jueves, 21 de julio de 2016
LA MIRADA DEL DESEO: CAPITULO 7
Pedro se secó lentamente los brazos y el pecho, se sentó en una silla con los tobillos cruzados y tomó un largo trago de limonada. Su sonrisa era puro desafío. Si Paula no hubiera estado segura al cien por cien de que las cámaras que Ted había instalado eran indetectables, habría sospechado por su comentario que Pedro conocía sus actividades clandestinas y que sabía que lo observaba y deseaba.
Pero Ted era un experto y Pedro solo estaba siendo seductor.
Condenadamente seductor. El instinto le hacía creer solo lo que veía. Los hechos reales no avivaban las esperanzas ni rompían el corazón.
Pero con Pedro, Paula disfrutaba de su habilidad para leer el lenguaje corporal y captar la insinuación de sus palabras.
El desinhibido interés de Pedro era como pólvora rociada sobre un fuego casi extinguido. Chispas, llamas, estallido...
Además, ella merecía que la observara. Era una especie de pago por su voyeurismo, y tal vez pudiera usarlo en su propio beneficio.
Nadó de espaldas sin prisa, a un ritmo tranquilo y relajado, igual que había hecho Pedro momentos antes.
El agua se deslizaba por su cuerpo, como una cortina azul celeste que cubría y revelaba la reluciente piel con cada movimiento. Mientras iba hacia el extremo de la piscina mantuvo la mirada fija en él, desafiándolo a que apartara la vista y sabiendo que no lo haría.
Alcanzó el borde y dio una vuelta bajo el agua, para continuar nadando a braza. Hizo tres largos más, y su cuerpo demandaba cada vez más ser poseído allí mismo, Por él. En el agua. Desnudos y libres...
Como si hubiera leído sus pensamientos, Pedro se zambulló y empezó a nadar junto a ella, a su mismo ritmo. La energía que su cuerpo emanaba vibraba bajo el agua como un sonar, hasta que Paula no pudo aguantarlo más y se detuvo. El deseo era demasiado fuerte.
Pedro notó que se paraba y volvió a su lado. Los pies y manos se rozaron bajo el agua mientras se agitaban para mantenerse a flote. —¿Cansada?
Ella negó con la cabeza, aunque le dolían los músculos y le ardían los pulmones. —Entonces, ¿por qué te paras?
—No quiero seguir nadando. Quiero besarte.
Paula se negó a arrepentirse por su sincera confesión, sobre todo cuando Pedro parecía más interesado que sorprendido.
—Llevo queriendo besarte desde que te vi ayer —le dijo él—.Antes incluso de que nos conociéramos. Una irrefrenable necesidad de descubrir cómo sabías.
Se acercó más y Paula le rodeó el cuello con los brazos, mientras sus piernas se entrelazaban. —Es difícil resistirse a la atracción, ¿verdad? — le preguntó ella.
—Es imposible.
Sus labios se encontraron, y durante un instante ninguno de los dos se movió. Paula se concentró en la dulce presión de aquella boca, en el sabor a limonada, en el pecho apretado contra sus senos... Una fría humedad los rodeaba, pero un fuego líquido ardía en su interior.
Pedro la mantuvo sujeta, abrieron la boca para tomar aire, y se sumergieron bajo el agua en una reluciente y embriagadora fantasía.
La ilusión se inundó cuando tragaron agua y tuvieran que emerger de nuevo. Nadaron hacia el borde, tosiendo y riendo. —Soy un gran aficionado de los besos húmedos —dijo él—. Pero tal vez estamos tentando ai destino —mantuvo una mano presionada contra la espalda de Paula.
El calor de su palma contrastaba con la frialdad del agua, incitándola a que eliminara sus últimas inhibiciones.
No tenía nada que perder con él. El instinto le decía que Pedro era un hombre noble y digno de confianza.Y aunque no lo fuera, ella no tenía ilusiones que pudieran destruirse. Solo quería una breve aventura; un estimulante recuerdo que le durase toda la vida. Sin lamentaciones.
—Aquí no cubre —le dijo—. ¿Por qué no me enseñas algo más de esos besos húmedos de los que eres tan aficionado?
—¿Dije «aficionado»? Quería decir «experto»
—Oh, me gusta que seas tan presumido. No solo estás tentando al destino, Pedro Alfonso, También me estás tentando a mí. No suelo besar a los hombres nada más conocerlos.
