viernes, 22 de abril de 2016

ILUSION: CAPITULO 21





Los truenos despertaron a Paula de un sueño irregular. La lluvia golpeaba con fuerza el tejado y entraba por la ventana abierta. Paula se levantó a cerrarla y acabó con la camiseta y el pantalón corto empapados.


Los relámpagos iluminaban las colinas y el rancho. Sabía que su primo Cesar y los vaqueros estarían trabajando allí fuera, asegurándose de que los animales estuvieran bien. La luz podía irse en cualquier momento, pero el rancho disponía de generadores de emergencia.


Se sacudió las gotas de lluvia de los dedos y miró el anillo de Pedro. Había pensado en quitárselo antes de acostarse, pero se le había olvidado. Lo tocó justo cuando otro relámpago arrancaba un destello del diamante y el subsiguiente trueno retumbaba en toda la casa.


Estaba furiosa con Pedro por meter las narices en Chaves Media. Peor todavía, sus sugerencias demostraban una completa falta de confianza hacia ella. ¿Acaso no recordaba que ella había llevado las riendas de la empresa mientras su padre aún vivía?


Durante la conversación mantenida con Noah se había percatado de que los ejecutivos más veteranos no confiaban en ella. La habían aceptado mientras J.D. estaba vivo, asumiendo que vetaba sus decisiones desde la sombra. 


Pero tras su regreso al frente de la empresa, ya sin la presencia de su padre, no la miraban con buenos ojos.


Alguien llamó a la puerta.


–¿Pau? –era la voz de Tamara.


–Pasa.


–¿A ti también te ha despertado la tormenta?


–Sí.


Tamara entró con una expresión preocupada mientras otro relámpago iluminaba el cielo.


–¿Corremos peligro?


–Claro que no –la tranquilizó Paula–. Estas tormentas son frecuentes por aquí. El mayor peligro lo corre el ganado, pero Cesar y los vaqueros se encargarán de todo.


Tamara se sentó en la cama sobre sus pies descalzos. Paula volvió a la cama y apoyó la almohada contra el cabecero de madera.


–¿Cómo te ha ido con Pedro?


–Como era de prever. Él cree tener razón y yo creo que se equivoca.


–¿Habéis hablado de vuestro compromiso de mentira?


Paula negó con la cabeza.


–Hemos hablado casi exclusivamente de Chaves Media y de lo que según él debería hacer yo. No puede evitar meter las narices en los asuntos de la empresa, pero yo no necesito sus consejos.


–Creo que intenta ayudar.


–¿De parte de quién estás?


–De la tuya, al cien por cien. Tan solo me preguntaba qué razones tendría para hacerlo.


–Lo hizo por impulso. ¿Sabes cuántas veces he querido llamarlo en los últimos seis meses para decirle que estaba loco? –no pudo evitar una sonrisa al recordarlo–. Seguía teniendo a mis espías dentro de la empresa, aunque no estuviera al mando. Me revelaron que Pedro estaba adquiriendo la cadena británica y luego la australiana. Se gastó un montón de dinero de la compañía en muy poco tiempo.


Un relámpago iluminó la estancia, seguido de un trueno que hizo retumbar las paredes. Se oyeron pisadas en la escalera y en la planta baja, y voces que llegaban desde el vestíbulo.


–¿Se equivocó? –le preguntó Tamara.


–¿Mmm?


–¿Se equivocó Pedro al comprar esas cadenas.


–Eso creía entonces. Y me sigue preocupando. Pero así están las cosas, para bien o para mal. Ahora tenemos esas cadenas y debemos sacarles el mayor partido posible.


–¿Crees que Pedro pensaba a largo plazo?


–Lo que creo es que tiene una ambición enorme y ni siquiera Chaves Media era lo bastante grande para él. Por eso intentó expandirla.


–Creo que le gustas.


–¿Cómo dices?


–He visto cómo te miraba esta noche. Creo que aún se siente atraído por ti.


–Físicamente, tal vez –igual que le pasaba a ella con él.


–¿Ha vuelto a besarte?


Paula titubeó.


–¿Pau?


–Sí.


–¿Cuándo? ¿Dónde?


–En el patio. Anoche.


