jueves, 2 de junio de 2016

LO QUE SOY: CAPITULO 1




Verano de 1990


Se miraron una vez más desde sus posiciones y asintieron enfáticamente para confirmar que estaban preparados. 


Pasarían a la acción, superarían la prueba y destruirían el más selecto club del verano: Los Demonios Negros de Elmora Hills, una banda de chicos que pasaban la estación estival haciendo las más diversas travesuras. No eran originarios de Elizabeth, la industria y el desarrollo de aquella parte de la ciudad habían atraído la atención de nuevos ricos y sus familias desde hacía un par de años, y allí estaban desde entonces.


Si no pertenecías a su grupo, eras carne de cañón para ellos. Mariano, Pedro y Mateo conocieron a los Demonios después de una variedad increíble de situaciones comprometidas en las que los obligaron a meterse. Tras muchas peleas, intentos frustrados por acabar con ellos, o incluso, la posibilidad de crear un club alternativo, se dieron cuenta de que era un grupo muy organizado al que nunca pescarían con las manos en la masa mientras estuvieran allí ellos para echarles las culpas. Si querías entrar en su círculo debías pasar una serie de pruebas, a cual de todas peor, y aun así no te aseguraban la entrada.


Pero eso iba a acabar. El verano del 90 pasaría a la historia por la caída de los Demonios.


Asintieron una vez más y se pusieron en marcha. Debían acceder a la casa de los Bloome y robar el cuenco de canicas de cristal que había en la mesa del salón. Esas canicas eran una colección impresionante que el señor Bloome, un anciano de pelo blanco, rostro estirado y aspecto solemne, había conseguido reunir comprando ejemplares por todo el mundo. En las barbacoas siempre hablaba y alardeaba de su colección como si fuera algo importante para el resto de vecinos, sin sospechar siquiera lo que la mayoría de estos pensaban de él: que era un loco aferrado a su afán de gastar en cosas absurdas.


Mariano y Mateo se dirigieron a la ventana trasera del salón mientras Pedro llamaba a la puerta. Sabían que el señor Bloome había salido a pasear con Ted, su terrier feo y chillón. Aquel debía ser el momento pues en cualquier otro no lograrían coger las canicas. El perro se lo impediría y sería un desastre, por descontado.


—¿Llevas la nota y el mapa? —preguntó Mariano a Mateo en un susurro.


—Pues claro ¿qué te crees? —contestó ofendido. Siempre le tachaban de olvidar las cosas en cualquier sitio y en aquella situación, ese error, sería su perdición.


La señora Bloome apareció en el vano de la puerta limpiándose las manos en un trapo de cocina. Cuando vio a Pedro sonrió y abrió la mosquitera para ver mejor al muchacho. Era un niño muy guapo, rubio, con ojos de un marrón tan profundo que parecía negro, y desde bien pequeño daba la impresión de que sería muy alto, como su padre y su abuelo, vecinos de los Bloome, cuatro casas más abajo en la misma calle. Sus amigos lo llamaban Largo pues sus brazos y sus piernas eran de una longitud algo desproporcionada a su cuerpo.


Cuando miró más de cerca al muchacho con sus ojillos vio que tenía sangre en el labio, que su ojo estaba adquiriendo un color morado extraño, llevaba la ropa sucia y desgarrada y el pelo lleno de hojas y malas hierbas. La anciana contuvo una exclamación.


—¡Pedro Alfonso! ¿Qué te ha sucedido? Pasa, pasa, no te quedes ahí. —Pedro, con el semblante contraído de dolor en una actuación magistral comenzó a lloriquear mientras entraba en la casa.


—Unos chicos me pararon en el camino y me quitaron todo el dinero que mamá me había dado para comprar las verduras de la barbacoa de mañana —dijo compungido e hipando de vez en cuando para darle más realidad a la situación.


Al principio se había negado en rotundo a ser la distracción de la misión. Tanto Mateo como Mariano lo habían convencido de que ellos dos eran mejores trepadores y mucho más rápidos para correr mientras que él, a pesar de sus largas piernas, era un poco torpe pero muy buen actor. 


