jueves, 19 de mayo de 2016
SEDUCIENDO A MI EX: CAPITULO 15
No quería que Pedro creyera que la escena de la posada se iba a repetir. Debía aceptar que se iba a sentir siempre atraído por ella, pero que se iba a casar con otra.
Ironías de la vida, Pedro no quiso soltarla.
-Pedro... -dijo Paula viendo que tenía posados los ojos en sus labios-. No es una buena idea.
-Pues es la única que tengo -murmuró Pedro tomándole la cara entre las manos-. Por el bien e Emilia, por Dios, ten piedad. No podemos dejar que el egoísmo de tu madre nos destroce las vidas.
Paula se estremeció. Estaba sintiendo la erección de Pedro entre las piernas. Estaba claro que quería hacer el amor y ella, también. Allí mismo, sobre la encimera, en el suelo si hiciera falta.
-Pedro... -suplicó.
Pero él no la escuchó. La besó y, a pesar de que había pasado tres semanas intentando olvidar sus labios, Paula se encontró besándolo también y pasándole los brazos alrededor del cuello.
Aquello era el paraíso y el infierno juntos.
El paraíso porque era lo que más le apetecía del mundo, pero el infierno porque sabía que no debía hacerlo. No podía ser la amante de su propio marido. No podía dejar que la utilizara cuando le diera la gana.
Sintió su mano sobre un pecho, luego se deslizó bajo la camiseta y le desabrochó el sujetador. Su cuerpo no le obedecía.
-Me vuelves loco -murmuró Pedro apretándose contra ella.
-Pedro, no puedo -gimió antes de que su cuerpo la traicionara por completo.
-Pero si es lo que quieres -dijo angustiado-. Es lo que los dos queremos.
-Sí, pero no quiero ser la sustituta de Marcia. Supongo que, como no la has visto en varias semanas, estás...
-¿Excitado? -preguntó divertido.
-Sí -contestó Paula.
-No quiero el divorcio -dijo Pedro mirándola a los ojos.
-No entiendo...
-Marcia y yo ya no estamos juntos -le explicó Pedro-. La mañana que me encontré a Mallory aquí, había venido a decírtelo.
-¿Y Emilia?
-¿Qué pasa con Emilia?
-Entonces, te negabas a creer que era hija tuya...
-Sí -admitió Pedro-, pero ya había decidido que era tuya y que, por tanto, la quería.
Paula lo miró estupefacta.
-¿Lo dices en serio? -preguntó con voz trémula.
Pedro la besó en la mejilla.
-La pregunta es, ¿quieres que lo diga en serio? Sé que me he portado muy mal, pero espero que me quieras lo suficiente como para perdonarme.
-Te perdono -dijo Paula emocionada-. Y te quiero, pero eso ya lo sabes. Sabes que siempre te he querido, que nunca quise que nos separáramos.
-Lo sé, pero yo me comporté como un cretino.
-No, como un ser humano -dijo Paula-. Si yo hubiera estado en tu pellejo, probablemente habría pensado lo mismo que tú -admitió sinceramente.
Pedro la besó y Paula lo abrazó con fuerza.
Durante su viaje de regreso había imaginado muchas cosas, pero ni por asomo se había atrevido a soñar con algo así.
SEDUCIENDO A MI EX: CAPITULO 14
Paula llegó al pueblo al amanecer. Había conducido toda la noche para evitar que la policía reconociera el coche porque estaba segura de que Pedro habría denunciado su desaparición.
Su única preocupación era que Emilia estuviera bien, que su padre no le hubiera contado cosas extrañas para explicar su ausencia.
La había abandonado, era cierto, pero solo Porque necesitaba alejarse de Pablo, de Pedro y de su madre y su hija estaba en medio de todo.
Además, Pedro necesitaba tiempo con la niña para conocerla y presentársela a su futura mujer.
Paula creía que Pedro se habría llevado a Emilia con él a Londres. Ya hacía tres semanas que se había ido y creía que él no podía pasar tanto tiempo fuera de la empresa.
Había llamado al colegio de su hija y le habían dicho que no había vuelto, pero tampoco le había extrañado demasiado por ello. Había supuesto que Pedro estaba recuperando los años perdidos.
