miércoles, 15 de junio de 2016
TU ME HACES FALTA: CAPITULO 2
Esa tarde la pasaron terminando el equipaje mientras se tomaban una botella de vino. Se pasaron hablando horas y prácticamente no durmieron. Cuando la dejó en el JFK al día siguiente, se abrazaron llorando. –Cuando se entere tu madre me va a matar- susurró Sara contra su oído- Y tu padre se subirá al primer avión como cuando nos vinimos a Nueva York.
Sonrió pensando en sus padres que vivían en Boston.- Sabes que si se lo decía, tendría que discutir con ellos y no tengo ganas. Se lo diré desde allí y ya estará hecho.
-Luego no te arrepientas si alquilo tu habitación.
Se echó a reír dándole un beso en la mejilla y cogiendo las asas de sus dos trolley. –Te quiero. Dale un beso de despedida a Saul de mi parte.
-Te veremos en la boda.
Se miraron mientras se alejaba unos pasos. Paula intentando contener las lágrimas, se giró mirando al frente y tomó aire- Vamos, Pau. Hora de volar sola.
Buscó en la pantalla su vuelo a Perth y sonrió al ver que ya estaban facturando. Se acercó a la cola pensando que aquello no era tan difícil. Lo conseguiría y volvería más fuerte. La ruptura con Carlos la había dejado algo insegura y esto era lo que necesitaba. En realidad se había dado cuenta de que aunque le quería, no era el hombre de su vida. Hacía mucho tiempo que no sentía mariposas en el estómago y se comportaban más como amigos que como amantes. Le había dolido la ruptura porque ya se había acostumbrado a tenerlo cerca, pero era lo mejor. Después de muchas lágrimas y dramas se había dado cuenta de que era lo mejor para ambos. Además, en la cama no era como para tirar cohetes.
Facturó las maletas y se dirigió al control. Decidió acercarse a la puerta de embarque para estar cerca mientras curioseaba en alguna de las tiendas. Se miró a un espejo que había en una boutique. Los leggings azul eléctrico y la amplia camiseta blanca de tirantes que llevaba no eran muy elegantes, pero era un vuelo largo y quería estar lo más cómoda posible. Además era un rancho, tampoco iría de gala a trabajar. Colocó el asa de su enorme bolso blanco sobre su hombro apartando sus rizos rubios, cuando vio a un hombre que la miraba. Estaba en la cola del vuelo a Perth y se le cortó el aliento al ver sus ojos azules. Él frunció el ceño y Paula desvió la mirada sonrojándose intensamente.
Disimulando miró unos pañuelos de seda que había en la entrada de una tienda. De reojo volvió a observar al hombre.
Ya no la miraba, sino que impaciente se había girado hacia la azafata de tierra. Era moreno y muy masculino. Llevaba unas botas negras, unos vaqueros desgastados y una camiseta negra. Tenía el pasaporte en la mano e inexplicablemente Paula se decepcionó al ver que no era americano. Observó su espalda. La verdad es que estaba para comérselo y todas las que tenían alrededor se habían dado cuenta. La azafata sonreía como una tonta simulando trabajar cuando sólo se lo comía con los ojos.
-Despierta, Pau.- dijo dándose valor para acercarse a la cola.
Lentamente caminó hasta la cola y se puso detrás de una señora de unos cincuenta años que llevaba de la mano a un niño pequeño. El niño no debía tener más de tres años y le sorprendió que hiciera un viaje tan largo con él. El niño la miró sonriendo y le tendió un muñeco que plástico que llevaba en la mano- Vaya, ¿me lo dejas?-El niño asintió muy serio- Pero es muy importante. Estás seguro que no quieres subírtelo al avión
Parecía que se lo estaba pensando y después asintió otra vez- Vale. ¿Cómo te llamas?
-¡Roy!- gritó para luego reírse a carcajadas.- ¡Vamos avión!
-Sí… vamos a subir a un avión muy grande- dijo sonriendo a la mujer que cogió al niño en brazos.
-Es la primera vez que subimos en avión ¿verdad cariño?- le preguntó la mujer.
