jueves, 21 de julio de 2016

LA MIRADA DEL DESEO: CAPITULO 7





Pedro se secó lentamente los brazos y el pecho, se sentó en una silla con los tobillos cruzados y tomó un largo trago de limonada. Su sonrisa era puro desafío. Si Paula no hubiera estado segura al cien por cien de que las cámaras que Ted había instalado eran indetectables, habría sospechado por su comentario que Pedro conocía sus actividades clandestinas y que sabía que lo observaba y deseaba.


Pero Ted era un experto y Pedro solo estaba siendo seductor. 


Condenadamente seductor. El instinto le hacía creer solo lo que veía. Los hechos reales no avivaban las esperanzas ni rompían el corazón.


Pero con Pedro, Paula disfrutaba de su habilidad para leer el lenguaje corporal y captar la insinuación de sus palabras.


El desinhibido interés de Pedro era como pólvora rociada sobre un fuego casi extinguido. Chispas, llamas, estallido... 


Además, ella merecía que la observara. Era una especie de pago por su voyeurismo, y tal vez pudiera usarlo en su propio beneficio.


Nadó de espaldas sin prisa, a un ritmo tranquilo y relajado, igual que había hecho Pedro momentos antes.


El agua se deslizaba por su cuerpo, como una cortina azul celeste que cubría y revelaba la reluciente piel con cada movimiento. Mientras iba hacia el extremo de la piscina mantuvo la mirada fija en él, desafiándolo a que apartara la vista y sabiendo que no lo haría.


Alcanzó el borde y dio una vuelta bajo el agua, para continuar nadando a braza. Hizo tres largos más, y su cuerpo demandaba cada vez más ser poseído allí mismo, Por él. En el agua. Desnudos y libres...


Como si hubiera leído sus pensamientos, Pedro se zambulló y empezó a nadar junto a ella, a su mismo ritmo. La energía que su cuerpo emanaba vibraba bajo el agua como un sonar, hasta que Paula no pudo aguantarlo más y se detuvo. El deseo era demasiado fuerte.


Pedro notó que se paraba y volvió a su lado. Los pies y manos se rozaron bajo el agua mientras se agitaban para mantenerse a flote. —¿Cansada?


Ella negó con la cabeza, aunque le dolían los músculos y le ardían los pulmones. —Entonces, ¿por qué te paras? 


—No quiero seguir nadando. Quiero besarte.


Paula se negó a arrepentirse por su sincera confesión, sobre todo cuando Pedro parecía más interesado que sorprendido. 


—Llevo queriendo besarte desde que te vi ayer —le dijo él—.Antes incluso de que nos conociéramos. Una irrefrenable necesidad de descubrir cómo sabías.


Se acercó más y Paula le rodeó el cuello con los brazos, mientras sus piernas se entrelazaban. —Es difícil resistirse a la atracción, ¿verdad? — le preguntó ella.


—Es imposible.


Sus labios se encontraron, y durante un instante ninguno de los dos se movió. Paula se concentró en la dulce presión de aquella boca, en el sabor a limonada, en el pecho apretado contra sus senos... Una fría humedad los rodeaba, pero un fuego líquido ardía en su interior.


Pedro la mantuvo sujeta, abrieron la boca para tomar aire, y se sumergieron bajo el agua en una reluciente y embriagadora fantasía.


La ilusión se inundó cuando tragaron agua y tuvieran que emerger de nuevo. Nadaron hacia el borde, tosiendo y riendo. —Soy un gran aficionado de los besos húmedos —dijo él—. Pero tal vez estamos tentando ai destino —mantuvo una mano presionada contra la espalda de Paula. 


El calor de su palma contrastaba con la frialdad del agua, incitándola a que eliminara sus últimas inhibiciones.


No tenía nada que perder con él. El instinto le decía que Pedro era un hombre noble y digno de confianza.Y aunque no lo fuera, ella no tenía ilusiones que pudieran destruirse. Solo quería una breve aventura; un estimulante recuerdo que le durase toda la vida. Sin lamentaciones.


