sábado, 3 de septiembre de 2016

ENAMORADA DE MI MARIDO:CAPITULO 3




—No hablarás. Y tienes que mantener esos ojos relampagueantes fijos en el suelo. Tienes que ser dócil y obediente, como una buena chica griega. Si mantienes la boca cerrada hasta la boda, todo irá bien. Para entonces será demasiado tarde para que Alfonso cambie de parecer —dijo Dimitrios Chaves mirando a Paula mientras el helicóptero se dirigía a la plataforma de aterrizaje.


Cuando el helicóptero aterrizó, Paula se relajó. Aquel océano inmenso debajo de ellos le daba miedo. Siempre le había tenido miedo al agua. Y todavía le costaba creer que hubiera aceptado aquel encuentro.


—¿Y qué pasa si él se entera de que no puedo tener hijos?


Si su abuelo había descubierto que el accidente que había tenido de pequeña le impedía tener hijos, ¿cómo podía estar segura de que Pedro no se hubiera enterado de lo mismo?


—No lo sabe. Ni siquiera conocía de tu existencia hasta ahora. No lo sabrá hasta que esté casado contigo —sonrió cínicamente Dimitrios.


Paula se encogió de repugnancia. Todo aquello era repugnante.


Pero, ¿estaba tan mal hacer aquello? Después de todo, Pedro Alfonso y toda su familia eran tan corruptos como su abuelo. Y dada su falta de interés en el compromiso con una mujer, no debía tener interés en ser padre. Y de serlo, sería un padre terrible. Dar un hijo a un hombre semejante sería injusto. Tal vez fuera mejor para ambas familias que la línea hereditaria se truncase. Así se enterrarían sus disputas con ellos.


Y ambas familias estaban en deuda con ella. Entre las dos eran responsables del accidente que había hundido a su familia. Era hora de que pagasen.


El día de su boda Alfonso ingresaría una suma de dinero que se repetiría todos los meses. Y su madre recibiría la operación que tanto necesitaba. Se terminarían sus preocupaciones; el tener tres trabajos y la angustia de que el dinero no alcanzase.


Siempre y cuando Alfonso no descubriese que su madre estaba viva. Porque entonces él se daría cuenta de que su abuelo no sentía el más mínimo cariño por ella, y empezaría a sospechar de aquel acuerdo.


Paula se detuvo en la puerta del helicóptero, sofocada por el aire caliente que le llegó. Sintió la tentación de preguntarle a su abuelo cómo era que siendo medio griega era incapaz de soportar el calor. Pero en aquellos días había aprendido que la mejor manera de manejar la relación con su abuelo era permanecer callada.


—Y recuerda: ahora eres una Chavess.


—Pero tú no permitiste que mi madre usara ese nombre. Y ahora, cuando te viene bien, esperas que yo lo use.


—Alfonso va a casarse contigo porque eres una Chaves —le recordó su abuelo con una sonrisa desagradable—. Si supiera que eres una don nadie, ni se acercaría a ti. Y deja de tirar de ese vestido.


Paula apretó los dientes y soltó el bajo de la prenda.


—Es indecente. Apenas cubre nada.


—Precisamente. Alfonso querrá saber lo que está comprando. Recuerda todo lo que te he dicho. Alfonso tiene un cerebro tan afilado como una cuchilla, pero es un griego de sangre caliente. Una sola mirada a ese vestido le hará olvidar los negocios, te lo aseguro. Llévalo puesto como si te vistieras siempre así. No menciones la existencia de tu madre. No digas por qué necesitas el dinero.


—El querrá saber por qué me voy a casar con él.


Pedro Alfonso tiene un ego tan grande como Grecia. Y las mujeres, por alguna razón insondable, no lo dejan en paz. Probablemente porque es rico y atractivo, y las mujeres suelen ser demasiado estúpidas como para resistirse a esa combinación —su abuelo hizo un gesto de desprecio—. Se pensará que eres una más de sus admiradoras que quiere acceso a sus millones.


Paula se estremeció. Pedro Alfonso debía ser terriblemente arrogante. Ser considerada tan cabeza hueca como para valorar a un hombre por su aspecto y su cartera le parecía un insulto.