Se resignó a creer en aquello y para que la historia de su pelea fuera de lo más real tuvieron que darle unos cuantos puñetazos en la cara. Mateo acabó con un dedo dislocado, que Mariano le puso en su lugar de un tirón, y Pedro con la cara como un Cristo, mientras Mariano, acabadas sus dotes de enfermero, se retorcía de la risa en el suelo. Cuando Pedro se recompuso de la tunda de golpes que Mateo le había propinado en un minuto y vio a Mariano riéndose de él, se abalanzó sobre su cuerpo y rodaron por la tierra del parque tirándose de la ropa y rasgando camisetas y pantalones. De esa forma consiguieron el aspecto desaliñado y penoso que presentaba el pequeño Alfonso delante de la señora Bloome.


—Llamaré a tu madre en seguida —dijo la señora Bloome. 


En su voz había ternura pero también un tono de reprimenda.


—¡No! —exclamó Pedro cuando vio que se encaminaba hacia el salón donde sus amigos estarían en esos momentos cogiendo las canicas—. Mi madre no está en casa, por eso he venido aquí. ¿Me podría dar un vaso de agua, por favor?


La mujer lo miró apenada y cambió el rumbo hacia la cocina. 


Pedro suspiró aliviado.


Cuando oyó el canto del pájaro que sonaba fuera de la casa supo que era la señal acordada. Se puso en pie cuando la anciana le traía el agua y con una rápida disculpa se marchó corriendo y cojeando.


—Este chico…


Mateo y Mariano ya estaban esperándolo en la linde del parque cargados con el cuenco plateado repleto de canicas. Pedro llegó jadeando con una media sonrisa de triunfo, la euforia se veía reflejada en los ojos de los tres. 


Estaban pletóricos. Cogieron cada uno un puñado de las preciosas canicas para sentir el placer del botín y una nueva sonrisa, más ancha, se les instaló en la cara. Pero la alegría se evaporó cuando vieron quién se dirigía hacia ellos por el camino del parque. El señor Bloome volvía con Ted de su paseo matinal.


Los tres se miraron y salieron corriendo de inmediato. Pedro, que aún no había recuperado el aliento se quedó rezagado y al doblar la esquina de una casa fue a chocar con algo. O mejor dicho, con alguien, haciendo volar su puñado de canicas por los aires.


—Maldita mocosa. Mira lo que has hecho —le espetó mientras se ponía en pie. Ella lo miró con los ojos muy abiertos, asustada e indignada, pues había sido culpa suya.


La niña se puso en pie y se sacudió el vestido blanco que había quedado manchado en un costado.


—Mira por dónde vas tú, imbécil. ¡Eres un bobo, torpe! —dijo, pero Pedro ya había recogido sus canicas y corría de nuevo al encuentro de sus amigos que reían agazapados en la esquina siguiente.


Una hora más tarde, antes de lo que ellos se esperaban, el vecindario ya conocía la noticia del robo de las canicas y las consecuencias que tendría. Los ladrones habían dejado una nota y un mapa que les llevaría hasta su preciada posesión. 


Solo que las canicas no llegarían a la guarida de los Demonios nunca. La única intención de todo aquello era sorprender a la banda en su propia casa, con todo lo que acumulaban de otras fechorías. Nadie encontraría rastro de las canicas por ningún lado, pero la policía obtendría suficientes pruebas en aquella choza para amonestar a los delincuentes juveniles y alertar a sus padres de las andanzas de sus hijos.


Pero el asunto no se zanjaría ahí.


Uno de los miembros del grupo, Simon Chaves, era el hermano mayor de aquella niña con la que Pedro había chocado en su huida desde el parque.


Pau llegó a su casa cuando su padre estaba riñendo a su hermano duramente. Ella se quedó en la puerta del salón oyendo lo que le decía a Simon, que negaba que los Demonios Negros hubieran entrado en la casa de los señores Bloome.


El padre de Pau y de Simon era el comisario de policía del Noroeste de Elizabeth. Tenía un profundo y arraigado sentimiento de responsabilidad hacia el bienestar y el orden en la comunidad y dirigía su casa con cariño pero con mano de hierro a partes iguales.


Cuando Pau escuchó lo que su padre le decía a su hermano, una oleada de rabia la invadió. Se miró el vestido manchado y apretó con fuerza el objeto que llevaba en la mano. 


Pedro Alfonso pagaría por lo que había hecho.