-¡Sí!
La mujer gimió bizqueando los ojos- Espero que se porte bien.
-Si necesita ayuda, son treinta horas de vuelo y...
-¿De veras?- preguntó esperanzada.
-Claro, llevo somníferos- dijo en broma haciéndola reír. –No de verdad, si necesita un respiro… Estoy en el avión.
-Gracias…
-Paula, pero todos me llaman Pau- dijo tendiendo la mano.
-Yo soy Lydia y él es Roy, mi sobrino nieto. Sus padres se han mudado a Australia y se lo llevo.
-Yo también voy a trabajar allí una temporada. Un año.
-Mi sobrino está encantado. Se fueron hace un mes para ver como era aquello, pero se han aclimatado tan bien, que se quedan.- parecía que le entristecía ese hecho y se imaginó que eran su familia y los echaría mucho de menos.
-¿Se va a quedar mucho tiempo?
-Dos semanas- dijo acariciando los rizos rubios del niño- tengo que volver al trabajo. Soy enfermera.
-Lo siento- susurró al ver la tristeza en sus ojos.
-No pasa nada. Es ley de vida.
-Sí.
Levantó la vista hacia la puerta de embarque y vio al australiano mirándola tres personas más allá. Al verle de frente se fijó mejor en su cara. Era tan masculino que quitaba el aliento. Su barbilla cuadrada, su nariz recta y sus cejas negras enmarcando sus maravillosos ojos azules. Y esos labios. En la comisura de la boca tenía una pequeña cicatriz que hasta le quedaba bien.
Se volvió cuando oyó que se abrían las puertas y Paula pudo respirar al fin. Esperaba que no se lo pusieran cerca o terminaría dándole una apoplejía. Sintió un escalofrío y miró al niño que le volvió a tender el juguete.- Bueno Roy, si insistes…- cogió el juguete sonriendo- Es muy chulo.
-Mío.
-Sí, ya sé que es tuyo pero me lo has dejado
-¡No!
-¿Cómo qué no?- dijo abriendo los ojos como platos haciendo reír al niño y a la tía.- Toma guárdalo que vamos a subir al avión y tienes que estar atento.
El niño asintió poniéndose serio. Avanzaron en la fila y Lydia entregó los billetes y los pasaportes.- Que tengan un buen vuelo.
-Gracias- la miró sobre el hombro y sonrió.
-Nos vemos luego- dijo ella para que supiera que si necesitaba ayuda, allí estaría.
-Hasta luego.
Entregó su billete a la azafata y la chica sonrió- Tiene asiento en primera, señorita Chaves. Que tenga un buen vuelo.
-Gracias.
Ya sabía que volaba en primera. Su jefa se lo había explicado antes de que recogiera el billete. Ella le había dicho que no era necesario, pero la mujer había insistido y quién era ella para negarse. Era un vuelo larguísimo y así podría descansar.
Una azafata la acompañó a su sitio y se sorprendió del lujo de sus asientos. Eran grandes y de cuero gris oscuro- Aquí, señorita- cuando le indicó su sitio, se quedó de piedra. ¡Iba justo al lado del macizo australiano! Algo sonrojada se acercó murmurando las gracias a la azafata y el australiano al verla entrecerró los ojos. –Hola- dijo sonriendo sentándose a su lado. Cuando le llegó el aroma de su aftershave gimió interiormente. Ese vuelo iba a ser una tortura.
-Hola- gruñó su acompañante las próximas veintitrés horas.
Colocó su bolso sobre las piernas y empezó a sacar cosas.
Un libro, su ipad, un antifaz de seda rosa con unos grandes ojos verdes dibujados que le había regalado Sara… revisó si tenía que sacar algo más y decidió que si lo necesitaba lo haría después. Se levantó para colocar el bolso en el compartimiento de encima de ella, cuando vio que el hombre no le quitaba ojo. Nerviosa lo abrió a toda prisa y lo metió con cuidado respirando profundamente. Cuando volvió a mirar hacia abajo, vio que le estaba mirando los pechos y se sonrojó todavía más.
