sábado, 17 de septiembre de 2016
EL ANONIMATO: CAPITULO 31
Paula se tomó la mañana libre para ir a Winding River.
Después de la conversación que había tenido con Pedro, quería hablar con Emma. Aunque todas sus amigas eran muy sensatas, Emma era la menos romántica. Paula la había llamado al alba, dado que la abogada seguía madrugando mucho, y habían acordado reunirse para desayunar en el restaurante de Stella.
Cuando Emma entró, Paula ya la estaba esperando. Stella ya le había preparado un café y le había dejado su habitual desayuno de cereales y un plátano.
—¿Tan previsible soy? —le preguntó a Paula.
—Creo que todas lo somos —respondió, postrándole un bol de fresas—. Creo que después de todos estos años, si tratáramos de cambiar, probablemente daríamos un susto tan fuerte a Stella que se tendría que retirar.
—Bueno, al menos es saludable —dijo Emma, tomando la cuchara—. Bueno, no creo que me hayas llamado a las seis solo para disfrutar de mi maravillosa compañía. Ayer estabas bien cuando te vi, así que, evidentemente, ha ocurrido algo. Cuéntamelo.
—Eso es lo que me gusta sobre ti. Eres tan compasiva…
—No me has llamado para que te dé compasión, sino para que te dé consejo, ¿me equivoco?
—No.
—Y no puedo dártelo si no me cuentas el problema.
—De acuerdo, de acuerdo. Tal vez haya cometido un terrible error con Pedro y no sepa cómo arreglarlo.
—¿Qué clase de error? No te estará maltratando, ¿verdad?
—Por supuesto que no —replicó, aunque sabía que aquel era el mayor temor de Emma por todos los casos de violencia doméstica a los que se había enfrentado—. En realidad, es algo que hice yo. O que no hice, más bien.
—No te entiendo.
—Le he ocultado cosas. Ya te dije antes que nunca le hablé sobre mi carrera cinematográfica en Hollywood.
Aparentemente, no le gustan las películas, así que sigue sin tener ni idea de a lo que me dedicaba cuando vivía en California.
—¿Y crees que se va a poner furioso cuando se dé cuenta de que lo has engañado? Seguramente tienes razón.
—Gracias. Eso es precisamente lo que necesitaba escuchar.
—Me has pedido mi opinión. Te dije hace mucho tiempo que no era buena idea guardar esa clase de secretos.
—Es solo que estoy tan cansada de ser Paula Chaves, la superestrella… Karen y yo pensamos que sería buena idea que yo le ocultara mi verdadera identidad al principio, para que Pedro pudiera conocerme a mí. No se enteró de mi apellido hasta anoche.
—¿Te estabas acostando con un hombre que ni siquiera sabía tu apellido? —preguntó Emma, incrédula.
—Ya sabes cómo son las cosas. Al principio no se lo dije porque temía que le hiciera reaccionar. Resulta que se lo digo y sigue sin tener ni idea. Si se lo digo ahora, con la opinión que tiene sobre el dinero y el poder, me temo que se terminará todo.
—De acuerdo, creo que ya has tenido tiempo de asegurarte que no va tras de ti por tu dinero. Tienes que decirle la verdad, Paula. Y cuanto antes mejor. No me puedo creer que no se haya enterado aún.
—Probablemente porque vosotras sabéis que quiero dejar Hollywood y la gente que vive aquí se ha acostumbrado a recordarme tal y como era, sin los aires de grandeza de las personas famosas.
—Sé que eso es cierto, pero… sigues siendo tú. ¿Cómo es que nadie de afuera te ha reconocido y te ha pedido un autógrafo mientras Pedro estaba delante?
—Sin el maquillaje no soy «yo». Ni siquiera los forasteros me reconocen, aunque una vez un tipo me miró con una expresión atónita, como si le sonara mi cara, pero no supiera de qué.
—Sigo diciendo que has tenido suerte de poder ocultarlo durante tanto tiempo. Díselo, Paula. Explícale por qué es tan importante que te acepte tal y como eres. Si no, va a creer que se lo ocultaste deliberadamente para burlarte de él.
—Yo no sería capaz de hacer eso.
—Claro que no, pero tal vez él no lo quiera pensar así cuando descubra la verdad. Mira, entiendo que quieras ser simplemente tú misma y encerrar esa parte de tu vida en un armario, porque yo misma tuve mucha atención de los medios de comunicación cuando trabajaba en Denver. Estuvieron a punto de destruir lo que Fernando y yo estábamos construyendo. Mi error fue tratar de enterrar el pasado en vez de compartirlo con Fernando para que pudiéramos enfrentarnos a ello.
En aquel momento, el teléfono móvil de Emma empezó a sonar. Seguía llevándolo, aunque lo utilizaba más moderadamente que al principio. Solía llevarlo para que Fernando o Catalina pudieran hablar con ella.
—Para ti. Es tu agente —dijo Emma.
—Guillermo —replicó Paula, incrédula— ¿qué diablos estás haciendo llamándome al teléfono móvil de Emma?
—Llamé al rancho. Cuando le dije a Karen que era urgente que hablara contigo, ella creyó que sería la manera más rápida de localizarte.
—¿Qué puede ser tan urgente?
—Prepárate. En los últimos días, varios periodistas me han preguntado por tu paradero.
—¿Qué les has dicho? ¿Por qué me están buscando?
—No les he dicho nada. De hecho, me he esforzado todo lo posible en indicarles la dirección equivocada, pero es posible que me haya salido mal.
—¿Cómo?
—Están más decididos que nunca a encontrarte. Creen que hay algún secreto, que estás enferma o que estás encerrada en un centro de rehabilitación para drogadictos o algo por el estilo. Una revista se enteró de que habías rechazado una fortuna por esa nueva película. Ahora, todo el mundo quiere saber por qué.
—¡Dios mío! ¿No puedes emitir un comunicado de prensa?
—Puedo intentarlo, pero no van a descansar hasta que te vean en persona. Creo que deberías volver, dar una rueda de prensa y terminar con los rumores. Sería mejor que dejar que te localizaran, al menos si piensas conservar tu intimidad.
—De acuerdo —respondió Paula, después de pensarlo un poco—. Regresaré. Llama a mi publicista y explicarle lo que está pasando. Prepara una rueda de prensa para mañana a la una en tu despacho. Yo volaré mañana por la mañana y me marcharé inmediatamente después. No habrá entrevistas individuales.
—Estupendo. Yo me ocuparé de todo. De verdad creo que esto es lo mejor.
—Espero que tengas razón.
Lo único que tenía que hacer era encontrar a Pedro y explicárselo todo antes de marcharse. Tenía que saber la verdad antes de que apareciera en la portada de todas las revistas del país. Ocultárselo estaba fuera de toda cuestión.
Cuando colgó el teléfono, se lo explicó todo a Emma.
—Estás haciendo lo correcto —afirmó ella—. Ahora, ve a casa y cuéntaselo a Pedro. Tal vez incluso puedas convencerlo para que te acompañe. Con un hombre tan guapo a tu lado, nadie se cuestionará que hayas decidido dejar Hollywood. Además, a todo el mundo le encantan las historias de amor. Tú has protagonizado muchos éxitos con ellas.
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