LO QUE SOY: SINOPSIS




Tras una larga época sirviendo a su país en Afganistán, Pedro Alfonso regresa a Nueva York en busca de algo de tranquilidad antes de que sea enviado a su próxima misión.


A la ayudante del Fiscal del distrito de Nueva York, Paula Chaves, alguien de su pasado la persigue, la acosa y amenaza con destruir su vida para llevar a cabo su venganza.


Cuando Pedro y Paula se encuentran por casualidad después de muchos años, no pueden evitar la intensa atracción que sienten y les resulta imposible poner freno al imparable deseo y a la pasión indómita que se desata entre ellos.


Pedro huye asustado por sus propios sentimientos y mientras, la vida de Paula pende de un hilo.




miércoles, 1 de junio de 2016

DURO DE AMAR: CAPITULO FNAL





Ocho meses después


Esa chica es un pez, mira cómo va. —Se rió mi padre, entrecerrando los ojos por el sol.


Mirar nadar a Lily alrededor de la piscina era mi nueva
forma favorita de pasar un sábado. Yo crecí en esta piscina, en el patio de este club de campo, pero de alguna manera ver a Lily disfrutar de ella era aún mejor que mis propios recuerdos. Mi madre estaba en la piscina con Lily, ya que tratar de mantenerla fuera del agua era como tratar de que Pedro me dejara de llamar pastelito—era una causa perdida. Miré al otro lado de la terraza para encontrar Pedro regresando con el almuerzo. Dejó las cajas de espuma sobre la mesa, entre mi padre y yo, antes de dejar caer un beso en mis labios y establecerse en el sillón junto a mí.


—¿Qué hay para comer? —preguntó mi padre, dirigiéndose a Pedro.


Él se rio entre dientes. —Hamburguesas. ¿Qué más?


Se había convertido en una broma entre ellos. Cuando mi mamá no estaba en la piscina con Lily e iba por el almuerzo, regresaba con ensalada de salmón o algo igual de extraño para los paladares de Pedro y Lily.


Eran buenos deportistas, sin embargo, al igual que mis padres cuando Pedro volvió con hamburguesas con queso para todos. Era como si todos estuviéramos aprendiendo a coexistir. Incluso mi papá había recortado los sábados de trabajo en el verano para pasar el día con nosotros aquí.


Las cosas habían cambiado mucho en los últimos meses desde que me gradué de la escuela de enfermería. En particular, Pedro se había ganado a mis padres otra vez. No fue fácil al principio, pero Pedro había persistido. Había comenzado su propia compañía de contratación con éxito, y buscó que mi papá fuera su asesoramiento financiero, y estaba muy contento de proporcionarle, ya que la financiación era su tema favorito. Mi padre, a su vez lo remitió a varios clientes para proyectos de remodelación —gente rica del club de campo— y el negocio de Pedro había crecido considerablemente en poco tiempo. Por encima de todo, le dio un impulso de confianza, y obligó a las preocupaciones persistentes sobre el dinero de su cuenta. 


Fue bueno verlo un poco más relajado debido a ello.


Otra gran parte de mis padres estando alrededor tenía un poco que ver con Lily, ella era tan adorable. Aunque mi mamá nunca pareció del tipo abuela, había comenzado a venir varios días a la semana a recoger a Lily. Fue agradable ver a mi madre tener a alguien en su vida para que le dedicara atención, en lugar de sentarse a solas en su gran casa. Pedro había comenzado a ayudar a mi padre en la casa con las remodelaciones, mi padre ganó un saludable respeto por los conocimientos autodidactas que Pedro poseía. Por supuesto que convenientemente habíamos dejado fuera el breve paso de Pedro como estrella
porno y aunque sus videos todavía estaban en línea, dudamos de que mis padres los descubrieran.


El mayor cambio se produjo el mes pasado, cuando Pedro vendió la casa de sus abuelos, y yo vendí el condominio que mis padres me había comprado unos años antes, y juntos compramos una casa a mitad de camino entre nuestros dos lugares. Fue en el mismo distrito escolar de Lily y aún cerca del hospital, donde ahora trabajaba a tiempo completo.


Mi padre cogió una toalla para mi mamá y la toalla rosa con capucha de Lily con su nombre bordado a un lado—un regalo de mi mamá— y les ayudó desde la piscina. 