Cada vez que pensaba en su madre, sentía remordimientos, pero prefería no pensar en ella demasiado a menudo. No quería que le diera pena, ni siquiera por estar enferma.
La había traicionado como madre y como persona. Le había destrozado la vida. Mattingley significaba más para ella que su propia hija. Paula no podía quitarse aquello de la cabeza y el perdón se le antojaba como algo muy lejano.
Al llegar a la verja de entrada, miró el reloj. Eran apenas las seis. Tomó aire para tranquilizarse y apoyó la cabeza en el volante.
Tras unos segundos, pisó el acelerador y se asombró de ver que había césped a los lados del camino y que las flores estaban cuidadas. Había azaleas por todas partes, entre los árboles.
Pedro debía de haber contratado a una empresa de jardinería. Cuántas molestias para arreglar una casa que ella iba a vender en cuanto...
No quería pensar en la muerte de su madre. A pesar de todo lo que le había hecho, sabía que la iba a echar de menos.
Sobre todo ahora que Emilia iba a pasar tiempo con su padre.
Al llegar, paró el coche y se quedó unos segundos admirando los maceteros de geranios y pensamientos que había a ambos lados de la puerta.
La casa estaba realmente bonita. Lady Elena debía de estar encantada.
No tenía equipaje, solo la bolsa que Sara le labia prestado.
Su amiga y su marido habían demostrado ser buenos amigos. Se había presentado en su casa llorando y ellos no habían preguntado nada. Le habían dado cobijo, un garaje para esconder el coche y tiempo para tranquilizarse.
Debía llamarlos nada más desayunar.
Cerró la puerta del coche sin hacer ruido y se guardó las llaves en el bolsillo. Dio la vuelta con la esperanza de que la puerta de la cocina no estuviera cerrada. Estaba abierta.
La abrió y se encontró con Pedro apoyado en la encimera perdido en sus pensamientos. Al verla, la miró como si estuviera alucinando.
-¿Pau? ¿Eres tú de verdad? -preguntó angustiado.
-Soy yo de verdad -contestó Paula en voz baja-. ¿Qué haces aquí? -añadió apoyándose en la puerta.
Pedro miró la cafetera.
Paula intentó reprimir la alegría que le haría dado verlo. ¿Y si Marcia también estaba allí? Era posible. Al fin y al cabo, era sábado.
-Huele bien -dijo-. ¿Me puedes servir una taza?
-¿Es todo lo que tienes que decir? -dijo Pedro-. ¿Dónde demonios has estado?
-No creo que sea asunto tuyo -contestó Paula echando los hombros hacia atrás.
-¿Cómo que no? ¿Sabes lo preocupados que estábamos? -contestó él pasándose los dedos por el pelo.
-No hacía falta...
-¿Cómo que no hacía falta? -dijo Pedro dando un par de pasos hacia ella-. Maldita sea, Pau. ¿Dónde has estado? Casi me vuelvo loco.
Paula no sabía qué decir. ¿Estaba de verdad preocupado?
-Necesito tiempo para pensar -contestó decidiendo que Pedro merecía una explicación-. ¿Dónde está Emilia? Quiero decirle que he vuelto.
-Luego -dijo Pedro cerrándole el paso-. Quiero saber dónde has estado. Desde luego, no en los alrededores porque la policía ha peinado la zona varias veces.
-¿La policía? No hacía falta exagerar tanto.
-Eso es lo que tú te crees. Cuando te fuiste estabas histérica y, para colmo, te llevaste el Porsche.
-Ah, así que es eso, ¿eh? -dijo Paula amargamente-. Estabas preocupado por el coche, claro. Pues no te preocupes, está perfectamente. Ha estado en el garaje de una amiga en Kensington durante las tres semanas.
-El coche me importa muy poco -le aseguró Pedro iracundo-. Estaba preocupado por ti. Estaba empezando a temerme lo peor.
Paula se sintió un poco culpable.
-Ya te he dicho que no hacía falta -se defendió-. Sabía que Emilia lo iba a pasar mal, pero necesitaba estar sola. He estado en casa de Sara, una amiga. Sabía que tú te encargarías de Emilia -añadió-. ¿Está arriba?
