martes, 10 de mayo de 2016

CENICIENTA: CAPITULO 23




Aquello era lo más cerca que podía estar Pedro de tener una cita con Paula, al menos mientras tuviera una relación falsa con otra mujer. Y al menos mientras Paula le siguiera poniendo obstáculos y lanzándole señales contradictorias.


Abrió la puerta del pub Flaherty’s para ella.


–Las damas primero.


Paula torció el gesto al mirar el poco iluminado bar.


–Algo me dice que aquí no me van a preparar un mojito.


–Lo siento, Suero de Leche.


Ella le lanzó una mirada acusadora y apretó los labios, pero Pedro captó un amago de sonrisa.


–Ya sabes lo que pienso de ese mote.


Él la urgió a entrar.


–Ya, pero es que te cuadra perfectamente. Un poco dulce, un poco amargo. La mayoría de las veces no se me ocurre un nombre mejor para ti.


Pedro Alfonso, tienes suerte de que necesite tan desesperadamente una copa.


Su bar favorito de Manhattan era todo lo oscuro que podía ser. Paula se apretó el bolso contra el pecho.


–Esto no es lo que imaginé cuando dijiste que me ibas a llevar a tomar una copa.


Pedro sacudió la cabeza y le puso las manos en los hombros.


–Relájate. ¿No confías en mí? Llevo viniendo aquí desde que era adolescente. Me encanta. No se parece a ningún otro sitio que conozca. Mis padres se llevarían un disgusto si lo supieran.


Jones, el camarero de pelo gris, se puso un trapo al hombro y le saludó con una inclinación de cabeza.


–Mira quién está aquí. El hijo pródigo ha vuelto –murmuró.


Pedro se rio y le pasó a Paula la mano por la cintura.


–Vamos –le dijo en voz baja. Aunque Paula parecía fuera de su elemento, le siguió.


Pedro le estrechó la mano a Jones.


–¿Cómo estás, amigo? ¿Qué tal va el negocio?


Jones se subió las gafas de pasta negra por el puente de la nariz.


–Tengo a todas las cerveceras del país tratando de venderme su cerveza, pero por lo demás no me puedo quejar – limpió una mancha de la barra con el trapo–. ¿Dónde están tus modales? ¿No vas a presentarme a la encantadora dama que has traído a mi elegante establecimiento?


Pedro asintió. Lo que más le gustaba de Flaherty’s era que nadie se tomaba nada demasiado en serio. 


Nadie especulaba sobre él ni sobre su carácter.


Nadie sabía quién era en realidad ni qué se decía de él en los periódicos sensacionalistas. A Jones en concreto solo le interesaban las páginas de deporte y poco más. Allí podía ser solo Pedro Alfonso y llevar a Paula a tomar una copa.


–Sí, por supuesto. Esta es Paula Chaves. Su oficina está a una manzana de aquí. Me sorprende que no os hayáis
visto antes.


Paula sonrió.


–Seguramente tendremos horarios diferentes.


–Jones, necesito que le prepares a Paula una bebida especial. Le encantan los mojitos. ¿Tienes algo que se parezca a eso?


Jones resopló.


–¿Estás de broma? Viví dos años en Puerto Rico. Hago el mejor mojito del mundo, mi mujer cultiva la menta que le
pongo.


Paula se subió a uno de los taburetes de la barra y cruzó sus espléndidas piernas.


–Eso suena maravilloso. Hábleme de su mujer. ¿Llevan mucho tiempo casados?


–Se llama Sandy, y llevamos casados veintisiete años –Jones sacó un vaso de cristal y mezcló menta y azúcar en el
fondo de una coctelera.


–Nunca imaginé que supieras hacer mojitos –comentó Pedro.


–Tal vez porque nunca has pedido más que bourbon o cerveza. Y tal vez porque la encantadora Paula es la primera mujer que has traído aquí.


Ella apoyó el codo en la barra y se giró para mirar a Pedro.


–La primera mujer. Me siento muy especial.


Pedro sabía que estaba siendo sarcástica, pero le gustaba sacar aquel lado de Paula, el coqueto y pícaro. Le ponía todo el cuerpo duro, especialmente debajo del cinturón. Optó por no sentarse a su lado y pasó el brazo por el respaldo del taburete del bar.


Allí, en aquel lugar en el que era anónimo, podía dejar que su mente vagara imaginando cómo sería estar con Paula. 


