No podía aguantarlo más. Solo llevaba veinticuatro horas fuera de la oficina, pero Paula Chaves, la mujer que podía concentrarse en libros de contabilidad y archivos, y revisar páginas y páginas de informes de vigilancia sin más sustento que una taza de café, tenia un serio hormigueo en las braguitas. Por cortesía de Pedro.
Tampoco la había ayudado escuchar cómo Elisa le relataba por teléfono su sesión privada con Ted. Su amiga se había explayado en los detalles íntimos, pero no le había dicho que fuera una cobarde por haber perdido la oportunidad de acostarse con el vecino. ¿Cuántas veces, a su edad, tenía la posibilidad de hacer algo tan estimulante y prohibido como sentarse con un hombre a oscuras a ver una película erótica? Entonces, ¿por qué se sentía tan reacia a subir las escaleras y descubrir lo que estaba haciendo Pedro en ese momento? Stanley Davison había salido de casa con una pequeña bolsa de viaje, y Paula había avisado a Ted para informarlo de que la casa estaba vacía y que podían proceder a la instalación.
Oficialmente, no tenía nada que hacer por el momento.
Pero ¿qué podía hacer con su tiempo libre y un sofisticado equipo de vigilancia?
Solo tenía dos opciones para apaciguar su obsesión. Podía salir por ia puerta e ir a ver lo que estaba haciendo en persona, o podía sucumbir a la tentación y observarlo con las cámaras.
Finalmente, soltó un suspiro de rendición y subió las escaleras.Tal vez, si aprendía un poco más de él, podría reunir el valor suficiente para seducirlo. El instinto le decía que Pedro Alfonso era un buen tipo, y, a excepción de lo sucedido con su ex marido, el instinto nunca la había engañado. Aunque si hubiera vigilado en secreto a Leonel, tal vez habría descubierto la rata que era. «Vive y aprende», sonaba la voz de su madre en sus oídos.
Sonrió y tecleó los códigos de acceso en el ordenador. Si observaba a Pedro una vez más y descubría algún detalle íntimo, quizá pudiera superar el bloqueo que la había inmovilizado cuando lo vio examinar su colección de películas eróticas.
Como el equipo de Ted cambiaría la configuración de las cámaras y los micrófonos para la nueva instalación en casa de Stanley, Paula guardó los códigos de Pedro en un archivo privado, bajo el nombre «Mírame».
Se puso a mirar habitación por habitación, buscando a su presa. Media hora antes, lo había visto hablando con Stanley, pero al estar de espaldas a ella no pudo leerle los labios.
No estaba en el porche trasero, ni en la cocina, ni la sala de estar ni el dormitorio, aunque la televisión estaba encendida y emitía un culebrón. Tampoco estaba en el desván, mucho más polvoriento y oscuro que la noche anterior.
Por último, comprobó el garaje, y entonces vio que se abría la puerta que lo comunicaba con la casa. Pedro entró y miró a su alrededor.Apartó las herramientas que había en el banco de trabajo, y abrió y cerró algunos cajones. No parecía estar buscando nada en particular. Entonces sus movimientos se aceleraron, y la expresión de disgusto se
tornó en frustración, como si quisiera algo que no podía encontrar. O peor aún, algo que no podía tener.
Vio que le daba una patada a un cubo. Paula había aprendido que Pedro era un hombre capaz de controlar sus acciones a voluntad, y quizá también sus emociones, pero en aquellos momentos se movía como un animal enjaulado, desesperado por liberarse de unos grilletes invisibles. A Paula le temblaron los dedos cuando lo vio asomar la cabeza por la puerta y mirar hacia su propia casa, como si estuviera buscando algo en esa dirección. Pero lo que hizo fue doblarse por la cintura, poner las manos en las rodillas y empezar a... ¿reír? En efecto, cuando se estiró de nuevo estaba riendo a pleno pulmón.
Era sorprendente ver a un hombre reírse solo con aquella facilidad. Sin duda era alguien que no reprimía sus emociones y que no se tomaba a sí mismo muy en serio.
Una prueba más de que Pedro Alfonso sería el amante perfecto.
Antes de que Paula pudiera pestañear, lo vio salir por la puerta. Hacia su casa.
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—¿Corres?
—¿Perdón?
Paula se apoyó contra puerta. Respiraba con dificultad, como si hubiera acudido corriendo a abrirle,o como si hubiera estado haciendo alguna clase de ejercicio físico. Se secó el sudor de la frente, haciendo que Pedro buscara más signos de humedad por otras partes de su cuerpo.
Como en el borde de su labio superior, en sus hombros descubiertos, entre los pechos... lo suficiente para formar una sombra en el top de algodón azul.
—Voy a correr un poco —explicó él—.Y he pensado que tal vez quisieras acompañarme.
— ¡Es más de la una! Nadie en Florida corre a esta hora del día, a menos que quieras pillar una insolación.
Pedro se echó a reír.
—No es para tanto. Hay mucha sombra.