–¿Te gustó?


Paula agachó la cabeza y soltó un suspiro de derrota.


–Siempre me gusta.


–¿Cuántas veces te ha besado ya?


–Dos. Tres… Cuatro, si cuentas el beso de la tienda.


Tamara se inclinó hacia ella.


–¿Besos castos o apasionados?


Paula levantó la mirada. No quería seguir mintiendo.


–Apasionados –Tamara arqueó las cejas–. Sobre todo anoche. Fueron decenas, cientos de besos… Imposible contarlos.


–¿Cientos? –exclamó Tamara.


–Lo hicimos –le sentaba bien confesarlo.


Tamara parpadeó con asombro.


–¿Anoche?


–Sí.


Tamara abrió la boca y volvió a cerrarla mientras los truenos retumbaban amenazadoramente.


–Lo sé, lo sé –dijo Paula–. Fue una estupidez monumental.


–Estoy anonadada.


–También lo estaba yo.


–Pero… ¿cómo…?


–Soy débil –confesó Paula–. Él es un hombre muy sexy, y había pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien me abrazó. Todo fue tan sencillo, tan familiar, tan… maravilloso –apretó los puños con frustración.


–¿Y ahora qué?


–Ahora nada. Los dos estamos de acuerdo en olvidarlo.


–¿Y cómo lo llevas?


–No muy bien –admitió Paula–. No me enamoré de él por ser un cretino. Es un buen tipo. Tal vez no pudimos superar los obstáculos, pero las circunstancias eran extraordinarias. Y en el fondo no creo que él se equivocara tanto.


Tamara se estiró bocabajo en el borde de la cama y se apoyó en los codos.


–¿Alguna vez piensas en la reconciliación de verdad?


–No. Nunca. Han pasado muchas cosas, Tamy. Yo le… –tragó saliva, temiendo echarse a llorar–. Le defraudé. Jamás podrá perdonarme.


–Quizá deberías…


–¡No! –negó vehemente con la cabeza–. He perdido mi oportunidad con Pedro. Ahora tengo que concentrarme en Chaves Media y nada más. No voy a engañarme con falsas esperanzas ni vanas ilusiones.


–Bueno –murmuró Tamara de mala gana.


En ese momento llamaron a la puerta.


–¿Paula? –era Andres.


–Pasa.


Andres abrió la puerta.


–Acabo de hablar con Pedro. Me ha dicho que te diga que van a levantar un dique de sacos de arena en el arroyo Williams.


Paula se levantó inmediatamente de la cama.


–¿Temen que se desborde e inunde la carretera?


Andres asintió.


–¿Qué hacemos? –preguntó Tamara.


–Ir a echar una mano.






jueves, 21 de abril de 2016

ILUSION: CAPITULO 20





Pedro se compadecía de Pau y no podía quitarse de encima la sensación de que tenía que pedirle disculpas. Marlene se había retirado finalmente a dormir, pero había dejado a Pau emocionalmente agotada con una cacofonía de revistas de novias, retales y modelos de invitaciones.


Durante toda la cena había hablado con un entusiasmo desbordado sobre los preparativos de una nueva boda. 


Paula había intentado recordarle que ni siquiera habían fijado fecha, pero su tía hizo oídos sordos y recomendó encarecidamente que la boda se celebrara en verano, en el Big Blue.


Cuando por fin se marchó, Paula fulminó a Pedro con la mirada.


–No me puedo creer que me hayas espiado.


La acusación lo pilló por sorpresa.


–¿De eso quieres hablar?


–Quiero saber hasta dónde has metido las narices en Chaves Media.


–¿Qué ha pasado en Chaves Media? –preguntó Tamara. Ella y Andres estaban sentados en sendos extremos de un gran sofá.


–Olvídate de Chaves –dijo Andres–. Parece que el espectáculo de la boda le ha explotado a Paula en las manos.


–No tiene gracia –farfulló Paula. Tamara reprimió una risita–. Ya está bien.


–Lo siento –se disculpó su amiga–. Ya sé que no tiene gracia. Pero es que parece un reality show.


–¿El show de las novias reacias, tal vez? –preguntó Paula. 