Que fuera su novia, o algo más.


En ese mundo podría lidiar con sus problemas de un modo más sencillo. Si tuviera a Paula, ella entendería su estrés laboral. Entendería al menos parte de su estrés familiar porque ella había lidiado con cosas similares. Y además mirarla sería un remanso de paz para sus ojos tras un largo día.


Jones terminó de preparar las bebidas.


–La tuya la apunto en tu cuenta, PedroA Paula la invita la casa –dijo guiñándole a ella un ojo.


Pedro no le sorprendía el intento de coqueteo de Jones. ¿Cómo no iba a sentirse cualquier hombre atraído por ella? Aparte de su belleza, sus ojos azules, los labios rosados y las curvas de su cuerpo, había algo en ella que resultaba sencillamente magnético. Por un lado estaba su espíritu independiente y su amor al trabajo, pero también tenía una gran vulnerabilidad. Dentro de ella había también una mujer cariñosa y dulce.


Paula metió una pajita en el vaso.


–Esto está delicioso, Jones. Es el mejor que he tomado jamás, y eso que he probado muchos.


Pedro disfrutó de la visión de Paula relamiéndose la comisura de los labios con gesto satisfecho.


–Vamos a sentarnos en la mesa de la esquina –sugirió él.


–¿La quieres solo para ti? –preguntó Jones.


–No soy idiota –replicó Pedro retirando su bebida de la barra.


Se acomodaron en la mesita de la esquina. Paula colocó su enorme bolso entre ellos.


Maldición. Pedro contaba con la posibilidad de acercarse un poco más a ella.


–Háblame de Relaciones Públicas Chaves. Quiero saber cómo puedes llevarlo todo tú sola. Y no me digas que lo haces porque eso simplifica las cosas. No me lo creo.


Paula ladeó la cabeza.


–¿Qué tiene de raro? Soy capaz de hacer muchas cosas.


–Nunca he dicho lo contrario. Solo digo que llegarías más lejos si tuvieras personal de apoyo. Debes estar ingresando suficiente dinero. Sé cuánto te paga mi padre y es una cantidad importante.


Paula dejó escapar un suspiro resignado.


–Digamos que tengo pendiente todavía un crédito por la oficina y que sigo pagando los muebles –Paula sacudió la cabeza y le dio otro sorbo a su mojito–. Si quieres saberlo, esa es la razón por la que no tengo personal. No puedo permitírmelo. Todavía –puso un dedo en la mesa–. Algún día podré.


–¿Por qué necesitas tanto dinero para la oficina? Seguro que tenías un plan de negocios, un presupuesto para los
primeros años.


–Fue idea de mi antiguo socio.


–Pues demándalo.


Paula hizo una breve pausa antes de contestar, como si estuviera calculando qué decir.


–No es tan sencillo.


–Claro que sí. En estos casos hay que ser despiadado. Solo son negocios.


–Es algo más –Paula volvió a darle otro sorbo a su bebida–. Es algo personal. Muy personal.


Además de personal, estaba claro que se trataba de un tema delicado. Tal vez no le gustara hablar de trabajo en su tiempo libre. No era intención de Pedro arrastrarla a una conversación que no le agradara, especialmente ahora que por fin tenía la oportunidad de salir con ella, pero necesitaba saberlo.


–Te escucho. Cuéntamelo todo.


–Prefiero no hablar de ello.


Pedro luchó contra la decepción que le producía que no confiara en él, pero tenía que seguir intentándolo.


–Por favor, no tengas miedo de confiar en mí. Solo intento ayudarte. No voy a juzgarte.


Paula le miró a los ojos, suspiró y finalmente dejó caer los hombros.


–Mi socio era también mi novio, yo creía que se convertiría en mi prometido pero no fue así. Tuvo una aventura con una de nuestras clientas mientras vivía conmigo y hablábamos de matrimonio y de tener hijos –la voz se le quebró, pero continuó hablando–. Se marchó con ella a San Francisco.Y desgraciadamente, yo confiaba en él y mi nombre es el único que figura en el crédito. A todos los efectos, Relaciones Públicas Chaves es todo mío. Para bien o para mal. Pedro sintió una oleada de rabia y el impulso de pegarle un puñetazo al ex de Paula.


–Lo siento mucho. Menudo sinvergüenza. 


Intentó tomarle la mano por encima de la mesa, pero ella la retiró y apuró lo que le quedaba de mojito.


