sábado, 19 de marzo de 2016

¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 26





—Bueno, si esto no supera a todo, no sé qué lo hará.


Pedro sonrió ante el asombro en el tono de Claudio Chaves. 


Observó a Paula, pero ella estaba absorta en una de las piezas de la campaña publicitaria y no miraba a ninguno de los dos hombres. Algo no estaba bien. La noche anterior hubiera jurado que habían pasado una noche agradable. 


Paula había parecido tanto sorprendida como encantada cuando se habían detenido en el spa de primera categoría.


Habían disfrutado del sauna y de unos masajes antes de vestirse para una noche en la ciudad. Hasta donde le había parecido a él, a Paula le había gustado tanto el concierto como la cena, además del baile posterior.


Había una ligereza en sus pasos cuando bailaban y una comodidad espontánea mientras conversaban durante la cena. Paula había parecido tan reacia a que la noche terminara como él; hasta había parecido dudar sobre el acuerdo previo de que Pedro dormiría en el sofá otra vez. Sin embargo, durante el desayuno, ella había parecido distante y, desde que habían llegado a la capilla para revisar la campaña publicitaria, era como si estuviese a millones de kilómetros de distancia en lugar de estar de vuelta en casa. 


¿Qué podía haber sucedido?


—Tengo que reconocerlo, hijos, han pensado en todo. Es una pena que no la usemos después de todo el esfuerzo que le pusieron.


Pedro levantó la cabeza de golpe y observó a Claudio. Luego miró a Paula y notó que ella había tenido la misma reacción.


—¿Por qué no? Pensé que había dicho que lo aprobaba.


—Oh, claro que sí. Créelo, jovencito. Estoy impresionado, y a este viejo corazón le hace bien pensar en cuánto ayudará a atraer la atención a las bodas en Las Vegas. Sugiero que se lo lleven a Muriel. Ayudará a la capilla Flamenco más de lo que ella podría hacer por su cuenta. Pero yo dejo el negocio.


Paula dejó caer el lápiz, se sentó y se quedó observando a su abuelo. Era evidente que para ella también era una novedad.


Pedro se sentó y estudió al hombre.


—¿Cuándo tomó esta decisión, Claudio?


—Anoche..


—Abuelo, ¿de qué estás hablando? —Los ojos de Paula estaban llenos de preocupación—. Nunca quisiste siquiera hablar de jubilarte. ¿Qué sucedió?


—Recibí otra oferta para comprar mi propiedad.


—¿Otra vez? Pero los rechazaste al menos una docena de veces en los últimos dos años.


Pedro interrumpió.


—¿Qué empresa es y a qué se dedica?.


—Estacionamientos —explicó Claudio


Pedro miró a Paula.


—¿Qué opinas de esto?


—Creo que es absurdo. —La voz de Paula estaba llena de emoción—. Abuelo, tú amas Corazones Esperanzados; siempre dijiste que la capilla era tu vida.


Claudio cubrió una mano de Paula con la suya.


—Sí, lo era. Aquí pasé grandes momentos de felicidad. Me encantó vivir en el corazón de Las Vegas. Adoré oficiar bodas; fue un honor unir corazones esperanzados.


—Entonces, ¿por qué dejarlo? —quiso saber Paula.


Claudio estiró la mano y pellizcó afectuosamente la mejilla de Paula.


—Porque lo que amaba por sobre todo era mi vida con mi encantadora Olivia y mi vida contigo. Ustedes dos le dieron a este viejo más felicidad y amor y risas de lo que podría contarte o por lo que podría agradecerte.


Varias lágrimas rodaron por las mejillas de Paula. Pedro ansiaba acercarse y acunarla en sus brazos, pero esa era una conversación que necesitaba tener, un momento que necesitaba experimentar. Solo podía esperar que le permitiera consolarla más tarde.


Paula se limpió las lágrimas.


—Pero ¿por qué ahora?


Claudio se encogió de hombros.


—¿Por qué no ahora? Antes no estaba listo, pero ahora que ustedes se casan, bueno, Arizona comenzó a sonar bien. Tendré suficiente para pagar todas las deudas, darte tu parte de la venta y quedarme con algo para vivir. ¿Quién iba a saber lo valiosas que podrían ser las tierras en el Strip?


—¿Y te decidiste así sin más? —preguntó Paula—. ¿Puedes abandonar todo lo que construiste?


—Está bien que un hombre mire su vida y decida elegir algo diferente. No tienes que verlo como un abandono. Es adonde vayas lo que importa porque puedes llevarte lo mejor y dejar el resto.