Él el dio un beso en la mejilla. Fuera o dentro del agua, no había modo de disimular la longitud de su erección presionada contra ella. —No sabes lo que me complace eso.
—Demuéstramelo.
Y él lo hizo... hasta dejarla casi sin respiración.
Hasta que fue imposible distinguir una boca de otra.
Hasta que el agua pareció evaporarse con el calor de las lenguas entrelazadas.
Hasta que ella conoció los secretos de su boca igual que si hubiera estado besándolo durante anos.
Los pezones se le marcaron a través del bañador. El corazón le latía a un ritmo frenético. Jadeó para lomar aire, pero aún quería más.
—Tócame, Pedro —le besó la mandíbula, hasta llegar a la oreja—. No muerdo... Bueno, tal vez muerda un poco, pero muy suave.
Él se río y le pasó las manos por los costados, la cintura, las caderas y el trasero.
—Creo que eres tú quien tiene una mente maliciosa.
Ella negó con la cabeza, pero Pedro tenía razón. Su mente era maliciosa. Y también su cuerpo, invadido por un deseo salvaje, La pérdida de moralidad la avivó tanto como la gasolina al fuego.
Era tan simple que la tocaran y la desearan solo por el hecho de ser mujer. Una mujer sensual y apasionada que podía seducir a un hombre como Pedro, quien la acariciaba con deliciosa lentitud, explorando sus curvas mientras le prodigaba ávidos besos en la boca y en el cuello. Ella también empezó a tocarlo, pero se paró cuando sintió el tacto de sus dedos en los pechos. Un intenso estremecimiento la recorrió de arriba abajo.
Pedro lo percibió y reconoció la fuerza de la atracción. Nunca había experimentado nada semejante. Con Paula no estaba desempeñando ningún papel ni disfrutando de un amante entre caso y caso. En aquella piscina, con tan solo un bañador de lycra entre ellos y las cálidas olas lamiéndoles la piel como un millar de lenguas, no deseaba ni necesitaba otra cosa que Paula respondiera a su tacto.
Pero la conciencia le gritaba que Paula Chaves no era una mujer con la que pudiera acostarse y luego dejar. La besó en la sien y dejó un espacio entre ellos, sin soltarla.
—¿Qué estamos haciendo aquí Paula? Ella le sonrió y volvió a presionarse contra él, —Vivo aquí, ¿recuerdas? Me mudé ayer.
—No, quiero decir que estás complicando rni vida tan simple. No es que sea malo, pero no es lo que esperaba ni lo que tenía, planeado.
Ella se echó a reír, le besó la nariz y nadó liacia la escalera.
Salió de la piscina con un sensual movimiento de caderas, que para Pedro fue toda una tortura.
—Siento oír eso, Pedro —agarró la toalla que él había usado y se secó la cara, sin privarse de inhalar su olor—. Mmm... No, lo retiro. No lo siento en absoluto.Tú tampoco encajas con mis planes, Se suponía que debía mudarme, instalarme y ponerme a trabajar con un importante proyecto. Pero ahora lo único que quiero es seducirte.
—¿Y qué te lo impide?
Ella se secó los brazos y las piernas, y se enrolló la toalla a la cintura.
—Yo podría preguntarte lo mismo, pero creo que ya sé la respuesta. Quieres que sea yo quien ponga las reglas. Es gesto muy caballeroso por tu parte.
—No soy un caballero, señorita Chaves. Si lo fuera no pensaría lo que estoy pensando ahora.
—¿Cuáles son esos pensamientos?
—¿De verdad quieres saberlo?
Paula se arrodilló en el borde y aproximó la cara a la suya.
—¡Tiene algo que ver con bañarse desnudos?
Pedro tragó saliva.
—Bañarse desnudos está bien.
Ella se mordió el labio y miró a su alrededor, como si considerara la posibilidad. El jardín estaba protegido por una valla alta y espesos setos, pero las casas colindantes tenían abiertos los postigos de las ventanas de la segunda planta.
¿Tendría el valor suficiente? Salvo la mentira del béisbol, todo lo que Pedro le había contado era cierto, y él sabía muy poco sobre ella. ¿Acarrearía problemas aquel atrevimiento?
—Me gusta tu forma de pensar —le dijo ella—, pero, por muy excitada que esté, no soy una presa fácil. Vas a tener que esforzarte un poco más que con un beso increíble para verme desnuda.
