martes, 29 de marzo de 2016
REFUGIO: CAPITULO 12
La armonía volvió a la familia y el sábado era la fiesta en la ciudad. El abuelo insistió en que la llevara al baile, aunque Pedro no estaba de acuerdo— Allí habrá mucha gente. Y no quiero llamarla Elisa.
—Llámala Paula. Aquí está segura. Nadie conoce a los Falconi. Relájate y salir a bailar como una pareja normal. Divertíos.
¿Qué le había entrado al abuelo con divertirse? Paula miró a Pedro, que pensaba en ello con los ojos entrecerrados— ¿Quieres ir?
Paula sonrió. ¡Iban a tener una cita! —Sí.
—Pues ve a prepararte. —Pedro sonrió— Hay baile, así que ponte zapatos cómodos.
Casi chilla de la alegría y salió corriendo, haciendo ladrar a Lucas que estaba mucho mejor, pero seguía en la cocina.
Se decidió por un vestido blanco, que tenía la espalda al aire y se abrochaba en la nuca. La falda caía en vuelo hasta encima de las rodillas y se dejó el cabello suelto, que después de lavarlo, estaba formando sus gruesos rizos pelirrojos. Incluso se maquilló algo más de lo normal, resaltando sus ojos verdes con un eyeliner negro. Cuando terminó, suspiró esperando que le gustara a Pedro y salió con el bolso de mano plateado que le había regalado una compañera de trabajo en las Navidades, para ir a la fiesta de Noche Vieja.
Cuando salió al salón, los hombres que estaban hablando se la quedaron mirando con la boca abierta y se sonrojó— ¿Estoy bien?
Pedro, guapísimo con un traje gris, sonrió acercándose y cogiéndole la mano— Preciosa.
—¿Llevas la pistola, Pedro? Te la van a robar en cuanto llegues a la pista. — dijo el abuelo divertido.
Su nieto gruñó haciéndola reír—Seréis exagerados.
Pero no exageraban, porque en cuanto llegaron a la fiesta, la presentó a unos conocidos y ya no pudo sentarse en casi toda la noche. Pedro tuvo que robársela al sheriff para que pudieran bailar— Estás muy guapo de traje.
—Tú también. Tengo unas ganas terribles de ver que llevas debajo. —dijo haciéndola reír. Se miraron a los ojos y Pedro la besó suavemente en los labios justo cuando terminaba el baile.
—Voy al aseo.
—No tardes.
Atravesó las mesas, donde los que no bailaban estaban sentados y fue hasta los baños empujando la puerta abatible y suspirando de alivio cuando vio que no había gente.
Después de usar el baño, se miró al espejo y se retocaba los labios cuando alguien entró en el baño. Miró quién era distraída y apretó sus jugosos labios al ver que era Lorena con dos amigas detrás. Llevaba un vestido rosa de seda impresionante y puso los brazos en jarras mirándola de arriba abajo— Pero si está aquí la zorra que quiere quitarme a Pedro.
Se enderezó metiendo la barra de labios en el bolso y se volvió lentamente con una mano en la cadera. Si creía que la iba a intimidar lo llevaba claro. Era de Brooklyn —Pero si está aquí la zorra que cree que puede quitarme a mi hombre.
Esa frase la puso furiosa— Que se esté acostando contigo, no significa que sea tu hombre.
—Es más mío que tuyo. — levantó una ceja—Es a mí a quien quiere en su cama.
Sus amigas jadearon de asombro — ¡Serás puta! A ti te quiere para lo que te quiere, mientras que se va a terminar casando conmigo.
Paula se echó a reír— ¿Estás mal de la cabeza? Si hubiera querido algo contigo, lo hubiera hecho hace tiempo, ¿no? ¿Desde cuándo os conocéis?
—Esperaba a que creciera. — dijo entre dientes—A mí no me trata como a una puta.
Esa frase la enfureció— Que más quisieras guapa, que acabar en su cama. Ahora apártate de mi camino, antes de que te enseñe modales.