—No creo…


—¡Muy bien! —exclamó su abuelo—. No quiero que pienses.  Y él tampoco. No se te pide que pienses. Sólo se te pide que te acuestes con él cuando él lo desee. Y si te lo pregunta, simplemente le dices que deseas este matrimonio porque es uno de los solteros más cotizados del mundo y tú quieres volver a descubrir tus raíces griegas. E intenta no quemarlo con esa mirada que tienes. Un griego no quiere confrontación en su cama de matrimonio.


Paula sintió un revoltijo en el estómago. «¿Cama de matrimonio?», resonó en su cabeza. Hasta entonces no había pensado en las implicaciones más profundas de su matrimonio. Luego recordó lo que se decía de él. Si los medios no se equivocaban, tenía como tres queridas a la vez. No creía que tuviera ganas de compartir la cama con ella, dada su falta de interés en el compromiso. Y a ella le parecía muy bien. Siempre que depositase la suma de dinero en su cuenta todos los meses.


Si no hubiera sido porque su abuelo la hizo salir del helicóptero, se habría echado atrás y le habría pedido desesperadamente al piloto que la llevase de regreso.


Una figura borrosa parecía observarla desde la distancia. Y ella de pronto se sintió abrumada por la situación.


Con paso inseguro, tanto por aquella sensación terrorífica como por los tacones que había sido obligada a ponerse, avanzó por la plataforma.


Se tambaleó, y de no haber sido por unos brazos poderosos que la sujetaron, se habría caído.


Incómoda por la situación y en estado de shock, Paula dio las gracias. Aferrada a unos bíceps firmes, intentó recuperar el equilibrio. Vio una cara morena delante de ella, y por un momento, fijó su mirada en los ojos negros de aquel hombre. 


Una extraña sensación se apoderó de ella, un calor en la pelvis. Y sintió que se ponía roja.


—¿Señorita Chaves?


Paula tardó un momento en reaccionar y darse cuenta de que se estaba dirigiendo a ella, puesto que aquel apellido hasta entonces le era poco familiar.


—¡Ponte de pie, muchacha! —el tono impaciente de su abuelo sobresaltó sus pensamientos—. A los hombres no les gusta que una mujer se quede agarrada a él. ¡Y por el amor de Dios, habla cuando se dirigen a ti! ¿De qué te ha servido esa educación tan cara que has recibido si no eres capaz de formar una sola oración?


Paula se sintió acalorada y humillada. Recuperó el equilibrio y echó una mirada a su rescatador.


—Lo siento, yo…


—No hace falta que se disculpe —dijo Pedro con tono frío y medido.


Pero la mirada que le dedicó a su abuelo la hizo estremecer.


—Torpe… —su abuelo la miró impacientemente—. Aunque parezca mentira, cuando quiere, mi nieta sabe caminar. Pero como todas las mujeres, tiene la cabeza vacía.


Paula bajó la mirada para no mostrar la rabia que sentía.


Tenía que olvidarse del odio a su abuelo, a la familia Alfonso, y de todo. Lo único que importaba era que Pedro Alfonso se casara con ella.


Fuese como fuese, tenía que salvar a su madre.


ENAMORADA DE MI MARIDO:CAPITULO 2




—¿Por qué acude a nosotros Dimitrios Alfonso? —preguntó Pedro Alfonso, caminando a lo largo de la terraza de su lujosa mansión ateniense. Luego se detuvo para estudiar la expresión de su padre; pero no notó nada. El hombre había aprendido desde muy joven a ocultar sus emociones—. La enemistad entre nuestras familias se remonta a tres generaciones.


—Al parecer, ésa es la razón de su acercamiento —dijo Leandros Alfonso—. Cree que es hora de arreglar las cosas. Públicamente.


—¿Y cómo es que Dimitrios Chaves quiere arreglar las cosas? Es un hombre malicioso y despiadado.


El solo hecho de que su padre estuviera dispuesto a encontrarse con aquel hombre lo sorprendía. Pero su padre se estaba haciendo viejo, pensó Pedro con pena, y la pérdida de la empresa familiar hacía muchos años siempre había sido una espina clavada en su corazón.


