jueves, 27 de octubre de 2016

PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 4





“Por favor, Dios”, rezó Paula Chaves en silencio. “No dejes que se dé cuenta de que la pistola no está cargada”.


-Le he dicho que baje el arma -le repitió a aquel hombre alto de aspecto peligroso que estaba al otro lado de la habitación.


-¿Por qué no tira usted la suya? -sugirió él con voz calmada-. Después yo haré lo mismo.


Paula tembló al escuchar el sonido de su voz. Era suave pero letal. ¿Qué debía hacer? Había esperado que él obedeciera su orden. Eso era lo que ocurría siempre en las películas.


No tenía elección. Apretando los dientes para reunir valor, echó hacia atrás el seguro y ladeó la pistola, como le había visto hacer a Clint Eastwood. El clic resonó por toda la habitación.


-Baje el arma ahora -repitió con toda la autoridad que fue capaz de demostrar.


El hombre, que debía ser efectivamente Pedro Alfonso, se la quedó mirando durante dos interminables segundos antes de obedecer. Ella respiró por fin cuando lo vio dejar la pistola encima de la cama. Gracias a Dios.


-Y ahora, identifíquese -le recordó.


-Tranquila, señorita.


Pedro abrió la solapa izquierda de su chaqueta de cuero para mostrarle que no tenía nada que ocultar y metió dos dedos en el bolsillo interior. Su mirada inquisidora no la abandonó ni un momento mientras sacaba la cartera de cuero negro que contenía sus credenciales. La arrojó sobre la cama sin apartar la vista de ella. Paula era consciente del aspecto que tenía pero no podía evitarlo. Los vaqueros y la camiseta que le dejaba el ombligo al descubierto eran lo más adecuado dadas las circunstancias. El hecho de que la ropa estuviera limpia fue lo único que le preocupó cuando la canjeó. Con el pelo suelto en lugar de recogido con su moño habitual y con aquella ropa dudaba mucho que alguien pudiera reconocerla. Ni siquiera su amado prometido.


Y precisamente de eso se trataba.


Sin apartar la vista del hombre del que sólo la separaba el colchón de la cama, Paula agarró la cartera. La abrió y miró de reojo la identificación con fotografía de la Agencia Colby. 


Pedro Alfonso. Treinta y cuatro años. Cabello y ojos oscuros. 


Paula miraba alternativamente a la fotografía y al hombre que tenía delante. Tenía el cabello muy largo recogido en una coleta y los ojos de un marrón cobrizo realmente poco común. Se le formó un nudo en la garganta. Un hombre de aquel tamaño podía hacer mucho daño si quisiera.


-¿Contenta? -preguntó él.


Pau asintió con la cabeza y bajó el arma.


-Lo lamento, pero no puede imaginarse el miedo que he pasado.


Sintiéndose de pronto muy débil, la joven dejó caer la pistola y la cartera encima de la cama.


-Me alegro de que esté aquí.


Pedro agarró su arma, la guardó en la cinturilla de sus pantalones y luego examinó la de ella tras guardarse de nuevo la cartera con las tarjetas.


-¿Sabía usted que esta pistola no está cargada? -le preguntó mirándola con penetrante fiereza.


Paula se sentó en una esquina de la cama. Estaba demasiado cansada para explicarle todo.


-Sí -admitió-. No tenía nada más para cambiar por las balas.


-¿Cambiar? ¿De qué demonios está hablando? -preguntó Pedro taladrándola con los ojos.


-Tuve que salir huyendo sin dinero ni tarjetas -respondió ella encogiéndose de hombros con gesto agotado-. Conocí a un hombre en un callejón cerca de la estación de autobuses que me dio una pistola a cambio de mi Rolex. Ya había canjeado el anillo de compromiso por un billete de autobús que me sacara de Chicago y los zapatos por esta ropa y las zapatillas de deporte, así que no me quedaba nada más.


-Me está tomando el pelo, ¿verdad?


-No tuve elección -respondió Paula sacudiendo la cabeza con indignación.


¿A qué venía tanta historia? Aunque no podía precisar el valor de su anillo de compromiso bien pudiera ser tan falso como su prometido.


La chica que se llevó los zapatos fue sin duda la que salió ganando. Después de todo, eran de Gucci. El vestido también era de marca pero estaba inservible, así que tuvo que arrojarlo en un contenedor de basura. Aquellos recuerdos tan horribles que había mantenido aparcados durante setenta y dos horas comenzaban a sucederse en su cabeza.


Le dolía el estómago. Había habido mucha sangre.