—Abuelo, lo que dices no tiene sentido. —Paula rodeó la mesa y se sentó junto a él—. No puedo creer que de verdad quieras cerrar la capilla. Esto es una locura. Sabes que no me voy a casar.


Pedro y Claudio intercambiaron miradas, algo que no se le pasó a Paula.


—Miren, aclaremos esto: no planeo casarme con Pedro. Abuelo, sabes que toda la farsa de la boda era por la abuela de Pedro y por el futuro de la fundación Alfonso. No puedes tomar una decisión tan importante basado en los juegos mentales ridículos que Margarita Alfonso quiera jugar.


—Tú misma podrías seguir ese consejo, jovencita.


Ella frunció el ceño.


—¿Qué quieres decir?


Pedro sabe.


Ella se volvió hacia él.


—¿Eso tiene sentido para ti?


Sí, tenía. Mucho sentido. Era como si las palabras de Claudio fueran una llave que abría una puerta que había estado cerrada para él durante toda su vida. Una puerta por la que siempre había querido pasar, pero nunca había logrado más que chocar con esta. Pero ya podía tomar esas palabras, el regalo más sincero que había recibido, y pasar por esa puerta e ir adonde quisiera.


Pedro se reclinó en la silla y se cruzó de brazos. Hizo lo posible por no sonreír, pero no pareció tener éxito ya que Paula se lo recriminó.


—¿Qué es tan gracioso, Pedro?


Cielos, era adorable cuando se enojaba. Resistió la tentación de estirarse para acomodarle un bucle suelto detrás de la oreja.


—No me estoy riendo.


—Estás sonriendo con satisfacción. —Ella entrecerró los ojos—. ¿Podrías decirle a mi abuelo que tú y yo no nos casaremos de verdad?


Pedro asintió.


—Le diré exactamente lo que sucederá. —Cruzó la mirada con la de Claudio y vio que sus ojos brillaban risueños—. Claudio, Paula y yo nos vamos a casar.


Pedro —Paula dio un grito ahogado—, no bromees.


—Nunca antes había hablado tan en serio sobre algo. —Esa no era la forma en que había planeado hacerlo, pero parecía ser el lugar y momento correctos. Se acercó adonde estaba sentada Paula y se arrodilló. Sacó un pequeño estuche de terciopelo negro del bolsillo, agradecido por haber decidido retirar el anillo de la joyería esa mañana en lugar de que se lo enviaran a la suite. Definitivamente no había planeado proponerle matrimonio esa mañana, pero era el momento. 


No iba a permitir que Paula se le escapase por no haber hablado a tiempo.


—¿Los dejo un momento a solas? —preguntó Claudio con una clara aprobación en su sonrisa y en sus ojos brillantes.


Pedro sacudió la cabeza.


—Quédese, por favor. —Volvió a dirigirse a Paula—. Sé que acabas de recibir una gran sorpresa, pero solo escúchame, ¿de acuerdo?


Paula asintió.


Pedro tomó su mano.


—Te quiero, Paula. Por siempre y para siempre. Cuando entré a esta capilla por primera vez, mi corazón no tenía esperanzas. Solo miraba todas las cosas malas que había en mi vida, pero haberte conocido, haberme enamorado de ti, ha cambiado todo. Es como si hubiera visto el sol por primera vez en mi vida. —Colocó el estuche en la mano de Paula y la cerró—. Quiero que estés conmigo para siempre, pero solo si es lo que tú quieres. Tu abuelo me ha dado un regalo hoy con sus palabras, y ahora yo te daré el único regalo que tengo, además de mi corazón: tiempo. Regresaré a Inglaterra.


Paula abrió más los ojos.


—¿Ahora?


Él asintió.


—No hay razón para esperar. Sé lo que quiero hacer y necesito ir a Inglaterra para hacerlo. —Se puso de pie y la ayudó a levantarse—. Claudio tomó su decisión, yo tomé la mía, y ahora tú date tiempo para tomar la tuya.


Ella comenzó a hablar, pero él le colocó un dedo sobre los labios.


—De verdad, tómate tiempo para pensar en lo que quieres, Paula. —Acercó la mano de ella hasta sus labios y la besó—. Regresaré más adelante y veré si has descubierto lo que quieres en la vida y si hay lugar para mí.