Su padre suspiró.


—Quiero que termine este odio, Pedro. Quiero jubilarme en paz con tu madre, sabiendo que lo que es nuestro por derecho ha vuelto a nosotros. Ya no estoy para peleas.


Pedro sonrió peligrosamente. Afortunadamente, él no las temía. Si Dimitrios Alfonso pensaba que podía intimidarlo, descubriría que había dado con la horma de su zapato.


Su padre recogió unos papeles.


—El acuerdo que ofrece es sorprendente.


—Razón de más para sospechar de sus motivos —dijo Pedro.


Su padre lo miró con cautela.


—Serías un necio si no escuchases lo que quiere decirte —dijo su padre—. Será lo que sea Dimitrios, pero es griego. Y es un halago que te ofrezca reunirte con él.


—El halago sería que desaparezca para siempre —respondió Pedro mirando a su padre.


De pronto se dio cuenta de que su padre había envejecido. 


Que la tensión de aquella eterna enemistad lo había ido consumiendo.


—He aceptado la reunión en nombre tuyo —su padre lo miró, cansado.


Pedro pensó que lo haría por su padre.


—Bien. Dime qué ofrece —dijo Pedro.


—Va a devolvernos la empresa —su padre se rió con desprecio y puso los papeles sobre la mesa—. Aunque sería mejor decir «nuestra empresa», puesto que lo era antes de que Chaves estafase a tu abuelo.


«¿Chaves ofrece devolver la empresa?», pensó Pedro, ocultando su sorpresa.


—¿Y a cambio de qué? —preguntó.


Su padre desvió la mirada de él.


—A cambio de casarte con su nieta.


—¡Estás de broma! —los ojos oscuros de Pedro lo miraron con incredulidad—. ¿En qué siglo estamos?


Sin mirarlo, su padre movió los papeles frente a él y respondió:
—Lamentablemente, ésas son las condiciones.


—No estás bromeando, ¿verdad? —dijo Pedro, petrificado, con expresión seria—. En ese caso, te diré que no hay nadie menos atractivo para mí como potencial consorte que un miembro de la familia Chaves.


Su padre se pasó la mano por detrás del cuello para aliviar la tensión.


—Tienes treinta y cuatro años, Pedro. En algún momento te tienes que casar con alguien. A no ser que quieras pasarte la vida solo y sin hijos.


—Quiero tener hijos. Me apetece mucho. Es la esposa el problema. Lamentablemente, no encuentro una mujer con las cualidades que exijo. No deben existir.


Recordó a las últimas mujeres con las que había salido: una gimnasta, una bailarina… Ninguna había despertado su atención más de unas semanas.


—Bueno, si no puedes casarte por amor, entonces, ¿por qué no por razones de negocios? —dijo su padre—. Si te casas con la chica, la empresa es nuestra.


—¿Así de sencillo? —preguntó Pedro achicando los ojos—. No puede ser tan sencillo.


—Es un hombre viejo. La empresa tiene problemas. Chaves sabe que tú eres un brillante nombre de negocios. Con la boda protege a su nieta económicamente, si quiebra la empresa. Y sabe que contigo a la cabeza, la empresa se salvará. Es una oferta generosa.


—Eso es lo que me preocupa. Dimitrios Chaves no es una persona que haga ofertas generosas.


—Ofrece un incentivo considerable por casarte con la chica.


—Yo necesito un incentivo considerable para casarme con una mujer a la que no he visto siquiera —dijo Pedro, cavilando.


No podía comprender por qué Chaves le ofrecía la empresa. 


Ni por qué quería que se casara con su nieta.


—Es hora de dejar a un lado las sospechas y aprender a confiar. Chaves empezó ese negocio con mi padre y luego se lo arrebató. Dice que se arrepiente del pasado y que quiere enmendarlo antes de morirse.


—¿Y tú lo crees?


—Nuestros abogados tienen un borrador del acuerdo. ¿Qué razón tendría para no creerlo?


—Que Dimitrios Chaves es un megalómano malicioso que sólo actúa por interés propio —Pedro se quitó la corbata de seda y la tiró encima de una silla.


