia Colby. Sólo aceptaba las misiones que le encargaba una persona, y sólo ella. Victoria Colby. Por supuesto, la mayoría de las veces las órdenes le llegaban a través de Ian Michaels, su brazo derecho. Pero a Pedro eso no le importaba. Le caía bien Ian.


Una llamada a su puerta llamó la atención de Pedro. Ana Wells le sonrió antes de entrar.


-Hola, Pedro -dijo dejándole un par de informes sobre la mesa.


Era una chica muy joven. No tendría más de veintitrés años y era bastante ingenua.


-Mildred me ha pedido que te pase los informes que ha firmado Victoria.


Pedro se echó hacia atrás en la silla y le regaló a la recepcionista de la Agencia Colby una sonrisa deslumbrante.


-Buenos días, Ana. Te agradezco que me los hayas traído personalmente.


No hizo falta más. La joven se sonrojó y salió rápidamente de su despacho.


Pedro sonrió con picardía antes de contestar al intercomunicador del escritorio, que sonó en aquel momento.


-Alfonso al habla.


-Pedro, ¿puedes venir a mi despacho, por favor?


Victoria.


-Claro -respondió él poniéndose inmediatamente de pie-. Voy para allá.


Pedro salió de su despacho y se dirigió al pasillo enmoquetado hacia el vestíbulo. El elegante mobiliario y la exquisita decoración formaban parte del ambiente de la prestigiosa agencia. Desde el momento en que un cliente potencial atravesaba aquellas puertas de caoba pulida no le quedaban dudas de que había entrado en el mejor sitio. 


Ahora, como casi todos los lunes, el ambiente estaba muy tranquilo.


La Agencia Colby era la mejor en el negocio de la investigación privada y la protección personal. Nadie se acercaba ni de lejos a la reputación estelar de Victoria
Colby. Tenía clientes a lo largo y ancho del planeta. Y contaba con un selecto personal muy cualificado.


Aquello era lo que había servido para convencer definitivamente a Pedro cuando ella lo llamó para trabajar allí. Con treinta y un años y a sólo ocho de conseguir el retiro, había abandonado la carrera militar sin mirar atrás. 


Pedro apretó la mandíbula para dejar de lado aquellos pensamientos. Un año después, Victoria lo quiso en su equipo. En la entrevista que mantuvieron le contó que estaba muy recomendado por un amigo de ella que tenía contactos en el ejército. Lucas Camp. Pedro no lo conocía, pero sabía por Victoria que era uno de aquellos agentes secretos que se suponía que no existían. Seguramente sólo un puñado de gente sabría que estaba vivo, y Victoria era claramente una de los elegidos.


Veinticuatro horas después de su primer encuentro con ella Pedro aceptó su oferta. El sueldo era impresionante, pero no era la razón por la que se había unido a la Agencia Colby. La sinceridad y la lealtad eran las dos virtudes que más admiraba. A Victoria no le gustaban los juegos y nunca, nunca permitía que manipularan a su gente. Era una mujer absolutamente de fiar. Directa y legal.


Investigaba en profundidad a cada cliente que entraba por la puerta. Pedro no tenía que preocuparse de que lo manipularan o trataran de utilizarlo. Él mismo se aseguraría de que aquello no volviera a ocurrirle nunca. Aquellos recuerdos dolorosos del pasado intentaron una vez más salir a la superficie. Pedro los desechó al instante.


Aquello había terminado. No podía cambiar el pasado. Pero bien podía evitar que la historia se repitiera.


Pedro se detuvo en la puerta del despacho de Victoria. 


Estaba sola. Esperaba encontrarse allí también a Ian.


-Buenos días, Victoria.


-Buenos días, Pedro. Por favor, pasa y siéntate -le pidió ella señalando con un gesto uno de los dos sillones de orejas que había frente al escritorio-. Tengo un posible cliente del que me gustaría hablarte.


-Estupendo -dijo él tomando asiento-. Terminé mi último caso hace una semana y estoy listo para ir donde quieras y cuando quieras.


-Ésa es una de las cosas que más me gustan de ti, Pedro -reconoció Victoria sonriendo-. El entusiasmo con el que te tomas el trabajo.