Ella le echó una escéptica mirada con las cejas arqueadas, y él reconoció que había exagerado un poco. Aun a la sombra de los centenarios robles que se alineaban en la acera, correr a esa hora era abrasarse. Pero Pedro necesitaba salir de su casa cuanto antes. En otras circunstancias se habría ido a la playa, o a montar en canoa por el río Hiusborough, o a conducir por la interestatal hasta que se le apaciguaran los ánimos.
No podía recordar un tiempo en el que no hubiera renido que luchar contra lo que su padre llamaba en broma «el síndrome del movimiento perpetuo». Pedro siempre necesitaba moverse, desplazarse, hacer algo. De ío contrario se volvía irritable, destructivo y hasta mezquino. De niño, su inquieta personalidad le hizo pasar muchas horas en el despacho del director de cualquier academia militar.
De adulto, se había asegurado de que su comportamiento apenas molestase a aquellos que lo rodearan... aunque desde hacía un tiempo no paraba de cuestionar su decisión de sacar el arma y abrir fuego en su ultima operación policial, y se preguntaba si podría haber controlado la situacíón de otro modo.
Pensaba que era normal darle vueltas a un asunto, siempre y cuando no indujera a duda en uaa situación difícil. De modo que se lanzó al único punto en el que no tenia la menor duda: su atracción hacia Paula Chaves. Paula, la razón por la que sentía la irrefrenable necesidad de patear el pavimento bajo el sol del mediodía.
Jamás había sentido una frustración semejante con una mujer a la que no hubiera besado... Una frustración que muy pronto remediaría si ella no paraba de pasarse la lengua por los labios mientras consideraba su oferta.
—Lo siento, Pedro. Ni siquiera corro cuando hace frío.
Él la miró con apreciación. Era imposible mantener una figura tan fuerte y esbelta sin sudar un poco.
—¿En serio? Entonces, ¿qué ejercicio haces?
Ella sonrió, consiente del sentido implícito de la pregunta.
—¿Te gustaría saberlo?
—La verdad es que sí. Mucho.
Paula lo miró con ojos entrecerrados. No solo no parecían importarle las insinuaciones, sino que además le gustaban.
A Pedro le encantaba aquella mujer.
Y entonces, sin la menor discreción, se fijó en sus poderosos muslos y en su trasero. Pedro se quedó encantado. Tal vez la decisión de correr con cuarenta grados de temperatura hubiera sido la acertada.
—¿Por qué no vas a correr y a sudar un poco? Si luego no necesitas atención médica, te lo enseñaré.
Paula cruzó la piscina a nado por vigésima vez, dio una vuelta debajo del agua y se impulsó en la pared para seguir nadando. Los pulmones, con el aire contenido, empezaban a quemar. Sacó la cabeza hacia un lado y tomó una rápida respiración sin aminorar la velocidad.
Le dolían todos los músculos del cuerpo, pero estaba decidida a nadar al menos medio kilómetro. Llevaba dos semanas sin hacer ejercicio, hasta que la sugerencia de Pedro le hizo ponerse el bañador, Estaba baja de forma, y mientras se esforzaba por completar un largo, se preguntó si no debería haber empezado con un ritmo más suave. Pero ella era una persona a la que gustaban las facilidades. Todo lo que quería se convertía en su obsesión. No siempre era lo más saludable, pero no podía luchar contra su naturaleza... como tampoco podía luchar contra la atracción del vecino de enfrente.
Sacó de nuevo la cabeza para tomar aire, y entonces oyó un chapoteo y recibió un torrente de agua. Dos fuertes manos fa agarraron por la cintura.Tras darle un segundo para que se llenara de aire los pulmones, la sumergieron bajo el agua.
Pedro no la mantuvo sumergida mucho tiempo. Pronto la soltó y dejó que saliera a la superficie para respirar mientras él nadaba hacia el borde con poderosas brazadas, ¿Cómo era posible que se moviera con tanta energía después de estar una hora corriendo bajo el implacable sol de Florida?
Lo vio pararse en el borde y echarse el pelo hacia atrás. La piel le brillaba, como si fuera algún dios marino.
—¡Vaya! ¡Esto sí que es una buena forma de acabar una carrera!
Nadó de espaldas hacia ella, ofreciéndole una sobrecogedora visión de sus pectorales, brazos y hombros
—¿No preferirías nadar en vez de correr?
Él se detuvo y se volvió, quedando su rostro a solo unos centímetros de ella.
—No lo sé. Para mí la natación es puro recreo, mientras que al correr puedes sentir cómo trabajan los músculos. Sin dolor no hay progreso. Pero al estar en el agua contigo siento que me vuelven todas las energías.
—¿Ah, sí?
Paula oyó que se cerraba la puerta de un coche y que un motor se ponía en marcha. Estupendo. Ted y su equipo habían acabado. Al día siguiente podría volver al trabajo asignado, o en cuanto Stanley volviera a casa.
Pero, de momento, tenía a Pedro casi desnudo en la piscina de su jardín.
—¿Quiénes eran esos? —preguntó él con una inocente expresión de curiosidad.
—¿Quiénes? —a Paula le dio un vuelco el corazón.A aquel hombre no se le escapaba nada.