–Una aventura con una clienta. Es horrible –y entonces cayó. Además del contrato con su padre, había otra razón
para mantenerlo a raya.


Pedro quiso decirle que su ex era un cobarde.


–Tu ex lo hizo mal, no tendría por qué haber sido así. Si dos personas se sienten atraídas la una por la otra pueden esperar a que termine su relación laboral para iniciar una relación romántica.


–Pero esas dos personas tendrían que ser libres, no tener ningún compromiso – estaba claro que se refería a Julia,
aunque no la nombró–. Y las dos tienen que ser capaces de comprometerse. Porque yo no tengo relaciones esporádicas. No va conmigo.


¿Significaba eso que estaba interesada? ¿Podría empezar él una relación así? Normalmente se dejaba llevar sin implicarse demasiado, pero Paula se merecía mucho más.


El móvil de Pedro emitió el sonido de un mensaje. 


Maldición. 


Justo cuando empezaba a hacer avances con Paula.


–Lo siento. Debería haberlo puesto en vibración.


–No pasa nada, lo entiendo


Pedro se estremeció al leer el mensaje de Julia: «Te necesito para cenar. El sábado. Director en la ciudad».


Resultó que aquella falsa relación beneficiaba a Julia más de lo que Pedro pensó en un principio. Iban a ofrecerle un gran papel como esposa de un mafioso de Long Island, algo que según su agente nunca le habrían ofrecido si no hubiera estado saliendo con un hombre tan controvertido. Julia estaba convencida de que era su oportunidad para conseguir un premio de la academia.


El mensaje era un desagradable recordatorio de lo que le esperaba fuera de Flaherty’s: obligaciones relacionadas con las necesidades de otras personas que le mantenían alejado de Paula, y justo cuando la estaba convenciendo para que se abriera un poco. Ella sabía muchas cosas sobre él, incluso las malas. Pedro no sabía mucho más aparte de lo de Miss Suero de Leche y lo del malnacido de su ex.


–¿Crisis en la oficina? –preguntó Paula.


Pedro apagó el móvil y se lo guardó en el bolsillo.


–No, solo algo que tendrá que esperar –sonrió y agradeció la vuelta a la conversación con Paula–. ¿Por dónde íbamos?


–Por ningún sitio. Me gustaría cambiar de tema –miró hacia atrás–. O poner una canción en la gramola – rebuscó en el bolso–. Vaya, no tengo cambio.


–La máquina admite monedas de veinticinco centavos. Se los pediré a Jones.


–Y otra copa –Paula alzó su vaso y lo agitó.


Pedro se rio entre dientes. Adoraba su lado juguetón, sobre todo porque no lo mostraba con frecuencia. Paula se levantó y se dirigió a la gramola. Pedro consiguió cambio y otra ronda de bebidas mientras observaba el balanceo de las caderas de Paula avanzando hacia la máquina. Habría dado cualquier cosa con tal de tener la oportunidad de acercarse a ella por detrás, rodearle la cintura y besarla en el cuello.


–Ya era hora –dijo ella cuando Pedro se le acercó. Le quitó las monedas de la mano y luego seleccionó varias canciones en la gramola.


–¿Yo no puedo escoger ninguna? – Pedro se acercó a ella hasta que tuvo la cadera prácticamente pegada a la suya.


Paula pulsó otro número.


–De acuerdo, puedes elegir una canción. Pero más te vale que sea buena –Paula revolvió la bebida con la pajita–. Podría tomarme siete de estos, pero tendrías que meterme en un taxi porque o me quedaría dormida o me pondría muy tonta.


–No quiero que bebas tanto, pero esta noche haré todo lo que tú quieras.


Paula sonrió con picardía.


–¿Estás seguro de lo que dices? Porque quiero bailar.


–Este no es lugar para bailar.


–Tal vez haya que cambiar eso – Paula le agarró la mano y se la puso en la cadera.


Pedro le tomó la otra mano, entrelazó los dedos con los suyos y tiró de ella con un golpe seco.


–¿Y si te digo que no sé bailar? –le deslizó la mano hacia la parte baja de la espalda y comenzó a moverse acompasadamente en la improvisada pista de baile.


–Te contestaría que eres un mentiroso –murmuró Paula siguiéndole el paso.


Era la menor de las rendiciones, pero Pedro aprovecharía todo lo que pudiera recibir de ella. Hasta la última gota.