Lorena sonrió y miró a sus amigas— Cree que esto va a acabar así.
—¿Y cómo va a acabar?
—Pues. — dio un paso hacia ella, pero Paula no se dejó intimidar —Vas a volver al agujero del que has salido, antes de que me cabrees y llame a la policía de Nueva York.
Esas palabras hicieron palidecer a Paula— ¿Pedro no habló contigo?
—¿Crees que me he creído una palabra? El tío de Jessi… —señaló con la cabeza a la chica morena— es el sheriff y ella vio tu foto. Estás buscada por asesinato. Por eso te oculta, pero voy a hacer que entre en razón.
Esa tía estaba loca. Loca por él y haría lo que hiciera falta para recuperarlo. Menuda bruja — Yo no he hecho nada.
—¿Crees que me importa? —furiosa la miró con sus ojos azules— ¡Es mío! ¡Y será mi marido!
Esa frase puso a Paula de los nervios. No sólo creía que podía hacer lo que le diera la gana, sino creía que podía quedarse con lo que era suyo —Apártate de mi camino antes de que te vuelva la cara del revés.
—Mira, zorrita de tetas grandes. Puede que seas muy buena en la cama, pero como no te vayas esta noche, lo vas a pasar muy mal.
Esa fue la gota que colmó el vaso y Paula la abofeteó. Lorena la miró sorprendida llevándose una mano a la mejilla, pero antes de darse cuenta se había tirado sobre Paula cogiéndola por el cabello— ¡Serás puta! ¡A mí nadie me pega!
—Pues iba siendo hora. — dijo antes de agarrar su recogido rubio y tirar de ella hacia atrás. Lorena no la soltaba y fueron de un lado a otro gritando y pegándose. Cuando intentó morderla, Paula la empujó y salió por la puerta del baño, cuando sus amigas se apartaron de golpe. Furiosa salió tras ella, para ver que había acabado sobre una de las mesas, pero Lorena se recuperó enseguida y furiosa y despeinada, gritó tirándose sobre su estómago, provocando que su espalda chocara con la pared. Paula sin aliento la cogió por el cabello y le dio un puñetazo. —¡Déjame en paz! — gritó sin darse cuenta que la música se había detenido, mientras varios se levantaban de las mesas apartándose.
—¡Más quisieras, zorra! — Lorena volvió a la carga y tirándose sobre ella, cayeron sobre una de las mesas, volcándola al suelo.
—¡Paula! — gritó Pedro acercándose apartando a la gente.
Furiosa se sentó a horcajadas sobre Lorena que estaba atontada y la agarró por el pelo —Es mío, ¿me oyes? ¡Como vuelvas a amenazarme, te mato!
—¡Está loca! — gritó Lorena empezando a llorar— ¡Quitármela de encima!
Ahora se hacía la víctima y le dio tanta rabia que le arreó un tortazo— ¡Basta! — gritó Pedro cogiéndola por la cintura y levantándola del suelo — ¿Qué estás haciendo?
Lorena pataleó hacia atrás llorando y miró a Pedro —¡Ha amenazado con matarme!
—Algo habrás hecho tú. — dijo el sheriff mirándola con los ojos entrecerrados.
—¡Quiero denunciarla!
—Lorena, no te pases. — Pedro cogió de la mano a Paula y tiró de ella.
—¿Qué no me pase? Es peligrosa. ¡Seguro que tiene antecedentes!
—La ha amenazado y se ha tirado sobre Lorena. —dijo una de sus amigas sonriendo satisfecha. Entonces se dio cuenta que había caído en la trampa —Yo declararé.
El sheriff apretó los labios mirando a Pedro que abrió los ojos como platos— ¡Vamos, eran tres contra una!
—Tengo que llevarla a la oficina para la denuncia.