Se levantó y se bebió lo que quedaba de la limonada. Pedro permaneció en el agua, perplejo y pensando en lo que podría hacer para verla desnuda. Se acercó al borde y salió de la piscina.
—¿Te refieres a salir a cenar o ver una película?
—Eso es un buen comienzo.
Stanley no volvería a casa hasta muy tarde.Al día siguiente Pedro volvería a ocuparse de su trabajo. De momento, tenía una tarea mucho más interesante.
—Yo elijo el restaurante y tú el cine—le puso—.Y discutiremos la posibilidad de bañarnos desnudos. ¿Qué te parece? Paula asintió, y ahogó un gemido cuando el le quitó la toalla de la cintura y se cubrió con ella los hombros.
Agarró las zapatillas y la camiseta de donde las había dejado y se dispuso a marcharse, —A las siete en punto. Ponte algo informal.
Paula no sabía qué película elegir, de modo que, antes de apagar las luces y cerrar la puerta, de la calle, abrió un programa y leyó los títulos. El primero era Bañándose desnuda. No estaba segura si Pedro se tomaría el chiste a guasa o en serio.
En cualquier caso, no podía demorarse mucho. Miró el reloj y justo en ese instante sonó el teléfono, Por primera vez en mucho tiempo Paula rezó por que a las siete menos cinco no la llamara nadie de la oficina, aunque no se le ocurrió quién más podía tener su número. Pedro la había llamado veinte minutos antes para asegurarse de que la cita seguía en pie.
¿Acaso se había vuelto loco? Aquella noche iba a ser la primera noche de diversión que se tomaba en años. —¿Diga?
—Hola Pau..
Paula reprimió un quejido. Era su hermano. —Hola,Patricio
—No parece que te entusiasme hablar conmigo. Puedes herir mis sentimientos, ¿sabes?
Ella se mordió el labio al recordar corno la indecisión de su tío sobre el futuro de Chaves Group había afectado la relación con su hermano. Quería y admiraba a Patricio desde niña, y él fue el pilar en el que se Apoyó tras la muerte de su padre. Se había convertido en un detective de homicidios en Atlanta, condecorado varias veces, y era el orgullo de la familia. Sus visitas a casa suponían grandes celebraciones, en las que su madre preparaba sus guisos especiales y tío Noah llevaba la cerveza. Su última visita había sido tan normal como las anteriores... hasta que anunció su retirada de la policía y su decisión de establecerse en Florida.
Su madre estuvo gritando de felicidad varios días.Y tío Noah lo preparó todo para asignarle un despacho en Chaves Group. No solo eso, sino que además le encargó a Paula que le enseñara todo lo que ella sabía. Paula accedió, aunque en el fondo pensaba que Patricio nunca podría saber tanto como eíla, pues no había trabajado en la oficina desde los once años.
Chaves Group era su legado, la recompensa por renunciar a las vacaciones de la escuela y del instituto para ponerse a afilar lápices y clasificar archivos. Nunca se imaginó que su tío la dejara fuera cuando se retirase... hasta que llegó Patricio.
—No quiero herirte los sentimientos, Patricio. ¿Qué quieres?Tengo planes para esta noche.
—Cancélalos.
—¿Cómo has dicho?
—Acabo de hablar con Jase. Stanley va a volver temprano a casa. Ha ocurrido algo, y Jase dice que Stanley parece fuera de sí. Puede ser la oportunidad para ver cómo comete un desliz. Quiero que tengas los ojos y los oídos bien abiertos.
Paula se apretó el auricular contra el pecho y respiró profundamente. No podía creer lo que estaba pasando. De un momento a otro Pedro cruzaría la calle y llamaría a la puerta.Tenia por delante una cita que con suerte podría acabar en una sesión de sexo, bien en la piscina, bien en la tumbona que había colocado entre los hibiscos y las azaleas del jardín. Pero de nuevo aparecía Patricio y su tono autoritario.
—¿Por qué Jase te ha llamado a ti?
—Estaba vigilando. No te quedes de brazos cruzados, hermanita. Estoy sustituyendo a tío Noah, que está cenando con el director de esa compañía de seguros a la que intentamos impresionar.
—Sentarte en su sillón no te confiere autoridad sobre mí, Patricio. Aquí soy la investigadora jefe. Esta operación fue idea mía. ¿Cómo te atreves a venir ahora y darme órdenes?
En ese momento, a las siete en punto, se oyó un golpe en la puerta.