Pareció que estaba considerando la idea para una cadena de Chaves Media, pero volvió a mirar acusatoriamente a Pedro y él levantó las manos.


–Te aseguro que si supiera cómo bajar a Marlene de las nubes lo haría.


–No me preocupa Marlene –dijo ella, pero enseguida rectificó–. Bueno, sí, me preocupa Marlene. Pero en estos momentos me preocupa mucho más Chaves Media.


–Con eso puedo ayudarte –dijo Pedro.


–No necesito tu ayuda.


–Soy yo quien adquirió las cadenas británicas y australianas. Conozco a todo el mundo.


–Mi problema no es una cadena británica o australiana. Mi problema es Noah, y lo último que necesito es que un hombre acuda en mi rescate. Eso solo agravaría el problema.


–Entonces, ¿qué vas a hacer?


–¿Lo dices en serio? –se levantó y miró a Andres–. ¿Está hablando en serio? ¿Qué parte de «no es asunto tuyo» no entiendes?


En vez de responder, Andres agarró a Tamara de la mano.


–Vámonos a la cama. Estos dos tienen que hablar a solas.


Tamara se soltó.


–Buen intento. Pero tienes razón. Pau, tenéis que hablar. 


Al principio no estaba a favor de este engaño, pero ahora que se te ha escapado de las manos deberías pensar en una buena estrategia.


–Podríamos mantener el compromiso un tiempo después de la boda –sugirió Pedro.


–¿Y prolongar todo esto? –preguntó Pau, claramente horrorizada.


–Así todo el mundo tendría más tiempo para acostumbrarse a nuestra ruptura.


Andres y Tamara se dirigieron hacia la escalera y Pedro se sentó en un sillón junto a Pau, quien estaba girándose el anillo en el dedo.


–¿Cómo nos hemos metido en esto?


–Al principio parecía una buena idea, y la verdad es que ha funcionado. Tenemos la mansión de Conrad para Mateo y Erika.


–Sí, y me alegro, pero piensa en las inesperadas consecuencias… Una o dos mentiras más y acabaremos casados.


Pedro se rio por la broma, pero a una parte de él le gustó la idea. Era una posibilidad absurda, desde luego, pero al ver los vestidos de novia de las revistas abiertas en la mesita fantaseó con Paula vestida de novia junto a él.


–He estado pensando en las series de las cadenas extranjeras –dijo, cambiando de tema–. El proyecto Griffin y Cold Lane Park serían ideales para hacer un remake.


–¿Series policiacas? –preguntó ella con el ceño fruncido.


–Tienen mucho éxito.


–Estaba pensando en algo más innovador. Alguna serie de superhéroes o de abogados.


–¿Alley Walker? –sugirió él–. Empezó teniendo un gran éxito en Australia, pero los índices de audiencia se han estancando.


–Podríamos usar un héroe más joven e introducir el elemento romántico. Y la ropa de cuero atraería a las adolescentes.


–Si encuentras al actor adecuado –comentó él.


–Tenemos que centrarnos en el público de dieciocho a veinticinco años.


Pedro no discrepó, pero era una franja de edad bastante difícil.


–¿Qué piensas de Max Truger?


–¿En qué sentido?


–¿Está haciendo un buen trabajo?


–Supongo que sí.


–Estaba pensando que es joven y que podría ser un buen vicepresidente.


–¿Me estás diciendo cómo debo ocuparme de Chaves Media?


–Te estoy diciendo que me gusta tu propósito de llegar a una audiencia más joven.


–¿Y por eso sientes la necesidad de decirme cómo tengo que hacerlo?


–¿Por qué eres tan susceptible? Estás reaccionando de manera exagerada a una sugerencia razonable.


–¿Porque soy una mujer?


Pedro apretó la mandíbula y contó hasta cinco.


–Yo no soy Noah.


–Hablas como él.


–Pues espero que tú no hables así cuando te dirijas a él.


Paula se levantó echando fuego por los ojos y Pedro se arrepintió inmediatamente de sus palabras. La tenía por una mujer serena e inteligente, no por una histérica.


–Lo siento –se disculpó, levantándose también él–. Los dos hemos tenido un día muy largo. Sé que haces muy bien tu trabajo.


