sábado, 19 de marzo de 2016

¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 24





—¿Boda? —La abuela de Pedro levantó una ceja arqueada—. ¿Debo ser la voz de la razón y recordarles que ya están casados?


Pedro continuó con lo que Paula había comenzado.


—No necesitamos un recordatorio, pero sí sentimos la necesidad de celebrar. —No podía adivinar qué le había sucedido a Paula para soltar esas palabras, en especial cuando había estado a punto de empacar e irse. Sin importar la causa, estaba profundamente agradecido de que no hubiera revelado que ya sabían lo que su abuela había hecho—. Llegas a tiempo para ayudar.


—¿Exactamente cuándo sucederá esta renovación de votos?


—No es una renovación de votos —intervino Paula—. Como no recordamos habernos casado, queremos hacer toda la ceremonia nupcial como si fuera la primera vez, incluido el certificado de matrimonio. El abuelo se ofreció para oficiar la boda.


Pedro le encantó que por un momento su abuela pareciera desconcertada. Pero se repuso con rapidez.


—¿Quieres que organice una reunión con uno de nuestros abogados para redactar un contrato prenupcial? —Sin aguardar respuesta, hizo un gesto despectivo con la mano—. En realidad, permíteme ocuparme. Los llamaré.


El tono de voz de Pedro fue brusco.


—Eso no es necesario, gracias.


Margarita dejó el bolso sobre la mesa auxiliar y se sentó en el borde del sofá como si estuviera posando para la tapa de la revista Life.


—Lamento disentir, Pedro. Si no tienes un contrato prenupcial como corresponde o, en este caso, un contrato posnupcial, entonces someterás a Paula a toda clase de rumores escandalosos. —Dirigió una sonrisa tensa a Paula—. No puedo imaginarme lo incómodo que sería para ti oír hablar sobre cómo enganchaste a Pedro cuando estaba pasado de copas.


—¿Pasado de copas? —Claudio frunció el ceño—. ¿Qué clase de expresión es esa?


—Una antigua —respondió Pedro rápidamente—. Errónea también. Paula no me “enganchó”, como dijiste con tan poca delicadeza. Me hizo el gran honor de aceptar ser mi esposa.


La mirada de su abuela se dirigió al diamante que estaba en la mesa de café.


—Y aun así no está usando el anillo de compromiso.


Pedro sintió que Paula se puso más tensa. La oprimió de una manera que esperaba que fuera reconfortante.


—Es necesario ajustarlo.


—Claro —aceptó Margarita—. Retiro lo dicho. ¿Esto significa que estarás demasiado preocupado con tus planes como para participar del proyecto de la fundación Alfonso que vinimos a completar? Estoy segura de que tus primos podrán asumir tus responsabilidades si tú no puedes.


Antes de que Pedro pudiera responder, Paula intervino.


—No es necesario que nadie ayude a Pedro. Ya pensó en un proyecto maravilloso. —Se dio vuelta lo suficiente para poder mirarlo. Su sonrisa era generosa y alentadora, y Pedro sintió que se enamoraba un poco más de ella—. Todo es muy emocionante, pero no creo que esté listo para revelarlo, ¿verdad, cariño?


—No, no lo estoy. —Soltó a Paula, aunque no pudo evitar rozarle la mejilla con un beso. No tenía idea de cómo hacía para mantenerse alejado de ella—. Permíteme que te acompañe afuera, abuelita.


Sin darle tiempo a protestar, Pedro tomó el bolso de su abuela y, con suavidad, la tomó del codo.


—Discúlpennos.


Pedro aguardó hasta que estuvieron en el pasillo y a medio camino de los elevadores para animarse a hablar.


—¿Y esa indirecta que lanzaste a expensas de Paula? Que sea la primera y la última vez, ¿me comprendes?


—Honestamente, Pedro, estás actuando como un adolescente enamorado en su primer viaje a la gran ciudad. Creí que serías un poco más sofisticado que esto. —Margarita oprimió la flecha descendente para llamar al elevador y luego miró a Pedro con expresión reprobadora y tono de reproche—. Paula es una mujer hermosa, y hasta podría darle crédito por su inteligencia según las decisiones que tomó estos últimos días, pero es solo una mujer.


—Ahí es donde te equivocas. —El elevador llegó, se abrió la puerta y Pedro ayudó a su abuela a subir—. Es una mujer extraordinaria y es mía. Créeme cuando te digo que haré todo lo posible por hacerla feliz. No toleraré ninguna interferencia de tu parte.


Abuela y nieto se quedaron intercambiando miradas hasta que la puerta se cerró. Era extraño que Margarita Alfonso permitiera a alguien quedarse con la última palabra. Pero tal vez, según reflexionó Pedro mientras regresaba a la suite, había sido porque había reconocido la verdad cuando la había oído.