-¿Dónde iba a estar? -explotó Pedro-. Como yo, no tuvo más remedio que quedarse y enfrentarse a la situación. No se pudo permitir el lujo de irse a otro sitio.
-¿No te la has llevado a Londres? -dijo Paula sorprendida.
-¿A Londres? ¿Por qué me la iba a llevar a Londres?
-Bueno, eh, yo creía que te habrías ido poco después que yo.
-No.
-¿Cómo que no?
-Que no, que no me he movido de aquí-contestó Pedro apretando las mandíbulas-. Espero que no te importe. Fui a la posada a recoger mis cosas y me instalé aquí.
-No entiendo...
-Ya lo veo.
-O sea que... llevas aquí.
-Tres semanas.
-¿No has vuelto a Londres?
-No.
Paula tragó saliva.
-Entonces... entonces... ¿la señorita Duncan también está aquí?
-Claro -dijo Pedro indignado-. ¿Me crees capaz de algo así? ¿Crees que traería a otra mujer a casa de mi esposa? Te crees que soy así, ¿verdad?
-Ya no sé qué creer -admitió Paula-. Para estar enamorado de una mujer, demuestras un interés inapropiado por otra...
-¿Y la otra eres tú? -sugirió Pedro.
Paula estaba completamente confundida. ¿Qué estaba pasando? ¿Se había quedado Pedro por el bien de Emilia?
-Llevo conduciendo toda la noche -dijo cansada-. ¿Me podrías servir una taza de café antes de seguir hablando? Te he juzgado mal y me alegro de que te hayas quedado cuidando a Emilia -admitió-. Y de mi madre... ¿Qué tal está? Supongo que es mi deber preguntar.
Pedro tomó una taza y la llenó de café.
-Toma -le dijo-. Se ve que lo necesitas. Estás pálida.
-Gracias.
Paula tomó la taza entre las manos, pero estaba ardiendo e instintivamente la soltó. Al hacerlo, el café salió volando y manchó todo lo que tenía a su alrededor, incluido Pedro, que se apresuró a acercarse a ella comprendiendo que estaba nerviosa.
-Tranquila -le dijo abrazándola-. Estás en casa, estás con gente que te quiere.
-¿De verdad?
-¿Tú qué crees? Pau, no te puedes imaginar cómo me alegro de verte. Estaba empezando a temer que no volvieras.
-¿Y te importaba? -murmuró.
-Claro que sí -le aseguró Pedro acariciándole el pelo-. Nos has tenido a todos muy preocupados. Tu madre se ha portado horriblemente, pero te quiere. No te quepa la menor duda.
-A su manera -dijo Paula apartándose de el-. Voy a ir a ver a Emilia -anunció.
SEDUCIENDO A MI EX: CAPITULO 13
PAPÁ, la abuela dice que hay una mosca dando vueltas por la habitación que la está volviendo loca -dijo Emilia-. ¿Te importaría venir?
Pedro suspiró. Debería estar ya acostumbrado a los caprichos de su suegra, pero no era así. Además, sabía que, para cuando llegara, la mosca habría desaparecido por arte de magia.
Aun así, se levantó y sonrió a su hija.
La niña estaba mucho mejor, pero los primeros días desde que Paula había desaparecido habían sido horribles.
Hacía tres semanas que no tenían noticias suyas y eso para Pedro solo podía significar que lo estaba pasando muy mal.
Él se había instalado en Mattingley, desde donde trabajaba, para dedicarse en cuerpo y alma a su hija. Y pensaba quedarse allí hasta que Paula volviera... si es que volvía.
-La señora Edwards me ha dicho que hay sopa de verduras para cenar -anunció Emilia-. A la abuela le gusta mucho.
-Muy bien -dijo Pedro sin apetito-. ¿A ti te gusta?
-Bueno... A mí lo que me gustaría es que mamá volviera -confesó.
«Como a todos», pensó Pedro.
-Volverá pronto -dijo fingiendo alegría-. Solo necesita un poco de tiempo para sí misma. Ella sabía que yo me iba a quedar cuidando de ti y de la abuela.
-¿De verdad? -preguntó Emilia no muy convencida.
