sábado, 19 de marzo de 2016
¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 24
—¿Boda? —La abuela de Pedro levantó una ceja arqueada—. ¿Debo ser la voz de la razón y recordarles que ya están casados?
Pedro continuó con lo que Paula había comenzado.
—No necesitamos un recordatorio, pero sí sentimos la necesidad de celebrar. —No podía adivinar qué le había sucedido a Paula para soltar esas palabras, en especial cuando había estado a punto de empacar e irse. Sin importar la causa, estaba profundamente agradecido de que no hubiera revelado que ya sabían lo que su abuela había hecho—. Llegas a tiempo para ayudar.
—¿Exactamente cuándo sucederá esta renovación de votos?
—No es una renovación de votos —intervino Paula—. Como no recordamos habernos casado, queremos hacer toda la ceremonia nupcial como si fuera la primera vez, incluido el certificado de matrimonio. El abuelo se ofreció para oficiar la boda.
A Pedro le encantó que por un momento su abuela pareciera desconcertada. Pero se repuso con rapidez.
—¿Quieres que organice una reunión con uno de nuestros abogados para redactar un contrato prenupcial? —Sin aguardar respuesta, hizo un gesto despectivo con la mano—. En realidad, permíteme ocuparme. Los llamaré.
El tono de voz de Pedro fue brusco.
—Eso no es necesario, gracias.
Margarita dejó el bolso sobre la mesa auxiliar y se sentó en el borde del sofá como si estuviera posando para la tapa de la revista Life.
—Lamento disentir, Pedro. Si no tienes un contrato prenupcial como corresponde o, en este caso, un contrato posnupcial, entonces someterás a Paula a toda clase de rumores escandalosos. —Dirigió una sonrisa tensa a Paula—. No puedo imaginarme lo incómodo que sería para ti oír hablar sobre cómo enganchaste a Pedro cuando estaba pasado de copas.
—¿Pasado de copas? —Claudio frunció el ceño—. ¿Qué clase de expresión es esa?
—Una antigua —respondió Pedro rápidamente—. Errónea también. Paula no me “enganchó”, como dijiste con tan poca delicadeza. Me hizo el gran honor de aceptar ser mi esposa.
La mirada de su abuela se dirigió al diamante que estaba en la mesa de café.
—Y aun así no está usando el anillo de compromiso.
Pedro sintió que Paula se puso más tensa. La oprimió de una manera que esperaba que fuera reconfortante.
—Es necesario ajustarlo.
—Claro —aceptó Margarita—. Retiro lo dicho. ¿Esto significa que estarás demasiado preocupado con tus planes como para participar del proyecto de la fundación Alfonso que vinimos a completar? Estoy segura de que tus primos podrán asumir tus responsabilidades si tú no puedes.
Antes de que Pedro pudiera responder, Paula intervino.
—No es necesario que nadie ayude a Pedro. Ya pensó en un proyecto maravilloso. —Se dio vuelta lo suficiente para poder mirarlo. Su sonrisa era generosa y alentadora, y Pedro sintió que se enamoraba un poco más de ella—. Todo es muy emocionante, pero no creo que esté listo para revelarlo, ¿verdad, cariño?
—No, no lo estoy. —Soltó a Paula, aunque no pudo evitar rozarle la mejilla con un beso. No tenía idea de cómo hacía para mantenerse alejado de ella—. Permíteme que te acompañe afuera, abuelita.
Sin darle tiempo a protestar, Pedro tomó el bolso de su abuela y, con suavidad, la tomó del codo.
—Discúlpennos.
Pedro aguardó hasta que estuvieron en el pasillo y a medio camino de los elevadores para animarse a hablar.
—¿Y esa indirecta que lanzaste a expensas de Paula? Que sea la primera y la última vez, ¿me comprendes?
—Honestamente, Pedro, estás actuando como un adolescente enamorado en su primer viaje a la gran ciudad. Creí que serías un poco más sofisticado que esto. —Margarita oprimió la flecha descendente para llamar al elevador y luego miró a Pedro con expresión reprobadora y tono de reproche—. Paula es una mujer hermosa, y hasta podría darle crédito por su inteligencia según las decisiones que tomó estos últimos días, pero es solo una mujer.
—Ahí es donde te equivocas. —El elevador llegó, se abrió la puerta y Pedro ayudó a su abuela a subir—. Es una mujer extraordinaria y es mía. Créeme cuando te digo que haré todo lo posible por hacerla feliz. No toleraré ninguna interferencia de tu parte.
Abuela y nieto se quedaron intercambiando miradas hasta que la puerta se cerró. Era extraño que Margarita Alfonso permitiera a alguien quedarse con la última palabra. Pero tal vez, según reflexionó Pedro mientras regresaba a la suite, había sido porque había reconocido la verdad cuando la había oído.
Entró a la suite y encontró a Paula y a Claudio absortos en una conversación tranquila. Había una gracia y una elegancia en cada movimiento de ella que Pedro admiraba infinitamente.
También admiraba la relación cercana y amorosa de Claudio con Paula más de lo que podría expresar con palabras. Hacía que la relación con su abuela pareciera tirante en el mejor de los casos.
—Pedro, hijo, ven aquí con nosotros. —Claudio sonrió y le hizo señas para que se acercara—. Paula estaba contándome sobre tus planes.
Pedro se sentó frente a ellos.
—¿A cuáles planes se refiere: a los de una campaña nacional que promueva las bodas en Las Vegas o a los nuestros para mantener a mi abuela ajena a la planificación de nuestra boda?