Paula volvió a respirar hondo, se excusó de mala manera, y dejó el teléfono sobre la encimera de la cocina. Luego, forzó una sonrisa y fue a abrir.
En cuanto vio a Pedro se le olvidó la ira y la indignación.
Estaba guapísimo...
—Hola —lo saludó, invitándolo a entrar.
—Vaya, estás muy guapa.
Ella dio una vuelta, haciendo que el vestido corto se le subiera por los muslos.
—Gracias, tú tampoco estás mal. Oye, lo siento, pero tengo que atender una llamada. Cosas del trabajo.
—Adelante.Te espero aquí.
—Sírvete una copa, si te apetece. Enseguida vuelvo.
Agarró el teléfono inalámbrico y se encerró en el estudio.
—¿Una cita? ¿Tienes una cita? —exclamó Patricio cuando ella retomó la conversación—. Se supone que estás trabajando Paula. No puedes salir por ahí.
Paula contó lentamente de diez hasta uno.
—Patricio —le dijo con mucha calma, aunque apretaba el teléfono con tanta fuerza que iba a hacerlo estallar en cualquier momento—, estás pisando un terreno muy peligroso. En el trabajo y en la oficina, no soy tu hermanita pequeña a la que puedes intimidar. Te guste o no, estoy al cargo de esta investigación. Soy yo quien toma las decisiones, y si quiero cambiar los planes para esta noche, eso es cosa mía. Mía, no tuya. Y si Jase o Tim o cualquier otro tiene alguna información sobre este caso, espero que me los remitas a mí.Y si no te gusta, lo discutiremos mañana con tío Noah. Porque esta noche tengo planes.
Concluyó con un tono tajante, y esperó la respuesta de su hermano. Desde la llegada de Patricio, Paula no había manifestado su inconformidad con su inclusión en Chaves Group.Y hasta esa noche, solo se había ocupado de tratar con los clientes, mientras ella se dejaba ios huesos intentando salvar la reputación de la empresa.
Paula estaba decidida a aclarar las cosas en cuanto se cerrara aquel caso, pero con su prepotencia, Patricio no le había dado otra opción que soltárselo en aquel momento.
No oyó ninguna respuesta al otro lado de la línea, y se preguntó si se habría cortado la comunicación. Pero entonces oyó un silbido de incredulidad que le hizo poner una mueca.
—Vaya, hermanita, menuda ira tienes reprimida, ¿eh? Solo intento ayudar. —Patricio, lo que intentas es tomar el poder.
Silencio. No hubo ninguna protesta ni negación. Solo el silencio revelador, —Supongo que deberíamos hablar de esto mañana —dijo él finalmente.
—Estaré en la oficina al mediodía, a menos que Stanley cambie su rutina y decida correr la maratón.Asegúrate de que tío Noah está presente, ¿de acuerdo?
Patricio accedió y colgó, pero Paula notó que había dudado por un momento, como si hubiera dejado algo por decir.
Bueno, mejor así. Cualquier cosa que tuviera que decirle no iba a gustarle. Y no quería que la noche se le estropeara más todavía.
Stanley estaba de camino a casa. Algo lo había preocupado. Maldición... Patricio tenía razón. Era la oportunidad perfecta para pillarlo desprevenido.
Pero de eso se encargarían las cámaras, estuviera ella presente o no.
Un golpe en la puerta del estudio le hizo dar un respingo.
—Paula, ¿estás bien? He visto que se apagaba la luz del teléfono de la cocina.
Paula miró el auricular. El soporte de la cocina indicaba si se estaba hablando no. Aquel hombre era demasiado observador...
Abrió y salió, cerrando la puerta a su paso.
—Sí, lo siento. Ya he terminado. Todo arreglado.
—Me alegro —dijo él, y la siguió a la cocina—. Exactamente, ¿qué es lo que haces?
Paula tragó saliva mientras colgaba el teléfono. Odiaba mentirle a Pedro, y a cualquier persona, pero no podía decirle que era la responsable de una misión de espionaje ilegal, aunque fuera para cazar a un estafador millonario. —Soy investigadora privada.
—¿Y para quién trabajas?
—De momento, para una agencia de detectives. Casi todo lo que hago es buscar información en Internet, de modo que puedo trabajar desde casa.
—¿Qué agencia? —preguntó él despreocupadamente—. Conozco a algunos investigadores privados.