Pedro sabía que, en su sano juicio, Paula jamás habría abandonado a su hija, pero cuando se fue de Mattingley estaba muy alterada. Precisamente, por eso había llamado a la policía para denunciar su desaparición.
Por desgracia, la investigación no había arrojado resultados todavía.
La idea de que le hubiera pasado algo lo atormentaba. El coche que se había llevado era muy veloz, y no podía dejar de imaginarse que se había salido de la carretera o que se había estrellado contra un árbol.
Sabía que la policía estaba buscando en todos los barrancos, pero siempre existía la horrible posibilidad de que el coche hubiera ido a parar al mar.
-¿Estás enfadado porque te he interrumpido? -preguntó Emilia confundiendo la causa de su silencio.
-¿Cómo iba a estar enfadado contigo? -dijo Pedro abrazándola-. Somos amigos, ¿no?
-¿Y de verdad no te importa tener que haberte quedado aquí conmigo?
-Claro que no -le aseguró Pedro-. Así, tendremos tiempo de conocernos bien.
-De verdad crees que soy tu hija, ¿no? -preguntó Emilia satisfecha.
-No tengo la más mínima duda -contestó Pedro.
-Pero antes sí...
-Sí, reconozco que me equivoqué. Creí en otra persona.
-¿Al señor Mallory? -preguntó Emilia. Desde luego, la niña era aguda.
-Ahora ya no importa.
¿Se imaginaría Paula la angustia que le producía darse cuenta de su error? Lo que estaba claro era que todavía confiaba algo en él pues, de lo contrario, no habría dejado a su hija allí.
¿Habría creído acaso que se la llevaría con él a Londres? Al fin y al cabo, debía de seguir creyendo que se iba a casar con Marcia.
Cuando entró en la habitación de lady Elena, la anciana estaba en la cama incorporada sobre unas cuantas almohadas. Estaba más débil que de costumbre y, aunque le había hecho mucho daño, Pedro se dio cuenta de que no la odiaba.
Se había equivocado y estaba pagando por ello.
-Pedro, siento molestarte, pero hay una mosca que lleva una hora dando vueltas -se lamentó.
-Eso me han dicho -dijo Pedro mirando a Emilia-. ¿Dónde está?
-¿No está junto a la ventana? -preguntó la anciana.
-No -suspiró Pedro-. Debe de haber salido cuando Emilia ha ido a buscarme.
-Claro... Ya que estás aquí, ¿quieres tomarte una taza de té conmigo?
Pedro dudó y vio que lady Elena tenía ya una bandeja con dos servicios junto a la cama.
-Bueno...
-Sé que estás ocupado, que trabajar aquí no tiene que ser lo más cómodo para ti y que, además, tienes que cuidar de nosotras, pero me gustaría hablar contigo.
Era la frase más larga que había dicho desde la desaparición de su hija y, al terminar, le faltaba el aire.
-Muy bien -contestó Pedro sentándose a su lado-. ¿Sirvo yo?
-Por favor -contestó lady Elena-. Me temo que no hay zumo de naranja, Emilia. ¿Por qué no bajas a la cocina a que la señora Edwards te dé uno? -añadió mirando a su nieta.
-No quiero zumo de naranja -contestó Emilia-. No tengo sed.
-Tu abuela quiere hablar conmigo a solas -le explicó su padre-. ¿Por qué no vas a ver qué juego te acabo de instalar en el portátil? Es un nuevo proyecto que se llama Predators. Me gustaría que me dieras tu opinión.
-¿De verdad? ¿Puedo jugar en tu ordenador?
-Mientras no te metas en los archivos secretos...
-Gracias -exclamó la niña saliendo de la habitación.
-Gracias -dijo también lady Elena intentando sonreír.
-No lo he hecho por ti -contestó Pedro sin servir el té-. ¿Qué quieres?
-Qué directo -dijo lady Elena amargamente-. ¿Y te preguntas por qué no quería que Paula se casara contigo?
-Nunca me lo he preguntado. Sé muy bien que pensabas que no tenía clase suficiente para tu hija. Bien, puede que fuera cierto, pero no me puedo creer que creyeras que Paula iba a ser más feliz con ese cínico que una vez fue mi amigo.