Sentía la adrenalina correr por sus venas—. ¿Es que te tengo que recordar sus pecados contra nuestra familia?


—Es un hombre viejo. Quizás se esté arrepintiendo.


Pedro echó atrás la cabeza y se rió maliciosamente.


—¿Arrepentirse? Ese mal nacido no sabe siquiera el significado de esa palabra. Estoy tentado de seguir adelante con esto sólo para saber qué está tramando —Pedro hizo señas discretamente a un empleado para que le llevase algo de beber mientras se desabrochaba los botones de arriba de la camisa. El calor en Atenas en julio era insoportable—. ¿Y por qué no puede conseguirse un marido su nieta? Chaves ha mantenido la existencia de la chica en silencio. Nadie sabe nada de ella. ¿Es fea o tiene alguna enfermedad que puedan heredar mis hijos?


—También serían sus hijos —señaló su padre—. Y tú no has sido capaz de encontrar esposa.


—No la he buscado. Y no quiero a una elegida por mi enemigo.


La idea casi le daba risa. La heredera de Chaves tenía que tener algún problema, si no, se habría casado hacía mucho tiempo, pensó.


—Estoy seguro de que es una chica encantadora —murmuró su padre.


Pedro alzó una ceja en señal de burla.


—No lo creo. Si fuera guapa, Chaves no la habría tenido oculta, y la prensa la habría acosado como a mí. Al fin y al cabo, es una mujer joven extremadamente rica.


—La prensa te persigue porque les das motivos… Mientras que la heredera de Chaves ha estado en Inglaterra.


—Inglaterra tiene la prensa rosa más indiscreta del mundo —murmuró Pedro frunciendo el ceño—. Si la han dejado en paz, será porque es un monstruo y no tiene personalidad.


—Evidentemente, lleva una vida discreta. No como tú. La chica estuvo en un internado inglés. Su madre era inglesa, si recuerdas.


—Por supuesto que lo recuerdo —Pedro acabó su copa, recordando—. También recuerdo que su madre murió cuando explotó nuestro barco. Junto con su marido, que era el hijo único de Dimitrios Chaves.


Pedro recordó a una criatura sin vida en sus brazos mientras la llevaba hasta la superficie… Caos, horror, sangre, gente gritando…


—La nieta perdió a sus padres y Chaves nos culpa por ello. ¿Y ahora quiere que me case con su nieta? Tendré que dormir con un arma debajo de la almohada, si acepto. Estoy sorprendido de que hayas aceptado su sugerencia con tanta ecuanimidad.


—Nosotros también perdimos familia en aquella explosión. Y el tiempo ha pasado. Es un hombre viejo.


—Es un hombre muy malo.


—Nosotros no fuimos responsables de la muerte de su hijo. Tal vez el tiempo le haya dado la oportunidad de reflexionar y ahora se dé cuenta —Leandros se pasó la mano por la frente, visiblemente afectado por los recuerdos—. Él quiere que su nieta tenga un marido griego. Desea volver a tener descendencia.


—¿Y la chica? ¿Por qué iba a querer aceptar semejante matrimonio? Ella es la nieta de Dimitrios Chaves. No creo que siéndolo tenga la estabilidad emocional que yo desearía en una esposa.


—Al menos, conócela. Siempre estás a tiempo de decir «no».


Pedro lo miró, pensativo. Era cierto que deseaba tener hijos. Y siempre había querido recuperar Industrias Chaves.


—¿Qué consigue ella? Chaves consigue descendencia. Yo consigo nuestra empresa e hijos… ¿Y ella?


Pedro


—Dime…


—El día de la boda vas a tener que ingresar dinero en su cuenta personal —su padre volvió a mirar los papeles—. Una sustancial suma. Y esa suma se repetirá todos los meses durante el matrimonio.


Hubo un largo silencio. Luego Pedro se rió forzadamente.


—¿Dices en serio que la heredera de Chaves quiere dinero por casarse conmigo?


—La parte económica es una parte importante del acuerdo.


