sábado, 9 de abril de 2016

NO EXACTAMENTE: CAPITULO 22






Le fue bastante fácil encontrar el restaurante. El estacionamiento estaba lleno, pero se las arregló para meter su auto entre una enorme camioneta y un Lexus. Le echó un vistazo a su reloj y se dio cuenta de que había llegado cinco minutos antes de la hora prevista. Deseaba que Bruno ya la estuviera esperando dentro para no tener que esperar sola en la antesala.


En el interior del pequeño restaurante italiano, el fuerte olor a ajo y salsa de tomate le provocaron cosquillas en la nariz y se le hizo la boca agua. Las luces bajas daban un toque romántico a los reservados tapizados de rojo oscuro.


—Bienvenida a Antonio’s —le dijo una mujer alta y rubia de piernas largas, de la edad de Paula.


—He quedado con alguien. Su nombre es Bruno.


La anfitriona miró la lista de reservas y sonrió.


—Su acompañante no ha llegado todavía, pero su mesa está lista si desea tomar asiento.


Paula dio un suspiro de alivio.


—Me sentaré.


Varias parejas hablaban tranquilamente en los íntimos reservados, mientras bebían vino y comían grisines. En la mesa, Paula se quitó la chaqueta y la puso a su lado.


—¿Le gustaría beber algo mientras espera?


—Agua, por ahora.


La camarera rubia se fue y Paula abrió el menú para echarles un vistazo a las opciones disponibles. Otro camarero le trajo agua y una cesta llena de grisines y luego la dejó sola, mirando el transcurrir del tiempo.


Cada minuto que pasaba mientras Paula esperaba le parecía una hora. A las siete y diez, Bruno se acercó a la mesa.


—Siento llegar tarde —dijo mientras se desabrochaba un botón de la chaqueta y se sentaba a su lado—. El tráfico estaba imposible y el estacionamiento está complicadísimo.


Paula sonrió y restó importancia a las preocupaciones de Bruno.


—Me alegra que hayas llegado.


Y entonces se dio cuenta de que realmente se alegraba, a pesar de sus reservas sobre la cita. Bruno llevaba un traje bien planchado, estaba afeitado e incluso olía bien. Más por la intensa colonia que llevaba que debido a su olor natural. 


Pedro siempre llevaba un poco de aroma de pino y especias dondequiera que iba. Más masculino.


—Confío en que no hayas esperado demasiado.


«Quince minutos y treinta segundos. Pero, ¿quién está contando?».


—He llegado solo un par de minutos antes que tú —mintió, con la intención de no parecer demasiado ansiosa.


Bruno le hizo señas a un camarero que pasaba, y ordenó una botella de vino y dos copas.


«Segunda falta», Paula se descubrió pensando. Primero, había llegado tarde a la cita, y aunque el tráfico influía, ella había logrado llegar a tiempo, y no era exactamente la hora punta en las carreteras. En segundo lugar, Bruno ni siquiera le preguntó si bebía vino. Por otra parte, tal vez eso es lo que hace la gente con dinero para impresionar en las citas.


—La comida aquí es excelente —aseguró Bruno mientras hacía a un lado el menú.


—Creía que nunca habías comido aquí.


—He pasado por aquí muchas veces, pero nunca me había detenido a almorzar.


Paula volvió a abrir su menú y luego fingió estar mirando lo que ofrecía el restaurante.


—Puedo seleccionar el plato perfecto para ti, si quieres.


—Ah… —No estaba segura de qué decir.


Bruno le quitó suavemente el menú de las manos, lo cerró y lo colocó encima del suyo.


—Tienes que pedir la lasaña. No creo haber probado nada mejor excepto en Nueva York.


—Ah, vale.


Parece que tocaba lasaña, lo quisiera o no. ¿Qué problema había? Bruno estaba tratando de ser considerado, y ahí estaba ella ofendiéndose por cada cosa que decía o hacía.


Llegó el vino, lo que le ahorró la molestia de intentar entablar conversación. Paula observó el perfil de Bruno mientras completaba el proceso de degustar el vino y aprobarlo. Sus rasgos eran tal como los recordaba: agradables, pero nada espectacular. Su cara era un poco más estrecha de lo que recordaba. No se le formaban hoyuelos al sonreír, y a su sonrisa parecía faltarle algo.