-¿Quiere sentarse en el pasillo?- preguntó intentando ser agradable. –Es más alto que yo y así estará más cómodo.
Él volvió a entrecerrar los ojos antes de preguntar- ¿No le importa?
-No, claro que no.
Se levantó saliendo al pasillo y ella tuvo que rozarle para pasar a su lado- Lo siento- susurró dejándose caer en su asiento. Sonrió tímidamente y recogió sus cosas de su antiguo asiento para que él se sentara.- Ya está.
Sin responder se sentó a su lado y ella colocó sus cosas en la bolsa que tenía ante ella.- Es emocionante ¿verdad?- preguntó intentando ser agradable.
Su acompañante gruñó y ella le miró sorprendida. Lo menos que podía hacer era ser mínimamente educado, pero al parecer el australiano era un grosero de primera. Molesta sacó su libro y empezó a leer. Era una novela romántica de su autora favorita y esperaba que le durara todo el vuelo porque cuando se ponía a leer una, la devoraba. Entonces recordó que no había apagado su móvil y miró de reojo a su acompañante. Gimió interiormente al tener que decirle que tenía que levantarse otra vez. Él estaba concentrado en una conversación con una morena que tenía al otro lado.
Indignada pensó que con esa sí que podía ser amable. No sabía porque la molestaba tanto que a ella no le hiciera caso cuando a esa le estaba sonriendo. Igual por eso se había cambiado de sitio- Perdone- dijo levantándose ligeramente- se me ha olvidado apagar el móvil. Él volvió la cabeza lentamente como si fuera una pesada y se levantó sin decir ni pío sin darse demasiada prisa. Paula se mordió la lengua mientras salía. Abrió el compartimiento y cogió su bolso.-Tienen que sentarse- dijo la azafata con una agradable sonrisa.
-En cuanto apague el teléfono- respondió irónico dejándola de piedra.
Le costó encontrar el móvil en el enorme bolso y cuando lo hizo suspiró de alivio apagándolo a toda prisa.- Señorita, el avión va a despegar- dijo el grosero metiéndole prisa.
Sin responder metió el bolso en el compartimiento superior y cerró la puerta con fuerza antes de sentarse a toda prisa. Se estaba abrochando el cinturón cuando el hombre le dijo a la morena- Va a ser un viaje eterno.
La morena se echó a reír apartando su larga melena del hombro- Pues a mí se me va a hacer corto.
Paula puso los ojos en blanco y bruscamente volvió a coger la novela. Más le valía ignorarlo durante todo el vuelo.
Al despegar se encogió en su asiento porque era cuando lo pasaba peor. Respiró profundamente cerrando los ojos intentando pensar en otra cosa. La tabla de multiplicar le pareció una buena idea y cuando llegó a la del cinco abrió los ojos aliviada. Su compañero de viaje la estaba mirando y levantó una ceja riéndose de ella. Se sonrojó mordiéndose el labio inferior y cogió el libro que tenía sobre las rodillas. – ¿Le da miedo volar?
-No hace falta que se ría- dijo entre dientes volviendo una página. –Les pasa a muchas personas. Y no me da miedo volar…
-Ya lo he visto…
Le miró de reojo –No me da miedo. Sólo siento algo de aprehensión en el despegue y cuando aterrizamos.
-¿Y entre medias no?
-No
-Perfecto. – la miró atentamente- ¿Va de vacaciones?
-No.- susurró volviendo la vista a su libro para acabar la conversación. Todavía estaba molesta por su grosería anterior.
-¿Es un viaje de negocios?
Parecía intrigado y ella le miró- ¿Por qué quiere saberlo?
Se encogió de hombros- Curiosidad, supongo.
-Pues voy a trabajar- respondió sin especificar. No le conocía, así que no iba a explayarse.
Asintió entrecerrando los ojos- ¿En qué?
-Disculpe pero está haciendo preguntas muy personales.
Levantó las dos cejas – ¿En serio?
-Sí- volvió a su libro ignorándolo.
-Tiene pinta de profesora.
Le miró sorprendida- ¿Profesora? ¿Si ni siquiera llevo gafas?