—Aquí no cubre —le dijo—. ¿Por qué no me enseñas algo más de esos besos húmedos de los que eres tan aficionado?


—¿Dije «aficionado»? Quería decir «experto»


—Oh, me gusta que seas tan presumido. No solo estás tentando al destino, Pedro Alfonso, También me estás tentando a mí. No suelo besar a los hombres nada más conocerlos.


Él el dio un beso en la mejilla. Fuera o dentro del agua, no había modo de disimular la longitud de su erección presionada contra ella. —No sabes lo que me complace eso.


—Demuéstramelo.


Y él lo hizo... hasta dejarla casi sin respiración.


Hasta que fue imposible distinguir una boca de otra.


Hasta que el agua pareció evaporarse con el calor de las lenguas entrelazadas.


Hasta que ella conoció los secretos de su boca igual que si hubiera estado besándolo durante anos.


Los pezones se le marcaron a través del bañador. El corazón le latía a un ritmo frenético. Jadeó para lomar aire, pero aún quería más.


—Tócame, Pedro —le besó la mandíbula, hasta llegar a la oreja—. No muerdo... Bueno, tal vez muerda un poco, pero muy suave.


Él se río y le pasó las manos por los costados, la cintura, las caderas y el trasero.


—Creo que eres tú quien tiene una mente maliciosa.


Ella negó con la cabeza, pero Pedro tenía razón. Su mente era maliciosa. Y también su cuerpo, invadido por un deseo salvaje, La pérdida de moralidad la avivó tanto como la gasolina al fuego.


Era tan simple que la tocaran y la desearan solo por el hecho de ser mujer. Una mujer sensual y apasionada que podía seducir a un hombre como Pedro, quien la acariciaba con deliciosa lentitud, explorando sus curvas mientras le prodigaba ávidos besos en la boca y en el cuello. Ella también empezó a tocarlo, pero se paró cuando sintió el tacto de sus dedos en los pechos. Un intenso estremecimiento la recorrió de arriba abajo.


Pedro lo percibió y reconoció la fuerza de la atracción. Nunca había experimentado nada semejante. Con Paula no estaba desempeñando ningún papel ni disfrutando de un amante entre caso y caso. En aquella piscina, con tan solo un bañador de lycra entre ellos y las cálidas olas lamiéndoles la piel como un millar de lenguas, no deseaba ni necesitaba otra cosa que Paula respondiera a su tacto.


Pero la conciencia le gritaba que Paula Chaves no era una mujer con la que pudiera acostarse y luego dejar. La besó en la sien y dejó un espacio entre ellos, sin soltarla.


—¿Qué estamos haciendo aquí Paula? Ella le sonrió y volvió a presionarse contra él, —Vivo aquí, ¿recuerdas? Me mudé ayer.


—No, quiero decir que estás complicando rni vida tan simple. No es que sea malo, pero no es lo que esperaba ni lo que tenía, planeado.


Ella se echó a reír, le besó la nariz y nadó liacia la escalera. 


Salió de la piscina con un sensual movimiento de caderas, que para Pedro fue toda una tortura.


—Siento oír eso, Pedro —agarró la toalla que él había usado y se secó la cara, sin privarse de inhalar su olor—. Mmm... No, lo retiro. No lo siento en absoluto.Tú tampoco encajas con mis planes, Se suponía que debía mudarme, instalarme y ponerme a trabajar con un importante proyecto. Pero ahora lo único que quiero es seducirte.


—¿Y qué te lo impide?


Ella se secó los brazos y las piernas, y se enrolló la toalla a la cintura.


—Yo podría preguntarte lo mismo, pero creo que ya sé la respuesta. Quieres que sea yo quien ponga las reglas. Es gesto muy caballeroso por tu parte.


—No soy un caballero, señorita Chaves. Si lo fuera no pensaría lo que estoy pensando ahora. 


—¿Cuáles son esos pensamientos?


—¿De verdad quieres saberlo?


Paula se arrodilló en el borde y aproximó la cara a la suya.


—¡Tiene algo que ver con bañarse desnudos?