¿Por qué un explorador de béisbol conocía a investigadores privados?, pensó ella, pero negó con la cabeza y sonrió. Le había dado su apellido, por lo que no podía darle el nombre de Chaves Group. La empresa solo se daba a conocer en determinados círculos.
—No puedo decirlo. Lo siento, pero firmé un contrato con la empresa en el que se me impide dar detalles de mi trabajo. Lo comprendes, ¿verdad?
Eso no era mentira. De hecho, muy poco de lo que había dicho era mentira si se miraba desde cierto punto de vista. En su contrato figuraba una cláusula de confidencialidad, como en el de cualquier otro empleado
Se dio la vuelta y agarró el bolso de lo alto del frigorífico.
Maldito Stanley... Paula confiaba en el carísimo equipo que tenía instalado en el dormitorio, y se prometió que por la mañana revisaría las cintas antes de encontrarse con su tío y con Patricio. No había garantías de que el misterioso enfado de Stanley revelase la mentira de sus lesiones. Pero ese enfado no sería nada comparado al que ella tendría si cancelaba la cita con Pedro.
—Así que no podemos hablar de trabajo — dijo él—. Comprendido. Estoy seguro de que encontraremos algunos secretos que si podamos compartir.
La idea hizo que a Paula se le acelerase el corazón. Sí, tenía muchos secretos que compartir con él, si surgía la oportunidad. Cosas que nunca le había dicho a nadie, ni siquiera a Leonel ni a Elisa. Sus objetivos. Sus sueños. Sus fantasías...
Había algo en Pedro que invitaba a confiar en él. Incluso su forma de vestir era modesta y despreocupada. Con unos pantalones cortos color caqui, un polo del mismo color que sus ojos, unas sandalias de piel, el pelo a medio peinar y una franca sonrisa, Pedro ofrecía una imagen que encajaba a la perfección con su estilo de vida.
Y por aquella noche, con el estilo de vida de Paula. Pedro le abrió la puerta y sacó las llaves del bolsillo.
Ella cruzó el umbral, decidida a aprovechar la oportunidad que se le brindaba. La oportunidad de tener una relación sin expectativas ni consecuencias.
Se giró y alargó un brazo para tirar del pomo al mismo tiempo que él. Las dos manos se tocaron y permanecieron inmóviles durante unos segundos.
Los dos se echaron a reír y tiraron de la puerta a la vez. Ella echó el cerrojo y le tendió la llave para que él echara el cerrojo superior.
Una sencilla cooperación, como si hubieran hecho lo mismo un millar de veces. Y Paula era demasiado irlandesa como para no creer en las señales.
miércoles, 20 de julio de 2016
LA MIRADA DEL DESEO: CAPITULO 6
No podía aguantarlo más. Solo llevaba veinticuatro horas fuera de la oficina, pero Paula Chaves, la mujer que podía concentrarse en libros de contabilidad y archivos, y revisar páginas y páginas de informes de vigilancia sin más sustento que una taza de café, tenia un serio hormigueo en las braguitas. Por cortesía de Pedro.
Tampoco la había ayudado escuchar cómo Elisa le relataba por teléfono su sesión privada con Ted. Su amiga se había explayado en los detalles íntimos, pero no le había dicho que fuera una cobarde por haber perdido la oportunidad de acostarse con el vecino. ¿Cuántas veces, a su edad, tenía la posibilidad de hacer algo tan estimulante y prohibido como sentarse con un hombre a oscuras a ver una película erótica? Entonces, ¿por qué se sentía tan reacia a subir las escaleras y descubrir lo que estaba haciendo Pedro en ese momento? Stanley Davison había salido de casa con una pequeña bolsa de viaje, y Paula había avisado a Ted para informarlo de que la casa estaba vacía y que podían proceder a la instalación.
Oficialmente, no tenía nada que hacer por el momento.
Pero ¿qué podía hacer con su tiempo libre y un sofisticado equipo de vigilancia?
Solo tenía dos opciones para apaciguar su obsesión. Podía salir por ia puerta e ir a ver lo que estaba haciendo en persona, o podía sucumbir a la tentación y observarlo con las cámaras.
Finalmente, soltó un suspiro de rendición y subió las escaleras.Tal vez, si aprendía un poco más de él, podría reunir el valor suficiente para seducirlo. El instinto le decía que Pedro Alfonso era un buen tipo, y, a excepción de lo sucedido con su ex marido, el instinto nunca la había engañado. Aunque si hubiera vigilado en secreto a Leonel, tal vez habría descubierto la rata que era. «Vive y aprende», sonaba la voz de su madre en sus oídos.