Aproveché la oportunidad para inspeccionar a Pedro. Sus ojos estaban pegados en mí también. Pedro en un par de pantalones cortos colgando bajo en sus caderas fue suficiente para hacer que me gustara dejar mi bikini y meterme en el agua con él con un poco de acción bajo el agua, los espectadores serian condenados. Pero por supuesto, no lo hice. Apreté los muslos juntos, sabiendo que cuando llegáramos a casa de la piscina, Lily estaría agotada y lista para una siesta y Pedro y yo podríamos desaparecer en nuestra habitación por un poco de tiempo a solas.


—Más tarde, pastelito —susurró Pedro como si leyera mi mente—. Ahora a comer. Vas a necesitar energía para lo que tengo planeado.


Ahogué un grito de asombro y le sonreí. Era suya, completamente.


Cuerpo, alma y corazón. Y yo no querría de ninguna otra manera.





DURO DE AMAR: CAPITULO 38





—¿Qué es exactamente lo que crees que estás haciendo? —le pregunté a Paula mientras se arrastraba a través de la cabina de mi camión hacia mi regazo.


—Shh. Tengo una idea —murmuró contra mi cuello. Tenerla a horcajadas sobre mis caderas con esa pequeña falda negra envió una ola de deseo a través de mi sistema.


—No es justo, nena. No tengo espacio para tocarte. —Apoyé los brazos a cada lado de ella, enjaulándola contra mí, pero todavía dejándola salirse con la suya.


Levantó la barbilla y atrapó mis ojos, la confianza y el deseo ardiendo en esas profundidades azules. —Silencio. Una vez me dijiste que te gustaba el sexo en la cabina de tu camión.


Una risa baja cayó de mis labios. ¿Eso es lo que esto era? 


—Solía gustarme. Pre-Paula. —Como habíamos empezado a llamar a mi vida antes de ella. No la iba a follar en mi camioneta. Claro que estaba oscuro y el estacionamiento se encontraba vacío en su mayoría, dada la hora, pero Paula merecía más. Se merecía todo.


Me sonrió, recostándose aún más cómodamente en mi regazo. —Sí, pero has venido a bailar con mis amigos esta noche, aunque sé que odias los clubes ruidosos y quiero recompensarte. —Movió las caderas contra la parte delantera de mis pantalones vaqueros, el roce de nuestros cuerpos exigiendo atención.


Tomé su mentón en la mano y la besé en la boca. Odiaba los clubes de baile, pero ver bailar a Paula con una minifalda y tacones y sintiendo sus movimientos contra mí toda la noche, bueno, vamos a decir que no fui un mártir. Esto también había ayudado a que acortáramos el hueco entre nuestros amigos, invitando a varios de sus amigos y los míos a salir juntos. Algo así como nuestra primera salida real como pareja. Y para nuestra sorpresa, todos se habían llevado bien. Incluso Ivan y yo habíamos enterrado el hacha de guerra entre nosotros. Al parecer, algunos se habían llevado mejor que otros, demasiado—como ejemplo de ello, estaba bastante seguro de que Ian y Martina se encontraban actualmente de camino a su casa.


Yo no podía dejar de sonreír, porque eso era exactamente lo que habíamos estado haciendo durante el último mes —ella mostrándome las cosas de su mundo y yo mostrándole el mío.


Paula continuó mirándome con una expresión curiosa, su boca curvada en una sonrisa maliciosa.


—No aquí. No en mi camión, nena. Déjame llevarte a casa donde pueda follarte bien. —La besé, mordiendo sus labios.


Sonrió y negó con la cabeza. —No soy frágil, Pedro. No hace falta que me trates como una princesa. Te quiero.


—Pastelito... —Mi voz salió en un medio gemido, medio susurro.


Trabajó sus manos entre nosotros, desabrochando mi cinturón y tirando hacia abajo mis pantalones. Dios, estaba completamente a su merced. 


Me tenía.


El brillo en sus ojos y la sonrisa crispando sus labios me dijo que ella lo sabía.


—Creo que tengo que recordarte... —Tiró hacia abajo mi bóxer lo suficiente para liberar mi polla—. Que esto me pertenece. —Se inclinó más cerca, moviéndose contra mí para que yo pudiera sentir lo mojadas que sus bragas estaban.


Jooooder. —Oh, es todo tuyo, pastelito. —Tiré de sus bragas a un lado, dirigiendo mi pulgar por sus labios hinchados. 


