martes, 12 de abril de 2016

NO EXACTAMENTE: CAPITULO 31





Los párpados de Pedro se despegaron, al tiempo que un rayo azotaba su mente. Con la lengua pegada al paladar, y el sabor y el olor del whisky rancio en los labios, pensó que tal vez había despertado en el infierno.


—Así que, ¿ya has decidido despertarte? —La voz indiferente de su hermana lo forzó a buscarla con la mirada a través de la habitación.


Catalina descansaba en una silla frente a él. Sus delgadas piernas sobresalían por debajo de una falda estrecha, mientras los altos tacones de sus zapatos agujereaban el aire.


Tal vez aún estaba dormido. Pedro cerró los ojos e ignoró el estallido de dolor en su cabeza.


—Oh, no, no lo hagas, Pedrito. Te he estado mirando dormir durante demasiadas horas para dejarte caer de nuevo.


¿De nuevo? ¿Cuánto tiempo hacía que su hermana estaba allí? Pedro recordaba una conversación telefónica, y después, un vacío total.


—¿Qué haces aquí?


—Sacando tu culo de este festival de autocompasión.


Pedro abrió un ojo y la vio levantarse de la silla. Rubia, delgada, hermosa y rica, Catalina parecía hecha de porcelana, capaz de romperse al menor contacto. Pero Pedro la conocía. Catalina Alfonso no dejaba que nadie le pasara por encima. Cuando a esa chica se le antojaba que tenía que arreglar algo o a alguien, nada ni nadie podía detenerla.


Pedro decidió en ese mismo momento no decir una palabra acerca de Paula. Lo último que necesitaba era que su hermana se entrometiera.


Catalina se paró frente a él y le alcanzó un vaso.


—Ten. Bebe esto.


Con la garganta seca como un desierto, Pedro bebió antes de preguntar de qué se trataba. Pedro bebió un trago, se incorporó y escupió un poco. Era Whiskey.


—¿Qué estás tratando de hacer? ¿Matarme?


Catalina se echó a reír.


—Una gota de veneno hace la cura.


—El antídoto. Una gota de veneno hace el antídoto —la corrigió.


—Como sea —dijo ella mientras se sentaba a su lado, después de que él le hiciera sitio en el sofá.


—Funciona cuando uno ha estado como una cuba.


Pedro se pasó una mano por la cara y tomó otro trago, por si acaso.


—¿Cuánto tiempo llevas aquí?


Le apoyó una mano en el brazo y lo miró con sus ojos celestes.


—El tiempo suficiente, hermanito mayor.


No, no, no, no…, eso no era bueno.


—¿Cuánto tiempo, Catalina?


—Oh, ahora soy Catalina. Se te debe de estar pasando la borrachera.


Ella siempre había sido una chica atrevida. Se veía que nada había cambiado. Pedro terminó de beber el contenido del vaso y sintió que su dolor de cabeza comenzaba a aplacarse. Su ropa era un desastre, olía mal, incluso para él mismo, y aunque su vida dependiera de ello, no podría decir qué fecha era. El recuerdo del rechazo de Paula le añadía a todo eso un familiar dolor en el pecho.


«Maldición». ¿Dónde estaba esa botella?


—Vamos. Vete directo a la ducha y ponte algo de ropa. Tendré un plato de carne y huevos esperándote cuando salgas. Luego nos iremos de aquí.


Catalina se levantó y le tiró del brazo hasta que estuvo de pie a su lado. Con los tacones eran casi de la misma altura.


—¿Adónde vamos?


—A casa. El avión nos está esperando. Lo empujó hacia el dormitorio.


—No me voy a ir.


«No sin Paula».


—Sí, te vas a ir. Quedarte sentado aquí sintiendo lástima de ti mismo no te ayudará a pensar con claridad. Por no mencionar el factor alcohol. Tienes que montarte sobre el lomo de Dancer y saltar las vallas. Así, tal vez puedas sacarte la cabeza del trasero y decidir qué hacer. Quedarte sentado en esta habitación de hotel no te ayudará a hacerlo.


Dancer… Hacía meses que no pensaba en su caballo. 