Paula bebió un sorbo de vino y lo miró por encima del borde de la copa. El vino le hizo cosquillas en la parte posterior de la garganta, y luego bajó plácidamente hasta su estómago.


—¿Qué haces en el hotel? —preguntó Bruno.


—¿Disculpa?


No entendía la pregunta.


—Trabajas en el hotel, ¿no? Estaba seguro de que eras camarera allí —dijo inclinando a un lado la cabeza.


—No, no trabajo en el hotel, pero sí soy camarera.


No tenía la más mínima idea de cómo sabía lo que hacía para ganarse la vida.


—Entonces, debes conocer a alguien en el hotel que te consiguió una invitación para la fiesta.


Paula no podía dejar de sentirse como si estuviera en un interrogatorio. Pensó en Pedro y en los riesgos que había corrido para hacerla entrar.


—¿Ser detective es parte del trabajo de un abogado? —preguntó con una risita.


Una sonrisa socarrona pasó por los labios de Bruno antes de que sus palabras tomaran repentinamente otro rumbo.


—Parecías un poco perdida esa noche.


—Una persona amiga me pasó su invitación —explicó.


Bruno inclinó su copa.


—¿Un amigo hombre?


—Sí.


—No creo poder llamar amiga a ninguna de las mujeres que conozco. Exnovia, hermana, pariente, compañera de trabajo, tal vez, pero nunca amiga.


—¿Qué pasa con las esposas o novias de tus amigos?


—No las considero amigas personales, es más como tú lo dijiste…, la esposa de un amigo. ¿Ese amigo tuyo está casado?


Era extraña la forma en que la cita incluía a una tercera persona en la mesa todo el tiempo. Tal vez Pedro no estuviera allí en persona, pero ciertamente lo estaba en espíritu.


—No.


El camarero se acercó, y Paula tuvo ganas de darle un beso por lo oportuno de su llegada.


—¿Han decidido ya?


El camarero era un hombre de unos cuarenta y cinco años, tal vez más. A juzgar por el tamaño de su cintura, parecía que disfrutaba de la comida de Antonio’s, y su acento italiano le hacía suponer que tal vez tenía algún parentesco con el propio Antonio.


—Creo que sí —dijo Paula.


Sonrió y preparó su bolígrafo para tomar la orden.


—La señora desea la lasaña —resolvió Bruno antes de que Paula pudiera abrir la boca— con la ensalada antipasto y, para mí, lo mismo.


Paula sintió un fuerte impulso de mirar el reloj, pero se contuvo





NO EXACTAMENTE: CAPITULO 21







—No pienso llegar muy tarde —le dijo Paula a su hermana por segunda vez en la noche.


Vestida con unos pantalones y un suéter, Paula se veía cómoda e informal, pero no demasiado informal. Los tacones, no muy altos, en combinación con los pantalones, le daban una cierta elegancia al conjunto. Además, Paula no tenía muchas oportunidades de usar tacones, así que las aprovechaba siempre que podía. Había algo en usar tacones que le recordaba que era una mujer adulta y deseable.


—¿Adónde vais a ir?


—Eligió un restaurante italiano cerca del centro comercial, Antonio’s.


—Nunca antes lo había oído nombrar.


Mónica se acercó y le colocó un mechón de pelo.


—Hemos pasado frente a él un par de veces, pero nunca he comido allí —dijo Paula. —Llámame si las cosas no van como quieres, y utilízame como excusa para volver a casa antes de tiempo si la cita es desastrosa.


Paula bajó el mentón y sonrió a su hermana.


—Gracias. No creo que vaya a tener que usar una excusa, pero es bueno saber que puedo contar contigo.


—Siempre.


Mónica le alcanzó el bolso negro que Paula había elegido para esa noche.


—Sigo creyendo que tendrías que ir a cenar con Pedro y no con el tal Bruno.


—Basta —dijo Paula alzando la mano—. Me lo has dicho una docena de veces desde ayer. Sé que no lo apruebas, pero esto es lo que tengo que hacer.


—Porque Pedro es camarero y no abogado. No eres tan superficial, Paula, estoy segura. Le gustas a Pedro. ¡Y mucho!


