miércoles, 1 de junio de 2016

DURO DE AMAR: CAPITULO 38





—¿Qué es exactamente lo que crees que estás haciendo? —le pregunté a Paula mientras se arrastraba a través de la cabina de mi camión hacia mi regazo.


—Shh. Tengo una idea —murmuró contra mi cuello. Tenerla a horcajadas sobre mis caderas con esa pequeña falda negra envió una ola de deseo a través de mi sistema.


—No es justo, nena. No tengo espacio para tocarte. —Apoyé los brazos a cada lado de ella, enjaulándola contra mí, pero todavía dejándola salirse con la suya.


Levantó la barbilla y atrapó mis ojos, la confianza y el deseo ardiendo en esas profundidades azules. —Silencio. Una vez me dijiste que te gustaba el sexo en la cabina de tu camión.


Una risa baja cayó de mis labios. ¿Eso es lo que esto era? 


—Solía gustarme. Pre-Paula. —Como habíamos empezado a llamar a mi vida antes de ella. No la iba a follar en mi camioneta. Claro que estaba oscuro y el estacionamiento se encontraba vacío en su mayoría, dada la hora, pero Paula merecía más. Se merecía todo.


Me sonrió, recostándose aún más cómodamente en mi regazo. —Sí, pero has venido a bailar con mis amigos esta noche, aunque sé que odias los clubes ruidosos y quiero recompensarte. —Movió las caderas contra la parte delantera de mis pantalones vaqueros, el roce de nuestros cuerpos exigiendo atención.


Tomé su mentón en la mano y la besé en la boca. Odiaba los clubes de baile, pero ver bailar a Paula con una minifalda y tacones y sintiendo sus movimientos contra mí toda la noche, bueno, vamos a decir que no fui un mártir. Esto también había ayudado a que acortáramos el hueco entre nuestros amigos, invitando a varios de sus amigos y los míos a salir juntos. Algo así como nuestra primera salida real como pareja. Y para nuestra sorpresa, todos se habían llevado bien. Incluso Ivan y yo habíamos enterrado el hacha de guerra entre nosotros. Al parecer, algunos se habían llevado mejor que otros, demasiado—como ejemplo de ello, estaba bastante seguro de que Ian y Martina se encontraban actualmente de camino a su casa.


Yo no podía dejar de sonreír, porque eso era exactamente lo que habíamos estado haciendo durante el último mes —ella mostrándome las cosas de su mundo y yo mostrándole el mío.


Paula continuó mirándome con una expresión curiosa, su boca curvada en una sonrisa maliciosa.


—No aquí. No en mi camión, nena. Déjame llevarte a casa donde pueda follarte bien. —La besé, mordiendo sus labios.


Sonrió y negó con la cabeza. —No soy frágil, Pedro. No hace falta que me trates como una princesa. Te quiero.


—Pastelito... —Mi voz salió en un medio gemido, medio susurro.


Trabajó sus manos entre nosotros, desabrochando mi cinturón y tirando hacia abajo mis pantalones. Dios, estaba completamente a su merced. 


Me tenía.


El brillo en sus ojos y la sonrisa crispando sus labios me dijo que ella lo sabía.


—Creo que tengo que recordarte... —Tiró hacia abajo mi bóxer lo suficiente para liberar mi polla—. Que esto me pertenece. —Se inclinó más cerca, moviéndose contra mí para que yo pudiera sentir lo mojadas que sus bragas estaban.


Jooooder. —Oh, es todo tuyo, pastelito. —Tiré de sus bragas a un lado, dirigiendo mi pulgar por sus labios hinchados. 


Sabiendo que estaba lista, empujé las caderas hacia arriba, encontrando su calor húmedo con empujones suaves. Gimió y se retorció, ajustándose a la plenitud cuando me deslicé dentro.


Apreté la mandíbula para no gritar cuando su increíblemente apretado y caliente canal se dejó caer sobre mí.


—Cada centímetro, mío —susurró.


—Sí, tuyo. —La besé apasionadamente mientras ella aumentaba su velocidad.


Paula gritó y presionó su mano contra la ventana, marcando el vidrio empañado con una huella de su mano. Si no era obvio lo que pasaba en este camión antes, sin duda ahora sí.


Sus gemidos se hicieron más insistentes y yo sabía que ella estaba cerca.


Nunca tenía que pedirle más. Siempre sabía cuándo estaba a punto de venirse y luego mi liberación en consecuencia. Se levantó y se sentó sobre mí mientras repetidamente gemía mi nombre como si fuera su mantra. Era jodidamente caliente. Echó la cabeza hacia atrás, gimiendo bajo en su garganta y pude sentir el orgasmo pulsante exprimiéndome. Agarré sus caderas, embistiendo duro y
rápido y pronto la seguí al borde.


Después, la acuné contra mi pecho, sujetándola mientras los latidos de nuestros corazones se hicieron más lentos y nuestras respiraciones se mezclaron. —Te amo, pastelito.


—Te amo, Pedro—murmuró, sus labios contra mi cuello.



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