Pedro se acercó al sheriff—Sabes lo que pasará si…
—No puedo dejar que se transgreda la ley, Pedro. Si ha sobrepasado la línea, debo denunciarla.
Pedro apretó los labios fulminando con la mirada a Lorena y después miró a Paula —Vamos, nena.
—¿Me va a denunciar?
—Claro que sí. — dijo Lorena satisfecha.
—Entonces esto de propina. — dijo pegándole un puñetazo, que la dejó inconsciente cayendo sobre una de sus amigas.
—Ahora sí que tengo que detenerte. — dijo el sheriff apesadumbrado sacando las esposas.
Pedro furioso pasó su mano por su pelo negro— No hace falta esposarla. Vamos voluntariamente.
—Si la detengo, tengo que ponérselas.
Asustada miró a Pedro mientras el sheriff le daba la vuelta y le cogió las muñecas— No te preocupes, nena. Voy contigo.
Fue humillante pasar esposada entre toda aquella gente que no la conocía, mientras chismorreaban mirándola como si fuera una delincuente. Todo por esa zorra retorcida.
Esperaba que le hubiera roto la nariz.
Pedro se sentó en la parte de atrás con ella y la cogió por la barbilla—¿Estás bien?
—Sí.
—Te ha tirado sobre la mesa.
—Estoy bien. — dijo asustada— ¿Qué va a pasar ahora?
—Hablaré con el juez.
—Le diremos que te deje bajo custodia en el rancho de Pedro. — dijo el sheriff arrancando el coche —Arresto domiciliario.
—¿Puede hacer eso?
—Hablaré con él. — dijo Pedro acariciando la mejilla, que se le empezaba a sonrojar de los golpes— Menuda pelea.
—Dijo que iba a llamar a la policía de Nueva York porque era una asesina. Me provocó llamándome puta y zorra. — sus ojos se llenaron de lágrimas— Dijo que solo te divertías conmigo en la cama.
—Esa niña…— dijo el sheriff enfadado.
—¡No es una niña! ¡La tratáis como si lo fuera y es una consentida!
—Nena. Olvídate de ella. No hará nada.
—¿Y sus amigas? — nerviosa le miró a los ojos— No es seguro. Ya no estamos seguros de nada.
—Todo va a ir bien.
—¡Deja de decir eso! —gritó de los nervios sin darse cuenta que estaba llorando— ¡Llevo tres años huyendo! ¡Tú no sabes lo que es!
Pedro le acarició el cabello —Ya hablaremos en casa. — le dijo en voz baja antes de besar sus labios suavemente.
lunes, 28 de marzo de 2016
REFUGIO: CAPITULO 11
Estaban en la cama después de hacer el amor y él le acariciaba el brazo, mientras pensaba que Pedro estaba convencido que ella no podía adaptarse a esa vida. No es que ella quisiera adaptarse, pues pensaba volver a Nueva York... Mentirosa, dijo para sí. Era su hogar después de tres años e iba a echarlo de menos y cada día que pasaba se sentía más a gusto allí. Más a gusto con Pedro. Pensar en dejarle, le formó un nudo en la boca del estómago— ¿Qué piensas? — preguntó él al notar que se tensaba.
—En que sólo llevo dos días aquí y parece que ha pasado un siglo. —levantó la vista y le miró a los ojos — ¿Es un error que nos hayamos acostado?
Él frunció el ceño— ¿Por qué lo dices?
—Me voy a ir…
Pedro se tensó sentándose en la cama y ella le miró sentándose también— ¿Ya estás pensando otra vez en irte cuando acabas de llegar?
—No es eso, es que…— asombrada vio que se levantaba —¿Qué haces?
—Creo que voy a dormir en mi habitación.
—¿Por qué?
—Está claro que no quieres sentirte atada a mí. —Paula se sonrojó viéndolo subirse los pantalones — ¿Me equivoco?
—Cuando me vaya… —le vio ir hacia la puerta— ¿no me escuchas?