La expresión de Paula se suavizó y sus ojos recuperaron el color. Al principio Pedro sintió alivio, pero enseguida se dio cuenta de que ella se estaba retirando.


–Tienes razón –le confirmó ella–. No es un buen momento para discutir nada. Aunque no creo que ningún momento sea bueno para que tú y yo discutamos nada relacionado con Chaves Media. Aquí he hecho todo lo que he podido. 
Mañana por la mañana volveremos a Los Ángeles y acabaremos este asunto de la boda para que yo pueda dedicarme por entero a la empresa.


Pedro no le gustó nada la determinación de sus ojos.


–No es eso lo que quería tu padre, Pau.


–¿Estás intentando provocar otra discusión?


–Creía que ya te habrías dado cuenta. Tu padre estaba muy preocupado por ti. Deberías tomarte unos días libres, quedarte en Cheyenne y hacer algo divertido, como montar a caballo o pasear por el bosque.


–Tengo mucho que hacer en Los Ángeles.


–Por eso precisamente estaba tu padre tan preocupado. Siempre habrá trabajo pendiente. No es un objetivo, sino una rutina. Y tú deberías tener cuidado de no sacrificar tu vida.


–Mi padre no tenía nada de qué preocuparse. Me encanta mi trabajo y lo tengo todo bajo control.


Empezó a moverse, pero él la agarró por el codo.


–No se trata de que tú controles Chaves Media, sino de que Chaves Media te controle a ti.


–Suéltame, Pedro.


–Necesito que pienses en ello.


–Hace mucho que perdiste el derecho a pedirme nada –se zafó de él y se giró.


Viéndola alejarse, Pedro pensó que aún necesitaba muchas cosas de ella. Y hacer el amor era solo la primera de la lista.


ILUSION: CAPITULO 19





Paula había tenido un día mentalmente agotador. Iba a ser más duro de lo que pensaba convencer a los vicepresidentes. Podría imponer su criterio y ordenarles que emitieran un programa ajeno a Chaves Media, pero a la larga acabaría fracasando.


Había oscurecido cuando aparcó frente al Big Blue. Durante casi todo el día apenas se había acordado de Pedro, pero estando de nuevo en casa le asaltaron los recuerdos.


Se arrepentía profundamente de haber cedido a la tentación la noche anterior, aunque en realidad había sido un desliz de lo más natural. Su relación había terminado de manera tan brusca que era lógico que el deseo perdurase. Pero solo había sido eso: un arrebato sexual que, una vez satisfecho, la había dejado con una amarga sensación de vacío.


Abrió la puerta y salió, pero en vez de dirigirse hacia el porche miró hacia el camino que rodeaba la casa.


No tenía por qué entrar enseguida. No quería ver a Pedro y se imaginaba la reacción de Marlene cuando viera el anillo. 


Había sido pura suerte que no se hubiera fijado en él la noche anterior. No estaba preparada para responder al entusiasmo de su tía.


Cerró el coche y caminó hacia el jardín trasero. La piscina había sido diseñada para fundirse con el entorno natural. La hierba llegaba hasta el borde, confiriéndole la imagen de un estanque. A Paula siempre le había encantado, y de niña disfrutaba enormemente arrojándose al agua desde el columpio colgado del árbol.


Encontró uno de sus bañadores en el cobertizo. Se llevó una toalla al borde y se zambulló en el agua. Estaba fría y le puso la piel de gallina, pero tras dar unas cuantas brazadas empezó a entrar en calor.


–Te hemos oído llegar y nos preguntábamos dónde te habías metido –la voz de Pedro interrumpió su paz mental cuando se disponía a dar la vuelta.


Sobresaltada, perdió la concentración y se rozó el tobillo con el borde.


–Marlene tiene la cena casi lista.


–Enseguida voy –tomó impulso en la pared y lo dejó atrás, pero él no captó la indirecta y permaneció en el mismo sitio.


–¿Cómo te ha ido hoy? –le preguntó cuando ella volvió a hacer el recorrido de ida y vuelta.


–Muy bien –respondió brevemente, y dio otro giro.


Él siguió sin moverse.


–¿Te preocupa algo?


–No –tomó aire y se sumergió para bucear lo más posible. 