Pedro asintió con la cabeza, aceptando el cumplido. Había estado muy cerca de tomar la dirección opuesta cuando Victoria lo encontró. Tres años atrás, su última misión militar estuvo a punto de costarle la vida y también la capacidad de que ello le importara. Pero la Agencia Colby le había devuelto ambas cosas.


Victoria se recostó en su silla de cuero y lo observó fijamente durante un instante. Era lo que solía hacer. Pedro se había acostumbrado a aquellos momentos de reflexión en los que solía perderse. Se limitó a quedarse sentado y disfrutar de la visión. Era una mujer muy atractiva a pesar de haber superado los cincuenta años. Seguía teniendo el pelo azabache, decorado con unos pocos mechones grises, y poseía los ojos más oscuros del mundo. De esos capaces de mirar directamente al corazón de las cosas. Ojos sinceros. 


Su hermoso rostro, sin embargo, no se libraba de su cuota de marcas de expresión. Líneas que hablaban de experiencias y de pérdidas.


Pedro no conocía la historia entera, pero había escuchado los rumores. Al marido de Victoria lo habían asesinado. 


Aquel suceso tan terrible había tenido lugar sólo cinco años después de la muerte de su hijo de siete años. Ella nunca hablaba de ninguna de las dos cosas.


-Seguro que has oído hablar de los laboratorios farmacéuticos Chaves, más conocidos como Balphar.


Pedro reconoció el nombre. Era una empresa muy conocida en el campo de la investigación. Cphar era líder en lo que a medicinas innovadoras se refería.


-Adrian Chaves es cliente nuestro desde hace más de diez años -continuó explicando Victoria-. Hemos investigado el pasado de todos sus trabajadores y también a alguna que otra empresa con la que tenían pensado hacer negocios. 
Siento un gran respeto por Adrian. Ésa es la razón principal por la que estoy considerando la posibilidad de encargarme de este caso a pesar de las circunstancias sospechosas.


-Creía que Simon se encargaba del caso Balphar -comentó Pedro.


Simon Ruhl era un ex agente del FBI. Nadie era tan bueno como él sacando a relucir la basura de la gente y de las empresas. Pedro no quería meterse en su territorio por nada del mundo.


-Es cierto, pero ahora mismo está en una misión que no puede abandonar por el momento. Y en este caso el tiempo es esencial.


Pedro frunció el ceño. Aquello no sonaba nada bien.


-¿De qué se trata?


-Adrian tiene una hija de veintidós años llamada Paula. Es una especie de genio. Terminó el instituto a los trece años y se doctoró con dieciocho. Ha trabajado codo a codo con su padre desde que era niña. Cuando no estaba en el colegio estaba en el laboratorio.


Pedro se imaginó de inmediato unas gafas de culo de vaso y el pelo recogido en una coleta tirante. Y claro, la proverbial bata blanca de laboratorio.


-Parece una dama interesante.


“Para los microscopios”, añadió para sus adentros.


-Estoy seguro de que te lo parecerá más todavía dadas sus circunstancias -aseguró Victoria con una leve sonrisa poco habitual en ella-. Cree que alguien está intentando matarla.


Aquella afirmación inesperada atrajo la atención de Pedro.


-¿Alguien?


-Cree que la amenaza contra su vida proviene del interior de la empresa de su padre.


-¿Y qué dice su padre al respecto? -preguntó él frunciendo el ceño.


-Está gravemente enfermo -explicó Victoria-. Su problema médico comenzó hace más de un año. Pero hará seis meses que guarda cama. Por lo que tengo entendido, entra y sale de un estado catatónico. Tal vez ni siquiera esté el tanto de los temores de su hija.


-¿Dónde está ahora la señorita Chaves?


-Escondida. Me ha dado una dirección en la que podemos encontrarla. Le gustaría encontrarse con alguno de nosotros lo antes posible.


Era imposible pasar por alto el escepticismo de las palabras de Victoria.


-¿No confías en ella? -le preguntó Pedro.


-No la conozco -respondió ella suspirando-. Antes de esto yo sólo había tenido contacto con su padre. Pero en el expediente tenemos una foto de ella tomada hace cinco años. Adrian la ha mantenido alejada de la prensa. Es hija única y la ha protegido mucho. Algo bastante lógico en un negocio tan despiadado como ése.


-Hay algo que no te encaja -sugirió Pedro al percibir su vacilación.