Entró a la suite y encontró a Paula y a Claudio absortos en una conversación tranquila. Había una gracia y una elegancia en cada movimiento de ella que Pedro admiraba infinitamente. 


También admiraba la relación cercana y amorosa de Claudio con Paula más de lo que podría expresar con palabras. Hacía que la relación con su abuela pareciera tirante en el mejor de los casos.


Pedro, hijo, ven aquí con nosotros. —Claudio sonrió y le hizo señas para que se acercara—. Paula estaba contándome sobre tus planes.


Pedro se sentó frente a ellos.


—¿A cuáles planes se refiere: a los de una campaña nacional que promueva las bodas en Las Vegas o a los nuestros para mantener a mi abuela ajena a la planificación de nuestra boda?


—No tenemos planes de boda, Pedro. —Paula se acomodó el pelo sobre un hombro y ladeó la cabeza para mirarlo con expresión pensativa.


—Pero acabas de decir que los tenían —objetó Claudio mientras miraba a uno y a otro—. Se lo dijiste a su abuela.


Pedro no respondió; solo mantuvo los ojos clavados en Paula.


—Abuelo, lo siento, sé que debes sentir que esto es un juego de ping pong y sé que es confuso, pero Pedro y yo no estamos casados ni tenemos planes para hacerlo.


—No creo que sea yo el que está confundido, Paula —opinó Claudio.


—Abuelo, por favor, no empieces.


Pedro decidió que era momento de intervenir. Si bien quería creer la afirmación de Claudio sobre que él y Paula estaban destinados a estar juntos, era fácil darse cuenta de que la idea abrumaba a Paula, y eso era lo último que él quería.


—Claudio, no encuentro palabras suficientes para disculparme por el trastorno que he traído a su vida y a la de Paula en estos últimos días. No era mi intención causarles tanta angustia. —Se inclinó hacia adelante—. Pero, si existe algún modo de persuadirlos para continuar con esta farsa por unos días más, estaré profundamente agradecido.


—Explícate —pidió Claudio.


De pronto, Pedro se sintió como un adolescente que iba a llevar a una linda chica a una cita si lograba conseguir el permiso de los padres.


—Estoy consciente de que esto puede parecer un juego entre mi abuela y yo, pero les aseguro que no es tan simple. Hay millones de dólares en juego.


—El dinero no lo es todo —afirmó el abuelo de Paula—. No para las personas como nosotros.


—Respeto eso, Claudio. Más de lo que puedo explicarle. Pero créame cuando le digo que los millones de los que estoy hablando no son solo cifras en un estado de pérdidas y ganancias. Si se utilizan de manera adecuada, pueden transformar en gran medida la vida de la gente. Pero solo si puedo evitar que mi abuela entregue el dinero a una falsa entidad benéfica de perros aulladores.


Claudio se dirigió a su nieta.


—Necesito una traducción.


Pedro hizo silencio y escuchó a Paula hacer una breve descripción del plan de su abuela para enfrentar a los nietos entre sí. Cuando llegó a la parte de los pekineses, Claudio se volvió hacia Pedro.


—¿No era una broma lo del dinero para los perros?


—No.


—¿Y qué papel jugamos Bella y yo en todo esto?


—En un mundo perfecto, Paula aceptaría fingir que se casa de nuevo conmigo por el tiempo suficiente para mantener a mi abuela distraída y preocupada. Si cree que Paula y yo terminaremos casados legalmente, la idea la volverá loca.


—Realmente sabes cómo hacer que una chica se sienta querida. —Paula se puso de pie y se dirigió al bar. Sacó tres copas de vino y una botella de merlot—. Compadezco a la mujer que de verdad termine teniendo a Margarita de pariente política.


Pedro aceptó la copa que ella le dio y susurró las gracias. 


Aguardó a que todos tuviesen la copa en la mano y a que Paula se hubiese sentado antes de continuar.


—¿Qué me responden?


Claudio habló primero.


—Cuenta conmigo por dos razones: primero, aunque no quiero que ningún pekinés pase privaciones, me gusta la idea de que el dinero vaya a instituciones benéficas que se ocupen de mujeres y niños. Formar parte de esta farsa sería mi primera oportunidad de actuar como filántropo.


—¿Cuál es la segunda razón, abuelo? —preguntó Paula.


—Creo que, si ustedes pasan más tiempo juntos, tal vez puedan ver lo que yo veo: amor. —Bebió un poco de vino y dejó la copa sobre la mesa. Se puso de pie—. Nos reuniremos por la mañana y repasaremos la estrategia.







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