Luego, mientras tenía fuerzas para irse, Pedro se inclinó y le dio un beso suave en los labios. Sin darse vuelta para volver a mirar a Paula, estrechó la mano de Claudio y abandonó la capilla nupcial con la esperanza de haber hecho lo correcto al haberse alejado de la mujer que amaba.






¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 25





Si a Paula le preocupaba quedarse sola con Pedro en su suite, no debería haberse angustiado. En cuanto la puerta se hubo cerrado detrás del abuelo, Pedro tomó el teléfono e hizo una llamada. La conversación fue breve: “Estamos listos”.


Paula se sentó en el borde del sillón.


—¿Puedo saber qué fue todo eso?


Pedro le llenó la copa de vino y se la dio. Su mirada era inesperadamente traviesa.


—Pensé que un poco de relajación nos haría bien.


¿Relajación? “Relajado” sería la última palabra para describir a las mariposas acróbatas en el estómago de Paula. Algo había cambiado entre ellos. O al menos había cambiado en su cabeza. Ella se sentía sorprendentemente nerviosa por estar tan cerca de Pedro. Bebió un poco de vino para evitar hablar. Esa reacción no podía ser solo porque se sentía atraída hacia Pedro, ¿no? No. Claro que no. Se había sentido atraída desde el primer momento en que él había entrado a la capilla. Había algo en él que la hacía sentir cómoda en su presencia. No, era más que sentirse cómoda. 


Se sentía segura. Cuidada. Querida. Se sentía bien estar con Pedro, a pesar de la locura de esos últimos días.


Pero ¿por qué habían cambiado sus sentimientos? ¿Sería posible que su abuelo tuviera razón? ¿Se había enamorado de Pedro? La habitación comenzó a darle vueltas y cerró los ojos ante la sensación de que su mundo acababa de cambiar para siempre.


—¿Paula? —Pedro estaba a su lado con una mano sobre su hombro. Su voz tenía un tono de preocupación—. ¿Qué sucede?


Paula sacudió la cabeza.


—Estoy bien.


Pedro se arrodilló a su lado.


—No te ves bien, te ves demacrada.


—Vaya, gracias. ¿Eso es un cumplido en Inglaterra?


Él sacudió la cabeza.


—Estoy realmente preocupado por ti.


Paula estiró la mano y apoyó la palma sobre la mejilla de él.


—Estoy bien, Pedro. De verdad. Es solo que todo esto ha sido demasiado.


—¿Descubrir que no estamos casados? —preguntó con ojos llenos de preocupación—. ¿O haber tenido que lidiar con mi abuela?


—Ambas. —Sonrió para mostrarle que bromeaba—. Son todo y todos, menos tú.


Pedro tomó la mano de Paula con suavidad y le besó la muñeca.


—Te estoy pidiendo mucho cuando te pido que me ayudes a mantener a mi abuela distraída por unos días más. Lo sé.


—Quiero ayudarte.


Pedro se puso de pie y la ayudó a levantarse. Bajó sus manos hasta la cintura de ella, pero mantuvo la mirada en sus labios. Paula se acercó un poco y levantó la cabeza hacia él. Deseaba sus besos, sus caricias. Lo deseaba a él.


Un llamado discreto a la puerta interrumpió el beso.


—Maldita puerta —gruñó Pedro—. Deberíamos quitarla.


Paula rio.


—Ah, esa es una excelente manera de asegurarnos algo de privacidad. —Retrocedió un poco a regañadientes—. ¿No sería bueno que vieras quién es?


Él le tomó la mano.


—Sé quién es. Tengo algo preparado para nosotros esta noche. Vamos.


—Aguarda, Pedro, primero debo decirte algo.


Él la miró expectante.


Ella respiró profundo.


—Haré lo que sea necesario para ayudarte con tu abuela y con tu proyecto para la fundación. No dejaré que lo enfrentes solo.


La sonrisa de Pedro era sincera.


—No te merezco, Paula Chaves. Pero me alegra sobremanera haberte encontrado.


Él la había encontrado y por eso ella estaba agradecida. 


Pero, en una semana, cuando toda esa farsa terminara y él regresara a Inglaterra, Paula sabía que ella sería la que se sentiría perdida.







¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 24





—¿Boda? —La abuela de Pedro levantó una ceja arqueada—. ¿Debo ser la voz de la razón y recordarles que ya están casados?


Pedro continuó con lo que Paula había comenzado.