-Tenía una profesora en secundaria que era igualita a usted. –dijo con los ojos entrecerrados –Y tenía bastante mal carácter. La llamábamos la amargada.
-¿De veras? –preguntó entre dientes.
-Sí- dijo divertido- La había dejado plantada su novio y se le agrió el carácter.
Paula se sonrojó intensamente –Vaya, ¿no me diga que se repite la historia?
-No soy profesora- dijo entre dientes.
-¿Desean tomar algo?- preguntó la azafata llevando una bandeja en la mano.
-Sí, gracias- ella alargó la mano hacia una copa de champán pero su acompañante le cogió un zumo antes de que pudiera evitarlo colocándoselo en la mano- Pero…-sorprendida vio que la azafata se iba mientras que él sí que había cogido una copa de champán.
-Si va a hacer de niñera no debe beber- dijo divertido antes de beber de su copa de plástico.
¡La había oído! Entrecerró los ojos antes de llevar su copa a sus labios. Estaba bueno y se lamió los labios en cuanto tragó. El macizo observó su gesto sin perder detalle y ella avergonzada desvió la vista. Decidió ignorarla otro rato hablando con la morena y ella suspiró de alivio. Intentó concentrarse en el libro. De verdad que lo intentó, pero la risa chillona de la morena hacía que estuviera pendiente de la conversación. Al parecer era modelo, y especificó con una voz sensual “de lencería”. Paula gruñó para sí sin ver para nada las líneas que tenía delante.
-Así que de lencería –dijo él con voz grave.
-Oh sí, voy a un desfile.- Paula se inclinó ligeramente para intentar verla bien
Pues tampoco es para tanto, pensó ella chasqueando la lengua viendo aquella belleza con rasgos latinos. Tenía unas piernas quilométricas y por lo que podía ver, llevaba un vestido rojo que dejaba ver un escote de infarto. Molesta apoyó la espalda en el respaldo de su asiento. Debía reconocer que igual sí estaba algo molesta porque ese hombre tan sexy le hiciera caso a otra mujer. Y encima le había cambiado el asiento facilitándole la tarea.
-Así que no te quedarás mucho tiempo…
La hiena se volvió a reír y Paula puso los ojos en blanco- El suficiente- ¿Tenía la voz ronca? Estaba claro lo que buscaba, la muy lagarta.
-¿Por qué no te sientas aquí a mi lado?- dijo la lagarta en un tono de lo más sensual- así hablaremos sin el pasillo por el medio.
Él la miró por encima del hombro pero Paula enterró la cabeza en su libro- Quizás más tarde.
¡No le había dicho que sí! Encantada dio la vuelta a la página pensando que debería releer lo anterior antes de seguir, porque no se había enterado de nada.
-¿Y tú a qué te dedicas?- preguntó ella sin que pareciera que le afectara su rechazo.
-Trabajo en un rancho.
¡Trabajaba en un rancho! Seguro que podrían hablar de mil cosas si le hacía caso alguna vez.
-Oh, que pintoresco. Una vez hice fotos en un rancho de Texas. Tanto calor y tanto polvo. No podría soportar vivir así.
Paula hizo una mueca- De eso estoy seguro –contestó divertido- Tú estás hecha para la gran ciudad.
-Oh, sí. Nueva York es maravilloso. Nunca podría vivir en otro sitio. Allí tengo de todo.
-¿De todo?
Hubo un silencio entre ellos y Paula no pudo evitar mirar. Se lo estaba comiendo con los ojos y él muy idiota se dejaba querer. Se levantó de golpe y dijo –Perdón, ¿me deja pasar?
Él se giró y la miró de arriba abajo provocando que se sonrojara- Por supuesto. –No se molestó en levantarse sino que sacó las piernas al pasillo. Tuvo que pasar frente a él enseñándole el trasero para no rozarlo y Paula gruñó para sí.
Decidió ir al baño y después de usar ese inodoro tan incómodo, se lavó las manos mirándose al espejo. ¡Ella tampoco estaba mal! Bueno, no era modelo de lencería pero su novio siempre le había dicho que tenía un pecho bonito.