—La mujer es más rica que Midas —dijo Pedro con temperamento mediterráneo—. Y no obstante, ¿quiere más?


Su padre carraspeó.


—Los términos del acuerdo son muy claros. Ella recibe dinero.


Pedro caminó hacia el extremo de la terraza y miró la ciudad que tanto amaba.


Pedro


—No sé por qué dudo —Pedro se dio la vuelta con gesto de desprecio—. Todas las mujeres están interesadas en el dinero. El hecho de que ésta quiera más que la mayoría no cambia nada. Al menos, es sincera, algo que la honra. Como has dicho tú, éste es un negocio.


—La haces ver dura e interesada, pero, ¿por qué no te reservas el juicio? —le dijo su padre—. Cualquier pariente de Dimitrios va a estar acostumbrado al dinero y un estilo de vida extravagante. Su requerimiento de fondos tal vez no tenga nada que ver con su carácter. Ella podría ser dulce.


Pedro hizo un gesto de desagrado.


—Las chicas dulces no piden grandes sumas de dinero de futuros esposos. Y si ella es una Chaves seguramente tenga cuernos y cola, como todos los demonios…


Pedro


—Como tú, yo quiero recuperar la empresa, así que la veré porque estoy intrigado. Pero no te prometo nada —le dijo Pedro, dejando su copa vacía sobre la mesa—. Si ella será la madre de mis hijos, por lo menos no tendrá que darme dolor de estómago verla.






ENAMORADA DE MI MARIDO:CAPITULO 1






—¿Con Pedro Alfonso? —Paula miró a su abuelo con sorpresa, un abuelo que había sido un extraño para ella, excepto en su reputación—. A cambio del dinero que necesito, ¿esperas que me case con Pedro Alfonso?


—Exactamente —sonrió el abuelo de Paula.


Paula intentó controlar sus emociones mientras trataba de recuperar la voz para enfrentarse a su abuelo.


Alfonso, el magnate griego que había tomado las riendas del moderadamente exitoso negocio de su padre y lo había transformado en una corporación que competía con la de su abuelo, el hombre que cambiaba de mujer más rápido que de coche.


—¡No puedes estar hablando en serio! —levantó la mirada y apretó los dientes. La sola idea la enfermaba—. La familia Alfonso fue la responsable de la muerte de mi padre…


Ella los despreciaba tanto como a su abuelo. Y a todo lo griego.


—Y por esa razón, se cortó mi descendencia —dijo su abuelo con dureza—. Quiero que la familia Alfonso tenga el mismo destino. Si él se casa contigo, no tendrá descendencia.


Paula dejó de respirar del shock. Su abuelo lo sabía. De algún modo lo sabía.


Paula se puso pálida y se le cayó la carpeta que tenía en la mano, y se desparramaron papeles por todo el suelo de mármol. Ella ni se dio cuenta.


—¿Sabes que no puedo tener hijos?


¿Cómo era posible que lo supiera si ella lo había mantenido en secreto?, se preguntó.


Paula lo miró con la respiración agitada. Se sentía vulnerable. Desnuda ante un hombre que, a pesar de tener su misma sangre, había sido un extraño desde su infancia. 


Un hombre que la miraba con satisfacción. Dimitrios Chaves, su abuelo.


—Yo me ocupo de saber todo de todo el mundo. La información es la llave del éxito en la vida.


Paula tragó saliva. Su abuelo era cruel.


Hacía mucho tiempo que había aceptado la idea de que no se casaría. Su futuro le depararía cualquier cosa menos el matrimonio. ¿Cómo iba a casarse una mujer en su posición?


—Si realmente sabes todo sobre mí, entonces también sabrás la razón por la que estoy aquí. Debes saber que mi madre está cada vez más enferma… Que necesita una operación.


—Digamos… que sabía que vendrías.


Paula se sintió furiosa interiormente. Lo odiaba.


Miró a su abuelo, a quien acababa de conocer y se estremeció de repulsión. Tenía dolor de cabeza, y ahora le dolía el estómago, algo que le recordaba que había estado demasiado nerviosa como para comer en los pasados días.