—Has dicho cuando te vayas, en lugar de decir si me voy. — cogió el pomo de la puerta— Esa frase ya lo dice todo. —la miró fijamente— Está claro que sólo estás acostándote conmigo para tener sexo. Así que cuando quieras un polvo, avísame. —salió de la habitación dejándola con la boca abierta.
—¿Pero qué mosca le ha picado?
Se pasó horas pensando en lo que había pasado y le quedó muy claro que Pedro pensaba que lo estaba utilizando para tener sexo. Pero él también hacía lo mismo, ¿o no?
Dándole vueltas al tema al fin se quedó dormida, pero escuchó el gallo que la sobresaltó sentándola en la cama— Mierda. — susurró pasándose la mano por la frente intentando despejarse.
Se levantó y se puso el camisón para salir de la habitación.
Estaba saliendo del baño, cuando se encontró con el abuelo— Buenos días.
—No sé qué ha pasado, niña. Pero has metido la pata. — dijo cerrando la puerta del baño, dejándola con la boca abierta.
Cuando se vistió con unos pantalones cortos y una camiseta vieja, hizo el desayuno, pero cuando Armando y el abuelo estuvieron sentados miró hacia el pasillo—¿Y Pedro?
—Se ha ido a la ciudad. Tenía cosas que hacer.
Hizo una mueca entristeciéndose. No debía haber abierto la boca y enfrentarse a las consecuencias cuando llegara el momento de irse. Estaba claro que como había dicho el abuelo, había metido la pata.
Después de dar de comer al perro, que se había despertado, salió de la casa para continuar con la pintura. El abuelo la acompañaba, mientras Armando se había quedado trabajando en el pajar.
Cuando estuvo pintada la parte delantera de la casa, sonrió mirando el resultado. La verdad es que el porche pedía que se le diera una mano, así que se puso a ello para asombro del abuelo— ¿Qué haces, niña?
—Sino quedará feo. Todo de blanco quedará mejor.
—Esto es un rancho, no una casa de veraneo.
—Lo sé. Pero quedará muy bien.
—¡Habrá que retocarlo todos los años!
Le miró atónita— ¡Como si fueras a hacerlo tú, viejo gruñón!
El abuelo entrecerró los ojos— Por lo que tengo entendido tú tampoco.
Esa frase la sonrojó y se detuvo con la brocha sobre la barandilla. Suspiró bajándola. Tenía razón. —Perdona, tienes razón.
El abuelo se sentó en su mecedora mirándola fijamente— Estás hecha un lío, ¿verdad?
Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero las reprimió asintiendo— No te agobies. Tienes muchas cosas en la cabeza. ¿Por qué no te diviertes para variar? Seguro que has pasado estos últimos años preocupándote por vigilar tu espalda. Ahora no tienes que hacerlo. Estamos nosotros.
—¿Qué me divierta? — preguntó pasando una mano por su nariz pintándola de blanco.
—Eres joven. Diviértete. Disfruta un poco de la vida. —el abuelo frunció el ceño mirando el brochazo que le había dado a la barandilla— Y ahora acaba eso. No puedes dejarlo así.
Sonrió y siguió pintando la barandilla. Estaba terminando el lado izquierdo, cuando escuchó un coche acercarse a toda prisa. Pedro se detuvo levantando polvo por el frenazo y se bajó mirándola con el ceño fruncido dando un portazo— ¿Pasa algo?
—Sí. — siseó acercándose a ella y cogiéndola en brazos haciéndola gritar, soltando la brocha sobre el suelo de madera.
— Ahora tendré que pintar el suelo.
—Pues lo pintas. — dijo antes de besarla robándole el aliento.
El abuelo soltó una risita y dijo— Voy a ver lo que hace mi hijo.
Pedro la metió en casa y mirándola a los ojos la llevó hasta su habitación — ¿Qué tal si no hablamos del futuro? — dijo él con voz grave.
—¿Has hablado con el abuelo?
Pedro la miró confundido— ¿Qué?