Victoria consideró aquella frase durante unos instantes.


-Esta agencia ha investigado a todos y cada uno de los trabajadores de Cphar. Todos están limpios. Por supuesto eso no quiere decir que ninguno haya hecho después algo malo.


Victoria se detuvo un momento para escoger cuidadosamente las siguientes palabras.


-Creo que mis dudas están más relacionadas con el pasado de la hija y con su resistencia a dar detalles que con cualquier otra cosa.


-Ahora sí que me pica la curiosidad - confesó Pedro alzando una ceja.


-Como te he dicho antes, es una joven brillante -se explicó ella-. Pero semejante nivel de inteligencia viene acompañado de otros problemas. Sociales, emocionales incluso. Ha llevado una vida muy escondida. Recuerdo que tuvo un problema cuando se iba a graduar en el instituto. Algún tipo de ataque. No duró mucho y seguramente tendría más que ver con lo joven que era que con cualquier otra cosa. Pero sin embargo, con el declive de la salud de su padre, me parece que este punto cobra importancia.


Pedro vio a lo que se refería. Si la dama tenía un historial de inestabilidad emocional, entonces el peso de la enfermedad de su padre podría ser superior a sus fuerzas.


-¿Dirige ella la empresa en su ausencia?


-Sí -respondió Victoria exhalando un suspiro-. Es la vicepresidenta primera. Si sufriera alguna crisis sería un desastre para Cphar en este momento tan crítico. Los accionistas y los mecenas que Adrian ha tardado una vida en conseguir la estarán vigilando muy de cerca. ¿Comprendes mi preocupación?


-Totalmente. Es mucha responsabilidad para alguien tan joven, aunque sea un genio.


-Exacto -corroboró Victoria afirmando con la cabeza-. Y si no me equivoco, social y sentimentalmente deber tener todavía menos de veintidós años. Estoy convencida de que no ha llevado una vida normal.


Algo de lo que había dicho Victoria le había llamado la atención.


-Dijiste que era vicepresidenta primera-. ¿Es que hay más de uno?


-Sí -respondió ella-. Esta mañana le he echado una ojeada al actual organigrama de la empresa. El doctor David Crane es el vicepresidente segundo. Por supuesto, como hija de Adrian, Paula está por encima de él.


David Crane. Pedro escuchó aquel nombre con incredulidad. 


La misma incredulidad que experimentaría alguien que creyera ver un fantasma. Y eso era exactamente Crane. Un fantasma del pasado.


-¿Y qué dice Crane al respecto? -preguntó casi balbuceando.


En su memoria se sucedieron fragmentos de recuerdos. 


Pistolas disparando, gente corriendo, muerte. Pedro apartó de sí aquellas imágenes.


Victoria lo observó con curiosidad al notar su breve distracción. No se le pasaba ni una.


-No he hablado con el doctor Crane. Le prometí a Paula que no me pondría en contacto con nadie de la empresa ni con las autoridades hasta que hubiéramos comprobado sus acusaciones. Algo que por supuesto no podemos hacer hasta que nos de más detalles, y Paula no nos los dará si no se encuentra contigo cara a cara.


Victoria inclinó la cabeza y observó atentamente a Pedro unos instantes más.


-¿Conoces al doctor Crane?


El consideró la posibilidad de decir que no, pero no quería mentirle a su jefa.


-Lo conocí. En otra vida.


-¿Deberíamos sospechar de él?


-No lo creo -aseguró Pedro negando con la cabeza-. Me salvó la vida en Iraq. Parecía recto como una flecha.


-Ya. ¿Estaba en el ejército contigo?


-No -respondió Pedro, todavía distraído debido a la coincidencia-. Era un científico al que habían capturado como rehén. Yo fui a liberarlo. Al salir me cubrió las espaldas e impidió que me dispararan.


-Entonces tal vez debería pedirle a otra persona que se ocupara de este caso -reflexionó Victoria-. No quiero que nada se interponga en el camino de la objetividad. Si hay alguna posibilidad de que Paula esté en lo cierto, Crane podría ser sospechoso.


-No hay de qué preocuparse –aseguró Pedro levantando las manos en gesto tranquilizador-. Hace casi diez años que no veo a Crane. Además, no sabemos si la señorita Chaves cree que es sospechoso. Pero aunque así fuera una vieja historia no empañará mi juicio. Te lo aseguro.