Se jugaba mucho en todo aquello. El futuro de su madre estaba en sus manos, en su habilidad para negociar algún tipo de acuerdo con un hombre que era un monstruo.


Paula miró alrededor con desagrado. Aquel despliegue de riqueza la mareaba.


Aquel hombre no tenía vergüenza. ¿Sabía que ella tenía que tener tres trabajos para poder dar a su madre los cuidados que necesitaba? Cuidados de los que él tendría que haberse hecho cargo durante los pasados quince años.


Paula intentó calmarse. Un pronto no la llevaría a ningún sitio. Pero le daban ganas de marcharse y dejar solo a aquel tirano. Pero no podía hacerlo. Tenía que permanecer allí, concentrada en la tarea que tenía en sus manos.


Nada la distraería del motivo por el que estaba allí. Aquel hombre había ignorado las necesidades de su madre durante quince años; había negado su existencia, pero Paula no permitiría que la ignorase también a ella. Era hora de que se enterase de lo que era la familia.


—Borra esa expresión de tu cara. Tú has acudido a mí, ¿no lo recuerdas? Eres tú quien quiere el dinero —dijo Dimitrios con dureza.


Paula se puso rígida.


—Por mi madre.


Dimitrios pronunció un gruñido de desprecio y respondió.


—Podría habérmelo pedido ella misma si tuviera agallas.


Paula sintió rabia.


—Mi madre está muy mal…


Dimitrios la miró fijamente y sonrió con desprecio.


—Y ésa es la única razón por la que estás aquí, ¿verdad? Nada más te induciría a traspasar el umbral de mi casa. Me odias. Ella te ha enseñado a odiarme —se inclinó hacia delante—. Estás furiosa, pero intentas ocultarlo porque no quieres arriesgarte a ponerte en mi contra por si te niego mi ayuda.


Incapaz de creer que pudiera ser tan despiadado, Paula dijo:
—Ella era la esposa de tu hijo…


—No me lo recuerdes —respondió Dimitrios, serio, sin remordimientos ni lamentos—. Es una pena que no seas un chico. Me da la impresión de que has heredado el espíritu de tu padre. Incluso te pareces un poco a él físicamente, al margen de ese pelo rubio y esos ojos azules. Tendrías que haber tenido cabello oscuro y ojos marrones, y si mi hijo no hubiera sido seducido por esa mujer, tú tendrías el estatus que te mereces, y no habrías vivido los últimos quince años de tu vida en el exilio. Todo esto podría haber sido tuyo.


Paula miró «todo esto». El contraste entre sus circunstancias y las de su abuelo era impresionante. La prueba de su riqueza estaba en todas partes, desde las ostentosas estatuas que vigilaban casi todas las entradas de su mansión a la enorme fuente que presidía el patio.


Paula pensó en su hogar, un piso pequeño en una planta baja en una zona marginal de Londres, que había adaptado a la minusvalía de su madre.


Pensó en la lucha de su madre por la supervivencia, una lucha que aquel hombre podría haber suavizado.


Apretó los dientes e intentó controlarse nuevamente.


—Estoy contenta con mi estatus. Y me encanta Inglaterra.


—¡No me contestes! —la miró, furioso—. Si me contestas, él jamás se casará contigo. Aunque no tengas aspecto de griega, quiero que tu comportamiento sea totalmente el de una griega. Serás obediente y dócil, y no darás tu opinión sobre ningún tema, a no ser que se te pregunte. ¿Me oyes?


Paula lo miró, incrédula.


—¿Hablas en serio? ¿De verdad crees que voy a casarme con Alfonso?


—Si quieres el dinero, sí —Dimitrios sonrió desagradablemente—. Te casarás con Pedro Alfonso y te asegurarás de que él no se entere de tu infertilidad. Yo me encargaré de que los términos del acuerdo lo aten a ti hasta que tengáis hijos. Como tú jamás tendrás un heredero, él se verá sujeto a un matrimonio sin hijos para siempre —se echó hacia atrás y se rió—. El justo castigo. Siempre se dice que la venganza es un plato que se sirve frío. He esperado quince años este momento. Pero ha valido la pena. Es perfecto. Tú eres la herramienta de mi venganza.