Pedro tragó saliva.


—Bañarse desnudos está bien.


Ella se mordió el labio y miró a su alrededor, como si considerara la posibilidad. El jardín estaba protegido por una valla alta y espesos setos, pero las casas colindantes tenían abiertos los postigos de las ventanas de la segunda planta. 


¿Tendría el valor suficiente? Salvo la mentira del béisbol, todo lo que Pedro le había contado era cierto, y él sabía muy poco sobre ella. ¿Acarrearía problemas aquel atrevimiento?


—Me gusta tu forma de pensar —le dijo ella—, pero, por muy excitada que esté, no soy una presa fácil. Vas a tener que esforzarte un poco más que con un beso increíble para verme desnuda.


Se levantó y se bebió lo que quedaba de la limonada. Pedro permaneció en el agua, perplejo y pensando en lo que podría hacer para verla desnuda. Se acercó al borde y salió de la piscina.


—¿Te refieres a salir a cenar o ver una película?


—Eso es un buen comienzo.


Stanley no volvería a casa hasta muy tarde.Al día siguiente Pedro volvería a ocuparse de su trabajo. De momento, tenía una tarea mucho más interesante.


—Yo elijo el restaurante y tú el cine—le puso—.Y discutiremos la posibilidad de bañarnos desnudos. ¿Qué te parece? Paula asintió, y ahogó un gemido cuando el le quitó la toalla de la cintura y se cubrió con ella los hombros. 


Agarró las zapatillas y la camiseta de donde las había dejado y se dispuso a marcharse, —A las siete en punto. Ponte algo informal.


Paula no sabía qué película elegir, de modo que, antes de apagar las luces y cerrar la puerta, de la calle, abrió un programa y leyó los títulos. El primero era Bañándose desnuda. No estaba segura si Pedro se tomaría el chiste a guasa o en serio.


En cualquier caso, no podía demorarse mucho. Miró el reloj y justo en ese instante sonó el teléfono, Por primera vez en mucho tiempo Paula rezó por que a las siete menos cinco no la llamara nadie de la oficina, aunque no se le ocurrió quién más podía tener su número. Pedro la había llamado veinte minutos antes para asegurarse de que la cita seguía en pie. 


¿Acaso se había vuelto loco? Aquella noche iba a ser la primera noche de diversión que se tomaba en años. —¿Diga?


—Hola Pau..


Paula reprimió un quejido. Era su hermano. —Hola,Patricio


—No parece que te entusiasme hablar conmigo. Puedes herir mis sentimientos, ¿sabes?


Ella se mordió el labio al recordar corno la indecisión de su tío sobre el futuro de Chaves Group había afectado la relación con su hermano. Quería y admiraba a Patricio desde niña, y él fue el pilar en el que se Apoyó tras la muerte de su padre. Se había convertido en un detective de homicidios en Atlanta, condecorado varias veces, y era el orgullo de la familia. Sus visitas a casa suponían grandes celebraciones, en las que su madre preparaba sus guisos especiales y tío Noah llevaba la cerveza. Su última visita había sido tan normal como las anteriores... hasta que anunció su retirada de la policía y su decisión de establecerse en Florida.


Su madre estuvo gritando de felicidad varios días.Y tío Noah lo preparó todo para asignarle un despacho en Chaves Group. No solo eso, sino que además le encargó a Paula que le enseñara todo lo que ella sabía. Paula accedió, aunque en el fondo pensaba que Patricio nunca podría saber tanto como eíla, pues no había trabajado en la oficina desde los once años.


Chaves Group era su legado, la recompensa por renunciar a las vacaciones de la escuela y del instituto para ponerse a afilar lápices y clasificar archivos. Nunca se imaginó que su tío la dejara fuera cuando se retirase... hasta que llegó Patricio.


—No quiero herirte los sentimientos, Patricio. ¿Qué quieres?Tengo planes para esta noche. 


—Cancélalos.


—¿Cómo has dicho?


