jueves, 21 de abril de 2016

ILUSION: CAPITULO 19





Paula había tenido un día mentalmente agotador. Iba a ser más duro de lo que pensaba convencer a los vicepresidentes. Podría imponer su criterio y ordenarles que emitieran un programa ajeno a Chaves Media, pero a la larga acabaría fracasando.


Había oscurecido cuando aparcó frente al Big Blue. Durante casi todo el día apenas se había acordado de Pedro, pero estando de nuevo en casa le asaltaron los recuerdos.


Se arrepentía profundamente de haber cedido a la tentación la noche anterior, aunque en realidad había sido un desliz de lo más natural. Su relación había terminado de manera tan brusca que era lógico que el deseo perdurase. Pero solo había sido eso: un arrebato sexual que, una vez satisfecho, la había dejado con una amarga sensación de vacío.


Abrió la puerta y salió, pero en vez de dirigirse hacia el porche miró hacia el camino que rodeaba la casa.


No tenía por qué entrar enseguida. No quería ver a Pedro y se imaginaba la reacción de Marlene cuando viera el anillo. 


Había sido pura suerte que no se hubiera fijado en él la noche anterior. No estaba preparada para responder al entusiasmo de su tía.


Cerró el coche y caminó hacia el jardín trasero. La piscina había sido diseñada para fundirse con el entorno natural. La hierba llegaba hasta el borde, confiriéndole la imagen de un estanque. A Paula siempre le había encantado, y de niña disfrutaba enormemente arrojándose al agua desde el columpio colgado del árbol.


Encontró uno de sus bañadores en el cobertizo. Se llevó una toalla al borde y se zambulló en el agua. Estaba fría y le puso la piel de gallina, pero tras dar unas cuantas brazadas empezó a entrar en calor.


–Te hemos oído llegar y nos preguntábamos dónde te habías metido –la voz de Pedro interrumpió su paz mental cuando se disponía a dar la vuelta.


Sobresaltada, perdió la concentración y se rozó el tobillo con el borde.


–Marlene tiene la cena casi lista.


–Enseguida voy –tomó impulso en la pared y lo dejó atrás, pero él no captó la indirecta y permaneció en el mismo sitio.


–¿Cómo te ha ido hoy? –le preguntó cuando ella volvió a hacer el recorrido de ida y vuelta.


–Muy bien –respondió brevemente, y dio otro giro.


Él siguió sin moverse.


–¿Te preocupa algo?


–No –tomó aire y se sumergió para bucear lo más posible. 


Llegó casi hasta el centro de la piscina.


Al acabar el siguiente largo, Pedro estaba sentado en una silla.


–Nos vemos dentro –le dijo ella.


–No me importa esperar.


–Aún puedo tardar un rato.


Él sonrió.


–¿Qué quieres, Pedro?


–Sabes cómo han ido hoy las cosas en Chaves Media –miró el reloj–. Son casi las siete.


–¿Y qué?


–Es tarde.


–Tenía que ver a muchas personas en Cheyenne.


–¿Amistades?


–Por trabajo.


–¿Ya has olvidado el testamento de tu padre?


Paula apretó la mandíbula y siguió nadando. ¿Cómo se atrevía Pedro a criticarla por trabajar hasta tarde? Solo había trabajado hasta las seis, una hora más de lo habitual. No era para tanto.


–Ahora estoy nadando, no trabajando –le dijo al volver.


–¿Has comido?


–¿Qué?


–Ya me has oído. ¿Has comido o has estado de reunión en reunión?


–Pedimos algo –alguien había llevado una bandeja de sándwiches al mediodía, durante una reunión.


–¿Has comido? –repitió él.


–Claro que he comido –recordaba haberse puesto un sándwich de pavo en el plato y se había tomado un té helado. Pero no sabría decir cuántos bocados le había dado al sándwich.


Nadó diez largos más sin mirarlo, pero él permaneció donde estaba. Finalmente, se rindió al cansancio y salió de la piscina para secarse.


Pedro se acercó a ella.


–¿Necesitas algo del cobertizo?


–Ya voy yo –se envolvió con la toalla y echó a andar descalza hacia el cobertizo. Pedro caminaba a su lado.


–¿Cómo te ha ido hoy? –volvió a preguntarle.


–Ya te he dicho que bien.


–¿Has visto a Noah?


–No me apetece hablar de ello –entró en el cobertizo y recogió su bolso y su ropa.


Caminaron por el camino de cemento hacia la casa, pero él seguía mirándola en silencio cada pocos pasos hasta que ella no aguantó más y se detuvo.


Pedro.


–¿Sí?


El silencio se alargó unos segundos.


–No sé –respondió ella finalmente–. Todo esto es extraño. Me siento terriblemente confusa.


–Lo sé. Y yo también. Cuéntame cómo te ha ido hoy.


Hablaba con voz amable y sus ojos expresaban preocupación. Seguramente era la única persona en el mundo que podía entenderla.


–No muy bien… Mejor dicho, fatal. Siento que no me toma en serio, no sé si porque soy una mujer, pero estoy segura de que con J.D. no se comportaría igual.


–¿Noah?


–Sí.


–J.D. tenía la ventaja de ser hombre, respetado y curtido. Pero tú tienes una fuerza de la que él carecía, y deberías aprender a usarla.


–¿Qué fuerza? ¿Qué tengo yo que él no tuviera?


–Vitalidad, valor y juventud.


–Sí, supongo que viviré más que Noah…


Pedro sonrió.


–De todos modos a mí me parece una buena idea.


–¿Cuál?


–La de comprar los derechos de series extranjeras y producirlas en Estados Unidos.


Paula lo miró con desconfianza.


–¿Y eso cómo lo sabes?


–He preguntado por ahí.


–¿Me has estado espiando?


–Pues claro que he estado espiándote. Si no quieres que lo haga, responde a mis preguntas de manera clara y directa.


–No puedes espiarme, Pedro.


–La verdad es que se me da muy bien…


–¿Pau? –Marlene apareció en el patio y se quedó horrorizada al ver el aspecto de Paula–. Santo Dios. Entra enseguida o pillarás una pulmonía. He hecho jambalaya y galletas de naranja.


A Paula le rugieron las tripas.


–Me muero de hambre –dijo Pedro mientras Marlene bajaba los escalones.


–Ve a ponerte ropa seca enseguida, jovencita.


–Sí –no quería discutir con Pedro delante de su tía.


–Tienes los dedos entu… –Marlene ahogó una exclamación al ver el anillo–. ¡Dios mío! –miró a Pedro y su rostro se iluminó de felicidad–. Oh, Dios mío…



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