martes, 12 de abril de 2016

NO EXACTAMENTE: CAPITULO 30





Mónica empujó a Paula suavemente hacia el sofá y dejó que llorara.


—Está bien. —La arrulló—. Estoy segura de que no es tan grave.


Paula pensó que era incluso peor. Mientras las lágrimas comenzaban a secarse, las palabras empezaron a brotar de su boca.


—Damian tuvo fiebre antenoche. Llamé a Pedro.


Tan solo pronunciar su nombre hizo que el pecho le doliera. Mónica se acercó, tomó un pañuelo de papel de una caja y se lo entregó.


—Gracias.


—¿Pedro os llevó hasta el hospital?


Paula asintió.


—Sí. La fiebre de Damy era muy alta. Me asusté.


Mónica miró hacia el pasillo.


—¿Se encuentra bien?


—El médico le recetó un antibiótico. Ahora está durmiendo.


Paula agarró un almohadón del sofá y lo abrazó mientras hablaba.


Pedro insistió en quedarse a dormir, por si acaso tuviéramos que volver al hospital.


—Suena razonable. ¿Y cómo es que dormisteis juntos?


Paula cerró los ojos.


—No lo resistí. No pude aguantarme más…, ¿sabes?


Mo sonrió y levantó las cejas.


—Yo habría cedido antes que tú. Habéis estado dándole vueltas a esa atracción desde que os conocisteis.


Los ojos de Paula se llenaron nuevamente de lágrimas.


—Fue maravilloso. Pe… perfecto —tartamudeó—. Todo lo que siempre quise.


Las lágrimas no se detenían. Mónica le alcanzó más pañuelitos limpios y esperó a que los sollozos se calmaran un poco.


—¿Y luego qué pasó?


—Todo fue…


—Perfecto, sí, lo entiendo —dijo Mónica—. ¿Cuándo te pidió que te casaras con él?


—A la mañana siguiente. Le hizo el desayuno a Damian, me besó y luego ¡zas! Me pidió que me casara con él. — El recuerdo aún la sorprendía.


—Supongo que no te agradó la idea.


—Me quedé muy sorprendida. Quiero decir, acabábamos de acostarnos. ¿Quién va de la cama al matrimonio de la noche a la mañana?


—Pues, Pedro…, al parecer.


—Pero él sabía mejor que nadie que yo no iba a subirme al tren del matrimonio así como así. Me asusté, Mo.


Mónica dobló la rodilla encima del sofá.


—¿Le dijiste que no?


—Le dije que se arrepentiría de casarse conmigo.


—¿Arrepentirse?


—Sí, tarde o temprano se daría cuenta de que casarse con una mujer con un niño sería una carga y odiaría que lo estuviéramos reteniendo. Él tiene muchas ambiciones, Mo. Incluso más que yo.


Al repetir esas palabras, se afianzó nuevamente en su orgullo.


—Así que lo de decir que no, tuvo poco que ver con que no tenga dinero y mucho que ver con lo que deseas para él.


Mónica le ofreció una media sonrisa.


—Claro. Él podría pensar que es feliz estando casado conmigo. Pero no lo sería. Vengo con demasiado equipaje. Convertirse en padre de un día para el otro puede parecer novedoso, pero da mucho trabajo. No puedo arriesgarme a que Damy piense que por fin tiene un padre, y Pedro decida irse un buen día. —Damy tendría que esperar un poco más para que entrara en su vida una figura masculina positiva. 


Maldición.


Pedro no es como nuestro padre, Paula.


—Lo sé, aquí —dijo tocándose las cabeza— . Pero aquí —se tocó el pecho—, no puedo correr ese riesgo.


Mónica le tomó la mano y la apretó.


—Si realmente te sientes así, entonces ¿por qué estás tan triste y desesperada?


—Porque la idea de no volver a verlo me duele más. El dolor es tan profundo, y el aire se vuelve tan espeso que no puedo respirar. ¿Qué pasa si me equivoco? ¿Y si pudiéramos encontrar la manera? Salió de aquí tan rápido. Nunca lo he visto tan enojado.


Se secó una lágrima y contuvo el resto.


—Te pidió que te casaras con él y le dijiste que no. Es probable que él también esté sufriendo.


Los labios de Paula temblaron.


—Lo sé.


—¿Lo amas? —preguntó Mónica en un susurro.


Paula respiró hondo.


—No puedo, Mo. No puedo.


Pero, claro que lo amaba.


—¿Sabes lo que pienso? —Mónica golpeó las palmas y sonrió—. Creo que, si realmente quiere estar contigo y te ama, volverá.


Paula comenzó a negar con la cabeza.


—Y si no te quiere, no volverá. Y si ese es el caso, entonces has tomado la decisión correcta.


—Tienes razón. —Gracias a Dios que su hermana estaba allí para hacerla entrar en razón.


—Tengo razón. Pero igualmente duele.


—Sí.


Cuando Mónica la abrazó de nuevo, derramó la última lágrima del día.







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