—Acabo de hablar con Jase. Stanley va a volver temprano a casa. Ha ocurrido algo, y Jase dice que Stanley parece fuera de sí. Puede ser la oportunidad para ver cómo comete un desliz. Quiero que tengas los ojos y los oídos bien abiertos.


Paula se apretó el auricular contra el pecho y respiró profundamente. No podía creer lo que estaba pasando. De un momento a otro Pedro cruzaría la calle y llamaría a la puerta.Tenia por delante una cita que con suerte podría acabar en una sesión de sexo, bien en la piscina, bien en la tumbona que había colocado entre los hibiscos y las azaleas del jardín. Pero de nuevo aparecía Patricio y su tono autoritario.


—¿Por qué Jase te ha llamado a ti?


—Estaba vigilando. No te quedes de brazos cruzados, hermanita. Estoy sustituyendo a tío Noah, que está cenando con el director de esa compañía de seguros a la que intentamos impresionar.


—Sentarte en su sillón no te confiere autoridad sobre mí, Patricio. Aquí soy la investigadora jefe. Esta operación fue idea mía. ¿Cómo te atreves a venir ahora y darme órdenes? 


En ese momento, a las siete en punto, se oyó un golpe en la puerta.


Paula volvió a respirar hondo, se excusó de mala manera, y dejó el teléfono sobre la encimera de la cocina. Luego, forzó una sonrisa y fue a abrir.


En cuanto vio a Pedro se le olvidó la ira y la indignación.


Estaba guapísimo...


—Hola —lo saludó, invitándolo a entrar.


—Vaya, estás muy guapa.


Ella dio una vuelta, haciendo que el vestido corto se le subiera por los muslos.


—Gracias, tú tampoco estás mal. Oye, lo siento, pero tengo que atender una llamada. Cosas del trabajo.


—Adelante.Te espero aquí.


—Sírvete una copa, si te apetece. Enseguida vuelvo.


Agarró el teléfono inalámbrico y se encerró en el estudio.


—¿Una cita? ¿Tienes una cita? —exclamó Patricio cuando ella retomó la conversación—. Se supone que estás trabajando Paula. No puedes salir por ahí.


Paula contó lentamente de diez hasta uno.


—Patricio —le dijo con mucha calma, aunque apretaba el teléfono con tanta fuerza que iba a hacerlo estallar en cualquier momento—, estás pisando un terreno muy peligroso. En el trabajo y en la oficina, no soy tu hermanita pequeña a la que puedes intimidar. Te guste o no, estoy al cargo de esta investigación. Soy yo quien toma las decisiones, y si quiero cambiar los planes para esta noche, eso es cosa mía. Mía, no tuya. Y si Jase o Tim o cualquier otro tiene alguna información sobre este caso, espero que me los remitas a mí.Y si no te gusta, lo discutiremos mañana con tío Noah. Porque esta noche tengo planes.


Concluyó con un tono tajante, y esperó la respuesta de su hermano. Desde la llegada de Patricio, Paula no había manifestado su inconformidad con su inclusión en Chaves Group.Y hasta esa noche, solo se había ocupado de tratar con los clientes, mientras ella se dejaba ios huesos intentando salvar la reputación de la empresa.


Paula estaba decidida a aclarar las cosas en cuanto se cerrara aquel caso, pero con su prepotencia, Patricio no le había dado otra opción que soltárselo en aquel momento.


No oyó ninguna respuesta al otro lado de la línea, y se preguntó si se habría cortado la comunicación. Pero entonces oyó un silbido de incredulidad que le hizo poner una mueca.


—Vaya, hermanita, menuda ira tienes reprimida, ¿eh? Solo intento ayudar. —Patricio, lo que intentas es tomar el poder.


Silencio. No hubo ninguna protesta ni negación. Solo el silencio revelador, —Supongo que deberíamos hablar de esto mañana —dijo él finalmente.


—Estaré en la oficina al mediodía, a menos que Stanley cambie su rutina y decida correr la maratón.Asegúrate de que tío Noah está presente, ¿de acuerdo?


Patricio accedió y colgó, pero Paula notó que había dudado por un momento, como si hubiera dejado algo por decir. 


