lunes, 28 de marzo de 2016
REFUGIO: CAPITULO 10
Realmente tenían poco que rascar, porque la casa casi no tenía pintura. Lo más complicado fueron las ventanas, pero la pintura casi se caía sola. Realmente necesitaba la pintura y la estaba pidiendo a gritos.
A la hora del almuerzo ya estaban preparados para pintar, pero le dijo al abuelo que después de la comida descansara porque hacía mucho calor. El hombre sonrió tumbándose en el sofá donde la almohada le estaba esperando y mientras tanto ella empezó a pintar la casa. Los perros no estaban por allí y eso era un alivio, porque con lo grandes que eran, no sabía si podía ordenarles que se largaran.
Estaba pintando el borde de la puerta principal subida a una escalera, cuando le pareció oír algo. Miró hacia atrás con la brocha en la mano, pero estaba desierto. Miró hacia el establo por si un coyote estaba por allí, pero no escuchó nada. Tanto silencio la estaba afectando. Siguió pintando y sonrió al abuelo cuando apareció al otro lado de la puerta.
—Entra en casa, niña. — dijo muy serio.
Al ver su cara, bajó lentamente la escalera y él abrió la puerta para que entrara en la casa— ¿Qué ocurre, abuelo?
—No sé.
Se puso nerviosa al ver que tenía la escopeta en la mano —He escuchado un gruñido.
Menudo oído que tenía el viejo. Ella con la brocha todavía en la mano miró por la ventana semiocultándose. —Llama a Pedro.
—¿Cómo?
—Por la radio que está encima de la chimenea. Dile que quiero que venga.
A toda prisa se acercó a lo que parecía un walki y pulso el botón— ¿Pedro? — soltó el botón, pero no escuchó nada— ¿Pedro? —el abuelo levantó la escopeta sin dejar de mirar al exterior —Pedro ¿estás ahí?
Entonces lo oyeron. Uno de los perros chilló y a Paula se le pusieron los pelos de punta— ¿Pedro?
—¿Paula? —respondió casi haciéndola desmayarse del alivio.
—El abuelo quiere que vuelvas. — dijo muy nerviosa— Ha oído algo y uno de los perros…
—¡En cinco minutos estoy ahí!
Nerviosa se acercó al abuelo con la radio en la mano —¿Abuelo?
—Tranquila. Es un animal.
—¿Cómo lo sabes?
—Si fuera un enemigo, te habría disparado cuando estabas en el porche. — dijo igual de concentrado. Entonces vieron un movimiento detrás de un seto y Paula jadeó al ver que uno de los perros se acercaba cojeando. Su pierna trasera estaba llena de sangre y Paula iba a salir cuando el abuelo la cogió por el brazo— No salgas hasta que llegue Pedro.
El pobre animal llegó hasta el porche y se tumbó en el suelo gimiendo de dolor y respirando agitadamente. Paula sintió mucha pena por él. Estaba sufriendo.
—Voy a salir. — el abuelo apretó los labios y asintió. Paula salió y dejó la brocha y la radio antes de acercarse al perro— ¿Qué te ha pasado, bonito?
—Ten cuidado. — dijo el abuelo con la escopeta levantada —Puede sentirse amenazado.
Ella al ver tanta sangre, entró en la casa a toda prisa y cogió una toalla vieja. Cuando se estaba agachando al lado del perro, llegaron varios hombres a caballo e iban armados. Dos se detuvieron alejados de la casa mirando el suelo, mientras que Pedro y Armando se acercaban a toda prisa— ¿Qué ha pasado? — preguntó Pedro con una escopeta en la mano.
—Hay que llevarlo a un veterinario. — dijo muy nerviosa. El perro gimió y ella acarició su cuello calmándolo, antes de colocar la toalla sobre su herida. El pobre perrito lamió su mano y los ojos de Paula se llenaron de lágrimas— ¡Hay que llevarlo al veterinario!