—La furgoneta que estaba aparcada ahí fuera. AAA-Team Electronics. Nunca he oído hablar de ellos. —Pues son los mejores. He tenido problemas con la instalación eléctrica. La acaban de arreglar.
—No han estado aquí mucho tiempo.
—Ya... Han terminado enseguida. No quería que interrumpieran mi baño. Te prometí que te enseñaría cuáles eran mis ejercicios físicos.
Le hizo un guiño y lo salpicó ligeramente, orgullosa y preocupada a la vez por haber hablado con tanta facilidad.
Era un buen talento para una investigadora privada, pero no tan bueno para una amante potencial.
—He preparado limonada —hizo un gesto hacia la garrafa helada que estaba sobre la mesa, bajo la sombrilla—. ¿Te apetece un poco?
Él se humedeció los labios, pero negó rotundamente con la cabeza.
—Ahora no. Estabas entrenando. No debería haberte interrumpido.
—¿Me estabas observando antes de tirarte a la piscina?
—Nadas muy bien.
Paula metió la cabeza en el agua y la sacó inclinada hacia atrás, para apartarse el pelo de la cara. Una sensación de calor se arremolinó en su interior.
—Me encanta nadar. Es el único ejercicio que hago con regularidad.
—¿El único? —le preguntó con la ceja arqueada. A Paula no le resultó difícil captar la insinuación. .. y solo lo conocía de un día.
—Tienes una mente maliciosa —lo reprendió.
—Algunas mujeres dicen que tengo una mente sucia.
—No creo que el sexo sea algo sucio. ¿Y tú?
—No si se hace bien.
Paula no tenía la menor duda de que su vecino sabía cómo practicar bien el sexo. La pregunta era: ¿tenía ella el valor para descubrirlo?
Nadó hacia atrás, y se sentó en la escalera, con el agua resbalando por los hombros.
—No sé mucho de ti —le dijo—. Quizá no deberíamos hablar de sexo hasta que hayamos cubierto los pormenores. Por ejemplo... ¿Cómo te ganas la vida? ¿O eres rico?
Él se irguió frente a ella, obligándola a mirar cómo el agua se deslizaba por su musculoso cuerpo, y le tendió la mano. : —Pedro Alfonso, explorador de los Yankees. los pítchers son mi especialidad. Estoy soltero y nunca me he casado.Tengo una mascota que venía incluida con la casa. Soy Escorpio y mi color preferido es el rojo —con la mano que ella no había estrechado le acarició un mechón que le caía sobre el hombro.
Paula lo miró a los ojos y decidió que su color favorito era el verde. Verde esmeralda, con motas negras y brillos ambarinos.
—Sí, el rojo me gusta mucho... —continuó él, y volvió a meter la mano bajo el agua—. Excepto en los extractos de mi cuenta bancaria, que suelen estar en negro. Me encanta la comida japonesa, aunque no soporto el sushi, y el caviar. Me gusta que el vodka esté muy frío, y tengo una increíble debilidad por las mujeres a las que les sienta mejor un bañador de una sola pieza que un biquini.
Paula se miró el bañador que había elegido. Había creído que era bastante discreto, hasta que vio los ojos de Pedro ardiendo de deseo, y agradeció en silencio no haberse puesto el biquini.Aun con los pechos y el cuello cubiertos de lycra,la piel desnuda de los hombros, brazos y espalda le vibraba ante la intensa mirada de Pedro.
—Eso se mucha información —concluyó él. —¿Hay algo que te haga arrepentirte por haberme invitado?
Paula negó con la cabeza. Por suerte Pedro no podía suponer que ella también conocía su afición por el taekwondo y los culebrones. No le gustaba la falta de honradez, pero no sabía cómo aclarar aquello.Tal vez no tuviera que hacerlo, o tal vez se le ocurriera un modo para ser honesta con él en el futuro. Pero no sobre Stanley, claro.
No podía echar a perder el caso solo por ser amable con un amante potencial.
Entonces se le ocurrió algo en lo que sí podría ser completamente sincera. Su interés por Pedro. Su lujuria y deseo. No tenía por que disimular eso.
Casi tenía las palabras en la boca cuando él empezó a salir lentamente de la piscina, con el agua chorreando por sus piernas endurecidas y su moldeado trasero.
—¿Qué tal si nos sirvo a ambos una limonada mientras tú acabas de nadar?
—Ya he acabado —dijo ella.
—Dijiste que podía mirar —respondió él mientras se secaba la cara con una toalla.
—Ya me has visto antes de tirarte a la piscina —replicó ella, consciente del desafío que ardía en aquellos ojos verdes.
—Pero no sabes lo que estaba mirando —le recordó con un sugerente susurro; el tipo de susurro que un hombre pronunciaba justo antes de introducirse en una mujer.,. Se sentó en la tumbona y tomó un sorbo de limonada—. Saber que alguien te está mirando lo cambia todo, ¿no crees?
Ayyyyyyyyyyyyyyy, cada vez más linda esta historia jajajaja.
ResponderBorrarAayayyy!!! Me encanta esta novela!!!
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