Bueno, mejor así. Cualquier cosa que tuviera que decirle no iba a gustarle. Y no quería que la noche se le estropeara más todavía.


Stanley estaba de camino a casa. Algo lo había preocupado. Maldición... Patricio tenía razón. Era la oportunidad perfecta para pillarlo desprevenido.


Pero de eso se encargarían las cámaras, estuviera ella presente o no.


Un golpe en la puerta del estudio le hizo dar un respingo.


—Paula, ¿estás bien? He visto que se apagaba la luz del teléfono de la cocina.


Paula miró el auricular. El soporte de la cocina indicaba si se estaba hablando no. Aquel hombre era demasiado observador...


Abrió y salió, cerrando la puerta a su paso.


—Sí, lo siento. Ya he terminado. Todo arreglado.


—Me alegro —dijo él, y la siguió a la cocina—. Exactamente, ¿qué es lo que haces?


Paula tragó saliva mientras colgaba el teléfono. Odiaba mentirle a Pedro, y a cualquier persona, pero no podía decirle que era la responsable de una misión de espionaje ilegal, aunque fuera para cazar a un estafador millonario. —Soy investigadora privada.


—¿Y para quién trabajas?


—De momento, para una agencia de detectives. Casi todo lo que hago es buscar información en Internet, de modo que puedo trabajar desde casa.


—¿Qué agencia? —preguntó él despreocupadamente—. Conozco a algunos investigadores privados.


¿Por qué un explorador de béisbol conocía a investigadores privados?, pensó ella, pero negó con la cabeza y sonrió. Le había dado su apellido, por lo que no podía darle el nombre de Chaves Group. La empresa solo se daba a conocer en determinados círculos.


—No puedo decirlo. Lo siento, pero firmé un contrato con la empresa en el que se me impide dar detalles de mi trabajo. Lo comprendes, ¿verdad?


Eso no era mentira. De hecho, muy poco de lo que había dicho era mentira si se miraba desde cierto punto de vista. En su contrato figuraba una cláusula de confidencialidad, como en el de cualquier otro empleado


Se dio la vuelta y agarró el bolso de lo alto del frigorífico. 


Maldito Stanley... Paula confiaba en el carísimo equipo que tenía instalado en el dormitorio, y se prometió que por la mañana revisaría las cintas antes de encontrarse con su tío y con Patricio. No había garantías de que el misterioso enfado de Stanley revelase la mentira de sus lesiones. Pero ese enfado no sería nada comparado al que ella tendría si cancelaba la cita con Pedro.


—Así que no podemos hablar de trabajo — dijo él—. Comprendido. Estoy seguro de que encontraremos algunos secretos que si podamos compartir.


La idea hizo que a Paula se le acelerase el corazón. Sí, tenía muchos secretos que compartir con él, si surgía la oportunidad. Cosas que nunca le había dicho a nadie, ni siquiera a Leonel ni a Elisa. Sus objetivos. Sus sueños. Sus fantasías...


Había algo en Pedro que invitaba a confiar en él. Incluso su forma de vestir era modesta y despreocupada. Con unos pantalones cortos color caqui, un polo del mismo color que sus ojos, unas sandalias de piel, el pelo a medio peinar y una franca sonrisa, Pedro ofrecía una imagen que encajaba a la perfección con su estilo de vida.


Y por aquella noche, con el estilo de vida de Paula. Pedro le abrió la puerta y sacó las llaves del bolsillo.


Ella cruzó el umbral, decidida a aprovechar la oportunidad que se le brindaba. La oportunidad de tener una relación sin expectativas ni consecuencias.


Se giró y alargó un brazo para tirar del pomo al mismo tiempo que él. Las dos manos se tocaron y permanecieron inmóviles durante unos segundos.


Los dos se echaron a reír y tiraron de la puerta a la vez. Ella echó el cerrojo y le tendió la llave para que él echara el cerrojo superior.


Una sencilla cooperación, como si hubieran hecho lo mismo un millar de veces. Y Paula era demasiado irlandesa como para no creer en las señales.


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