martes, 10 de mayo de 2016

CENICIENTA: CAPITULO 22




El buzón de voz de Paula y su correo electrónico se habían convertido en el espectáculo de Julia y Pedro, y ella era la coreógrafa.


Todo el mundo tenía preguntas.


¿Había sentado por fin Pedro la cabeza?


Su familia parecía estar convencida de que sí. Roberto Alfonso había llamado a Paula para darle de nuevo las gracias por su plan. ¿Sería capaz Julia de domarle? Paula gruñó al leer aquella pregunta. Domar a Pedro Alfonso.


Como si aquello fuera posible.


Le sonó el teléfono. Estuvo a punto de no contestar al ver que era Pedro. No estaba de humor para hablar con él, pero
tenía que hacerlo.


–Hola, Pedro.


–Voy camino de tu oficina –se escuchaba el ruido de cláxones de fondo.


–¿Qué? ¿Dónde estás? –Paula cerró los ojos y se apretó el puente de la nariz–. ¿Por qué?


–Cuántas preguntas. Estoy en el coche, atrapado en un atasco, y llego tarde a la entrevista con esa revista técnica. 
Estamos a una manzana de tu oficina. Le he pedido a mi asistente que llame al periodista y le diga que nos encontremos allí. A él le viene incluso mejor.


Paula observó el desastroso escritorio. La zona del vestíbulo estaba bastante ordenada, pero faltaba una cosa importante, alguien que atendiera el mostrador de recepción. ¿Cómo iba a llevar una empresa de relaciones públicas importante sin personal?


Se apresuró a poner una cafetera y a preparar un espacio adecuado para la entrevista en la zona de recepción.


Acababa de colocar el último cojín en el sofá cuando Pedro entró.


–Lo siento. Llevo un día de locos – dijo Pedro pulsando una tecla del móvil y guardándolo en el bolsillo delantero de la camisa. Iba vestido con unos impecables pantalones grises, camisa de vestir negra remangada y sin corbata.


Tenía el pelo alborotado y estaba tremendamente sexy.


Pedro escudriñó la zona de recepción.


–¿Dónde está todo el mundo?


–¿Todo el mundo? –Paula se giró y tuvo que hacer un esfuerzo para no acercarse más a él tras aspirar su aroma.


–El personal. Recepcionista. Asistentes. Empleados. Tu lista de clientes es muy larga.


Antes era todavía más larga, cuando Josh estaba allí. 


Cuando estaba él había muchas cosas: alguien con quien
compartir la carga del trabajo, alguien con quien hablar de sus problemas, alguien que la abrazara al final del día y le dijera que todo iba a salir bien. Su sistema de apoyo, su red de seguridad, habían desaparecido.


No tenía fuerzas para seguir mintiendo. Poner un poco de brillo a todo lo que Pedro decía era agotador.


Resultaba mucho más fácil ser sincera.


–Ahora mismo estoy yo sola. Las cosas son así más sencillas.


–Ah, de acuerdo –Pedro parecía escéptico a pesar de sus palabras y frunció el ceño–. Pero, ¿quién lleva la oficina? ¿Quién compra los suministros y arregla los ordenadores? ¿Y quién organiza tus viajes, tu agenda o se encarga de llevar la ropa a la tintorería?


Dicho así sonaba imposible y absurdo.


–Tal vez mi vida no sea tan complicada como la tuya. Trabajo todo el día, vuelvo a casa y me duermo. Y al día siguiente lo mismo.


–Suena aburrido.


Lo era.


–Y poco satisfactorio –tuvo el valor de decir Pedro.


–Eso no es verdad, gracias. Y también hace que me resulte muy fácil mantenerme alejada de la prensa sensacionalista.


Se hizo un incómodo silencio.


–Uy.


Paula se sintió terriblemente mal.


–Lo siento. Eso no venía al caso.


–Solo digo que tendrías más clientes y más importantes si contaras con personal que se ocupara de las cosas pequeñas. Necesitas delegar para triunfar.


Al parecer, Pedro no quería dejar el tema.


–Sígueme. Os he preparado un café. A menos que prefieras agua.


–Café, sin duda. Necesito algo que me despierte.


Paula entró en la moderna cocina.


Sacó una bandeja lacada del armarito, puso un mantelito de lino blanco y colocó el azucarero y una jarrita con leche. 


Añadió dos cucharitas de café.


–¿Queréis algo para mojar? Tengo varios tipos de galletas en la despensa. O podría bajar a la panadería a ver qué
pastas tienen.


–¿Lo ves? A eso me refiero. No deberías estar haciendo estas cosas. Eres una mujer de negocios inteligente y muy capaz y trabajas mucho. No deberías andar preocupándote por las pastas y las galletas para los clientes.


Paula llenó dos tazas de café.


–¿Algo más, señor adivino? ¿Debería estar tomando notas?


–Señor adivino. Muy gracioso. Solo te estoy dando un consejo gratis. Sé de lo que hablo –agarró una de las tazas de café de la encimera y añadió un chorrito de leche–. Hice mi primer millón en la universidad. Sé cómo hacer crecer una empresa.


–Sabes cómo hacer crecer tu empresa. Tenemos dos líneas de trabajo muy diferentes. Créeme, yo sé cómo hacer crecer la mía.


Sí, estaba claro que podría conseguir más clientes si no tuviera que preocuparse de más cosas, como pasar la aspiradora.


–De acuerdo –Pedro salió de la cocina y volvió a la zona de recepción–. Ya hablaremos de eso más tarde. Te llevaré a tomar una copa después de la entrevista. Uno de mis bares favoritos de la zona está doblando la esquina.


–¿Una copa? –justo lo que necesitaba.


Una nube de licor en su ya cuestionable fuerza de voluntad.


–Sí. Ya sé que se sale del esquema de ir del trabajo a casa, pero creo que te divertirás. No hemos pasado tiempo juntos aparte del trabajo.


–Vamos a seguir hablando de trabajo. Creo que eso cuenta.


–Algo me dice que tocaremos otros temas.


Otros temas. Paula no quería hablar de su familia ni de su vida amorosa.


¿Qué otros temas había? ¿El tiempo?


Pensó en consultar el tiempo en Internet mientras Pedro hacía la entrevista. Tal vez hablara de la NBA, porque sabía que Pedro era seguidor de los Knicks.


Cualquier cosa con tal de desviar la conversación. Si llevaba a Julia, Paula quería estar preparada para cambiar de tema al instante.


Llamaron a la puerta y un hombre delgado la abrió.


–Creo que estoy en el lugar adecuado. Estoy buscando a Pedro Alfonso.


–Sí, está en el lugar adecuado – respondió Paula con una sonrisa cruzando la estancia para estrecharle la mano–. Adelante, por favor. He preparado café.





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