jueves, 19 de mayo de 2016

SEDUCIENDO A MI EX: CAPITULO 13







PAPÁ, la abuela dice que hay una mosca dando vueltas por la habitación que la está volviendo loca -dijo Emilia-. ¿Te importaría venir?


Pedro suspiró. Debería estar ya acostumbrado a los caprichos de su suegra, pero no era así. Además, sabía que, para cuando llegara, la mosca habría desaparecido por arte de magia.


Aun así, se levantó y sonrió a su hija.


La niña estaba mucho mejor, pero los primeros días desde que Paula había desaparecido habían sido horribles.


Hacía tres semanas que no tenían noticias suyas y eso para Pedro solo podía significar que lo estaba pasando muy mal.


Él se había instalado en Mattingley, desde donde trabajaba, para dedicarse en cuerpo y alma a su hija. Y pensaba quedarse allí hasta que Paula volviera... si es que volvía.


-La señora Edwards me ha dicho que hay sopa de verduras para cenar -anunció Emilia-. A la abuela le gusta mucho.


-Muy bien -dijo Pedro sin apetito-. ¿A ti te gusta?


-Bueno... A mí lo que me gustaría es que mamá volviera -confesó. 


«Como a todos», pensó Pedro.


-Volverá pronto -dijo fingiendo alegría-. Solo necesita un poco de tiempo para sí misma. Ella sabía que yo me iba a quedar cuidando de ti y de la abuela.


-¿De verdad? -preguntó Emilia no muy convencida.


Pedro sabía que, en su sano juicio, Paula jamás habría abandonado a su hija, pero cuando se fue de Mattingley estaba muy alterada. Precisamente, por eso había llamado a la policía para denunciar su desaparición.


Por desgracia, la investigación no había arrojado resultados todavía.


La idea de que le hubiera pasado algo lo atormentaba. El coche que se había llevado era muy veloz, y no podía dejar de imaginarse que se había salido de la carretera o que se había estrellado contra un árbol.


Sabía que la policía estaba buscando en todos los barrancos, pero siempre existía la horrible posibilidad de que el coche hubiera ido a parar al mar.


-¿Estás enfadado porque te he interrumpido? -preguntó Emilia confundiendo la causa de su silencio.


-¿Cómo iba a estar enfadado contigo? -dijo Pedro abrazándola-. Somos amigos, ¿no?


-¿Y de verdad no te importa tener que haberte quedado aquí conmigo?


-Claro que no -le aseguró Pedro-. Así, tendremos tiempo de conocernos bien.


-De verdad crees que soy tu hija, ¿no? -preguntó Emilia satisfecha.


-No tengo la más mínima duda -contestó Pedro.


-Pero antes sí...


-Sí, reconozco que me equivoqué. Creí en otra persona.


-¿Al señor Mallory? -preguntó Emilia. Desde luego, la niña era aguda.


-Ahora ya no importa.


¿Se imaginaría Paula la angustia que le producía darse cuenta de su error? Lo que estaba claro era que todavía confiaba algo en él pues, de lo contrario, no habría dejado a su hija allí.


¿Habría creído acaso que se la llevaría con él a Londres? Al fin y al cabo, debía de seguir creyendo que se iba a casar con Marcia.


Cuando entró en la habitación de lady Elena, la anciana estaba en la cama incorporada sobre unas cuantas almohadas. Estaba más débil que de costumbre y, aunque le había hecho mucho daño, Pedro se dio cuenta de que no la odiaba.


Se había equivocado y estaba pagando por ello.


-Pedro, siento molestarte, pero hay una mosca que lleva una hora dando vueltas -se lamentó.


-Eso me han dicho -dijo Pedro mirando a Emilia-. ¿Dónde está?


-¿No está junto a la ventana? -preguntó la anciana.


-No -suspiró Pedro-. Debe de haber salido cuando Emilia ha ido a buscarme.


-Claro... Ya que estás aquí, ¿quieres tomarte una taza de té conmigo?


Pedro dudó y vio que lady Elena tenía ya una bandeja con dos servicios junto a la cama.


-Bueno...


-Sé que estás ocupado, que trabajar aquí no tiene que ser lo más cómodo para ti y que, además, tienes que cuidar de nosotras, pero me gustaría hablar contigo.


Era la frase más larga que había dicho desde la desaparición de su hija y, al terminar, le faltaba el aire.


-Muy bien -contestó Pedro sentándose a su lado-. ¿Sirvo yo?


-Por favor -contestó lady Elena-. Me temo que no hay zumo de naranja, Emilia. ¿Por qué no bajas a la cocina a que la señora Edwards te dé uno? -añadió mirando a su nieta.


-No quiero zumo de naranja -contestó Emilia-. No tengo sed.


-Tu abuela quiere hablar conmigo a solas -le explicó su padre-. ¿Por qué no vas a ver qué juego te acabo de instalar en el portátil? Es un nuevo proyecto que se llama Predators. Me gustaría que me dieras tu opinión.