Montar a caballo a lo largo del vallado de la propiedad no requería pensar, y le ayudaba a despejar la mente. El hecho de que su hermana recordara eso sobre él lo hizo sonreír.


—Es posible que tengas razón.


—Querido, siempre tengo razón. Ahora, dúchate. Apestas.


Se fue tambaleando hacia el baño, y el teléfono que tenía en el bolsillo sonó. Tras arreglárselas para sacarlo de allí, reconoció el número de Daniel.


—¿Hola?


—Bueno, demonios, al menos pareces estar sobrio esta vez.


—Supongo que hablamos anoche.


No es que Pedro lo recordara.


—Tú balbuceaste, yo te escuché.


—Estoy seguro de que fue muy entretenido.


Se sentó en el borde de la encimera y se quitó los calcetines.


—Revelador, en realidad. Solo quería llamarte y asegurarme de que estabas bien.


Su corazón estaba roto en un millón de pedazos. Se podía decir cualquier cosa, menos que estaba bien.


—Estoy bien.


Daniel resopló en el teléfono.


—Claro. Escucha, ya que estás sobrio, pensé que podría tratar de darte algunos consejos. ¿Recuerdas cuando me dijiste que Maggie y yo teníamos dos ideas diferentes acerca del sentido de la vida?


—Sí.


Hizo falta que Maggie dejara a Daniel para que Pedro le dijera a su amigo que ella no le convenía.


—Bueno, esta chica, Paula…, ella es una camarera de Denny’s, Pedro. No es exactamente el tipo de mujer con que has salido antes.


La mandíbula de Pedro empezó a palpitar mientras apretaba con fuerza sus muelas.


—Daniel —le advirtió.


—Es una camarera. Vamos. ¿Acaso terminó el instituto?


—Tienes suerte de estar llamando por teléfono, Daniel, o mi puño habría aterrizado en tu cara.


Pedro sostuvo el teléfono con una mano y golpeó la encimera con la otra.


—Uf, de acuerdo, Pedro. Cálmate. Solo quería hacerte ver que estas cosas suceden por algo. Me dijiste lo mismo no hace mucho tiempo. —Sí, lo había hecho. Pero ahora estaban hablando de Paula.


—Olvidaré que hemos tenido esta conversación.


—Solo trato de ayudar.


—Bueno, la próxima vez… ¡guárdatelo!


Pedro colgó y tiró el teléfono sobre la encimera.





NO EXACTAMENTE: CAPITULO 30





Mónica empujó a Paula suavemente hacia el sofá y dejó que llorara.


—Está bien. —La arrulló—. Estoy segura de que no es tan grave.


Paula pensó que era incluso peor. Mientras las lágrimas comenzaban a secarse, las palabras empezaron a brotar de su boca.


—Damian tuvo fiebre antenoche. Llamé a Pedro.


Tan solo pronunciar su nombre hizo que el pecho le doliera. Mónica se acercó, tomó un pañuelo de papel de una caja y se lo entregó.


—Gracias.


—¿Pedro os llevó hasta el hospital?


Paula asintió.


—Sí. La fiebre de Damy era muy alta. Me asusté.


Mónica miró hacia el pasillo.


—¿Se encuentra bien?


—El médico le recetó un antibiótico. Ahora está durmiendo.


Paula agarró un almohadón del sofá y lo abrazó mientras hablaba.


Pedro insistió en quedarse a dormir, por si acaso tuviéramos que volver al hospital.


—Suena razonable. ¿Y cómo es que dormisteis juntos?


Paula cerró los ojos.


—No lo resistí. No pude aguantarme más…, ¿sabes?


Mo sonrió y levantó las cejas.


—Yo habría cedido antes que tú. Habéis estado dándole vueltas a esa atracción desde que os conocisteis.


Los ojos de Paula se llenaron nuevamente de lágrimas.


—Fue maravilloso. Pe… perfecto —tartamudeó—. Todo lo que siempre quise.


Las lágrimas no se detenían. Mónica le alcanzó más pañuelitos limpios y esperó a que los sollozos se calmaran un poco.


