sábado, 17 de septiembre de 2016
EL ANONIMATO: CAPITULO 32
Desgraciadamente, cuando Paula regresó al rancho, Karen la recibió con más malas noticias.
—Esteban y Pedro han tenido que marcharse a las colinas porque parte del ganado rompió una valla y han tenido que ir para recogerlo. No espero que vuelvan esta noche. Yo me habría ido con ellos, pero alguien tenía que quedarse aquí para cuidar de los caballos.
—Eso unido al hecho de que seguramente Esteban no te dejó acompañarlos.
—Tienes razón. Se puso muy pesado al respecto y le dejé ganar en esta ocasión porque alguien tenía que quedarse aquí. Sabía perfectamente que Guillermo te habría pedido que regresaras a Los Ángeles para solucionarlo todo.
—Eso podría haber esperado.
—Sabes que no. Es mejor solucionarlo antes de que los fotógrafos decidan venir aquí. ¿Cuánto crees que van a tardar en acudir a tu pueblo natal?
—Tienes razón. Bueno, es mejor que suba para hacer las maletas. Tal vez tenga que marcharme esta misma noche, para poder tener tiempo de hablar con mi publicista antes de la rueda de prensa de mañana. ¿Estás segura de que Pedro y Esteban no regresarán esta noche?
—No lo creo.
Paula llamó al aeropuerto y reservó la misma avioneta que la había llevado hasta allí. Decidió que llamaría a su publicista desde el avión. Cuando estaba lista para marcharse, le dio un fuerte abrazo a Karen.
—Por favor, haz todo lo posible por mantener a Pedro alejado de la prensa y de la televisión mañana. Tengo que explicárselo todo yo misma.
—Haré lo que pueda. Recuerda, la cabeza bien alta y espíritu de lucha. Cuando hayas terminado, podrás olvidarte de esto de una vez por todas… si es eso lo que deseas.
—Lo es —le aseguró Paula, fervientemente.
Solo rezaba para que todo saliera según el plan y que pudiera disfrutar del hombre que amaba cuando regresara a Winding River.
Cuando Pedro y Esteban regresaron al rancho dos días después, los dos estaban cansados y sudorosos. Lo único que Pedro quería era una larga ducha, algo de comer y un buen descanso, junto con un par de dulces besos de Paula. Desensilló el caballo y se dirigió corriendo a su casa. No había nada que deseara más.
—Ven a comer algo antes de que te metas en la cama —le dijo Esteban—. Me imagino que Paula estará allí, por si esto te anima.
—Claro que sí.
La había echado tanto de menos en aquellos dos días…
Nunca antes, a excepción de con su madre, había sentido unos vínculos tan fuertes con una persona. Sin embargo, sentía que ni siquiera el teléfono hubiera satisfecho la necesidad de estar en contacto con Paula. De hecho, ya no podía pasar ni un segundo más sin verla y sin estrecharla entre sus brazos.
Se fue corriendo a su casa, se duchó, se puso ropa limpia y se fue corriendo a la casa principal. Karen lo saludó con una sonrisa.
—Debes de estar muerto de hambre. Tengo el desayuno casi preparado. Siéntate. Esteban bajará enseguida.
—¿Dónde está Paula? —preguntó, al no verla.
Al escuchar la pregunta, algo así como un gesto de culpabilidad cruzó el rostro de Karen.
—Tuvo que marcharse inesperadamente.
—¿Cuándo?
—El mismo día que Esteban y tú os marchasteis para recoger el ganado.
—¿Y adonde se ha ido?
—A Los Ángeles. Pensó que podría regresar ayer mismo, pero no ha podido ser. Llamó anoche. Espera regresar esta noche.
—¿Tiene esto algo que ver con ese Guillermo? —quiso saber Pedro, con voz tensa.
Karen se mantuvo de espaldas, centrando toda su atención en el beicon que estaba friendo.
—Dejaré que ella te lo explique todo cuando regrese.
Esperaba hablar contigo anoche, por lo que se desilusionó mucho porque no hubieras regresado.
—Gracias por ofrecerme el desayuno —dijo Pedro, poniéndose en pie de repente—, pero tengo que marcharme.
—No te vayas. La comida está lista.
—No tengo apetito. Necesito dormir más que comer.
Mientras regresaba a su casa, analizó su grosero comportamiento. No tenía ningún derecho a tratar a Karen de aquel modo solo porque estuviera desilusionado… Más bien se sentía furioso porque Paula se hubiera marchado en cuanto él le había dado la espalda. Seguramente estaba tan agotado que estaba exagerando las cosas. Confiaba en Paula, ¿no? Por supuesto. Ella nunca le había dado razón alguna para que pensara lo contrario. No había razón para preocuparse.