-¿De verdad? ¿Puedo jugar en tu ordenador?


-Mientras no te metas en los archivos secretos...


-Gracias -exclamó la niña saliendo de la habitación.


-Gracias -dijo también lady Elena intentando sonreír.


-No lo he hecho por ti -contestó Pedro sin servir el té-. ¿Qué quieres?


-Qué directo -dijo lady Elena amargamente-. ¿Y te preguntas por qué no quería que Paula se casara contigo?


-Nunca me lo he preguntado. Sé muy bien que pensabas que no tenía clase suficiente para tu hija. Bien, puede que fuera cierto, pero no me puedo creer que creyeras que Paula iba a ser más feliz con ese cínico que una vez fue mi amigo.


-No... -admitió lady Elena-. Me equivoqué en eso y en muchas cosas más que quiero enmendar.


-¿Ah, sí? ¿Y qué se te ha ocurrido? 


Lady Elena dudó.

-Voy a cambiar mi testamento -dijo mojándose los labios-. Te voy a dejar Mattingley a ti.


-¡No! -dijo Pedro levantándose-. ¡Estás loca!


-Claro que no. Esta casa es una pesada carga para Paula. Está hipotecada y los gastos de mi entierro y funeral ya van a ser suficientes para mi hija. Tú puedes. Ella, no. Quiero que la casa siga en la familia. Si se la dejo a Paula, no tendrá más remedio que venderla y Emilia jamás podrá disfrutar de ella.


-Eso será «si Paula aparece -dijo Pedro con crueldad.


-¿Por qué dices eso? ¿Qué han averiguado?


-Nada -contestó Pedro paseándose por la habitación-. ¿No tienes vergüenza?


-No creo que seas tú el más indicado para hablarme a mí de vergüenza -contestó la anciana recobrando su antiguo mal carácter-. Has estado más de diez años ignorando a tu hija.


-Sí, pero, ¿por culpa de quién?


-Mía no -contestó su suegra-. Eso lo has hecho tú sólito.


-No te entiendo. Bien que te gustaba aceptar mi dinero, pero no querías que volviera con tu hija. Muchas veces me he preguntado por qué.


-No eres ni la mitad de listo de lo que creía -se burló la anciana-. Piénsalo bien. ¿Crees que yo quería que te enteraras de que Emilia era hija tuya?


Pedro la miró confuso. ¿Qué estaba diciendo aquella mujer? 


De repente, lo entendió.


-No querías que te descubriéramos -musitó-. Dejaste que creyera que Paula me había engañado para no tener que enfrentarte a las consecuencias de lo que habías hecho con Pablo.


-En esencia, sí, bien resumido -comentó lady Elena apenada.


-Supongo que creías que, sin mí cerca, Paula miraría a Pablo con otros ojos. Qué decepción te debiste llevar, ¿eh?.


-No sabía que estaba embarazada -contestó la mujer.


-Y Pablo sabía perfectamente que la niña no podía ser suya. Dios mío, cuántas veces me he preguntado por qué no quería ver a su hija y por qué Paula se empeñaba en no volverlo a ver a él.


-No estabas lo suficientemente interesado como para hacer algo al respecto -apuntó su suegra con crueldad-. Aquí todos tenemos nuestra parte de culpa -le recordó.


«Es cierto», se admitió Pedro a sí mismo.


Pero él no había instigado la situación. Había sido lady Elena y ahora pretendía enmendar sus errores dejándole Mattingley a él.


-No quiero la casa -declaró-. Mattingley es de los Chaves, no de los Alfonso.


-Pero podrías hacer mucho por ella -gritó la anciana desesperada-. Tienes dinero. Podrías restaurarla y devolverle el esplendor de antaño. A la señorita Duncan le podría gustar venir aquí los fines de semana...


-No me voy a casar con Marcia Duncan -dijo Pedro.


Lo había decidido la mañana en la que Paula había ido a verlo a la posada.


-Se lo dije cuando volvió de Jamaica. Está consultando con su abogado la posibilidad de denunciarme por incumplimiento de acuerdo o aceptar la indemnización que le he ofrecido. Ya le he dicho que, dado que sigo casado con Paula, le va a resultar un poco difícil demostrar lo del incumplimiento, pero ella verá.


-Eres un canalla -dijo lady Elena con admiración.


Pedro se encogió de hombros y fue hacia la puerta.


-Nada de cambiar el testamento, ¿eh? -le dijo.


-No creo que haga falta... 


Pedro miró a su suegra con recelo.


-¿Qué tramas?


-Nada, simplemente supongo que, si dices que no te vas a casar con la señorita Duncan, será porque sigues enamorado de mi hija. ¿Quién sabe? Podríais volver...


-Yo no apostaría por ello -se lamentó Pedro.


-Te sigue queriendo -le aseguró lady Elena-. Nunca pude hacer que te olvidara.


-Tómate el té -dijo Pedro saliendo de la habitación.


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