Llegó casi hasta el centro de la piscina.


Al acabar el siguiente largo, Pedro estaba sentado en una silla.


–Nos vemos dentro –le dijo ella.


–No me importa esperar.


–Aún puedo tardar un rato.


Él sonrió.


–¿Qué quieres, Pedro?


–Sabes cómo han ido hoy las cosas en Chaves Media –miró el reloj–. Son casi las siete.


–¿Y qué?


–Es tarde.


–Tenía que ver a muchas personas en Cheyenne.


–¿Amistades?


–Por trabajo.


–¿Ya has olvidado el testamento de tu padre?


Paula apretó la mandíbula y siguió nadando. ¿Cómo se atrevía Pedro a criticarla por trabajar hasta tarde? Solo había trabajado hasta las seis, una hora más de lo habitual. No era para tanto.


–Ahora estoy nadando, no trabajando –le dijo al volver.


–¿Has comido?


–¿Qué?


–Ya me has oído. ¿Has comido o has estado de reunión en reunión?


–Pedimos algo –alguien había llevado una bandeja de sándwiches al mediodía, durante una reunión.


–¿Has comido? –repitió él.


–Claro que he comido –recordaba haberse puesto un sándwich de pavo en el plato y se había tomado un té helado. Pero no sabría decir cuántos bocados le había dado al sándwich.


Nadó diez largos más sin mirarlo, pero él permaneció donde estaba. Finalmente, se rindió al cansancio y salió de la piscina para secarse.


Pedro se acercó a ella.


–¿Necesitas algo del cobertizo?


–Ya voy yo –se envolvió con la toalla y echó a andar descalza hacia el cobertizo. Pedro caminaba a su lado.


–¿Cómo te ha ido hoy? –volvió a preguntarle.


–Ya te he dicho que bien.


–¿Has visto a Noah?


–No me apetece hablar de ello –entró en el cobertizo y recogió su bolso y su ropa.


Caminaron por el camino de cemento hacia la casa, pero él seguía mirándola en silencio cada pocos pasos hasta que ella no aguantó más y se detuvo.


Pedro.


–¿Sí?


El silencio se alargó unos segundos.


–No sé –respondió ella finalmente–. Todo esto es extraño. Me siento terriblemente confusa.


–Lo sé. Y yo también. Cuéntame cómo te ha ido hoy.


Hablaba con voz amable y sus ojos expresaban preocupación. Seguramente era la única persona en el mundo que podía entenderla.


–No muy bien… Mejor dicho, fatal. Siento que no me toma en serio, no sé si porque soy una mujer, pero estoy segura de que con J.D. no se comportaría igual.


–¿Noah?


–Sí.


–J.D. tenía la ventaja de ser hombre, respetado y curtido. Pero tú tienes una fuerza de la que él carecía, y deberías aprender a usarla.


–¿Qué fuerza? ¿Qué tengo yo que él no tuviera?


–Vitalidad, valor y juventud.


–Sí, supongo que viviré más que Noah…


Pedro sonrió.


–De todos modos a mí me parece una buena idea.


–¿Cuál?


–La de comprar los derechos de series extranjeras y producirlas en Estados Unidos.


Paula lo miró con desconfianza.


–¿Y eso cómo lo sabes?


–He preguntado por ahí.


–¿Me has estado espiando?


–Pues claro que he estado espiándote. Si no quieres que lo haga, responde a mis preguntas de manera clara y directa.


–No puedes espiarme, Pedro.


–La verdad es que se me da muy bien…


–¿Pau? –Marlene apareció en el patio y se quedó horrorizada al ver el aspecto de Paula–. Santo Dios. Entra enseguida o pillarás una pulmonía. He hecho jambalaya y galletas de naranja.


A Paula le rugieron las tripas.


–Me muero de hambre –dijo Pedro mientras Marlene bajaba los escalones.


–Ve a ponerte ropa seca enseguida, jovencita.


–Sí –no quería discutir con Pedro delante de su tía.


–Tienes los dedos entu… –Marlene ahogó una exclamación al ver el anillo–. ¡Dios mío! –miró a Pedro y su rostro se iluminó de felicidad–. Oh, Dios mío…