—Nada. — le besó abrazando su cuello y Pedro gimió antes de tirarla sobre la cama para hacerle el amor sin preocuparse de quien los oyeran.
REFUGIO: CAPITULO 10
Realmente tenían poco que rascar, porque la casa casi no tenía pintura. Lo más complicado fueron las ventanas, pero la pintura casi se caía sola. Realmente necesitaba la pintura y la estaba pidiendo a gritos.
A la hora del almuerzo ya estaban preparados para pintar, pero le dijo al abuelo que después de la comida descansara porque hacía mucho calor. El hombre sonrió tumbándose en el sofá donde la almohada le estaba esperando y mientras tanto ella empezó a pintar la casa. Los perros no estaban por allí y eso era un alivio, porque con lo grandes que eran, no sabía si podía ordenarles que se largaran.
Estaba pintando el borde de la puerta principal subida a una escalera, cuando le pareció oír algo. Miró hacia atrás con la brocha en la mano, pero estaba desierto. Miró hacia el establo por si un coyote estaba por allí, pero no escuchó nada. Tanto silencio la estaba afectando. Siguió pintando y sonrió al abuelo cuando apareció al otro lado de la puerta.
—Entra en casa, niña. — dijo muy serio.
Al ver su cara, bajó lentamente la escalera y él abrió la puerta para que entrara en la casa— ¿Qué ocurre, abuelo?
—No sé.
Se puso nerviosa al ver que tenía la escopeta en la mano —He escuchado un gruñido.
Menudo oído que tenía el viejo. Ella con la brocha todavía en la mano miró por la ventana semiocultándose. —Llama a Pedro.
—¿Cómo?
—Por la radio que está encima de la chimenea. Dile que quiero que venga.
A toda prisa se acercó a lo que parecía un walki y pulso el botón— ¿Pedro? — soltó el botón, pero no escuchó nada— ¿Pedro? —el abuelo levantó la escopeta sin dejar de mirar al exterior —Pedro ¿estás ahí?
Entonces lo oyeron. Uno de los perros chilló y a Paula se le pusieron los pelos de punta— ¿Pedro?
—¿Paula? —respondió casi haciéndola desmayarse del alivio.
—El abuelo quiere que vuelvas. — dijo muy nerviosa— Ha oído algo y uno de los perros…
—¡En cinco minutos estoy ahí!
Nerviosa se acercó al abuelo con la radio en la mano —¿Abuelo?
—Tranquila. Es un animal.
—¿Cómo lo sabes?
—Si fuera un enemigo, te habría disparado cuando estabas en el porche. — dijo igual de concentrado. Entonces vieron un movimiento detrás de un seto y Paula jadeó al ver que uno de los perros se acercaba cojeando. Su pierna trasera estaba llena de sangre y Paula iba a salir cuando el abuelo la cogió por el brazo— No salgas hasta que llegue Pedro.
El pobre animal llegó hasta el porche y se tumbó en el suelo gimiendo de dolor y respirando agitadamente. Paula sintió mucha pena por él. Estaba sufriendo.
—Voy a salir. — el abuelo apretó los labios y asintió. Paula salió y dejó la brocha y la radio antes de acercarse al perro— ¿Qué te ha pasado, bonito?
—Ten cuidado. — dijo el abuelo con la escopeta levantada —Puede sentirse amenazado.
Ella al ver tanta sangre, entró en la casa a toda prisa y cogió una toalla vieja. Cuando se estaba agachando al lado del perro, llegaron varios hombres a caballo e iban armados. Dos se detuvieron alejados de la casa mirando el suelo, mientras que Pedro y Armando se acercaban a toda prisa— ¿Qué ha pasado? — preguntó Pedro con una escopeta en la mano.
—Hay que llevarlo a un veterinario. — dijo muy nerviosa. El perro gimió y ella acarició su cuello calmándolo, antes de colocar la toalla sobre su herida. El pobre perrito lamió su mano y los ojos de Paula se llenaron de lágrimas— ¡Hay que llevarlo al veterinario!
