sábado, 19 de marzo de 2016
¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 25
Si a Paula le preocupaba quedarse sola con Pedro en su suite, no debería haberse angustiado. En cuanto la puerta se hubo cerrado detrás del abuelo, Pedro tomó el teléfono e hizo una llamada. La conversación fue breve: “Estamos listos”.
Paula se sentó en el borde del sillón.
—¿Puedo saber qué fue todo eso?
Pedro le llenó la copa de vino y se la dio. Su mirada era inesperadamente traviesa.
—Pensé que un poco de relajación nos haría bien.
¿Relajación? “Relajado” sería la última palabra para describir a las mariposas acróbatas en el estómago de Paula. Algo había cambiado entre ellos. O al menos había cambiado en su cabeza. Ella se sentía sorprendentemente nerviosa por estar tan cerca de Pedro. Bebió un poco de vino para evitar hablar. Esa reacción no podía ser solo porque se sentía atraída hacia Pedro, ¿no? No. Claro que no. Se había sentido atraída desde el primer momento en que él había entrado a la capilla. Había algo en él que la hacía sentir cómoda en su presencia. No, era más que sentirse cómoda.
Se sentía segura. Cuidada. Querida. Se sentía bien estar con Pedro, a pesar de la locura de esos últimos días.
Pero ¿por qué habían cambiado sus sentimientos? ¿Sería posible que su abuelo tuviera razón? ¿Se había enamorado de Pedro? La habitación comenzó a darle vueltas y cerró los ojos ante la sensación de que su mundo acababa de cambiar para siempre.
—¿Paula? —Pedro estaba a su lado con una mano sobre su hombro. Su voz tenía un tono de preocupación—. ¿Qué sucede?
Paula sacudió la cabeza.
—Estoy bien.
Pedro se arrodilló a su lado.
—No te ves bien, te ves demacrada.
—Vaya, gracias. ¿Eso es un cumplido en Inglaterra?
Él sacudió la cabeza.
—Estoy realmente preocupado por ti.
Paula estiró la mano y apoyó la palma sobre la mejilla de él.
—Estoy bien, Pedro. De verdad. Es solo que todo esto ha sido demasiado.
—¿Descubrir que no estamos casados? —preguntó con ojos llenos de preocupación—. ¿O haber tenido que lidiar con mi abuela?
—Ambas. —Sonrió para mostrarle que bromeaba—. Son todo y todos, menos tú.
Pedro tomó la mano de Paula con suavidad y le besó la muñeca.
—Te estoy pidiendo mucho cuando te pido que me ayudes a mantener a mi abuela distraída por unos días más. Lo sé.
—Quiero ayudarte.
Pedro se puso de pie y la ayudó a levantarse. Bajó sus manos hasta la cintura de ella, pero mantuvo la mirada en sus labios. Paula se acercó un poco y levantó la cabeza hacia él. Deseaba sus besos, sus caricias. Lo deseaba a él.
Un llamado discreto a la puerta interrumpió el beso.
—Maldita puerta —gruñó Pedro—. Deberíamos quitarla.
Paula rio.
—Ah, esa es una excelente manera de asegurarnos algo de privacidad. —Retrocedió un poco a regañadientes—. ¿No sería bueno que vieras quién es?
Él le tomó la mano.
—Sé quién es. Tengo algo preparado para nosotros esta noche. Vamos.
—Aguarda, Pedro, primero debo decirte algo.
Él la miró expectante.
Ella respiró profundo.
—Haré lo que sea necesario para ayudarte con tu abuela y con tu proyecto para la fundación. No dejaré que lo enfrentes solo.
La sonrisa de Pedro era sincera.
—No te merezco, Paula Chaves. Pero me alegra sobremanera haberte encontrado.
Él la había encontrado y por eso ella estaba agradecida.
Pero, en una semana, cuando toda esa farsa terminara y él regresara a Inglaterra, Paula sabía que ella sería la que se sentiría perdida.
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