–La verdad es que no me gusta bailar, pero esto sí me gusta. Mucho. Al menos puedo tenerte entre mis brazos.


–¿Te llega con tres minutos? Eso es lo que dura una canción, ¿verdad?


–Hemos metido dos dólares. He comprado veinte minutos, si los números no me fallan.


–Si juegas bien tus cartas, me quedaré ese tiempo.


Pedro se rio en voz baja.


–A ti y a mí se nos da muy bien hablar dando rodeos.


Paula le miró a los ojos sin ningún temor.


–Pues dime, Pedro. Dime qué estás pensando.


Tal vez los mojitos le hubieran dado valor, y él tenía que estar a la altura.


Aspiró con fuerza el aire y se preparó, confiando en que aquello no supusiera un obstáculo todavía mayor entre ellos. 


Eso fue justo lo que sucedió la última vez que fue sincero respecto a sus sentimientos.


–Estoy pensando en que eres guapa, inteligente, sexy y divertida. Estoy pensando que hace falta ser un imbécil para dejar a alguien como tú. Estoy pensando que tal vez yo también lo sea por pasar tiempo con Julia cuando podría estar intentando construir algo contigo.


Paula parpadeó varias veces, como si estuviera intentando asimilar lo que le había dicho.


–Vaya.


–¿Es demasiado?


–Eh… no –Paula sacudió la cabeza–. Solo estoy sorprendida.


–¿Qué parte te sorprende? Sin duda sabes lo que siento por ti. Y que aprovecharía cualquier oportunidad contigo que se me presentara.


–¿Y con qué fin? ¿Para que podamos salir una semana o dos y luego te aburras de mí?


Pedro le latía con fuerza el corazón.


Si se aburría de las mujeres era porque no venían con el paquete completo. 


No eran como Paula.


–Nunca podría aburrirme de ti. Nunca.


–¿Cómo quieres que me crea eso, Pedro? Ni siquiera estando prometido fuiste capaz de conservar el interés.




CENICIENTA: CAPITULO 22




El buzón de voz de Paula y su correo electrónico se habían convertido en el espectáculo de Julia y Pedro, y ella era la coreógrafa.


Todo el mundo tenía preguntas.


¿Había sentado por fin Pedro la cabeza?


Su familia parecía estar convencida de que sí. Roberto Alfonso había llamado a Paula para darle de nuevo las gracias por su plan. ¿Sería capaz Julia de domarle? Paula gruñó al leer aquella pregunta. Domar a Pedro Alfonso.


Como si aquello fuera posible.


Le sonó el teléfono. Estuvo a punto de no contestar al ver que era Pedro. No estaba de humor para hablar con él, pero
tenía que hacerlo.


–Hola, Pedro.


–Voy camino de tu oficina –se escuchaba el ruido de cláxones de fondo.


–¿Qué? ¿Dónde estás? –Paula cerró los ojos y se apretó el puente de la nariz–. ¿Por qué?


–Cuántas preguntas. Estoy en el coche, atrapado en un atasco, y llego tarde a la entrevista con esa revista técnica. 
Estamos a una manzana de tu oficina. Le he pedido a mi asistente que llame al periodista y le diga que nos encontremos allí. A él le viene incluso mejor.


Paula observó el desastroso escritorio. La zona del vestíbulo estaba bastante ordenada, pero faltaba una cosa importante, alguien que atendiera el mostrador de recepción. ¿Cómo iba a llevar una empresa de relaciones públicas importante sin personal?


Se apresuró a poner una cafetera y a preparar un espacio adecuado para la entrevista en la zona de recepción.


Acababa de colocar el último cojín en el sofá cuando Pedro entró.


–Lo siento. Llevo un día de locos – dijo Pedro pulsando una tecla del móvil y guardándolo en el bolsillo delantero de la camisa. Iba vestido con unos impecables pantalones grises, camisa de vestir negra remangada y sin corbata.


Tenía el pelo alborotado y estaba tremendamente sexy.


Pedro escudriñó la zona de recepción.


–¿Dónde está todo el mundo?


–¿Todo el mundo? –Paula se giró y tuvo que hacer un esfuerzo para no acercarse más a él tras aspirar su aroma.


–El personal. Recepcionista. Asistentes. Empleados. Tu lista de clientes es muy larga.