EL ANONIMATO: CAPITULO 31
Paula se tomó la mañana libre para ir a Winding River.
Después de la conversación que había tenido con Pedro, quería hablar con Emma. Aunque todas sus amigas eran muy sensatas, Emma era la menos romántica. Paula la había llamado al alba, dado que la abogada seguía madrugando mucho, y habían acordado reunirse para desayunar en el restaurante de Stella.
Cuando Emma entró, Paula ya la estaba esperando. Stella ya le había preparado un café y le había dejado su habitual desayuno de cereales y un plátano.
—¿Tan previsible soy? —le preguntó a Paula.
—Creo que todas lo somos —respondió, postrándole un bol de fresas—. Creo que después de todos estos años, si tratáramos de cambiar, probablemente daríamos un susto tan fuerte a Stella que se tendría que retirar.
—Bueno, al menos es saludable —dijo Emma, tomando la cuchara—. Bueno, no creo que me hayas llamado a las seis solo para disfrutar de mi maravillosa compañía. Ayer estabas bien cuando te vi, así que, evidentemente, ha ocurrido algo. Cuéntamelo.
—Eso es lo que me gusta sobre ti. Eres tan compasiva…
—No me has llamado para que te dé compasión, sino para que te dé consejo, ¿me equivoco?
—No.
—Y no puedo dártelo si no me cuentas el problema.
—De acuerdo, de acuerdo. Tal vez haya cometido un terrible error con Pedro y no sepa cómo arreglarlo.
—¿Qué clase de error? No te estará maltratando, ¿verdad?
—Por supuesto que no —replicó, aunque sabía que aquel era el mayor temor de Emma por todos los casos de violencia doméstica a los que se había enfrentado—. En realidad, es algo que hice yo. O que no hice, más bien.
—No te entiendo.
—Le he ocultado cosas. Ya te dije antes que nunca le hablé sobre mi carrera cinematográfica en Hollywood.
Aparentemente, no le gustan las películas, así que sigue sin tener ni idea de a lo que me dedicaba cuando vivía en California.
—¿Y crees que se va a poner furioso cuando se dé cuenta de que lo has engañado? Seguramente tienes razón.
—Gracias. Eso es precisamente lo que necesitaba escuchar.
—Me has pedido mi opinión. Te dije hace mucho tiempo que no era buena idea guardar esa clase de secretos.
—Es solo que estoy tan cansada de ser Paula Chaves, la superestrella… Karen y yo pensamos que sería buena idea que yo le ocultara mi verdadera identidad al principio, para que Pedro pudiera conocerme a mí. No se enteró de mi apellido hasta anoche.
—¿Te estabas acostando con un hombre que ni siquiera sabía tu apellido? —preguntó Emma, incrédula.
—Ya sabes cómo son las cosas. Al principio no se lo dije porque temía que le hiciera reaccionar. Resulta que se lo digo y sigue sin tener ni idea. Si se lo digo ahora, con la opinión que tiene sobre el dinero y el poder, me temo que se terminará todo.
—De acuerdo, creo que ya has tenido tiempo de asegurarte que no va tras de ti por tu dinero. Tienes que decirle la verdad, Paula. Y cuanto antes mejor. No me puedo creer que no se haya enterado aún.
—Probablemente porque vosotras sabéis que quiero dejar Hollywood y la gente que vive aquí se ha acostumbrado a recordarme tal y como era, sin los aires de grandeza de las personas famosas.
—Sé que eso es cierto, pero… sigues siendo tú. ¿Cómo es que nadie de afuera te ha reconocido y te ha pedido un autógrafo mientras Pedro estaba delante?
—Sin el maquillaje no soy «yo». Ni siquiera los forasteros me reconocen, aunque una vez un tipo me miró con una expresión atónita, como si le sonara mi cara, pero no supiera de qué.
—Sigo diciendo que has tenido suerte de poder ocultarlo durante tanto tiempo. Díselo, Paula. Explícale por qué es tan importante que te acepte tal y como eres. Si no, va a creer que se lo ocultaste deliberadamente para burlarte de él.
—Yo no sería capaz de hacer eso.
—Claro que no, pero tal vez él no lo quiera pensar así cuando descubra la verdad. Mira, entiendo que quieras ser simplemente tú misma y encerrar esa parte de tu vida en un armario, porque yo misma tuve mucha atención de los medios de comunicación cuando trabajaba en Denver. Estuvieron a punto de destruir lo que Fernando y yo estábamos construyendo. Mi error fue tratar de enterrar el pasado en vez de compartirlo con Fernando para que pudiéramos enfrentarnos a ello.