—Cálmate, nena. — Pedro estaba a su lado y la cogió por los brazos apartándola — Déjame ver.
Muy nerviosa le vio apartar la toalla y apretó los labios. Tenía tres heridas en diagonal al principio de la pata —No se puede hacer nada. — dijo él levantándose.
—No digas eso. ¡No eres veterinario!
—Quedará cojo toda la vida, nena. —dijo mirándolo —Eso si sobrevive.
—Pero tenemos intentarlo.
La angustia de su voz le hizo asentir y miró a su abuelo— Voy a por la ranchera.
—Perderás el tiempo.
Sin responder, bajó corriendo del porche y Armando preguntó—¿Qué ha pasado?
—Escuché un gruñido y no oí a los perros, así que me levanté de la siesta. —explicó el abuelo— Sabía que pasaba algo.
Armando miró al perro y los que estaban alejados llegaron a toda prisa —Hay huellas de lobos.
—¿Lobos? Nunca se acercan a la planicie. Se quedan en las montañas. — dijo señalando con la cabeza las montañas de detrás de la casa.
—Pues no es sólo uno. Es una manada.
—¿Estás seguro de que no son coyotes? Los hemos visto estas noches atrás.
—No, son lobos. — dijo un hombre que parecía indio —Jefe, el macho es enorme. Los coyotes deben estar rapiñando sus presas y se acercarían para comprobar si había alguna.
—¿Está diciendo que una manada de lobos nos acechan?
— preguntó ella sorprendida.
—Empezarán atacando a las reses. —Armando se tensó mirando a su alrededor.
—Lo que no entiendo es que hacen por aquí, en lugar de cerca de las manadas.
—Debemos hacer una batida. — dijo el indio mirándola fijamente —Si el otro perro no ha aparecido…
Armando la miró de reojo— Ya.
Paula al entender lo que querían decir, se llevó una mano al pecho —Madre mía.
—Tranquila Paula, los atraparemos.
—Bill, vete con los hombres a rastrear y que los otros mantengan los ojos de abiertos para proteger las reses. Sobretodo los toros— dijo Armando viendo como Pedro se acercaba con la camioneta, deteniéndose ante la casa. Armando se acercó al perro y lo cogió en brazos, bajando los escalones mientras uno de los hombres abría la portezuela. Paula iba a bajar los escalones, pero Pedro la miró —No, nena. Te quedas en casa.
—Pero quiero ir.
—No. — la miró a los ojos— Es mejor que te quedes. Si se puede salvar, te prometo que harán lo que haga falta.
Paula apretó los labios retorciéndose las manos y asintió —Volveré cuanto antes. — le dijo a su padre.
—No te preocupes. Me quedaré en casa.
Aceleró saliendo a toda prisa y Armando pasó su brazo por los hombros de Paula— Entra en casa, pequeña. Hoy no se pinta más.
Ella fue hacia la casa, pero al ver la sangre se agachó y cogió la toalla —Ya lo limpiaré yo, Paula. —dijo Armando tras ella.
—No. — dijo reteniendo las lágrimas— Es mi trabajo.
Para no alterarla más, la dejaron hacer y cuando terminó de limpiar la sangre, volvió a coger la brocha y se puso a pintar.
Ni Armando, ni el abuelo le dijeron nada de quedarse fuera.
Simplemente dejaron las armas apoyadas en la barandilla del porche y cogieron unas brochas para ayudarla. El abuelo ni comentó nada de la cena, cuando vio que se acercaba la hora. Paula nerviosa miraba el camino, esperando a que Pedro volviera, cuando se dio cuenta de la hora. Entró en la casa mientras los hombres seguían pintando. Después de freír carne con patatas, les llamó para la cena. El abuelo sonrió y ella puso los ojos en blanco por su colesterol.