—¿Y luego qué pasó?


—Todo fue…


—Perfecto, sí, lo entiendo —dijo Mónica—. ¿Cuándo te pidió que te casaras con él?


—A la mañana siguiente. Le hizo el desayuno a Damian, me besó y luego ¡zas! Me pidió que me casara con él. — El recuerdo aún la sorprendía.


—Supongo que no te agradó la idea.


—Me quedé muy sorprendida. Quiero decir, acabábamos de acostarnos. ¿Quién va de la cama al matrimonio de la noche a la mañana?


—Pues, Pedro…, al parecer.


—Pero él sabía mejor que nadie que yo no iba a subirme al tren del matrimonio así como así. Me asusté, Mo.


Mónica dobló la rodilla encima del sofá.


—¿Le dijiste que no?


—Le dije que se arrepentiría de casarse conmigo.


—¿Arrepentirse?


—Sí, tarde o temprano se daría cuenta de que casarse con una mujer con un niño sería una carga y odiaría que lo estuviéramos reteniendo. Él tiene muchas ambiciones, Mo. Incluso más que yo.


Al repetir esas palabras, se afianzó nuevamente en su orgullo.


—Así que lo de decir que no, tuvo poco que ver con que no tenga dinero y mucho que ver con lo que deseas para él.


Mónica le ofreció una media sonrisa.


—Claro. Él podría pensar que es feliz estando casado conmigo. Pero no lo sería. Vengo con demasiado equipaje. Convertirse en padre de un día para el otro puede parecer novedoso, pero da mucho trabajo. No puedo arriesgarme a que Damy piense que por fin tiene un padre, y Pedro decida irse un buen día. —Damy tendría que esperar un poco más para que entrara en su vida una figura masculina positiva. 


Maldición.


Pedro no es como nuestro padre, Paula.


—Lo sé, aquí —dijo tocándose las cabeza— . Pero aquí —se tocó el pecho—, no puedo correr ese riesgo.


Mónica le tomó la mano y la apretó.


—Si realmente te sientes así, entonces ¿por qué estás tan triste y desesperada?


—Porque la idea de no volver a verlo me duele más. El dolor es tan profundo, y el aire se vuelve tan espeso que no puedo respirar. ¿Qué pasa si me equivoco? ¿Y si pudiéramos encontrar la manera? Salió de aquí tan rápido. Nunca lo he visto tan enojado.


Se secó una lágrima y contuvo el resto.


—Te pidió que te casaras con él y le dijiste que no. Es probable que él también esté sufriendo.


Los labios de Paula temblaron.


—Lo sé.


—¿Lo amas? —preguntó Mónica en un susurro.


Paula respiró hondo.


—No puedo, Mo. No puedo.


Pero, claro que lo amaba.


—¿Sabes lo que pienso? —Mónica golpeó las palmas y sonrió—. Creo que, si realmente quiere estar contigo y te ama, volverá.


Paula comenzó a negar con la cabeza.


—Y si no te quiere, no volverá. Y si ese es el caso, entonces has tomado la decisión correcta.


—Tienes razón. —Gracias a Dios que su hermana estaba allí para hacerla entrar en razón.


—Tengo razón. Pero igualmente duele.


—Sí.


Cuando Mónica la abrazó de nuevo, derramó la última lágrima del día.







lunes, 11 de abril de 2016

NO EXACTAMENTE: CAPITULO 29





Pedro tuvo un fuerte impulso de tirar por la ventana el árbol de Navidad que estaba en la sala de estar de la suite. La bebida que tenía en la mano no lo anestesiaba lo suficiente. 


Con cada hora, su mente oscilaba cada vez más entre el enojo y la depresión. Se culpaba a sí mismo por haber soltado de forma impulsiva la propuesta de matrimonio. Si hubiera esperado, si hubiera tenido un anillo y lo hubiera hecho como se debe…


Pero no. El Pedro impulsivo se había lanzado al ruedo de «fueron felices y comieron perdices» y ahora Paula estaba fuera de su alcance.


Resultaría gracioso si no se sintiera tan desgraciado. Paula había rechazado su oferta de matrimonio porque pensaba que era un perdedor sin un centavo, sin nada que ofrecer. 