—¿Te lo dijo él?


Paula había estado tratando de sonsacarle a su hermana, durante las últimas veinticuatro horas, de qué había hablado con Pedro. Mónica no confesaba ni una palabra de lo que habían conversado.


—Lo vi en sus ojos. La forma en que te mira es magnética. Aunque no quieras admitirlo, tú lo miras de la misma manera.


Paula hacía todo lo posible por ignorar el magnetismo que había entre ellos. Era capaz de no verlo como hombre y no pensar en el beso la mayor parte del tiempo. Era capaz de borrar las imágenes del hombre con las que fantaseaba en su mente, incluso aquellas en las que estaba desnudo, la mayoría de las veces. La mayor parte del tiempo era capaz de ignorar el ritmo acelerado de su corazón cuando lo veía llegar al restaurante o a la escuela de su hijo, o al parque. 


Vale tal vez no la mayor parte del tiempo, pero sí durante algunas horas. O un par de minutos. Negó con la cabeza.


Estaba perdida.


—Necesito a alguien estable, alguien que tenga un trabajo de verdad, un verdadero futuro. No un empleado temporal de un hotel local que probablemente viajará de regreso a Texas tras las fiestas de Navidad. ¿Te has olvidado de Ramiro, el padre de Damy? ¿Y de Mateo?


—¿Mateo? Oh, ese tipo con el que saliste durante, ¿cuánto? ¿diez minutos?


—Fueron dos meses y se fue a vivir conmigo, si no lo recuerdas. Su idea de ayudar consistió en llevarse el dinero del alquiler y marcharse.


Mateo fue un error que costó caro.


Se colgó el bolso en el hombro y salió de su dormitorio hacia la sala de estar, donde Damy estaba hablando con la amiga de Mónica, Lynn.


—Me voy, Damy. ¿Me das un beso?


Damy se apartó de sus Legos y de Lynn para ir a darle un abrazo.


—¿Volverás a casa antes de que me vaya a la cama? —preguntó.


—No lo creo.


La usual sonrisa feliz de Damy se convirtió en un gesto triste.


—¿Puedo ir contigo a tu próxima cita?


Ay, ay.


—No estoy segura. Ya lo veremos.


La culpa volvía multiplicada por diez.


—Fui a tu cita con el tío Pedro.


Discutir con él sobre la naturaleza de su relación con Pedro no tenía sentido. No lo entendía, y Paula iba a llegar tarde si intentaba explicárselo de nuevo.


—Lo voy a pensar —concluyó Paula, en lugar de explicar nada.


Damy, con el ceño fruncido, se tiró en el sofá.


Paula se despidió de su hermana.


—Te veré en unas pocas horas.



—Llámame si necesitas algo.


—Lo haré. Adiós, Mónica. Adiós, Lynn. —Paula se volvió hacia su hijo—. Adiós, chiquitín.


Damy le hizo un gesto rápido de adiós con la mano, sin apenas mirarla. Paula salió del apartamento preguntándose si estaba haciendo las cosas mal.



NO EXACTAMENTE: CAPITULO 20





Damy, vestido con una chaqueta grande, mitones y una bufanda, cantó a pleno pulmón en la obra de Navidad del jardín de infancia. Los padres estaban sentados entre el público, tomando fotos y grabando todo el espectáculo para poder revivirlo durante los próximos años. Paula estaba sentada entre Pedro y Mónica, que se cayeron maravillosamente, algo que Paula sabía que iba a volverse en su contra a la primera oportunidad.


Cuando acabó la actuación, los emocionados niños bajaron del escenario de la escuela y se mezclaron con el público en busca de sus orgullosos padres. Damy corrió hacia Paula, lanzó sus amorosos brazos alrededor de ella y le regaló una enorme sonrisa.


—¿Me has visto ahí arriba?


—Has estado genial, Damy. Debes de haber practicado muchísimo para recordar todas las letras de las canciones —le dijo.


—Hemos cantado todos los días en clase. —Damy salió de entre sus brazos y abrazó a Mónica. Se metió entre los brazos de Pedro con la misma facilidad—. Hola, tío Pedro. Ha sido genial, ¿verdad?