Estaban acabando cuando escucharon la furgoneta acercarse y Paula dejó caer el tenedor para salir corriendo al porche. Pedro sonrió bajando del vehículo— Se pondrá bien, nena.
— ¿De verdad? — bajó del porche a toda prisa y fue hasta la camioneta.
—El veterinario ha tenido que operarle, porque también tenía la pata rota. No sabe si se quedara algo cojo, pero sobrevivirá.
Ella miró la caja y vio al perro que parecía dormido, con toda la pata vendada y un cono en el cuello — ¿Cómo se llama?
Pedro rió—Nena, casi lloras por él y no sabes su nombre. Es Lucas.
—¿Lucas? — le vio cogerlo con cuidado y lo subió al porche. Iba a dejarlo allí cuando ella protestó— Ni hablar. ¡Métele dentro!
—Pero…
—¡Métele dentro, Pedro!
—Menudo sargento. — dijo el abuelo divertido — ¡Mi postre!
Ella abrió la puerta para que pasara y corrió para coger una manta vieja, dejándola sobre el suelo en la cocina. Cuando acostó al perro, Paula sonrió acariciando el cuello del animal.
Levantó la vista Pedro y movió la cabeza de un lado a otro —¿No me merezco un beso?
—¡Es tu perro!
—Pero he sido muy rápido.
Ella se levantó y le abrazó el cuello —Vale, te mereces uno.
—Ya empezamos. — dijo el abuelo aburrido.
Paula sonrió y besó suavemente a Pedro, antes de separarse para coger la tarta de la nevera, que estaba intacta de la noche anterior. Se acercó al abuelo con los platos y dijo—Serviros vosotros mientras hago la cena de Pedro.
—Habéis pintado mucho. — dijo él cogiendo una cerveza y tirando la chapa a la basura.
—¿Ah, sí?
—En dos días terminaras de pintar, ¿y después que harás?
—Aprender a disparar.
Todos se quedaron en silencio y ella levantó la vista de la sartén— Me enseñareis, ¿no?
—No necesitas aprender. — dijo Pedro perdiendo la sonrisa —Somos capaces de protegerte.
—¿Sabes? Es que me he dado cuenta de que en este sitio puede que esté protegida de los Falconi, pero hay otros peligros con los que no había contado. — dijo irónica tensándolo más — Coyotes y lobos. ¡El otro día estaba tendiendo y había coyotes vigilándome, Pedro!
—Esto no es algo habitual.
—¡Ayer dijiste que sí!
—Lo dije para que te tranquilizaras por los Falconi.
—¡Pues menudo alivio!
Él suspiró pasándose una mano por la frente— Vale, ¿quieres aprender? Te enseñaremos.
Sonrió y le sirvió la cena. —Voy a ducharme. — dijo Armando levantándose sonriendo.
El abuelo se sirvió otro trozo de tarta y ella le miró divertida— ¿Dónde lo metes?
—Trabajo mucho.
—Ya.
—No has ido por el caballo. — dijo el abuelo a Pedro, que juró por lo bajo cortando el filete.
—Les llamaré por la mañana. Gracias por recordármelo.
—De nada.
Se iba a servir otro trozo y asombrada le apartó el plato — ¡Abuelo!
—Era por si colaba. ¿Mañana la harás de frambuesa?
—No las tengo frescas, abuelo. ¿Tarta de queso?
—Te adoro. — dijo levantándose.
El perro gimió y ella se volvió en su silla— Pobrecito.
—Cielo. — miró a Pedro, que le cogió la mano por encima de la mesa— Sé que eres de ciudad y todo eso, pero en el campo ocurren cosas así.
—¿Me estás diciendo que me tengo que endurecer?
—Sí, cielo.
—Pues empezando a disparar me endureceré.
La miró como si no tuviera nada que ver— No me gustaría que te pegaras un tiro. Además, no vas a salir a tender la ropa con la pistola— dijo divertido.
—Muy gracioso.
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