—No necesitamos un recordatorio, pero sí sentimos la necesidad de celebrar. —No podía adivinar qué le había sucedido a Paula para soltar esas palabras, en especial cuando había estado a punto de empacar e irse. Sin importar la causa, estaba profundamente agradecido de que no hubiera revelado que ya sabían lo que su abuela había hecho—. Llegas a tiempo para ayudar.


—¿Exactamente cuándo sucederá esta renovación de votos?


—No es una renovación de votos —intervino Paula—. Como no recordamos habernos casado, queremos hacer toda la ceremonia nupcial como si fuera la primera vez, incluido el certificado de matrimonio. El abuelo se ofreció para oficiar la boda.


Pedro le encantó que por un momento su abuela pareciera desconcertada. Pero se repuso con rapidez.


—¿Quieres que organice una reunión con uno de nuestros abogados para redactar un contrato prenupcial? —Sin aguardar respuesta, hizo un gesto despectivo con la mano—. En realidad, permíteme ocuparme. Los llamaré.


El tono de voz de Pedro fue brusco.


—Eso no es necesario, gracias.


Margarita dejó el bolso sobre la mesa auxiliar y se sentó en el borde del sofá como si estuviera posando para la tapa de la revista Life.


—Lamento disentir, Pedro. Si no tienes un contrato prenupcial como corresponde o, en este caso, un contrato posnupcial, entonces someterás a Paula a toda clase de rumores escandalosos. —Dirigió una sonrisa tensa a Paula—. No puedo imaginarme lo incómodo que sería para ti oír hablar sobre cómo enganchaste a Pedro cuando estaba pasado de copas.


—¿Pasado de copas? —Claudio frunció el ceño—. ¿Qué clase de expresión es esa?


—Una antigua —respondió Pedro rápidamente—. Errónea también. Paula no me “enganchó”, como dijiste con tan poca delicadeza. Me hizo el gran honor de aceptar ser mi esposa.


La mirada de su abuela se dirigió al diamante que estaba en la mesa de café.


—Y aun así no está usando el anillo de compromiso.


Pedro sintió que Paula se puso más tensa. La oprimió de una manera que esperaba que fuera reconfortante.


—Es necesario ajustarlo.


—Claro —aceptó Margarita—. Retiro lo dicho. ¿Esto significa que estarás demasiado preocupado con tus planes como para participar del proyecto de la fundación Alfonso que vinimos a completar? Estoy segura de que tus primos podrán asumir tus responsabilidades si tú no puedes.


Antes de que Pedro pudiera responder, Paula intervino.


—No es necesario que nadie ayude a Pedro. Ya pensó en un proyecto maravilloso. —Se dio vuelta lo suficiente para poder mirarlo. Su sonrisa era generosa y alentadora, y Pedro sintió que se enamoraba un poco más de ella—. Todo es muy emocionante, pero no creo que esté listo para revelarlo, ¿verdad, cariño?


—No, no lo estoy. —Soltó a Paula, aunque no pudo evitar rozarle la mejilla con un beso. No tenía idea de cómo hacía para mantenerse alejado de ella—. Permíteme que te acompañe afuera, abuelita.


Sin darle tiempo a protestar, Pedro tomó el bolso de su abuela y, con suavidad, la tomó del codo.


—Discúlpennos.


Pedro aguardó hasta que estuvieron en el pasillo y a medio camino de los elevadores para animarse a hablar.


—¿Y esa indirecta que lanzaste a expensas de Paula? Que sea la primera y la última vez, ¿me comprendes?


—Honestamente, Pedro, estás actuando como un adolescente enamorado en su primer viaje a la gran ciudad. Creí que serías un poco más sofisticado que esto. —Margarita oprimió la flecha descendente para llamar al elevador y luego miró a Pedro con expresión reprobadora y tono de reproche—. Paula es una mujer hermosa, y hasta podría darle crédito por su inteligencia según las decisiones que tomó estos últimos días, pero es solo una mujer.


—Ahí es donde te equivocas. —El elevador llegó, se abrió la puerta y Pedro ayudó a su abuela a subir—. Es una mujer extraordinaria y es mía. Créeme cuando te digo que haré todo lo posible por hacerla feliz. No toleraré ninguna interferencia de tu parte.


Abuela y nieto se quedaron intercambiando miradas hasta que la puerta se cerró. Era extraño que Margarita Alfonso permitiera a alguien quedarse con la última palabra. Pero tal vez, según reflexionó Pedro mientras regresaba a la suite, había sido porque había reconocido la verdad cuando la había oído.