Se puso de perfil y colocó el pecho en el sujetador. Asintió poniéndose otra vez de frente. Había dejado el maquillaje en el bolso, pero se mordió sus gruesos labios para darles algo de color. Se apartó el cabello de la cara pero había perdido volumen. Entonces dobló la espalda en un golpe seco para bajar la cabeza, dándose en la frente con una esquina en la que no había reparado. Atontada se sujetó al lavabo para no caer.- ¡Joder! –Exclamó llevándose una mano en la frente.- ¿Por qué harán estos baños tan enanos? –Apartó la mano y gimió al ver que tenía la zona muy sonrojada- Estupendo, te va a salir un cuerno. Vas a causar mejor impresión. Sí, señor.
Fue hasta la puerta y abrió el pasador. Cuando salió al pasillo los vio seguir hablando y decidió pasar de largo. Él le echó una mirada rápida antes de seguir hablando con la morena, pero la volvió a mirar de inmediato y frunció el ceño mirándole la frente. Disimulando siguió de largo decidiendo ir a ver a Lydia y al niño. Pero cuando pasaba ante ellos la cogió de la muñeca.- Se pasa de largo.
Sólo le faltaba eso, que la tocara. Su tacto le provocó un escalofrío e incómoda al sonrojarse se soltó.- Voy a ver al niño.
-¿Qué le ha pasado en la frente?- él se levantó y Paula tragó saliva cuando apartó el mechón con el que había cubierto el golpe.
-Oh- dijo apartando la cabeza-me he golpeado con una esquina en el aseo-. Estaba como un tomate.
-¿Está ciega?- preguntó como si fuera idiota.
-Pues al parecer sí- respondió molesta dándose la vuelta y dejándolo allí con la palabra en la boca.
-¿Está ciega?- repitió para sí con burla.- Será imbecil- siseó mirando a su alrededor buscando a Roy. No tuvo que buscar mucho tiempo, el niño estaba subido a su asiento y en cuanto la vio, chilló de alegría. Su tía la miró sonriendo- ¿Qué tal va?- preguntó ella acercándose a Roy y sentándose en el brazo del asiento del niño.
-De momento bien, pero no tardará en ponerse pesado.
-Estoy en primera clase. Si ocurre, tráigamelo un rato. O cuando quiera dormir.
-Eres muy amable, querida. ¿No es un abuso?
-Va, no diga eso. –Le acarició los rizos a niño sonriendo- Lo pasaremos bien. ¿Verdad Roy?
-¡Sí!
-Además tengo un compañero de asiento que es un gruñón. Le pondremos en su sitio.
Lydia se echó a reír.
Se pasaron hablando un rato, pero las azafatas empezaron a pasar con unos carritos.- El almuerzo.
-Te veo luego, Pau.
-Hasta luego.- Se levantó y fue hasta primera. Al pasar se quedó de piedra, pues allí ya habían servido la comida.
TU ME HACES FALTA: CAPITULO 1
Paula metió unos vaqueros en la maleta, miró a su alrededor suspirando y apartando uno de sus mechones rubio platino de la cara. No tenía sitio para todas sus cosas.
-Pau, por Dios… piensa en lo que estás haciendo- dijo su amiga Sara mirándola preocupada.-Te estás tomando todo esto a la tremenda.
-¿Me enviarás el resto de mi ropa?- preguntó yendo hacia el armario sin escucharla para coger las botas vaqueras que no se había puesto nunca y que había comprado en un impulso. Ahora se las pondría.- No puedo llevármelo todo.
Su amiga se levantó de la cama donde estaba sentada y la cogió por los brazos para que la mirara.-No puedes hacer esto ¿me oyes? ¡Es una locura!