—Cálmate, nena. — Pedro estaba a su lado y la cogió por los brazos apartándola — Déjame ver.
Muy nerviosa le vio apartar la toalla y apretó los labios. Tenía tres heridas en diagonal al principio de la pata —No se puede hacer nada. — dijo él levantándose.
—No digas eso. ¡No eres veterinario!
—Quedará cojo toda la vida, nena. —dijo mirándolo —Eso si sobrevive.
—Pero tenemos intentarlo.
La angustia de su voz le hizo asentir y miró a su abuelo— Voy a por la ranchera.
—Perderás el tiempo.
Sin responder, bajó corriendo del porche y Armando preguntó—¿Qué ha pasado?
—Escuché un gruñido y no oí a los perros, así que me levanté de la siesta. —explicó el abuelo— Sabía que pasaba algo.
Armando miró al perro y los que estaban alejados llegaron a toda prisa —Hay huellas de lobos.
—¿Lobos? Nunca se acercan a la planicie. Se quedan en las montañas. — dijo señalando con la cabeza las montañas de detrás de la casa.
—Pues no es sólo uno. Es una manada.
—¿Estás seguro de que no son coyotes? Los hemos visto estas noches atrás.
—No, son lobos. — dijo un hombre que parecía indio —Jefe, el macho es enorme. Los coyotes deben estar rapiñando sus presas y se acercarían para comprobar si había alguna.
—¿Está diciendo que una manada de lobos nos acechan?
— preguntó ella sorprendida.
—Empezarán atacando a las reses. —Armando se tensó mirando a su alrededor.
—Lo que no entiendo es que hacen por aquí, en lugar de cerca de las manadas.
—Debemos hacer una batida. — dijo el indio mirándola fijamente —Si el otro perro no ha aparecido…
Armando la miró de reojo— Ya.
Paula al entender lo que querían decir, se llevó una mano al pecho —Madre mía.
—Tranquila Paula, los atraparemos.
—Bill, vete con los hombres a rastrear y que los otros mantengan los ojos de abiertos para proteger las reses. Sobretodo los toros— dijo Armando viendo como Pedro se acercaba con la camioneta, deteniéndose ante la casa. Armando se acercó al perro y lo cogió en brazos, bajando los escalones mientras uno de los hombres abría la portezuela. Paula iba a bajar los escalones, pero Pedro la miró —No, nena. Te quedas en casa.
—Pero quiero ir.
—No. — la miró a los ojos— Es mejor que te quedes. Si se puede salvar, te prometo que harán lo que haga falta.
Paula apretó los labios retorciéndose las manos y asintió —Volveré cuanto antes. — le dijo a su padre.
—No te preocupes. Me quedaré en casa.
Aceleró saliendo a toda prisa y Armando pasó su brazo por los hombros de Paula— Entra en casa, pequeña. Hoy no se pinta más.
Ella fue hacia la casa, pero al ver la sangre se agachó y cogió la toalla —Ya lo limpiaré yo, Paula. —dijo Armando tras ella.
—No. — dijo reteniendo las lágrimas— Es mi trabajo.
Para no alterarla más, la dejaron hacer y cuando terminó de limpiar la sangre, volvió a coger la brocha y se puso a pintar.
Ni Armando, ni el abuelo le dijeron nada de quedarse fuera.
Simplemente dejaron las armas apoyadas en la barandilla del porche y cogieron unas brochas para ayudarla. El abuelo ni comentó nada de la cena, cuando vio que se acercaba la hora. Paula nerviosa miraba el camino, esperando a que Pedro volviera, cuando se dio cuenta de la hora. Entró en la casa mientras los hombres seguían pintando. Después de freír carne con patatas, les llamó para la cena. El abuelo sonrió y ella puso los ojos en blanco por su colesterol.