El tío Roberto estaba muerto.


Paula luchó contra las lágrimas que amenazaban con salir. 


Tenía que ser fuerte, tenía que volver con su padre. Su vida, ya de por sí frágil, podía correr también peligro. Todo lo demás daba igual: Tenía que conseguir ayuda para recuperar su vida y asegurarse de que él no le hiciera daño a su padre.


Aquel hombre, Pedro Alfonso, la miró con algo nuevo reflejado en los ojos. ¿Sería tal vez compasión? Paula sintió una oleada de indignación en la boca del estómago. No necesitaba su compasión, sino su experiencia como investigador.


-¿Cuándo comió por última vez? -le preguntó preocupado.


Pau pensó en ello durante un instante y luego se acordó. Los últimos tres días habían supuesto un torbellino de imágenes y de situaciones.


-El hombre de la recepción me dio una bolsa de cacahuetes y un refresco esta mañana cuando me registré -admitió-. Se lo agradecí mucho, teniendo en cuenta que no tenía dinero.


-¿De veras? -preguntó Pedro alzando una ceja con gesto desconfiado-. ¿Y cómo pagó al hacer la reserva?


-Le dije que el hombre al que estaba esperando le pagaría. Al parecer es lo habitual en este sitio.


Pedro dejó escapar un suspiro de impaciencia y comenzó a rascarse la barbilla mientras decidía qué hacer con ella. 


Finalmente, como si hubiera perdido la batalla contra su propio sentido común, sacudió la cabeza.


-Vayamos a comer algo. Luego hablaremos.


-No creo que sea muy inteligente salir de la habitación hasta que lleguemos a un acuerdo -respondió Paula negando rotundamente con la cabeza-. ¿No puede llamar para que nos suban algo?


Pedro endureció la expresión de su rostro, se acercó a la mesilla de noche y abrió el cajón. Tras sacar la guía telefónica y consultar las páginas amarillas, le preguntó:
-¿Pizza?


-Sí -respondió ella de inmediato sintiendo cómo le rugía el estómago.


No era su comida favorita, pero sin duda le vendría bien. 


Estaba hambrienta.


-Llegará en veinte minutos -dijo Pedro tras pedirla, colgar el teléfono y tomar asiento en la única silla que había en la habitación.


Sin dejar de mirarla con sus ojos escrutadores, decidió comenzar a tutearla.


-Sé quién es tu padre y conozco casi todo lo que tengo que saber respecto a la empresa Cphar. Pero necesito que empieces por el principio y me cuentes por qué crees que quieren matarte.


-No es que lo crea -respondió Pau furiosa por su apatía-. Lo sé.


La joven dejó escapar un profundo suspiro y decidió contarle la versión abreviada de la historia.


-Cinco años atrás mi padre comenzó un nuevo proyecto de investigación con otro científico, el doctor Kessler. A medida que avanzaba la investigación, el doctor Kessler consiguió avances extraordinarios. Y entonces, hace dos años, otro científico se unió al proyecto. Con su ayuda se alcanzaron resultados espectaculares.


Paula estaba muy cansada. No podía demostrarse nada de lo que estaba a punto de decir. ¿Cómo iba a pretender que un desconocido lo aceptara? ¿Y cómo era posible que hubiera ocurrido? Su padre había sido siempre muy cuidadoso. ¿Cómo podría convencer al hombre que tenía delante de que la historia que iba a contarle era rigurosamente cierta? Pero tenía que conseguir que la ayudara. Su padre confiaba en Victoria Colby. Y si ella había enviado a aquel hombre, tendría que fiarse. Pero no podía contarle absolutamente todo. Todavía no. Si se lo soltaba de golpe no la creería. Había cosas que la gente necesitaba ver con sus propios ojos.


Pau se acarició las sienes y estiró el cuello antes de continuar.


-Hace aproximadamente un año hubo un enfrentamiento entre los dos investigadores principales y el doctor Kessler se fue. Ahora, el proyecto que lleva su nombre está a punto de subir el siguiente peldaño: Probarlo en sujetos humanos.


-¿Kessler está completamente retirado del proyecto? -quiso saber Pedro.


-No quiere saber absolutamente nada de Cphar -aseguró Paula asintiendo con la cabeza-. Incluso renunció a su parte de las acciones.


Aquella revelación no pareció impresionar a su impasible invitado.


-El fármaco que han creado es un agente quimioterapéutico que neutraliza literalmente las células cancerígenas -continuó al ver que Pedro no le preguntaba nada más-. Se llama Cellneu.


Paula percibió un ligerísimo cambio en sus ojos oscuros. 