Entró a la suite y encontró a Paula y a Claudio absortos en una conversación tranquila. Había una gracia y una elegancia en cada movimiento de ella que Pedro admiraba infinitamente. 


También admiraba la relación cercana y amorosa de Claudio con Paula más de lo que podría expresar con palabras. Hacía que la relación con su abuela pareciera tirante en el mejor de los casos.


Pedro, hijo, ven aquí con nosotros. —Claudio sonrió y le hizo señas para que se acercara—. Paula estaba contándome sobre tus planes.


Pedro se sentó frente a ellos.


—¿A cuáles planes se refiere: a los de una campaña nacional que promueva las bodas en Las Vegas o a los nuestros para mantener a mi abuela ajena a la planificación de nuestra boda?


—No tenemos planes de boda, Pedro. —Paula se acomodó el pelo sobre un hombro y ladeó la cabeza para mirarlo con expresión pensativa.


—Pero acabas de decir que los tenían —objetó Claudio mientras miraba a uno y a otro—. Se lo dijiste a su abuela.


Pedro no respondió; solo mantuvo los ojos clavados en Paula.


—Abuelo, lo siento, sé que debes sentir que esto es un juego de ping pong y sé que es confuso, pero Pedro y yo no estamos casados ni tenemos planes para hacerlo.


—No creo que sea yo el que está confundido, Paula —opinó Claudio.


—Abuelo, por favor, no empieces.


Pedro decidió que era momento de intervenir. Si bien quería creer la afirmación de Claudio sobre que él y Paula estaban destinados a estar juntos, era fácil darse cuenta de que la idea abrumaba a Paula, y eso era lo último que él quería.


—Claudio, no encuentro palabras suficientes para disculparme por el trastorno que he traído a su vida y a la de Paula en estos últimos días. No era mi intención causarles tanta angustia. —Se inclinó hacia adelante—. Pero, si existe algún modo de persuadirlos para continuar con esta farsa por unos días más, estaré profundamente agradecido.


—Explícate —pidió Claudio.


De pronto, Pedro se sintió como un adolescente que iba a llevar a una linda chica a una cita si lograba conseguir el permiso de los padres.


—Estoy consciente de que esto puede parecer un juego entre mi abuela y yo, pero les aseguro que no es tan simple. Hay millones de dólares en juego.


—El dinero no lo es todo —afirmó el abuelo de Paula—. No para las personas como nosotros.


—Respeto eso, Claudio. Más de lo que puedo explicarle. Pero créame cuando le digo que los millones de los que estoy hablando no son solo cifras en un estado de pérdidas y ganancias. Si se utilizan de manera adecuada, pueden transformar en gran medida la vida de la gente. Pero solo si puedo evitar que mi abuela entregue el dinero a una falsa entidad benéfica de perros aulladores.


Claudio se dirigió a su nieta.


—Necesito una traducción.


Pedro hizo silencio y escuchó a Paula hacer una breve descripción del plan de su abuela para enfrentar a los nietos entre sí. Cuando llegó a la parte de los pekineses, Claudio se volvió hacia Pedro.


—¿No era una broma lo del dinero para los perros?


—No.


—¿Y qué papel jugamos Bella y yo en todo esto?


—En un mundo perfecto, Paula aceptaría fingir que se casa de nuevo conmigo por el tiempo suficiente para mantener a mi abuela distraída y preocupada. Si cree que Paula y yo terminaremos casados legalmente, la idea la volverá loca.


—Realmente sabes cómo hacer que una chica se sienta querida. —Paula se puso de pie y se dirigió al bar. Sacó tres copas de vino y una botella de merlot—. Compadezco a la mujer que de verdad termine teniendo a Margarita de pariente política.


Pedro aceptó la copa que ella le dio y susurró las gracias. 


Aguardó a que todos tuviesen la copa en la mano y a que Paula se hubiese sentado antes de continuar.


—¿Qué me responden?


Claudio habló primero.


—Cuenta conmigo por dos razones: primero, aunque no quiero que ningún pekinés pase privaciones, me gusta la idea de que el dinero vaya a instituciones benéficas que se ocupen de mujeres y niños. Formar parte de esta farsa sería mi primera oportunidad de actuar como filántropo.


—¿Cuál es la segunda razón, abuelo? —preguntó Paula.


—Creo que, si ustedes pasan más tiempo juntos, tal vez puedan ver lo que yo veo: amor. —Bebió un poco de vino y dejó la copa sobre la mesa. Se puso de pie—. Nos reuniremos por la mañana y repasaremos la estrategia.