Tío Pedro, eso era nuevo. Paula entrecerró los ojos y observó la expresión de Pedro. Cuando esta no cambió, se preguntó si Pedro había oído el título que le había dado Damy.


—Más que genial, compañero.


—¿Quieres unas galletas? Hay galletas en la parte de atrás.


Damian agarró la mano de Pedro y tiró de él hacia el fondo de la sala, donde los profesores y los padres habían situado una mesa con dulces y aperitivos.


—¿Tío Pedro? —le preguntó Mónica en voz baja.


—Eso es nuevo para mí.


—Damian lo adora. Míralos.


Paula no podía dejar de mirar. Damy estaba charlando hasta por los codos, mientras Pedro escuchaba y reía junto a él.


—Es natural que suceda —le dijo Paula a su hermana—. Damy no tiene a un hombre en su vida. Pedro ha aparecido un par de veces, así que se siente atraído por él.


Realmente esperaba no estar cometiendo un error al permitir que se conocieran más. Pedro era un buen tipo en todos los sentidos y confiaba en él. Confiaba en que no haría nada para lastimar a su hijo. Sin embargo, no sabía cuánto tiempo más estaría Pedro en sus vidas. Era un riesgo que no estaba dispuesta a correr.


—No entiendo por qué quieres salir con otro tipo.


Pedro y yo no somos novios. —¿Acaso nadie la escuchaba cuando hablaba del tema?


—Los abogados son aburridos.


—Ni que lo digas.


Pedro se coló detrás de ellas. Paula se sobresaltó cuando escuchó su voz. Se volvió y notó el bastón de caramelo que sobresalía entre los labios. La sonrisa en su rostro era impagable.


—¿Estamos hablando de algún abogado en particular?


Culpable. Dios, se sentía tan culpable.


—No. Oye, Damy, ¿hay más de esos bastones de caramelo?


Su hijo asintió y la apartó de Pedro y Mónica. Cuanto más lejos de su hermana y Pedro caminaba, más le preocupaba cuál sería su tema de conversación.


En la mesa de los dulces, Damy saludó a uno de sus amigos, la madre del niño se volvió hacia Paula y comenzaron a charlar.


Unos minutos más tarde, Paula caminó entre la multitud que iba disminuyendo hasta llegar de nuevo a donde estaban Mónica y Pedro. Se estaban riendo. Mo se estaba agarrando el costado como si la risa le produjera dolor.


—¿Qué es tan gracioso?


—Nada.


Pero Mónica estaba escondiendo una sonrisa detrás de su mano. El radar de hermana de Paula le dijo que Mónica estaba tramando algo.


—Seguro. Nada.


Damy le tiró de la mano.


—La maestra ha dicho que podíamos irnos después del espectáculo. —Paula miró a su hijo.


—¿Estás listo para irnos?


La gente ya se estaba retirando del auditorio.


—Tengo que ir a buscar la mochila a la clase —le dijo Damy.


Mónica le puso la mano en el hombro a Damy y le dijo:
—¿Por qué no me llevas contigo y me muestras tu clase?


Antes de que Paula pudiera decir nada, Mónica y Damy se estaban alejando, dejándola sola con Pedro.


—Ha sido muy amable de tu parte venir.


—Lo he disfrutado —dijo mientras comenzaban a caminar detrás del resto de los padres.


—No he asistido a nada parecido desde que tenía la edad de Damy. No ha cambiado mucho, ¿no?


—Hay más dulces, pero eso es todo.


Él sonrió.


—Lo recuerdo: una galleta y, si teníamos suerte, un bastón de caramelo. Pareciera que hay una panadería completa en la parte de atrás.


—Muchos de los padres traen dulces para los niños.


El aula de Damy estaba atestada de adultos, así que Paula prefirió quedarse afuera. A través de la ventana, vio cómo Damian le señalaba a Mónica algunas de sus «obras de arte» que colgaban en las paredes.


—Parece que a Damy le gusta su escuela.


—Le encanta. Es un niño muy sociable. Uno creería que vivir en un edificio de apartamentos significa que hay muchos niños con quienes jugar, pero no los hay.


En su edificio no había hordas de gente desagradable ni fiestas alocadas, pero tampoco había familias.