Sara era su amiga de toda la vida. Se habían conocido en el colegio y después de la universidad se habían ido a vivir juntas a aquel pequeño apartamento de Chinatown en Nueva York. Juntas habían empezado a salir con dos amigos y juntas se habían enamorado. Pero su novio decidió plantarla el mismo día que su amigo le pedía matrimonio a Sara. Había sido un mazazo terrible y Paula se dio cuenta de que tenía que cambiar de vida. Totalmente. Miró con sus ojos verde esmeralda a su amiga y sonrió. Era totalmente opuesta a ella. Sara era pelirroja y con los ojos azules, mientras que ella rubia, de ojos verdes y además le sacaba la cabeza. Sara era la alocada mientras que Paula era la serena y la que lo analizaba todo mil veces. Sin embargo era ella la que iba a cometer una locura por una vez- ¿De qué tienes miedo?- le preguntó a su amiga.
-¡De perderte!- gritó furiosa soltándola y empezando a caminar por la habitación- ¡Te vas al quinto pino por un mal hombre!
-No es un mal hombre- dijo con tristeza- Carlos simplemente no me quiere.
-¡Te perderás mi boda!
-¡Claro que no!- se acercó y la abrazó- Estaré aquí. Ya lo he hablado con mi jefa y me da permiso para venir.
-Si te fueras a otro estado- protestó su amiga apretando el abrazo- pero ¿por qué te tienes que ir a Australia?
-Es un trabajo magnífico- se apartó de ella intentando contener las lágrimas.- Me pagan tres veces más de lo que gano aquí como secretaria de ese capullo.
-Pero puedes buscar otro trabajo- le rogó por enésima vez
Se volvió a su amiga y se sentó en la cama- Ya lo hemos hablado. Mil veces.
Su amiga apretó sus labios e hizo una mueca- No voy a convencerte ¿verdad?
-Vamos Sara, este es nuestro último día. No discutamos.
Entendía perfectamente lo que sentía su amiga. En realidad se habían separado pocas veces desde que se habían conocido y nunca durante tanto tiempo. Paula había conseguido un contrato de un año en un rancho en Australia como contable de la dueña. En realidad por lo que había hablado con Cristabel Whight tendría que hacer de todo.
Desde hacer de secretaria hasta asistente, pero le vendría bien para su currículum y podría volver para conseguir un trabajo mejor. Eso sino le gustaba el trabajo, porque su jefa le había dicho que allí estaría encantada y que no querría volver a Nueva York. Se alojaría en el rancho pues había habitaciones de sobra y así se ahorraría el sueldo. Era como estar a pensión completa. Podría ahorrar lo suficiente para llegar y entregar la entrada a un apartamento. Además le apetecía una aventura. Tenía veintiséis años y ya era hora de que viviera un poco.
-Está bien- dijo su amiga forzando una sonrisa.- Estaba pensando en secuestrarte hasta que saliera el avión pero...
Paula se echó a reír – Estás loca ¿lo sabías?
-Te quiero.
-Y yo a ti. Hablaremos a menudo por Skype y…
-Sí, sí. – dijo Sara aparentando aburrimiento habiendo un gesto con la mano.- Y te llamaré todas las semanas.
-¿No quieres que te llame?
-Muy graciosa- dijo entre dientes.- Un año. Después vuelves.
Le guiñó un ojo y extendió la mano –Hecho.
TU ME HACES FALTA: SINOPSIS
Paula Chaves quería cambiar de vida y ¿qué mejor que trasladarse a un rancho de Australia por un año, para vivir una auténtica aventura por una vez en la vida?
Lo malo es que su compañero de viaje se empeñaba en que debía volver a Nueva York...
lunes, 13 de junio de 2016
LO QUE SOY: EPILOGO
Cenaron envueltos en una constante alboroto de risas y palabras de alegría, tal y como debía ser en aquellas fiestas.
Cuando acabaron y se hubieron tomado unos cuantos ponches a la salud de los bebés, Hernan llevó a Alma a su casa y Simon y Carmen se retiraron a su habitación. Pau y Pedro quedaron solos en el salón.
—¿Crees que mi madre y tu padre se animarán algún día a compartir su vida? —le preguntó Pedro a Pau después de regalarse un millón de besos y caricias íntimas delante del fuego de la chimenea.
—¿Lo sabías? —dijo ella incrédula.
—Claro, no hace falta ser muy listo para verlo. Además, mi madre no ha dejado de lanzarle miraditas a tu padre desde que entramos en la casa esta tarde.