Aquello era condenadamente irónico. Considerando que había llamado al maldito mecánico que estaba reparando su pedazo de chatarra descompuesto y casi le había dado un cheque en blanco. Mientras conducía, alejándose de su apartamento, había pensado que podrían volver a ser lo que eran antes. Amigos.


Pero no había vuelta atrás, y no había oportunidad de avanzar. Maldita sea. Él y Paula ni siquiera podían seguir como antes. Dejó caer la cabeza sobre sus manos.


El teléfono de su habitación sonó, sorprendiéndolo. Cuando se puso de pie para ir a atender, la habitación comenzó a dar vueltas.


Pedro miró el reloj de pared. Eran las seis de la tarde, y todavía llevaba la ropa que se había puesto en medio de la noche para ir a llevar a Damian al hospital. El teléfono no dejaba de sonar.


—Ya voy —le gritó al teléfono.


Cuando atendió la llamada, a Pedro casi se le cayó el teléfono antes de que lo consiguiera llevar a la oreja.


—¿Qué?


—Bueno, eres todo claridad —ronroneó una voz femenina al otro lado de la línea.


—¿Cata?


—¡Por Dios, Pedro! ¿Son como qué… las seis allí? ¿No es un poco temprano para andar de juerga?


Pedro se sentó para evitar caerse.


—No eres la única que tiene derecho a la autocomplacencia.


—Además, había tenido un mal día.


—Primero, me entero de que no vienes a casa para Navidad, ahora estás borracho a mitad del día.


—No, no estamos a mitad del día.


—Lleva un tiempo aprender a hablar bien con la borrachera, Pedrito. ¿Qué demonios te sucede?


«¡Mujeres!».


—Nada. Estoy bien.


«Borracho, pero bien». Mientras se mantuviera sentado e inmóvil, la habitación solo se movía cuando inhalaba… o exhalaba. La voz arrogante de Catalina se suavizó.


—¿Quién es la chica?


«Maldita mujer».


—Voy a colgar ahora.


Pedro. No te atrevas. Seré la…


Levantó el teléfono a la altura de sus ojos y apretó el botón de «Terminar» dos veces. Después, como el dormitorio estaba demasiado lejos, Pedro se echó hacia atrás en el sofá y cerró los ojos.



****


Las siguientes veinticuatro horas fueron una nebulosa para Paula. La fiebre de Damy oscilaba, pero al caer la noche, le pareció que lo peor ya había pasado. A la mañana siguiente, sería difícil mantenerlo quieto.


Damy preguntó muchas veces por Pedro, demasiadas para contarlas. ¿Dónde estaba? ¿Iba a volver? ¿Por qué se había ido? ¿Lo verían para Navidad? Cada pregunta era un clavo que se hundía en el ataúd en el que había transformado su vida. Mónica regresaría por la noche, y Paula deseaba desesperadamente que su hermana llegara a casa para poder llorar en su hombro y escuchar lo tonta que había sido. Sin lugar a dudas, Mónica le diría de todo por haber rechazado a Pedro.


Discutirían. Paula pondría en palabras por qué había tenido que dejar ir a Pedro y Mónica trataría de hacerla cambiar de opinión. Pero Paula era mayor que ella. Sabía más.


Su teléfono sonó. Paula tenía el corazón en la garganta. ¿Y si era Pedro?


Esperó a que el contestador automático respondiera.


—Es un mensaje para Paula Chaves. Señora. Chaves, habla Phil Gravis de Upland Toyota…


Su auto. Se apresuró a levantar el teléfono.


—¿Hola?


—¿Señora Chaves?


—Sí, soy yo. Disculpe, estaba en la otra habitación —mintió—. No se oía el teléfono. —Mentira número dos.


—No hay problema. Mmm, acerca de su auto.


Oh, por favor…, no más malas noticias. Realmente no podría soportarlo.


—¿Sí?


—Tuvimos un pequeño contratiempo aquí en el garaje.


—¿Contratiempo?


Seguro que no era nada bueno.


—Un incendio, en realidad.