Sabiendo que estaba lista, empujé las caderas hacia arriba, encontrando su calor húmedo con empujones suaves. Gimió y se retorció, ajustándose a la plenitud cuando me deslicé dentro.


Apreté la mandíbula para no gritar cuando su increíblemente apretado y caliente canal se dejó caer sobre mí.


—Cada centímetro, mío —susurró.


—Sí, tuyo. —La besé apasionadamente mientras ella aumentaba su velocidad.


Paula gritó y presionó su mano contra la ventana, marcando el vidrio empañado con una huella de su mano. Si no era obvio lo que pasaba en este camión antes, sin duda ahora sí.


Sus gemidos se hicieron más insistentes y yo sabía que ella estaba cerca.


Nunca tenía que pedirle más. Siempre sabía cuándo estaba a punto de venirse y luego mi liberación en consecuencia. Se levantó y se sentó sobre mí mientras repetidamente gemía mi nombre como si fuera su mantra. Era jodidamente caliente. Echó la cabeza hacia atrás, gimiendo bajo en su garganta y pude sentir el orgasmo pulsante exprimiéndome. Agarré sus caderas, embistiendo duro y
rápido y pronto la seguí al borde.


Después, la acuné contra mi pecho, sujetándola mientras los latidos de nuestros corazones se hicieron más lentos y nuestras respiraciones se mezclaron. —Te amo, pastelito.


—Te amo, Pedro—murmuró, sus labios contra mi cuello.



martes, 31 de mayo de 2016

DURO DE AMAR: CAPITULO 37





La reacción de Paula ante esas cinco pequeñas palabras no era exactamente lo que yo esperaba. Sus ojos azules se quedaron bloqueados en los míos durante unos segundos antes de que se cerraran. Negó con la cabeza. —No lo digas sino lo dices en serio.


Ahuequé sus mejillas y abrió los ojos. —Quise decir cada palabra. Te amo —Una sonrisa floreció en sus labios y me incliné para besarla—. Si tengo que sacrificarme para darte todo lo que quieras, si tengo que cambiar lo que soy, lo que sea que tenga que hacer, dímelo. Está hecho. No puedo creer que pensé que podría vivir sin ti.


Bajó la mirada, un rubor rosado manchando sus mejillas. —Pedro — susurró en voz baja, agarrando puñados de las sábanas en sus pequeñas palmas.


—Yo era jodidamente desgraciado sin ti. Una ruina absoluta. Por favor, perdóname, pastelito.


Levantó la vista, pareciendo sacar algo de fuerza al escucharme arrastrarme, su sonrisa pícara volviendo a caer en su lugar. —Y te comprometerás sólo para mí. No más rodaje sin importar cuan difíciles se pongan las cosas.


—Te lo prometo —Besé el dorso de su mano, los nudillos, la muñeca.


—Y ni siquiera miraras a otra mujer cuando estamos juntos.


La miré a los ojos —No será necesario. Tengo a la chica más bella del mundo conmigo —Hacíamos nuestros propios votos el uno al otro y no importa lo extraño que pudieran parecer, eran perfectos para nosotros—. ¿Vas a estar bien conmigo sentado sobre mi culo los domingos por la tarde, viendo el partido y tomando una cerveza?


Se echó a reír, profundo y gutural. —Sólo si me dejas tener alitas de pollo.



Sonreí. —Hecho.


Se arrastró sobre mi regazo a horcajadas sobre mí y apoyó la cabeza en mi pecho. Era extraño cómo yo había llegado a pensar en esto como su sitio.


Trazó con la punta del dedo ligeramente sobre mi pecho, rozando contra el vello. —¿Irías a la tienda y me conseguirías tampones y helado de chocolate y revistas de chismes cuando los necesite?


—Maldita sea, nena, si puedo jugar a la tienda de Belleza Barbie con Lily, ¿no crees que puedo manejar eso?


Se echó a reír, su pecho rozando el mío mientras se reía. Mi cuerpo despertó a la vida, recordando que todavía estábamos en su mayoría desnudos.


Me volví y suavemente la deposité sobre la cama, acomodándome a mí mismo sobre ella. Lamí sus pezones, tirando de uno en mi boca, y mantuve los ojos fijos en los de ella. Me tomé mi tiempo, a fondo adorándola con mi boca y dedos hasta que ella estuviera empapada y me pidiera más. 