—Es usted muy listo, señor Alfonso.
—Siempre he sido muy listo —contestó con un tono de fingida soberbia.
—¿Siempre? Eso me recuerda algo. —Pau se levantó de un salto y fue corriendo hasta una bombonera antigua que había en el mueble del salón. Cogió algo en su mano y cerró el puño para que Pedro no pudiera verlo. Luego regresó al sofá y puso el brazo de Pedro alrededor de sus hombros para quedar en la misma posición calentita en la que había estado hacía unos instantes—. Verás, tengo aquí algo que he estado guardando desde hace muchos, muchos años y creo que te pertenece. —Paula abrió la mano y en su palma descansaba una reluciente canica de cristal amarillo con un pequeño trébol de tres hojas en el centro que despedía reflejos verdes al incidir en ella la luz de las llamas de la chimenea.
—¿Qué es esto? —preguntó él curioso tomando la pequeña bola entre sus dedos.
—¿No lo recuerdas? Yo era una niña con un vestido blanco nuevo. Mi madre me había advertido que no me manchara porque debíamos ir a casa de mi tía de visita y estaría fea si tenía el vestido manchado. Yo fui a buscar a mi hermano que estaba con los Demonios Negros y al doblar una esquina, un niño tonto con una pecera llena de canicas me tiró al suelo y me manchó el vestido. ¿Te acuerdas ya?
Pedro estaba estupefacto. Se acordaba de ese día.
Recordaba haber chocado con alguien que le tiró las canicas pero no recordaba que fuera una niña. Esa niña.
—¿Y cómo llegó esta a tus manos? Pensé que las había recogido todas.
Paula lo miró con un brillo extraño en los ojos e intentó arrebatársela rápidamente. Falló.
—Se te olvidó esta, obviamente. De hecho, fue la prueba que necesitó la policía para saber que fuisteis vosotros, y no los Demonios Negros, los que le robasteis al señor Bloome sus canicas.
—¡Pau! —exclamó. —¿Cómo pudiste hacer eso? Mi padre empezó a mandarme a duros campamentos de verano justo después de aquello.
—¡Tú me tiraste al suelo y me manchaste mi vestido blanco! Estaba tan furiosa contigo... —Sonrió—. Por si te consuela, yo me llevé una zurra de Simon por chivata porque los Demonios también tuvieron su parte. Pero yo solo quería que tú llorases como una niña igual que lloré yo cuando me riñó mi madre.
—¿Y te lo has guardado hasta ahora? Eres…
—Quise decírtelo antes. Te veía en el colegio a veces, solo, y en muchos momentos estuve a punto de acercarme y decirte que había sido yo, pero siempre pensé que me pegarías o que me dejarías en ridículo delante de los niños. Luego, en el instituto, tú habías cambiado cuando yo entré. Te habías ido a aquel campamento militar y estabas diferente. Gustabas a todas las chicas y pensé que si me acercaba a ti para decirte lo de la canica pensarías que era una niña tonta pues aquello no era más que una tontería.
—No lo hubiera hecho. Te habría besado delante de todo el instituto para hacerte sonrojar —dijo él pasándole un dedo por los labios. Luego sujetó la canica entre el pulgar y el índice y la miró detenidamente. Era preciosa—. ¿Quién sabe? Quizás este pequeño trébol nos haya traído suerte después de todo ¿no?
—Quién sabe —dijo ella pensativa acomodándose a su lado—. Tu otro trébol te la dio. A lo mejor fue cosa del destino que quiso que yo no dijera nada y guardara esta bolita tanto tiempo. No sé qué hubiera pasado si te la llego a enseñar por aquel entonces…
—Probablemente me habría enamorado de ti mucho antes, pequeña Chaves.
—No creo, yo no era gran cosa. Tampoco lo soy ahora —dijo tímidamente.
—Eres la mujer más bella y sensual que he visto en mi vida.
Eres perfecta, Pau, y lo habrías sido ya entonces, aunque mis hormonas no me hubieran dejado ver lo que había delante de mí. Ahora más que nunca sé que eres todo lo que soy
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