Estaban acabando cuando escucharon la furgoneta acercarse y Paula dejó caer el tenedor para salir corriendo al porche. Pedro sonrió bajando del vehículo— Se pondrá bien, nena.
— ¿De verdad? — bajó del porche a toda prisa y fue hasta la camioneta.
—El veterinario ha tenido que operarle, porque también tenía la pata rota. No sabe si se quedara algo cojo, pero sobrevivirá.
Ella miró la caja y vio al perro que parecía dormido, con toda la pata vendada y un cono en el cuello — ¿Cómo se llama?
Pedro rió—Nena, casi lloras por él y no sabes su nombre. Es Lucas.
—¿Lucas? — le vio cogerlo con cuidado y lo subió al porche. Iba a dejarlo allí cuando ella protestó— Ni hablar. ¡Métele dentro!
—Pero…
—¡Métele dentro, Pedro!
—Menudo sargento. — dijo el abuelo divertido — ¡Mi postre!
Ella abrió la puerta para que pasara y corrió para coger una manta vieja, dejándola sobre el suelo en la cocina. Cuando acostó al perro, Paula sonrió acariciando el cuello del animal.
Levantó la vista Pedro y movió la cabeza de un lado a otro —¿No me merezco un beso?
—¡Es tu perro!
—Pero he sido muy rápido.
Ella se levantó y le abrazó el cuello —Vale, te mereces uno.
—Ya empezamos. — dijo el abuelo aburrido.
Paula sonrió y besó suavemente a Pedro, antes de separarse para coger la tarta de la nevera, que estaba intacta de la noche anterior. Se acercó al abuelo con los platos y dijo—Serviros vosotros mientras hago la cena de Pedro.
—Habéis pintado mucho. — dijo él cogiendo una cerveza y tirando la chapa a la basura.
—¿Ah, sí?
—En dos días terminaras de pintar, ¿y después que harás?
—Aprender a disparar.
Todos se quedaron en silencio y ella levantó la vista de la sartén— Me enseñareis, ¿no?
—No necesitas aprender. — dijo Pedro perdiendo la sonrisa —Somos capaces de protegerte.
—¿Sabes? Es que me he dado cuenta de que en este sitio puede que esté protegida de los Falconi, pero hay otros peligros con los que no había contado. — dijo irónica tensándolo más — Coyotes y lobos. ¡El otro día estaba tendiendo y había coyotes vigilándome, Pedro!
—Esto no es algo habitual.
—¡Ayer dijiste que sí!
—Lo dije para que te tranquilizaras por los Falconi.
—¡Pues menudo alivio!
Él suspiró pasándose una mano por la frente— Vale, ¿quieres aprender? Te enseñaremos.
Sonrió y le sirvió la cena. —Voy a ducharme. — dijo Armando levantándose sonriendo.
El abuelo se sirvió otro trozo de tarta y ella le miró divertida— ¿Dónde lo metes?
—Trabajo mucho.
—Ya.
—No has ido por el caballo. — dijo el abuelo a Pedro, que juró por lo bajo cortando el filete.
—Les llamaré por la mañana. Gracias por recordármelo.
—De nada.
Se iba a servir otro trozo y asombrada le apartó el plato — ¡Abuelo!
—Era por si colaba. ¿Mañana la harás de frambuesa?
—No las tengo frescas, abuelo. ¿Tarta de queso?
—Te adoro. — dijo levantándose.
El perro gimió y ella se volvió en su silla— Pobrecito.
—Cielo. — miró a Pedro, que le cogió la mano por encima de la mesa— Sé que eres de ciudad y todo eso, pero en el campo ocurren cosas así.
—¿Me estás diciendo que me tengo que endurecer?
—Sí, cielo.
—Pues empezando a disparar me endureceré.
La miró como si no tuviera nada que ver— No me gustaría que te pegaras un tiro. Además, no vas a salir a tender la ropa con la pistola— dijo divertido.
—Muy gracioso.
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