En aquel momento, el teléfono móvil de Emma empezó a sonar. Seguía llevándolo, aunque lo utilizaba más moderadamente que al principio. Solía llevarlo para que Fernando o Catalina pudieran hablar con ella.
—Para ti. Es tu agente —dijo Emma.
—Guillermo —replicó Paula, incrédula— ¿qué diablos estás haciendo llamándome al teléfono móvil de Emma?
—Llamé al rancho. Cuando le dije a Karen que era urgente que hablara contigo, ella creyó que sería la manera más rápida de localizarte.
—¿Qué puede ser tan urgente?
—Prepárate. En los últimos días, varios periodistas me han preguntado por tu paradero.
—¿Qué les has dicho? ¿Por qué me están buscando?
—No les he dicho nada. De hecho, me he esforzado todo lo posible en indicarles la dirección equivocada, pero es posible que me haya salido mal.
—¿Cómo?
—Están más decididos que nunca a encontrarte. Creen que hay algún secreto, que estás enferma o que estás encerrada en un centro de rehabilitación para drogadictos o algo por el estilo. Una revista se enteró de que habías rechazado una fortuna por esa nueva película. Ahora, todo el mundo quiere saber por qué.
—¡Dios mío! ¿No puedes emitir un comunicado de prensa?
—Puedo intentarlo, pero no van a descansar hasta que te vean en persona. Creo que deberías volver, dar una rueda de prensa y terminar con los rumores. Sería mejor que dejar que te localizaran, al menos si piensas conservar tu intimidad.
—De acuerdo —respondió Paula, después de pensarlo un poco—. Regresaré. Llama a mi publicista y explicarle lo que está pasando. Prepara una rueda de prensa para mañana a la una en tu despacho. Yo volaré mañana por la mañana y me marcharé inmediatamente después. No habrá entrevistas individuales.
—Estupendo. Yo me ocuparé de todo. De verdad creo que esto es lo mejor.
—Espero que tengas razón.
Lo único que tenía que hacer era encontrar a Pedro y explicárselo todo antes de marcharse. Tenía que saber la verdad antes de que apareciera en la portada de todas las revistas del país. Ocultárselo estaba fuera de toda cuestión.
Cuando colgó el teléfono, se lo explicó todo a Emma.
—Estás haciendo lo correcto —afirmó ella—. Ahora, ve a casa y cuéntaselo a Pedro. Tal vez incluso puedas convencerlo para que te acompañe. Con un hombre tan guapo a tu lado, nadie se cuestionará que hayas decidido dejar Hollywood. Además, a todo el mundo le encantan las historias de amor. Tú has protagonizado muchos éxitos con ellas.
EL ANONIMATO: CAPITULO 30
En media hora, realizó todas las llamadas. Gina prepararía lasaña y Carla llevaría un pastel de chocolate que había preparado Stella.
—Quiero que estés aquí dentro de una hora —le dijo a Emma—. Ni un minuto más.
—Tengo que reunirme con un cliente dentro de una hora.
—¿Se está muriendo?
—No.
—¿Está a punto de ser acusado de asesinato?
—No, pero…
—En ese caso, puede esperar. Ven pronto y compra unos globos por el camino. Y helado de chocolate —añadió, antes de colgar.
Satisfecha sobre cómo había organizado la improvisada celebración, Paula puso la mesa y luego fue al porche para esperar a que llegaran sus amigas.
Emma fue la primera en llegar. Salió del coche con un montón de globos, una bolsa con una barra de helado y una expresión decidida en el rostro.
—¿A qué se debe todo esto? —preguntó mientras entraban en la cocina y metía el helado en el congelador.
—Ya lo verás.
—Dímelo ahora o muérete.
—¿Es esa manera de que hable una abogada?
—Lo es cuando una amiga me está guardando un secreto.
—Calla y ayúdame a colocar los globos para que todo esté más festivo.
—¿Quién va a venir?
—Las de siempre.
—¿Has conseguido que Carla y Gina dejen sus trabajos a mediodía? ¿Cómo lo conseguiste? ¿Con un chantaje?
—Nada de eso. ¿Cuándo has visto que ninguna de nosotras pudiera resistirse a una fiesta?
—¿Es la fiesta en honor de Karen?
—Tal vez.
—¿Qué estamos celebrando? ¿Un niño? —exclamó, abriendo mucho los ojos—. Es eso, ¿verdad? ¿Karen va a tener un niño?
