sábado, 3 de septiembre de 2016

ENAMORADA DE MI MARIDO:CAPITULO 2




—¿Por qué acude a nosotros Dimitrios Alfonso? —preguntó Pedro Alfonso, caminando a lo largo de la terraza de su lujosa mansión ateniense. Luego se detuvo para estudiar la expresión de su padre; pero no notó nada. El hombre había aprendido desde muy joven a ocultar sus emociones—. La enemistad entre nuestras familias se remonta a tres generaciones.


—Al parecer, ésa es la razón de su acercamiento —dijo Leandros Alfonso—. Cree que es hora de arreglar las cosas. Públicamente.


—¿Y cómo es que Dimitrios Chaves quiere arreglar las cosas? Es un hombre malicioso y despiadado.


El solo hecho de que su padre estuviera dispuesto a encontrarse con aquel hombre lo sorprendía. Pero su padre se estaba haciendo viejo, pensó Pedro con pena, y la pérdida de la empresa familiar hacía muchos años siempre había sido una espina clavada en su corazón.


Su padre suspiró.


—Quiero que termine este odio, Pedro. Quiero jubilarme en paz con tu madre, sabiendo que lo que es nuestro por derecho ha vuelto a nosotros. Ya no estoy para peleas.


Pedro sonrió peligrosamente. Afortunadamente, él no las temía. Si Dimitrios Alfonso pensaba que podía intimidarlo, descubriría que había dado con la horma de su zapato.


Su padre recogió unos papeles.


—El acuerdo que ofrece es sorprendente.


—Razón de más para sospechar de sus motivos —dijo Pedro.


Su padre lo miró con cautela.


—Serías un necio si no escuchases lo que quiere decirte —dijo su padre—. Será lo que sea Dimitrios, pero es griego. Y es un halago que te ofrezca reunirte con él.


—El halago sería que desaparezca para siempre —respondió Pedro mirando a su padre.


De pronto se dio cuenta de que su padre había envejecido. 


Que la tensión de aquella eterna enemistad lo había ido consumiendo.


—He aceptado la reunión en nombre tuyo —su padre lo miró, cansado.


Pedro pensó que lo haría por su padre.


—Bien. Dime qué ofrece —dijo Pedro.


—Va a devolvernos la empresa —su padre se rió con desprecio y puso los papeles sobre la mesa—. Aunque sería mejor decir «nuestra empresa», puesto que lo era antes de que Chaves estafase a tu abuelo.


«¿Chaves ofrece devolver la empresa?», pensó Pedro, ocultando su sorpresa.


—¿Y a cambio de qué? —preguntó.


Su padre desvió la mirada de él.


—A cambio de casarte con su nieta.


—¡Estás de broma! —los ojos oscuros de Pedro lo miraron con incredulidad—. ¿En qué siglo estamos?


Sin mirarlo, su padre movió los papeles frente a él y respondió:
—Lamentablemente, ésas son las condiciones.


—No estás bromeando, ¿verdad? —dijo Pedro, petrificado, con expresión seria—. En ese caso, te diré que no hay nadie menos atractivo para mí como potencial consorte que un miembro de la familia Chaves.


Su padre se pasó la mano por detrás del cuello para aliviar la tensión.


—Tienes treinta y cuatro años, Pedro. En algún momento te tienes que casar con alguien. A no ser que quieras pasarte la vida solo y sin hijos.


—Quiero tener hijos. Me apetece mucho. Es la esposa el problema. Lamentablemente, no encuentro una mujer con las cualidades que exijo. No deben existir.


Recordó a las últimas mujeres con las que había salido: una gimnasta, una bailarina… Ninguna había despertado su atención más de unas semanas.


—Bueno, si no puedes casarte por amor, entonces, ¿por qué no por razones de negocios? —dijo su padre—. Si te casas con la chica, la empresa es nuestra.


—¿Así de sencillo? —preguntó Pedro achicando los ojos—. No puede ser tan sencillo.


—Es un hombre viejo. La empresa tiene problemas. Chaves sabe que tú eres un brillante nombre de negocios. Con la boda protege a su nieta económicamente, si quiebra la empresa. Y sabe que contigo a la cabeza, la empresa se salvará. Es una oferta generosa.


—Eso es lo que me preocupa. Dimitrios Chaves no es una persona que haga ofertas generosas.


—Ofrece un incentivo considerable por casarte con la chica.


—Yo necesito un incentivo considerable para casarme con una mujer a la que no he visto siquiera —dijo Pedro, cavilando.


No podía comprender por qué Chaves le ofrecía la empresa. 


Ni por qué quería que se casara con su nieta.


—Es hora de dejar a un lado las sospechas y aprender a confiar. Chaves empezó ese negocio con mi padre y luego se lo arrebató. Dice que se arrepiente del pasado y que quiere enmendarlo antes de morirse.


—¿Y tú lo crees?


—Nuestros abogados tienen un borrador del acuerdo. ¿Qué razón tendría para no creerlo?


—Que Dimitrios Chaves es un megalómano malicioso que sólo actúa por interés propio —Pedro se quitó la corbata de seda y la tiró encima de una silla.


Sentía la adrenalina correr por sus venas—. ¿Es que te tengo que recordar sus pecados contra nuestra familia?