Transcurrieron unos segundos de tensión mientras Victoria sopesaba sus palabras. La precaución era una de sus principales armas.


-De acuerdo -dijo finalmente-. Pero si tu pasado común con Crane interfiere espero que sepas retirarte graciosamente.


-Me parece razonable -reconoció él-. ¿Qué quieres que haga?


Parecía que la joven necesitaba ayuda y las cosas podían ponerse feas. Pedro tendría que examinar cuidadosamente la situación antes de llegar a alguna conclusión. La reputación de las industrias farmacéuticas era muy frágil. Un movimiento en falso y todos los años de investigación, por no mencionar los millones de dólares invertidos, podrían irse al garete.


-Me ha dado el nombre de un motel en Kankakee, un pueblo pequeño situado a unos sesenta kilómetros al sur de Chicago. Quiero que hables con ella. Que determines si hay alguna posibilidad de que sus sospechas sean ciertas.


-¿Y si no lo son?


-Comprueba su historia y si tienes claro que es una joven inestable entonces conseguiremos de alguna manera que el doctor Melbourne le eche un vistazo antes de hacer nada más. No quiero arriesgarme innecesariamente a la mala prensa. La enfermedad de Adrian ya es del dominio público. Una cosa así podría arruinar el trabajo de toda su vida.


-¿Y si no quiere ver a Melbourne?


Pedro recordaba perfectamente al médico de sus pruebas de admisión. Aquel tipo era un genio. Si había algo que no estuviera en su sitio, él lo encontraría. Melbourne era bueno. El mejor.


-Bueno, entonces tendríamos que encontrar la manera de convencerla -aseguró Victoria mirándolo directamente a los ojos-. Dejando aparte lo que me has contado de Crane, te escogí a ti para esta misión por dos razones, Pedro.


Él le aguantó la mirada y esperó a que continuara hablando.


-Si hay algo de cierto en sus acusaciones quiero que esté protegida a toda costa. En segundo lugar, tu capacidad de persuasión en lo que a las damas se refiere no me ha pasado desapercibida. Estoy segura de que podrás convencer a la señorita Chaves para que vea las cosas bajo tu punto de vista.


-Haré lo que pueda -dijo Pedro sonriendo.


-Estoy segura de ello -respondió Victoria inclinándose hacia delante para entregar le un papel doblado-. Ésta es la localización. La llamaré al número que nos dejó para decirle quién va a ir. A ella le gustaría encontrarse contigo hoy a la una de la tarde. ¿Tendrás tiempo para prepararte?


-Me las arreglaré.


Eran las nueve de la mañana. Tenía tiempo de sobra para ir a su apartamento y guardar algunas cosas por si la misión le llevaba más de veinticuatro horas.


-Te llamaré en cuanto sepa algo -dijo guardándose el papel en el bolsillo.


Pedro se dirigió hacia la puerta haciendo una lista mentalmente de lo que iba a necesitar.


-Una cosa más -dijo la voz de Victoria a su espalda-. Dado que no conozco personalmente a Paula, siempre existe la posibilidad de que se trate de una impostora que pretenda crearle problemas a Cphar. Podría tratarse de una antigua empleada con sed de venganza.


-Es posible -reconoció Pedro.


-No la pierdas de vista ni un segundo. Si es Paula Chaves, quiero que la protejas. Y si no lo es, quiero asegurarme de que no representa ninguna amenaza para la auténtica Paula.


-Así lo haré.


Pedro salió del despacho de Victoria sintiendo un nudo incómodo en la garganta.


Había algo en todo aquel asunto que no le encajaba. Victoria también lo veía así, y por eso quería tomar tantas precauciones. Un temor desconocido y a la vez familiar le atravesó el cuerpo. Ya había pasado una vez por una situación en la que había demasiadas variables. En aquella ocasión la cosa terminó mal y estuvo a punto de costarle la vida.


Esta vez no bajaría la guardia. Por muy dulce e inocente que pareciera Paula Chaves no confiaría en ella hasta que estuviera absolutamente seguro de poder hacerlo.


Tendría que demostrarle más allá de cualquier sombra de duda que le estaba diciendo la verdad.