-No... -admitió lady Elena-. Me equivoqué en eso y en muchas cosas más que quiero enmendar.
-¿Ah, sí? ¿Y qué se te ha ocurrido?
Lady Elena dudó.
-Voy a cambiar mi testamento -dijo mojándose los labios-. Te voy a dejar Mattingley a ti.
-¡No! -dijo Pedro levantándose-. ¡Estás loca!
-Claro que no. Esta casa es una pesada carga para Paula. Está hipotecada y los gastos de mi entierro y funeral ya van a ser suficientes para mi hija. Tú puedes. Ella, no. Quiero que la casa siga en la familia. Si se la dejo a Paula, no tendrá más remedio que venderla y Emilia jamás podrá disfrutar de ella.
-Eso será «si Paula aparece -dijo Pedro con crueldad.
-¿Por qué dices eso? ¿Qué han averiguado?
-Nada -contestó Pedro paseándose por la habitación-. ¿No tienes vergüenza?
-No creo que seas tú el más indicado para hablarme a mí de vergüenza -contestó la anciana recobrando su antiguo mal carácter-. Has estado más de diez años ignorando a tu hija.
-Sí, pero, ¿por culpa de quién?
-Mía no -contestó su suegra-. Eso lo has hecho tú sólito.
-No te entiendo. Bien que te gustaba aceptar mi dinero, pero no querías que volviera con tu hija. Muchas veces me he preguntado por qué.
-No eres ni la mitad de listo de lo que creía -se burló la anciana-. Piénsalo bien. ¿Crees que yo quería que te enteraras de que Emilia era hija tuya?
Pedro la miró confuso. ¿Qué estaba diciendo aquella mujer?
De repente, lo entendió.
-No querías que te descubriéramos -musitó-. Dejaste que creyera que Paula me había engañado para no tener que enfrentarte a las consecuencias de lo que habías hecho con Pablo.
-En esencia, sí, bien resumido -comentó lady Elena apenada.
-Supongo que creías que, sin mí cerca, Paula miraría a Pablo con otros ojos. Qué decepción te debiste llevar, ¿eh?.
-No sabía que estaba embarazada -contestó la mujer.
-Y Pablo sabía perfectamente que la niña no podía ser suya. Dios mío, cuántas veces me he preguntado por qué no quería ver a su hija y por qué Paula se empeñaba en no volverlo a ver a él.
-No estabas lo suficientemente interesado como para hacer algo al respecto -apuntó su suegra con crueldad-. Aquí todos tenemos nuestra parte de culpa -le recordó.
«Es cierto», se admitió Pedro a sí mismo.
Pero él no había instigado la situación. Había sido lady Elena y ahora pretendía enmendar sus errores dejándole Mattingley a él.
-No quiero la casa -declaró-. Mattingley es de los Chaves, no de los Alfonso.
-Pero podrías hacer mucho por ella -gritó la anciana desesperada-. Tienes dinero. Podrías restaurarla y devolverle el esplendor de antaño. A la señorita Duncan le podría gustar venir aquí los fines de semana...
-No me voy a casar con Marcia Duncan -dijo Pedro.
Lo había decidido la mañana en la que Paula había ido a verlo a la posada.
-Se lo dije cuando volvió de Jamaica. Está consultando con su abogado la posibilidad de denunciarme por incumplimiento de acuerdo o aceptar la indemnización que le he ofrecido. Ya le he dicho que, dado que sigo casado con Paula, le va a resultar un poco difícil demostrar lo del incumplimiento, pero ella verá.
-Eres un canalla -dijo lady Elena con admiración.
Pedro se encogió de hombros y fue hacia la puerta.
-Nada de cambiar el testamento, ¿eh? -le dijo.
-No creo que haga falta...
Pedro miró a su suegra con recelo.
-¿Qué tramas?
-Nada, simplemente supongo que, si dices que no te vas a casar con la señorita Duncan, será porque sigues enamorado de mi hija. ¿Quién sabe? Podríais volver...
-Yo no apostaría por ello -se lamentó Pedro.
-Te sigue queriendo -le aseguró lady Elena-. Nunca pude hacer que te olvidara.
-Tómate el té -dijo Pedro saliendo de la habitación.
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