Incluso ella estaba impresionada con aquel fármaco.


-Impresionante, ¿verdad?


-Y muy valioso -sugirió él.


-Mucho.


Aquella única medicina multiplicaría por mil la fortuna de los laboratorios Cphar y tenía el potencial de salvar innumerables vidas humanas.


-Aunque hay un problema -añadió Jenn.


Pero se detuvo antes de continuar. No tenía absolutamente ninguna prueba de lo que estaba a punto de decir.


Pedro la observó durante unos instantes sopesando lo que le había contado hasta el momento.


-¿Por eso crees que alguien intenta matarte? ¿Para robar el nuevo fármaco?


Ella negó con la cabeza.


-Alguien está intentando matarme porque yo sé algo que él no quiere que sepa -se explicó.


-No me tengas en vilo -le pidió Pedro haciéndole un gesto para que continuara.


Paula se humedeció los labios. Era consciente de cómo iba a sonar aquello. Lo único que esperaba era que la creyera.


-El fármaco tiene un fallo. A la larga puede ser peligroso para los humanos. Creo que ésa fue la razón por la que Kessler se apartó del proyecto.


-¿Puedes demostrarlo?


Ella suspiró. Aquél era el punto crucial. Entonces se puso de pie y se llevó enérgicamente las manos a la cintura. No tenía ninguna prueba. Sólo la palabra de un hombre moribundo.


-No puedo demostrarlo pero sé que es verdad -aseguró nerviosa-. Lo sé porque mi tío, que trabajaba en el proyecto y en el que yo confiaba plenamente, me lo dijo en su último aliento.


-¿En su último aliento? -preguntó el detective alzando una de aquellas cejas espesas.


-Mi prometido lo asesinó. Y también me habría matado a mí, pero yo me escapé.


-¿Dónde ocurrió todo esto? -preguntó Pedro apoyando los codos en las rodillas-. ¿Hubo algún testigo?


-En la ermita en la que yo estaba a punto de casarme -respondió ella tratando de apartar de la mente la imagen de Roberto muerto en el suelo-. No hubo testigos. Queríamos celebrar la boda casi en secreto. Las demás personas presentes trabajaban para mi prometido. Incluso el oficiante de la ceremonia.


Paula recordaba perfectamente cómo se había quedado impasible mientras aquel hombre se la llevaba a rastras.


Pedro se inclinó hacia ella. Era un gesto intimidatorio. Pero Pau se mantuvo firme.


-Así que estabas en aquella ermita, vestida de novia y preparada para caminar hacia el altar cuando tu prometido intentó matarte -recopiló como si estuviera hablando del tiempo-. Pero te escapaste. ¿Es eso lo que estás diciendo?


No la creía. Paula sintió una oleada de furia. No tenia ninguna razón para mentir, ¿es que no se daba cuenta?


-Básicamente sí -respondió con tirantez-. Me falta decirte que ordenó a uno de sus hombres que me matara. Me sacó de la ermita y me llevó al bosque. Me obligó a mirar mientras él cavaba una fosa. Y cuando decidió divertirse un rato antes de matarme, me las arreglé para agarrar la pala. Lo golpeé con todas mis fuerzas y salí corriendo lo más deprisa que pude. Sin mirar atrás -concluyó sintiendo un escalofrío.


-De acuerdo -dijo Pedro con expresión neutra-. ¿Por qué no me das el nombre de tu prometido? Llamaré a un policía amigo mío de la ciudad y le diré que detenga a ese tipo. No nos llevará mucho tiempo descubrir la verdad.


-¡No podemos llamar a la policía! -exclamó Pau sintiendo un escalofrío de terror.


-¿Por qué no? -preguntó el detective inclinando ligeramente la cabeza para observarla desde otro ángulo-. Ha dicho que mató a tu tío y que intentó que te asesinaran también a ti.


Ella se mordió el labio inferior. No podía dejarle que llamara a la policía.


-Él... tiene a mi padre. Si lo investigan pero no lo detienen sé que lo matará. Por favor -dijo acercándose al detective y agarrándolo de la chaqueta-. Por favor, no quiero 
arriesgarme a ponerle las cosas más difíciles a mi padre. 
Tienes que ayudarme.


Durante una décima de segundo aquellos ojos oscuros parecieron suavizarse.


-Dime el nombre de ese prometido tuyo que tanto te asusta y veré lo que puedo hacer.


Paula asintió con la cabeza y contuvo las lágrimas que amenazaban con caerle.


-Se llama David Crane. El doctor David Crane.




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