—Es un hombre viejo. Quizás se esté arrepintiendo.


Pedro echó atrás la cabeza y se rió maliciosamente.


—¿Arrepentirse? Ese mal nacido no sabe siquiera el significado de esa palabra. Estoy tentado de seguir adelante con esto sólo para saber qué está tramando —Pedro hizo señas discretamente a un empleado para que le llevase algo de beber mientras se desabrochaba los botones de arriba de la camisa. El calor en Atenas en julio era insoportable—. ¿Y por qué no puede conseguirse un marido su nieta? Chaves ha mantenido la existencia de la chica en silencio. Nadie sabe nada de ella. ¿Es fea o tiene alguna enfermedad que puedan heredar mis hijos?


—También serían sus hijos —señaló su padre—. Y tú no has sido capaz de encontrar esposa.


—No la he buscado. Y no quiero a una elegida por mi enemigo.


La idea casi le daba risa. La heredera de Chaves tenía que tener algún problema, si no, se habría casado hacía mucho tiempo, pensó.


—Estoy seguro de que es una chica encantadora —murmuró su padre.


Pedro alzó una ceja en señal de burla.


—No lo creo. Si fuera guapa, Chaves no la habría tenido oculta, y la prensa la habría acosado como a mí. Al fin y al cabo, es una mujer joven extremadamente rica.


—La prensa te persigue porque les das motivos… Mientras que la heredera de Chaves ha estado en Inglaterra.


—Inglaterra tiene la prensa rosa más indiscreta del mundo —murmuró Pedro frunciendo el ceño—. Si la han dejado en paz, será porque es un monstruo y no tiene personalidad.


—Evidentemente, lleva una vida discreta. No como tú. La chica estuvo en un internado inglés. Su madre era inglesa, si recuerdas.


—Por supuesto que lo recuerdo —Pedro acabó su copa, recordando—. También recuerdo que su madre murió cuando explotó nuestro barco. Junto con su marido, que era el hijo único de Dimitrios Chaves.


Pedro recordó a una criatura sin vida en sus brazos mientras la llevaba hasta la superficie… Caos, horror, sangre, gente gritando…


—La nieta perdió a sus padres y Chaves nos culpa por ello. ¿Y ahora quiere que me case con su nieta? Tendré que dormir con un arma debajo de la almohada, si acepto. Estoy sorprendido de que hayas aceptado su sugerencia con tanta ecuanimidad.


—Nosotros también perdimos familia en aquella explosión. Y el tiempo ha pasado. Es un hombre viejo.


—Es un hombre muy malo.


—Nosotros no fuimos responsables de la muerte de su hijo. Tal vez el tiempo le haya dado la oportunidad de reflexionar y ahora se dé cuenta —Leandros se pasó la mano por la frente, visiblemente afectado por los recuerdos—. Él quiere que su nieta tenga un marido griego. Desea volver a tener descendencia.


—¿Y la chica? ¿Por qué iba a querer aceptar semejante matrimonio? Ella es la nieta de Dimitrios Chaves. No creo que siéndolo tenga la estabilidad emocional que yo desearía en una esposa.


—Al menos, conócela. Siempre estás a tiempo de decir «no».


Pedro lo miró, pensativo. Era cierto que deseaba tener hijos. Y siempre había querido recuperar Industrias Chaves.


—¿Qué consigue ella? Chaves consigue descendencia. Yo consigo nuestra empresa e hijos… ¿Y ella?


Pedro


—Dime…


—El día de la boda vas a tener que ingresar dinero en su cuenta personal —su padre volvió a mirar los papeles—. Una sustancial suma. Y esa suma se repetirá todos los meses durante el matrimonio.


Hubo un largo silencio. Luego Pedro se rió forzadamente.


—¿Dices en serio que la heredera de Chaves quiere dinero por casarse conmigo?


—La parte económica es una parte importante del acuerdo.


—La mujer es más rica que Midas —dijo Pedro con temperamento mediterráneo—. Y no obstante, ¿quiere más?


Su padre carraspeó.


—Los términos del acuerdo son muy claros. Ella recibe dinero.


Pedro caminó hacia el extremo de la terraza y miró la ciudad que tanto amaba.


Pedro


—No sé por qué dudo —Pedro se dio la vuelta con gesto de desprecio—. Todas las mujeres están interesadas en el dinero. El hecho de que ésta quiera más que la mayoría no cambia nada. Al menos, es sincera, algo que la honra. Como has dicho tú, éste es un negocio.


—La haces ver dura e interesada, pero, ¿por qué no te reservas el juicio? —le dijo su padre—. Cualquier pariente de Dimitrios va a estar acostumbrado al dinero y un estilo de vida extravagante. Su requerimiento de fondos tal vez no tenga nada que ver con su carácter. Ella podría ser dulce.


Pedro hizo un gesto de desagrado.


—Las chicas dulces no piden grandes sumas de dinero de futuros esposos. Y si ella es una Chaves seguramente tenga cuernos y cola, como todos los demonios…


Pedro


—Como tú, yo quiero recuperar la empresa, así que la veré porque estoy intrigado. Pero no te prometo nada —le dijo Pedro, dejando su copa vacía sobre la mesa—. Si ella será la madre de mis hijos, por lo menos no tendrá que darme dolor de estómago verla.






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