Antes era todavía más larga, cuando Josh estaba allí. 


Cuando estaba él había muchas cosas: alguien con quien
compartir la carga del trabajo, alguien con quien hablar de sus problemas, alguien que la abrazara al final del día y le dijera que todo iba a salir bien. Su sistema de apoyo, su red de seguridad, habían desaparecido.


No tenía fuerzas para seguir mintiendo. Poner un poco de brillo a todo lo que Pedro decía era agotador.


Resultaba mucho más fácil ser sincera.


–Ahora mismo estoy yo sola. Las cosas son así más sencillas.


–Ah, de acuerdo –Pedro parecía escéptico a pesar de sus palabras y frunció el ceño–. Pero, ¿quién lleva la oficina? ¿Quién compra los suministros y arregla los ordenadores? ¿Y quién organiza tus viajes, tu agenda o se encarga de llevar la ropa a la tintorería?


Dicho así sonaba imposible y absurdo.


–Tal vez mi vida no sea tan complicada como la tuya. Trabajo todo el día, vuelvo a casa y me duermo. Y al día siguiente lo mismo.


–Suena aburrido.


Lo era.


–Y poco satisfactorio –tuvo el valor de decir Pedro.


–Eso no es verdad, gracias. Y también hace que me resulte muy fácil mantenerme alejada de la prensa sensacionalista.


Se hizo un incómodo silencio.


–Uy.


Paula se sintió terriblemente mal.


–Lo siento. Eso no venía al caso.


–Solo digo que tendrías más clientes y más importantes si contaras con personal que se ocupara de las cosas pequeñas. Necesitas delegar para triunfar.


Al parecer, Pedro no quería dejar el tema.


–Sígueme. Os he preparado un café. A menos que prefieras agua.


–Café, sin duda. Necesito algo que me despierte.


Paula entró en la moderna cocina.


Sacó una bandeja lacada del armarito, puso un mantelito de lino blanco y colocó el azucarero y una jarrita con leche. 


Añadió dos cucharitas de café.


–¿Queréis algo para mojar? Tengo varios tipos de galletas en la despensa. O podría bajar a la panadería a ver qué
pastas tienen.


–¿Lo ves? A eso me refiero. No deberías estar haciendo estas cosas. Eres una mujer de negocios inteligente y muy capaz y trabajas mucho. No deberías andar preocupándote por las pastas y las galletas para los clientes.


Paula llenó dos tazas de café.


–¿Algo más, señor adivino? ¿Debería estar tomando notas?


–Señor adivino. Muy gracioso. Solo te estoy dando un consejo gratis. Sé de lo que hablo –agarró una de las tazas de café de la encimera y añadió un chorrito de leche–. Hice mi primer millón en la universidad. Sé cómo hacer crecer una empresa.


–Sabes cómo hacer crecer tu empresa. Tenemos dos líneas de trabajo muy diferentes. Créeme, yo sé cómo hacer crecer la mía.


Sí, estaba claro que podría conseguir más clientes si no tuviera que preocuparse de más cosas, como pasar la aspiradora.


–De acuerdo –Pedro salió de la cocina y volvió a la zona de recepción–. Ya hablaremos de eso más tarde. Te llevaré a tomar una copa después de la entrevista. Uno de mis bares favoritos de la zona está doblando la esquina.


–¿Una copa? –justo lo que necesitaba.


Una nube de licor en su ya cuestionable fuerza de voluntad.


–Sí. Ya sé que se sale del esquema de ir del trabajo a casa, pero creo que te divertirás. No hemos pasado tiempo juntos aparte del trabajo.


–Vamos a seguir hablando de trabajo. Creo que eso cuenta.


–Algo me dice que tocaremos otros temas.


Otros temas. Paula no quería hablar de su familia ni de su vida amorosa.


¿Qué otros temas había? ¿El tiempo?


Pensó en consultar el tiempo en Internet mientras Pedro hacía la entrevista. Tal vez hablara de la NBA, porque sabía que Pedro era seguidor de los Knicks.


Cualquier cosa con tal de desviar la conversación. Si llevaba a Julia, Paula quería estar preparada para cambiar de tema al instante.


Llamaron a la puerta y un hombre delgado la abrió.


–Creo que estoy en el lugar adecuado. Estoy buscando a Pedro Alfonso.


–Sí, está en el lugar adecuado – respondió Paula con una sonrisa cruzando la estancia para estrecharle la mano–. Adelante, por favor. He preparado café.