Dios, amaba a esta chica.


La acomodé sobre su espalda, las piernas abiertas para mí y me arrodillé entre sus rodillas. Me acerqué hacia adelante hasta que desaparecí en su interior. Mirar a mi polla deslizarse entre sus pliegues rosados era terriblemente caliente.


Mi único problema con esta posición, apoyado sobre mis rodillas de la manera que fuese, era que no podía besarla. Sin embargo, tenía la vista perfecta de su pequeño cuerpo caliente, por lo que lo usé en mi provecho. Después de
haberla puesto ante mí de esta manera, me permití acariciar sus pechos y sumergirme entre sus piernas para dar masajes a su clítoris. —Quiero que te vengas para mí, nena.


Gimió suavemente, sus ojos se cerraron en concentración. 


Pedro, lo quiero rápido.


—¿Estás segura, nena?


—Sí —Se quejó, encontrándose con mi mirada de nuevo.


Agarré sus rodillas y aumenté mi ritmo, hasta que estuve totalmente enterrado con cada embestida, mis bolas golpeando su culo.


Oh, joder, no iba a durar a este ritmo. Su calidez, su cuerpo, su pequeño coño apretado.... Ah, mierda. —Cariño, me voy a venir.


—Todavía no —susurró.


Tragué una maldición, y embestí más duro, rodeando su clítoris con mayor rapidez. Las gotas de sudor rodaban por mi espalda por el esfuerzo de aguantar mi orgasmo. —¿Nena?


—Todavía no —exclamó.


Agarré la base de mi eje, aprisionando mi orgasmo inminente y continué empujando. Mis bolas apretadas como el dolor físico de mantenerme me alcanzaron.


Sus gritos se hicieron más fuertes y sus caderas chocaban contra las mías.


Ella estaba cerca. Con una mano seguía jugando con su clítoris, usé mi otra para masajear un pecho, pellizcando y frotando sus pezones hinchados.


Sus caderas se dispararon fuera de la cama y su voz ronca gimiendo mi nombre me envió al borde. Embestí dos veces más y llegué a mi clímax, inclinándome sobre ella para susurrarle palabras cariñosas mientras me venía.


Hicimos el amor dos veces más y luego pedimos comida a domicilio, negándonos a salir de la cama, incluso mientras comíamos—sushi de todas las cosas. Paula había prometido que me gustaría, y, sorprendentemente, en realidad no estaba nada mal. Una vez que terminamos, nos quedamos en el centro de la cama, renuentes a dejar los brazos del otro.


—¿Cómo podría yo ser suficiente para ti, nena? Te mereces el mundo. Ni siquiera mis propios padres me quieren —le dije, trazando un solo dedo encima de su cadera desnuda. 


Me negé a su solicitud de vestirnos después de la última
vez que habíamos hecho el amor.


Se apoyó sobre un codo para mirarme. —Tus padres se perdieron a un hombre asombroso. Y con respecto a que tú no eres lo suficientemente bueno... —Sacudió la cabeza—. Piensa en el amor incondicional que tienes por Lily. Ella puede suponer un reto, y tú probablemente nunca imaginaste cuidar de una niña de seis años a tu edad, pero para ti, ella es perfecta.


Yo sabía que ella tenía razón. Recibiría una bala por Lily. Y sentía lo mismo por Paula.


—Tú podrías no ser la persona con la que alguna vez me imaginé, pero eres exactamente lo que necesito, alguien con quien puedo soltarme y ser yo misma. No algún idiota estirado usando traje que sólo está cortejándome con la esperanza de impresionar a mi padre y asegurarse su próximo ascenso.


—Es verdad. Ese no soy yo.


—Y me encanta eso de ti. Me encanta saber que te enfrentarías a mis padres o a cualquiera si se da el caso, para asegurarte de que yo sea feliz.


—Diablos, sí, lo haría.


Metí a Pau bajo mi brazo y la sostuve hasta que su respiración se volvió profunda y regular. Nunca había pasado una noche lejos de Lily, pero sabiendo que Sofia estaba durmiendo en mi casa, y que Lily estaba a salvo —y lo más importante, que tenía a Paula de vuelta— caí en un sueño fácil, sintiéndome más feliz y más completo que nunca.