Paula lo miró, horrorizada. No le extrañaba que su madre le hubiera advertido que su abuelo era el mismo demonio.


—No puedes pedirme que haga esto.


No podía casarse con Pedro Alfonso. Tenía todas las características que ella despreciaba en un hombre. No podía pedirle que compartiese la vida con él.


—Si quieres el dinero, tendrás que hacerlo.


—Está mal…


—Se trata de justicia. Lo justo hubiera sido castigar a la familia Alfonso hace mucho tiempo. Los griegos siempre vengan a sus muertos y tú, aunque sólo seas medio griega, deberías saberlo.


Paula lo miró, impotente. No podía decir nada que pudiera indisponer a su abuelo contra ella. Haría cualquier cosa por conseguir el dinero para su madre. Y tener a aquel hombre de enemigo no le convenía. Luego se rió de su propia ingenuidad: ya eran enemigos. Lo habían sido desde que su madre había sonreído a su padre y había conquistado su corazón, estropeando los planes de Dimitrios de boda con una buena chica griega.


—Alfonso jamás aceptará casarse conmigo —dijo ella serenamente.


Y ella no tendría que pasar el resto de su vida con un hombre que le habían enseñado a odiar. Pedro Alfonso era un mujeriego, se consoló. No le interesaba el matrimonio.


Además, ¿cómo se iba a casar con ella, si sus familias estaban enfrentadas?


—Ante todo, Pedro Alfonso es un hombre de negocios. Y el incentivo para que se case con mi nieta será demasiado tentador como para que lo rechace.


—¿Qué incentivo?


Su abuelo sonrió con desprecio.


—Digamos, simplemente, que yo tengo algo que él quiere, lo que es la base de cualquier negociación. Y también es un hombre que no puede dejar pasar una mujer atractiva sin intentar seducirla. Por alguna razón, tiene preferencia por las rubias, así que estás de suerte, o lo estarás cuando te quitemos esos vaqueros y te pongamos ropa decente. Y si quieres ese dinero, no harás nada para ahuyentarlo. Y ahora, recoge esos papeles que has tirado al suelo.


«¿De suerte?», pensó Paula. ¿Su abuelo realmente pensaba que atraer a ese arrogante y despiadado griego era una suerte?


Con mano temblorosa, Paula recogió automáticamente los papeles que se le habían caído. ¿Qué alternativa tenía? No tenía otra forma de conseguir el dinero que necesitaba, se dijo. Y se consoló diciendo que no sería un matrimonio en el verdadero sentido de la palabra. Probablemente, apenas hablasen.


—Si lo hago, si digo «sí», ¿me darás el dinero?


—No… Pero, Alfonso te lo dará. Te dará una suma de dinero todos los meses. En qué te lo gastes, será decisión tuya.


Paula se quedó con la boca abierta. Su abuelo había planeado un acuerdo en el que ni siquiera tenía que poner su dinero.


Pedro Alfonso no sólo iba a tener que casarse con la nieta de su peor enemigo, sino que tendría que pagar por ese privilegio.


¿Por qué aceptaría una idea tan disparatada?


¿Cuál era exactamente el incentivo al que se había referido su abuelo?


Pero una cosa estaba clara: si quería el dinero, tendría que hacer algo que se había prometido no hacer jamás: tendría que casarse. Y no sólo eso. Sino que se casaría con el responsable de la muerte de su padre. Un hombre al que odiaba.




ENAMORADA DE MI MARIDO:SINOPSIS




Quizá fuera a casarse de blanco, pero la novia había sido comprada por placer…


Nadie habría pensado que aquella boda tendría lugar; estaban a punto de unirse dos de las familias más antiguas de Grecia. Llevaban siglos enemistadas, pero parecía que el conflicto había llegado a su fin. Pedro Alfonso iba a casarse con Paula Chaves.


Sin embargo, aquel matrimonio no era lo que parecía… 


Paula no deseaba casarse, sino que había sido comprada por su esposo. ¿Qué exigía? Un heredero que uniera ambas familias para siempre… Pero lo que Pedro no sabía era que su esposa jamás daría a luz un niño engendrado sin amor.