CENICIENTA: CAPITULO 21





Pedro bajó la vista al brazo que Paula le estaba sosteniendo con ternura. Su dulce aroma se apoderó de él, las curvas marcadas por aquel vestido negro le atraían, recordándole dónde se ajustaban mejor sus manos, los lugares donde le gustaba ser acariciada.


–Lo vas a hacer de maravilla, no te preocupes –le tranquilizó Paula.


Pedro fingió una sonrisa. Para él suponía un tormento verla en aquella sala, en su apartamento, sabiendo las cosas que habían compartido la primera vez que ella estuvo allí. Tenía aquellas horas grabadas en la memoria. Paula le había hecho reír, le había hecho gemir de deseo, le hacía sentir algo fuerte y real. Nunca había tenido una química tan poderosa con nadie, ni siquiera con su exprometida, y eso que estuvo profundamente enamorado de ella. La lógica le decía que podría tener algo así con Paula, pero hacían falta dos para bailar un tango y ella había demostrado que no tenía ningún interés en bailar.


Todavía recordaba las palabras que le dijo Paula la noche que pasaron juntos, cuando le enredó las piernas alrededor de la cintura, su húmedo calor invitándole a entrar por primera vez.


Paula arqueó la espalda, introdujo su cuerpo en el suyo, se le agarró al cuello con ambas manos y murmuró con la voz más sexy que Pedro había oído jamás:
–Eres como un sueño.


Si Pedro cerraba los ojos todavía podía oír a Paula decir  aquello y el cuerpo se le ponía tirante.


Pedro –dijo Paula–, Fiona está lista para empezar la entrevista.


Pedro forzó una sonrisa. Había llegado el momento de la actuación. En lo único que podía pensar al sentarse frente a Fiona era en que cuando le preguntara por su relación con Julia, todo se volvería real, al menos de cara al mundo. Las fotos de las revistas solo eran conjeturas. Esto lo convertiría en auténtico, y eso le llevaba a desear ponerse de pie y decirle a todo el mundo que se fuera excepto a Paula.


–Bueno, Pedro –Fiona se inclinó hacia delante y apoyó la mano en la rodilla–. Háblame de tu renovado romance con Julia Keys. Os hemos visto juntos, y estoy segura de que a nuestros lectores les encantaría saber más sobre la pareja más sexy de Manhattan.


Pedro se aclaró la garganta, dividido entre lo que Paula quería que dijera y lo que él quería decir si tuviera la oportunidad de hacerlo.


–¿Qué puedo decir? Julia es una mujer adorable y nos lo estamos pasando muy bien con este reencuentro.


–¿Puedes contarnos cómo volvisteis? –preguntó Fiona.


Pedro se revolvió en el asiento y se tiró del cuello de la camisa, recordando el guion que Julia le había dado en el
restaurante.


–Bueno, supe que Julia iba a volver a Nueva York y quería verla, así que la llamé –vio por el rabillo del ojo cómo Paula se fijaba en cada palabra que decía. ¿Estaría haciendo lo que ella quería? Esperaba que sí–. Accedió a verme en su nuevo apartamento cuando llegó a la ciudad. Aquello fue el comienzo.


–No olvides lo de las rosas – intervino Julia acercándose–. Siento interrumpir, pero es que Pedro es muy romántico aunque no quiera presumir de ello.


–Cuéntame más –dijo Fiona–. Si a ti te parece bien me encantaría que Julia se uniera a nosotros en la entrevista.


Pedro miró a Paula.


–Tal vez deberíamos preguntárselo a la señorita Chaves.


Paula asintió.


–Claro. Por supuesto. Lo que tú digas, Fiona –la voz le tembló un poco al hablar.


–¿Podemos traer una silla para Julia, por favor? –preguntó Fiona.


Julia se inclinó sobre la silla de Pedro y le pasó los brazos por los hombros.


–No te preocupes por mí. Estoy muy bien así –se apretó contra él con una risita–. Sí, Pedro me llevó una docena de rosas aquella noche. Fue tan romántico que tuve que decirle que sí, que yo también quería volver con él.Desde entonces todo ha sido como un sueño.


Excepto que no era un sueño. Era una enorme mentira.


Además, Paula le había dicho a él que era un sueño, y aquel era el único contexto en el que quería volver a escuchar aquella palabra.