—Algún día lograré que tengamos una casa en un barrio residencial. Desde que vio la película del perro labrador, Damy me tiene loca con que quiere un perro.


—Imagino que el propietario no acepta mascotas.


—Correcto. Los perros grandes no deberían estar encerrados todo el día, de todos modos.


Pedro le dio una palmadita en la espalda.


—No te preocupes, lo conseguirás.


Paula forzó una sonrisa en su rostro.


—Lo sé. Algún día.


Damy salió corriendo del aula y fue hasta ellos.


—Estoy listo —les informó.


—Tengo que ir a clase —anunció Mónica—. Gracias por mostrarme tu aula, cariño.


Se arrodilló para hablar con Damy.


—Cuida de tu madre, ¿quieres? Asegúrate de que duerma la siesta.


Damy se rio.


—¿Te quedarás hasta tarde? —le preguntó Paula a su hermana.


—Tenemos un examen muy importante el lunes, así que vamos a tener una larga sesión de estudio. Estaré en casa antes de que te vayas a trabajar. Invitaré a Lynn a estudiar
en casa el sábado cuando salgas.


Esa mínima mención de que no estaría en casa el sábado fue suficiente para que Paula mirara a Pedro.


—Pensé que tenías libre el sábado —le dijo Pedro.


—Mamá tiene una cita —espetó Damy.


La expresión en el rostro de Pedro se congeló.


—¿Es cierto? —Lentamente, su mirada se dirigió a Paula.


—¿Te acuerdas de Bruno, el de la fiesta?


Honestidad total. No tenía por qué sentirse culpable, pero el sentimiento la invadía, causándole puntadas de dolor.


—Claro —dijo Pedro con un largo suspiro—. El tipo con pinta de abogado.


—Es abogado de verdad. —Parecía haberse puesto a la defensiva.


—Él no es tu tipo —dijo Pedro con absoluta certeza en su voz.


Ella balanceó su peso de un pie a otro.


—¿Cómo sabes cuál es mi tipo?


—Te aburrirá antes de que pase media hora.


Mónica se volvió hacia Pedro.


—¿Le conoces?


Pedro no le quitaba los ojos de encima a Paula. Su mirada la ponía nerviosa.


—Veo tipos así todo el tiempo en el hotel. Estirados, no muy divertidos.


—¿Por qué quieres salir con alguien que no es divertido, mamá?


Paula dejó de sostenerle la mirada a Pedro y le dijo a Damy:
Pedro no sabe si Bruno será divertido o no; él solo lo supone.


—¿Qué es «suponer»?


—Es cuando alguien piensa que una persona es de cierta manera cuando no sabe muy bien si es así de verdad. —Maldita sea, no debería tener que justificar una cita ante su hijo, o ante Pedro o Mónica si venía al caso.


—Deberías salir con Pedro—le dijo Damy sonriendo—. Sabemos que es divertido.


Los tres le clavaron la mirada.


—Pedro y yo solo somos amigos, ¿verdad, Pedro? —Pedro no dijo ni una palabra, solo la miró, arqueando apenas los labios.


—Pero, ¿qué es una cita?


—Es cuando dos personas van a cenar o a hacer algo juntos para tratar de conocerse.


¿Por qué Pedro no le echaba una mano?


—Fuimos con el tío Pedro al zoológico. Eso fue como una cita.


—No exactamente una cita. —Paula dirigió su atención hacia su hijo.


—¡Oh! —No estaba convencido. Había confusión en su rostro.


—Es complicado, Damy. Lo entenderás cuando seas mayor.


Hubo un momento de silencio incómodo en el aire. Luego, Mónica dijo:
—A propósito, me tengo que ir.


—Yo también —dijo Pedro con una nueva sonrisa en el rostro. —Gracias de nuevo por invitarme, Damy.


Damian le dio un abrazo a Mónica y otro a Pedro.


—Que lo pases bien con el abogado, Paula.


¿Era el día de decir lo opuesto de lo que piensas, y Paula no se había enterado? Pedro sonaba realmente sincero.


—Estoy segura de que irá bien. —Solo que ahora, no estaba segura de nada.


Paula miró a Pedro y Mónica que se alejaban conversando, imposible saber sobre qué.