jueves, 19 de mayo de 2016

SEDUCIENDO A MI EX: CAPITULO 14





Paula llegó al pueblo al amanecer. Había conducido toda la noche para evitar que la policía reconociera el coche porque estaba segura de que Pedro habría denunciado su desaparición.


Su única preocupación era que Emilia estuviera bien, que su padre no le hubiera contado cosas extrañas para explicar su ausencia.


La había abandonado, era cierto, pero solo Porque necesitaba alejarse de Pablo, de Pedro y de su madre y su hija estaba en medio de todo.


Además, Pedro necesitaba tiempo con la niña para conocerla y presentársela a su futura mujer.


Paula creía que Pedro se habría llevado a Emilia con él a Londres. Ya hacía tres semanas que se había ido y creía que él no podía pasar tanto tiempo fuera de la empresa.


Había llamado al colegio de su hija y le habían dicho que no había vuelto, pero tampoco le había extrañado demasiado por ello. Había supuesto que Pedro estaba recuperando los años perdidos.


Cada vez que pensaba en su madre, sentía remordimientos, pero prefería no pensar en ella demasiado a menudo. No quería que le diera pena, ni siquiera por estar enferma.


La había traicionado como madre y como persona. Le había destrozado la vida. Mattingley significaba más para ella que su propia hija. Paula no podía quitarse aquello de la cabeza y el perdón se le antojaba como algo muy lejano.


Al llegar a la verja de entrada, miró el reloj. Eran apenas las seis. Tomó aire para tranquilizarse y apoyó la cabeza en el volante.


Tras unos segundos, pisó el acelerador y se asombró de ver que había césped a los lados del camino y que las flores estaban cuidadas. Había azaleas por todas partes, entre los árboles.


Pedro debía de haber contratado a una empresa de jardinería. Cuántas molestias para arreglar una casa que ella iba a vender en cuanto...


No quería pensar en la muerte de su madre. A pesar de todo lo que le había hecho, sabía que la iba a echar de menos.


 Sobre todo ahora que Emilia iba a pasar tiempo con su padre.


Al llegar, paró el coche y se quedó unos segundos admirando los maceteros de geranios y pensamientos que había a ambos lados de la puerta.


La casa estaba realmente bonita. Lady Elena debía de estar encantada.


No tenía equipaje, solo la bolsa que Sara le labia prestado. 


Su amiga y su marido habían demostrado ser buenos amigos. Se había presentado en su casa llorando y ellos no habían preguntado nada. Le habían dado cobijo, un garaje para esconder el coche y tiempo para tranquilizarse.


Debía llamarlos nada más desayunar.


Cerró la puerta del coche sin hacer ruido y se guardó las llaves en el bolsillo. Dio la vuelta con la esperanza de que la puerta de la cocina no estuviera cerrada. Estaba abierta.


La abrió y se encontró con Pedro apoyado en la encimera perdido en sus pensamientos. Al verla, la miró como si estuviera alucinando.


-¿Pau? ¿Eres tú de verdad? -preguntó angustiado.


-Soy yo de verdad -contestó Paula en voz baja-. ¿Qué haces aquí? -añadió apoyándose en la puerta.


Pedro miró la cafetera.


Paula intentó reprimir la alegría que le haría dado verlo. ¿Y si Marcia también estaba allí? Era posible. Al fin y al cabo, era sábado.


-Huele bien -dijo-. ¿Me puedes servir una taza?


-¿Es todo lo que tienes que decir? -dijo Pedro-. ¿Dónde demonios has estado?


-No creo que sea asunto tuyo -contestó Paula echando los hombros hacia atrás.


-¿Cómo que no? ¿Sabes lo preocupados que estábamos? -contestó él pasándose los dedos por el pelo.


-No hacía falta...


-¿Cómo que no hacía falta? -dijo Pedro dando un par de pasos hacia ella-. Maldita sea, Pau. ¿Dónde has estado? Casi me vuelvo loco.