—Mis labios están sellados.
—¿Seguirán estando sellados si empiezo a hacerte cosquillas? Antes no podías resistirte.
—Pues ahora sí —replicó, aunque empezó a andar hacia atrás por si acaso.
—En ese caso, no te importará si pruebo.
Paula empezó a gritar mientras Emma trataba de agarrarla.
Salió corriendo del comedor y estaba corriendo por toda la casa cuando Gina entró y se detuvo justo a tiempo para evitar que la lasaña terminara sobre la alfombra del salón.
—¡Ayúdame! —suplicó Paula, riéndose como una loca—. Tengo una loca persiguiéndome.
—¿Por qué te persigue Emma? —quiso saber Gina, también riendo.
—Porque no quiere decirme qué estamos haciendo todas aquí hoy —respondió la abogada.
—Es un buen incentivo. Creo que dejaré esto en la cocina y me uniré a la caza.
—¡Un momento! —gritó Karen —. Quietas antes de que me tiréis todos los muebles. Yo os lo diré.
—Hasta que Carla llegue, no —dijo Paula—. No es justo dejarla fuera.
—¿Dejarme fuera de qué? —preguntó Carla, entrando por la puerta con una enorme caja.
—Adelante —dijo Paula.
—Como si fuera a ser una sorpresa —comentó Karen—. De acuerdo. Un redobla de tambor, por favor. Voy a tener un niño.
Los gritos de felicidad llenaron la casa. Sin embargo, antes de que las demás pudieran abrazarla, Karen lanzó una picara mirada a Paula y añadió:
—Y Paula está enamorada.
Después de eso, se produjeron tantas preguntas y tantos abrazos que Paula se sintió mareada. Entonces, agarró a Karen y la alejó del bullicio.
—Esto no puede ser bueno para el bebe Venga, siéntate. Yo terminaré de prepararlo todo —dijo—. Y me encargaré de devolverte la jugarreta.
—Estoy segura de ello —comentó Karen, riendo.
Pedro se pasó el día entero recordando su conversación con Esteban. Aquella noche, cuando se reunió con Paula en su casa para cenar, no la había olvidado.
Tal vez porque ella estaba de muy buen humor, llegó a la conclusión de que había llegado el momento de hablar del futuro, al menos en términos abstractos.
Cuando terminaron de fregar y se sentaron en el porche, él la miró fijamente. A la suave luz del atardecer, tenía una piel radiante. Al contrario de muchas pelirrojas, no tenía pecas en el rostro. Era pálido como la crema, sin duda debido a la crema de protección solar que ella se aplicaba constantemente cuando estaban fuera. Llevaba el cabello recogido en una coleta, de la que se le escapaban ligeros mechones que parecían acariciarle las mejillas y la nuca. Sin duda, era la mujer más hermosa que había visto nunca.
De repente, se dio cuenta de que ella lo estaba observando con una sonrisa en los labios.
—¿Qué pasa?
—Eso es lo que yo debería preguntarte a ti. Me estabas mirando como si yo fuera un espécimen exótico sobre el que tuvieras que hacer un estudio.
—Sabes que es así. Eres la criatura más exótica que he conocido nunca. Sensual y misteriosa. Algunas veces tengo que preguntarme si te conozco.
—Claro que me conoces —dijo ella mientras se le reflejaba un gesto de alarma en el rostro que duró solo un segundo y que pasó desapercibido para Pedro—. De hecho, podríamos hablar de cada centímetro de mi cuerpo.
—Estoy hablando de algo más que de sexo.
—De acuerdo. ¿Qué es lo que querías saber?
—Comencemos con algo sencillo —respondió Pedro—, ¿te das cuenta de que en todas estas semanas nunca me has dicho tu apellido?
Aquella vez, el pánico se apoderó de ella. Una vez más, fue pasajero. Pedro observó y esperó, viendo cómo ella no parecía encontrar las palabras. ¿Qué le pasaba al apellido?
La mayoría de la gente lo sabía desde la primera cita.
—Chaves. Me llamo Paula Chaves.
—Lo has dicho como si hubiera una especie de secreto al respecto —dijo él, asombrado por su reacción.
—No, no, claro que no. Supongo que no me había dado cuenta de que nunca te lo había dicho. Resulta extraño cómo una se puede olvidar de algo como eso si no se dice desde el principio, ¿verdad? ¡Qué vergüenza que nos hayamos acostado juntos sin que tú supieras quién era yo…!