Sonrió y tecleó los códigos de acceso en el ordenador. Si observaba a Pedro una vez más y descubría algún detalle íntimo, quizá pudiera superar el bloqueo que la había inmovilizado cuando lo vio examinar su colección de películas eróticas.
Como el equipo de Ted cambiaría la configuración de las cámaras y los micrófonos para la nueva instalación en casa de Stanley, Paula guardó los códigos de Pedro en un archivo privado, bajo el nombre «Mírame».
Se puso a mirar habitación por habitación, buscando a su presa. Media hora antes, lo había visto hablando con Stanley, pero al estar de espaldas a ella no pudo leerle los labios.
No estaba en el porche trasero, ni en la cocina, ni la sala de estar ni el dormitorio, aunque la televisión estaba encendida y emitía un culebrón. Tampoco estaba en el desván, mucho más polvoriento y oscuro que la noche anterior.
Por último, comprobó el garaje, y entonces vio que se abría la puerta que lo comunicaba con la casa. Pedro entró y miró a su alrededor.Apartó las herramientas que había en el banco de trabajo, y abrió y cerró algunos cajones. No parecía estar buscando nada en particular. Entonces sus movimientos se aceleraron, y la expresión de disgusto se
tornó en frustración, como si quisiera algo que no podía encontrar. O peor aún, algo que no podía tener.
Vio que le daba una patada a un cubo. Paula había aprendido que Pedro era un hombre capaz de controlar sus acciones a voluntad, y quizá también sus emociones, pero en aquellos momentos se movía como un animal enjaulado, desesperado por liberarse de unos grilletes invisibles. A Paula le temblaron los dedos cuando lo vio asomar la cabeza por la puerta y mirar hacia su propia casa, como si estuviera buscando algo en esa dirección. Pero lo que hizo fue doblarse por la cintura, poner las manos en las rodillas y empezar a... ¿reír? En efecto, cuando se estiró de nuevo estaba riendo a pleno pulmón.
Era sorprendente ver a un hombre reírse solo con aquella facilidad. Sin duda era alguien que no reprimía sus emociones y que no se tomaba a sí mismo muy en serio.
Una prueba más de que Pedro Alfonso sería el amante perfecto.
Antes de que Paula pudiera pestañear, lo vio salir por la puerta. Hacia su casa.
****
—¿Corres?
—¿Perdón?
Paula se apoyó contra puerta. Respiraba con dificultad, como si hubiera acudido corriendo a abrirle,o como si hubiera estado haciendo alguna clase de ejercicio físico. Se secó el sudor de la frente, haciendo que Pedro buscara más signos de humedad por otras partes de su cuerpo.
Como en el borde de su labio superior, en sus hombros descubiertos, entre los pechos... lo suficiente para formar una sombra en el top de algodón azul.
—Voy a correr un poco —explicó él—.Y he pensado que tal vez quisieras acompañarme.
— ¡Es más de la una! Nadie en Florida corre a esta hora del día, a menos que quieras pillar una insolación.
Pedro se echó a reír.
—No es para tanto. Hay mucha sombra.
Ella le echó una escéptica mirada con las cejas arqueadas, y él reconoció que había exagerado un poco. Aun a la sombra de los centenarios robles que se alineaban en la acera, correr a esa hora era abrasarse. Pero Pedro necesitaba salir de su casa cuanto antes. En otras circunstancias se habría ido a la playa, o a montar en canoa por el río Hiusborough, o a conducir por la interestatal hasta que se le apaciguaran los ánimos.
No podía recordar un tiempo en el que no hubiera renido que luchar contra lo que su padre llamaba en broma «el síndrome del movimiento perpetuo». Pedro siempre necesitaba moverse, desplazarse, hacer algo. De ío contrario se volvía irritable, destructivo y hasta mezquino. De niño, su inquieta personalidad le hizo pasar muchas horas en el despacho del director de cualquier academia militar.
De adulto, se había asegurado de que su comportamiento apenas molestase a aquellos que lo rodearan... aunque desde hacía un tiempo no paraba de cuestionar su decisión de sacar el arma y abrir fuego en su ultima operación policial, y se preguntaba si podría haber controlado la situacíón de otro modo.
Pensaba que era normal darle vueltas a un asunto, siempre y cuando no indujera a duda en uaa situación difícil. De modo que se lanzó al único punto en el que no tenia la menor duda: su atracción hacia Paula Chaves. Paula, la razón por la que sentía la irrefrenable necesidad de patear el pavimento bajo el sol del mediodía.