Paula no sabía qué decir. ¿Estaba de verdad preocupado?


-Necesito tiempo para pensar -contestó decidiendo que Pedro merecía una explicación-. ¿Dónde está Emilia? Quiero decirle que he vuelto.


-Luego -dijo Pedro cerrándole el paso-. Quiero saber dónde has estado. Desde luego, no en los alrededores porque la policía ha peinado la zona varias veces.


-¿La policía? No hacía falta exagerar tanto.


-Eso es lo que tú te crees. Cuando te fuiste estabas histérica y, para colmo, te llevaste el Porsche.


-Ah, así que es eso, ¿eh? -dijo Paula amargamente-. Estabas preocupado por el coche, claro. Pues no te preocupes, está perfectamente. Ha estado en el garaje de una amiga en Kensington durante las tres semanas.


-El coche me importa muy poco -le aseguró Pedro iracundo-. Estaba preocupado por ti. Estaba empezando a temerme lo peor.


Paula se sintió un poco culpable.


-Ya te he dicho que no hacía falta -se defendió-. Sabía que Emilia lo iba a pasar mal, pero necesitaba estar sola. He estado en casa de Sara, una amiga. Sabía que tú te encargarías de Emilia -añadió-. ¿Está arriba?


-¿Dónde iba a estar? -explotó Pedro-. Como yo, no tuvo más remedio que quedarse y enfrentarse a la situación. No se pudo permitir el lujo de irse a otro sitio.


-¿No te la has llevado a Londres? -dijo Paula sorprendida.


-¿A Londres? ¿Por qué me la iba a llevar a Londres?


-Bueno, eh, yo creía que te habrías ido poco después que yo.


-No.


-¿Cómo que no?


-Que no, que no me he movido de aquí-contestó Pedro apretando las mandíbulas-. Espero que no te importe. Fui a la posada a recoger mis cosas y me instalé aquí.



-No entiendo...


-Ya lo veo.


-O sea que... llevas aquí.


-Tres semanas.


-¿No has vuelto a Londres?


-No.


Paula tragó saliva.


-Entonces... entonces... ¿la señorita Duncan también está aquí?


-Claro -dijo Pedro indignado-. ¿Me crees capaz de algo así? ¿Crees que traería a otra mujer a casa de mi esposa? Te crees que soy así, ¿verdad?


-Ya no sé qué creer -admitió Paula-. Para estar enamorado de una mujer, demuestras un interés inapropiado por otra...


-¿Y la otra eres tú? -sugirió Pedro.


Paula estaba completamente confundida. ¿Qué estaba pasando? ¿Se había quedado Pedro por el bien de Emilia?


-Llevo conduciendo toda la noche -dijo cansada-. ¿Me podrías servir una taza de café antes de seguir hablando? Te he juzgado mal y me alegro de que te hayas quedado cuidando a Emilia -admitió-. Y de mi madre... ¿Qué tal está? Supongo que es mi deber preguntar.


Pedro tomó una taza y la llenó de café.


-Toma -le dijo-. Se ve que lo necesitas. Estás pálida.


-Gracias.


Paula tomó la taza entre las manos, pero estaba ardiendo e instintivamente la soltó. Al hacerlo, el café salió volando y manchó todo lo que tenía a su alrededor, incluido Pedro, que se apresuró a acercarse a ella comprendiendo que estaba nerviosa.


-Tranquila -le dijo abrazándola-. Estás en casa, estás con gente que te quiere.


-¿De verdad?


-¿Tú qué crees? Pau, no te puedes imaginar cómo me alegro de verte. Estaba empezando a temer que no volvieras.


-¿Y te importaba? -murmuró.


-Claro que sí -le aseguró Pedro acariciándole el pelo-. Nos has tenido a todos muy preocupados. Tu madre se ha portado horriblemente, pero te quiere. No te quepa la menor duda.


-A su manera -dijo Paula apartándose de el-. Voy a ir a ver a Emilia -anunció.


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