Pedro nunca la había visto tan nerviosa. Solo le había preguntado el apellido. Estaba seguro de que se le estaba pasando algo por alto, algo importante, pero decidió esperar a que ella estuviera menos nerviosa.
—Venga aquí, señorita Paula Chaves. Conozcámonos —bromeó.
La sonrisa que ella le dedicó valió que sacrificara el resto de las preguntas. Paula se le sentó en el regazo y apoyó la cabeza en el hombro con un suspiro de felicidad.
—Esto es maravilloso —susurró.
Así era. De hecho, a Pedro le parecía que era mucho más que maravilloso. En realidad, era perfecto. Al menos lo sería si no tuviera aquella extraña sensación en el estómago de que, tarde o temprano, todo le iba a estallar en plena cara.
Durante unos minutos, Paula había creído que el corazón iba a saltarle del pecho. Cuando Pedro la presionó para que le dijera su apellido, el temor se había apoderado de ella.
Había necesitado todo el valor que poseía para decirlo en voz alta.
Cuando se hizo evidente que el nombre no significaba nada para él, pudo volver a respirar. Evidentemente, Pedro no seguía las películas de moda ni los cotilleos sobre famosos.
Se había olvidado de que aún existían personas así en el mundo.
Entonces, ¿por qué no le había contado el resto? Tal vez no hubiera comprendido lo que significaba ser actriz. Era tan ajeno a aquel mundo que tal vez hubiera aceptado su pasado tan fácilmente como si le hubiera dicho que también había sido contable.
El pánico le había impedido reaccionar y el instante había pasado. En aquellos momentos, entre sus brazos, casi podía convencerse de que eso no importaba, de que todo iba a salir bien.
—Bueno —comenzó él, acariciándole suavemente la mejilla—, ¿dónde ves que va esto?
—¿Esto?
—Tú y yo.
—Sinceramente, he sido tan feliz con lo que somos, que no he pensado adonde nos podía llevar. ¿Y tú?
—Hasta hoy, no.
—¿Qué ha ocurrido hoy?
—Esteban me preguntó si tenía intención de casarme contigo.
—¿Y qué le respondiste tú? —preguntó Paula, con el corazón en la garganta.
—Lo mismo que has dicho tú, que no había pensado en algo a tan largo plazo. Bueno, ¿qué te parece? ¿Deberíamos pensar en ello?
—Solo si tú quieres. Yo no tengo prisa.
—Mentirosa —susurró él—. Sospecho que eres la clase de mujer que nació ya con prisas.
—Eso no es cierto. Bueno, tal vez sí —musitó, recordando su vida en los últimos años— pero ya no. He aprendido a vivir al día, a vivir los placeres de la vida y saborearlos. Como por ejemplo eso —añadió señalando una espectacular puesta de sol— ¿has visto alguna vez algo más hermoso?
—Sí… Tú.
—Me dices unas cosas maravillosas. ¿Cómo es posible que tenga tanta suerte?
—¿Crees que eres tú la que tiene suerte? —preguntó Pedro, sorprendido.
—Sé que sí. Regresé aquí esperando, no, más bien rezando encontrar lo que siempre me había faltado en la vida y aquí estás tú. Así de fácil.
—Así de fácil, ¿eh?
—Bueno, tal vez no tan fácil. Tuvimos que superar una cierta animosidad, desconfianza… y tu orgullo.
—¿Mi orgullo?
—Bueno, aquel día que me encontraste con Medianoche te mostraste algo arrogante.
—¿Y tú no?
—¿Yo? Fui dócil como un cordero.
—¡Vaya, vaya! Veo que tienes memoria selectiva, pero no me importa mientras recuerdes una cosa.
—¿De qué se trata?
—Que me perteneces.
—¿Qué te pertenezco? —repitió ella, entornando la mirada.
—Vale. He elegido mal las palabras. No quería decirlo en un sentido posesivo, sino de compromiso.
—¿Quieres que firmemos un compromiso?
—Sí, creo que sí.
—¡Vaya respuesta tan firme! —protestó ella, en tono de broma—. ¿Quieres o no?
—Sí, tesoro. Claro que quiero.
—¿Se trata de la clase de compromiso en el que acordamos no ver a nadie más en el futuro próximo o se trata del de «vivieron felices y comieron perdices»?
—Empecemos con el futuro próximo y ya veremos después. ¿Te parece bien?
A Paula le parecía estupendamente. Se podía imaginar un futuro próximo que durara toda una eternidad. Estaba segura de que, sin mucho esfuerzo, podría hacer que Pedro lo comprendiera también… si su pasado no salía a la superficie y lo estropeaba todo.
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