Jamás había sentido una frustración semejante con una mujer a la que no hubiera besado... Una frustración que muy pronto remediaría si ella no paraba de pasarse la lengua por los labios mientras consideraba su oferta.
—Lo siento, Pedro. Ni siquiera corro cuando hace frío.
Él la miró con apreciación. Era imposible mantener una figura tan fuerte y esbelta sin sudar un poco.
—¿En serio? Entonces, ¿qué ejercicio haces?
Ella sonrió, consiente del sentido implícito de la pregunta.
—¿Te gustaría saberlo?
—La verdad es que sí. Mucho.
Paula lo miró con ojos entrecerrados. No solo no parecían importarle las insinuaciones, sino que además le gustaban.
A Pedro le encantaba aquella mujer.
Y entonces, sin la menor discreción, se fijó en sus poderosos muslos y en su trasero. Pedro se quedó encantado. Tal vez la decisión de correr con cuarenta grados de temperatura hubiera sido la acertada.
—¿Por qué no vas a correr y a sudar un poco? Si luego no necesitas atención médica, te lo enseñaré.
Paula cruzó la piscina a nado por vigésima vez, dio una vuelta debajo del agua y se impulsó en la pared para seguir nadando. Los pulmones, con el aire contenido, empezaban a quemar. Sacó la cabeza hacia un lado y tomó una rápida respiración sin aminorar la velocidad.
Le dolían todos los músculos del cuerpo, pero estaba decidida a nadar al menos medio kilómetro. Llevaba dos semanas sin hacer ejercicio, hasta que la sugerencia de Pedro le hizo ponerse el bañador, Estaba baja de forma, y mientras se esforzaba por completar un largo, se preguntó si no debería haber empezado con un ritmo más suave. Pero ella era una persona a la que gustaban las facilidades. Todo lo que quería se convertía en su obsesión. No siempre era lo más saludable, pero no podía luchar contra su naturaleza... como tampoco podía luchar contra la atracción del vecino de enfrente.
Sacó de nuevo la cabeza para tomar aire, y entonces oyó un chapoteo y recibió un torrente de agua. Dos fuertes manos fa agarraron por la cintura.Tras darle un segundo para que se llenara de aire los pulmones, la sumergieron bajo el agua.
Pedro no la mantuvo sumergida mucho tiempo. Pronto la soltó y dejó que saliera a la superficie para respirar mientras él nadaba hacia el borde con poderosas brazadas, ¿Cómo era posible que se moviera con tanta energía después de estar una hora corriendo bajo el implacable sol de Florida?
Lo vio pararse en el borde y echarse el pelo hacia atrás. La piel le brillaba, como si fuera algún dios marino.
—¡Vaya! ¡Esto sí que es una buena forma de acabar una carrera!
Nadó de espaldas hacia ella, ofreciéndole una sobrecogedora visión de sus pectorales, brazos y hombros
—¿No preferirías nadar en vez de correr?
Él se detuvo y se volvió, quedando su rostro a solo unos centímetros de ella.
—No lo sé. Para mí la natación es puro recreo, mientras que al correr puedes sentir cómo trabajan los músculos. Sin dolor no hay progreso. Pero al estar en el agua contigo siento que me vuelven todas las energías.
—¿Ah, sí?
Paula oyó que se cerraba la puerta de un coche y que un motor se ponía en marcha. Estupendo. Ted y su equipo habían acabado. Al día siguiente podría volver al trabajo asignado, o en cuanto Stanley volviera a casa.
Pero, de momento, tenía a Pedro casi desnudo en la piscina de su jardín.
—¿Quiénes eran esos? —preguntó él con una inocente expresión de curiosidad.
—¿Quiénes? —a Paula le dio un vuelco el corazón.A aquel hombre no se le escapaba nada.
—La furgoneta que estaba aparcada ahí fuera. AAA-Team Electronics. Nunca he oído hablar de ellos. —Pues son los mejores. He tenido problemas con la instalación eléctrica. La acaban de arreglar.
—No han estado aquí mucho tiempo.
—Ya... Han terminado enseguida. No quería que interrumpieran mi baño. Te prometí que te enseñaría cuáles eran mis ejercicios físicos.
Le hizo un guiño y lo salpicó ligeramente, orgullosa y preocupada a la vez por haber hablado con tanta facilidad.