Su auto. Con el estado en que estaba, su auto solo se podía asegurar para cubrir a terceros. Maldita sea, su mundo estaba volando en pedazos y Paula estaba justo en el ojo del huracán.


—¿Un incendio?


—Sí. Un accidente. No se preocupe, su auto está…


—¿Está bien? ¿Mi auto está bien?


El señor Gravis se rio.


—Su auto está para el desguace.


Rayos, remolino de nubes y la casa de Dorothy volando por el aire.


—No es gracioso.


—Bueno, el auto necesita muchas reparaciones. —Su voz era inexpresiva.


—Es mi único medio de transporte —dijo, comenzando a alzar la voz, a entrar en pánico.


—Oh, señora Chaves, por favor…, no se preocupe. Toyota se hace completamente responsable y queremos invitarla a que venga a buscar un vehículo para reemplazarlo.


—¿Un vehículo para reemplazarlo? —De nuevo estaba repitiendo sus palabras, como un loro.


—Permítame comenzar de nuevo. La noto molesta.


Eso sí que era un eufemismo.


—Hubo un incendio, su auto quedó siniestrado de forma total, pero le estamos ofreciendo un auto nuevo en su lugar. A menos que sienta algún tipo de apego emocional a la versión antigua del Celica, esto acabará por ser ventajoso para usted.


Gracias a Dios que estaba sentada, porque cuando comprendió sus palabras, Paula se sintió mareada.


—¿Un auto nuevo para reemplazar ese peligro ambulante averiado?


Probablemente había sido su auto el que había provocado el fuego.


—Así es. ¿Cuándo le parece que puede pasar por aquí?


Esto no estaba sucediendo. Estaba soñando y realmente necesitaba despertar.


—¿Señora Chaves?


Pero no despertaba.



—¿Sí?


—¿Puede venir mañana?


—¿Mañana? —Se quedó mirando la pared de la habitación.


—Sí.


—Claro.


—¿Sí, puede venir mañana?


Paula comenzó lentamente a asentir con la cabeza.


—Sí, puedo ir mañana. —Parecía que el cielo comenzaba a despejarse—. ¿Es demasiado temprano a las nueve?


—A las nueve estaría perfecto. Pregunte por mí —dijo en tono gracioso.


—Esto no es una broma, ¿verdad, señor Gravis? Porque he tenido un par de días realmente desastrosos, y no sería capaz de soportar una broma en este momento.


Él rio.


—No es una broma, señora Chaves. Piense en qué tipo de auto le gustaría conducir. Cuatro puertas, dos puertas, camioneta pickup, un crossover, ¿o tal vez le gustaría un híbrido? Usted decide.


Pensó por un momento acerca de la Navidad, Damy, las facturas que llegarían del hospital.


—¿Puedo quedarme con el dinero y elegir un automóvil de segunda mano?


—Lo lamento. Me dieron instrucciones precisas de que le ofreciera cualquier auto nuevo de los que tenemos en el local.


—¿Instrucciones? —el loro que repetía todo había regresado.


Vaciló, tosió, y luego dijo:
—De mi jefe.


—Ah, bien. No quiero parecer grosera. Estoy muy agradecida. De verdad.


Lo estaba. No era la nueva bicicleta que Damy quería, pero un auto nuevo podría compensarlo un poco. El dinero que ahorraría en reparaciones la ayudaría a darle más a su hijo a largo plazo.


—Lo veré a las nueve.


Cuando colgó, la puerta del apartamento se abrió. Y entró Mónica, enfundada en una parka.


Al ver a su hermana, Paula se acordó de Pedro. Mónica la miró a los ojos. Abrió la boca para decir algo y luego su sonrisa se desvaneció.


—¿Qué ha pasado?


Las lágrimas aparecieron, de la nada.


—Me acosté con Pedro. Me pidió que me casara con él. Le dije que no. Se fue y no ha llamado. Es posible que haya cometido un gran error.


Mónica apoyó sus maletas junto a la puerta y caminó hacia Paula.


—Oh, Paula.


El abrazo de su hermana hizo que las lágrimas volvieran a brotar.