Era un buen talento para una investigadora privada, pero no tan bueno para una amante potencial.
—He preparado limonada —hizo un gesto hacia la garrafa helada que estaba sobre la mesa, bajo la sombrilla—. ¿Te apetece un poco?
Él se humedeció los labios, pero negó rotundamente con la cabeza.
—Ahora no. Estabas entrenando. No debería haberte interrumpido.
—¿Me estabas observando antes de tirarte a la piscina?
—Nadas muy bien.
Paula metió la cabeza en el agua y la sacó inclinada hacia atrás, para apartarse el pelo de la cara. Una sensación de calor se arremolinó en su interior.
—Me encanta nadar. Es el único ejercicio que hago con regularidad.
—¿El único? —le preguntó con la ceja arqueada. A Paula no le resultó difícil captar la insinuación. .. y solo lo conocía de un día.
—Tienes una mente maliciosa —lo reprendió.
—Algunas mujeres dicen que tengo una mente sucia.
—No creo que el sexo sea algo sucio. ¿Y tú?
—No si se hace bien.
Paula no tenía la menor duda de que su vecino sabía cómo practicar bien el sexo. La pregunta era: ¿tenía ella el valor para descubrirlo?
Nadó hacia atrás, y se sentó en la escalera, con el agua resbalando por los hombros.
—No sé mucho de ti —le dijo—. Quizá no deberíamos hablar de sexo hasta que hayamos cubierto los pormenores. Por ejemplo... ¿Cómo te ganas la vida? ¿O eres rico?
Él se irguió frente a ella, obligándola a mirar cómo el agua se deslizaba por su musculoso cuerpo, y le tendió la mano. : —Pedro Alfonso, explorador de los Yankees. los pítchers son mi especialidad. Estoy soltero y nunca me he casado.Tengo una mascota que venía incluida con la casa. Soy Escorpio y mi color preferido es el rojo —con la mano que ella no había estrechado le acarició un mechón que le caía sobre el hombro.
Paula lo miró a los ojos y decidió que su color favorito era el verde. Verde esmeralda, con motas negras y brillos ambarinos.
—Sí, el rojo me gusta mucho... —continuó él, y volvió a meter la mano bajo el agua—. Excepto en los extractos de mi cuenta bancaria, que suelen estar en negro. Me encanta la comida japonesa, aunque no soporto el sushi, y el caviar. Me gusta que el vodka esté muy frío, y tengo una increíble debilidad por las mujeres a las que les sienta mejor un bañador de una sola pieza que un biquini.
Paula se miró el bañador que había elegido. Había creído que era bastante discreto, hasta que vio los ojos de Pedro ardiendo de deseo, y agradeció en silencio no haberse puesto el biquini.Aun con los pechos y el cuello cubiertos de lycra,la piel desnuda de los hombros, brazos y espalda le vibraba ante la intensa mirada de Pedro.
—Eso se mucha información —concluyó él. —¿Hay algo que te haga arrepentirte por haberme invitado?
Paula negó con la cabeza. Por suerte Pedro no podía suponer que ella también conocía su afición por el taekwondo y los culebrones. No le gustaba la falta de honradez, pero no sabía cómo aclarar aquello.Tal vez no tuviera que hacerlo, o tal vez se le ocurriera un modo para ser honesta con él en el futuro. Pero no sobre Stanley, claro.
No podía echar a perder el caso solo por ser amable con un amante potencial.
Entonces se le ocurrió algo en lo que sí podría ser completamente sincera. Su interés por Pedro. Su lujuria y deseo. No tenía por que disimular eso.
Casi tenía las palabras en la boca cuando él empezó a salir lentamente de la piscina, con el agua chorreando por sus piernas endurecidas y su moldeado trasero.
—¿Qué tal si nos sirvo a ambos una limonada mientras tú acabas de nadar?
—Ya he acabado —dijo ella.
—Dijiste que podía mirar —respondió él mientras se secaba la cara con una toalla.
—Ya me has visto antes de tirarte a la piscina —replicó ella, consciente del desafío que ardía en aquellos ojos verdes.
—Pero no sabes lo que estaba mirando —le recordó con un sugerente susurro; el tipo de susurro que un hombre pronunciaba justo antes de introducirse en una mujer.,. Se sentó en la tumbona y tomó un sorbo de limonada—. Saber que alguien te está mirando lo cambia todo, ¿no crees?
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