—No tenemos planes de boda, Pedro. —Paula se acomodó el pelo sobre un hombro y ladeó la cabeza para mirarlo con expresión pensativa.
—Pero acabas de decir que los tenían —objetó Claudio mientras miraba a uno y a otro—. Se lo dijiste a su abuela.
Pedro no respondió; solo mantuvo los ojos clavados en Paula.
—Abuelo, lo siento, sé que debes sentir que esto es un juego de ping pong y sé que es confuso, pero Pedro y yo no estamos casados ni tenemos planes para hacerlo.
—No creo que sea yo el que está confundido, Paula —opinó Claudio.
—Abuelo, por favor, no empieces.
Pedro decidió que era momento de intervenir. Si bien quería creer la afirmación de Claudio sobre que él y Paula estaban destinados a estar juntos, era fácil darse cuenta de que la idea abrumaba a Paula, y eso era lo último que él quería.
—Claudio, no encuentro palabras suficientes para disculparme por el trastorno que he traído a su vida y a la de Paula en estos últimos días. No era mi intención causarles tanta angustia. —Se inclinó hacia adelante—. Pero, si existe algún modo de persuadirlos para continuar con esta farsa por unos días más, estaré profundamente agradecido.
—Explícate —pidió Claudio.
De pronto, Pedro se sintió como un adolescente que iba a llevar a una linda chica a una cita si lograba conseguir el permiso de los padres.
—Estoy consciente de que esto puede parecer un juego entre mi abuela y yo, pero les aseguro que no es tan simple. Hay millones de dólares en juego.
—El dinero no lo es todo —afirmó el abuelo de Paula—. No para las personas como nosotros.
—Respeto eso, Claudio. Más de lo que puedo explicarle. Pero créame cuando le digo que los millones de los que estoy hablando no son solo cifras en un estado de pérdidas y ganancias. Si se utilizan de manera adecuada, pueden transformar en gran medida la vida de la gente. Pero solo si puedo evitar que mi abuela entregue el dinero a una falsa entidad benéfica de perros aulladores.
Claudio se dirigió a su nieta.
—Necesito una traducción.
Pedro hizo silencio y escuchó a Paula hacer una breve descripción del plan de su abuela para enfrentar a los nietos entre sí. Cuando llegó a la parte de los pekineses, Claudio se volvió hacia Pedro.
—¿No era una broma lo del dinero para los perros?
—No.
—¿Y qué papel jugamos Bella y yo en todo esto?
—En un mundo perfecto, Paula aceptaría fingir que se casa de nuevo conmigo por el tiempo suficiente para mantener a mi abuela distraída y preocupada. Si cree que Paula y yo terminaremos casados legalmente, la idea la volverá loca.
—Realmente sabes cómo hacer que una chica se sienta querida. —Paula se puso de pie y se dirigió al bar. Sacó tres copas de vino y una botella de merlot—. Compadezco a la mujer que de verdad termine teniendo a Margarita de pariente política.
Pedro aceptó la copa que ella le dio y susurró las gracias.
Aguardó a que todos tuviesen la copa en la mano y a que Paula se hubiese sentado antes de continuar.
—¿Qué me responden?
Claudio habló primero.
—Cuenta conmigo por dos razones: primero, aunque no quiero que ningún pekinés pase privaciones, me gusta la idea de que el dinero vaya a instituciones benéficas que se ocupen de mujeres y niños. Formar parte de esta farsa sería mi primera oportunidad de actuar como filántropo.
—¿Cuál es la segunda razón, abuelo? —preguntó Paula.
—Creo que, si ustedes pasan más tiempo juntos, tal vez puedan ver lo que yo veo: amor. —Bebió un poco de vino y dejó la copa sobre la mesa. Se puso de pie—. Nos reuniremos por la mañana y repasaremos la estrategia.
viernes, 18 de marzo de 2016
¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 23
Paula permaneció en silencio durante el regreso al hotel. No se atrevía a hablar y se sintió agradecida por que Pedro le permitiera un tiempo para procesar lo que habían averiguado.
Cuando llegaron, ella arrojó la cartera sobre la mesa de café más cercana y se quitó los zapatos. Se sentía bien estar de vuelta en su suite. Pero no era suya. Era de Pedro. Y por primera vez se le cruzó por la cabeza que debía empacar e irse. Pero no se iría hasta que ella y él pudieran hablar.
Considerando la expresión ofuscada de su rostro, necesitaría desahogarse. Que el cielo lo ayudara por tener esa pesadilla de abuela.
Paula se dejó caer en el sofá y golpeteó el lugar libre a su lado.
—Siéntate conmigo, Pedro.
En su lugar, él caminaba por la habitación como un animal enjaulado.
—Mi abuela está loca como una cabra.
Paula se rio en voz alta.
—Lo lamento —se disculpó cuando vio su ceño fruncido—. De verdad. Es solo que te ves tan británico yendo y viniendo como Sherlock Holmes cuando analiza un caso...
Pedro dejó de caminar y la observó. Su mirada era tan intensa que a Paula se le desdibujó la sonrisa, y su corazón se aceleró.
—No solo soy británico, sino que también soy un Alfonso. De punta a punta, me guste o no.
Había una dureza en sus palabras que Paula no había oído nunca. Era muy diferente de su forma de ser alegre, amable y optimista. Se sintió muy atraída a ese Pedro Alfonso.
—Ven aquí, Pedro —repitió ella.
—¿Quieres estar conmigo?
Quería. Más que nunca.
—Sí.
Él no le sacó la mirada de encima mientras se paraba frente a ella. Pero, en lugar de sentarse, estiró las manos y la hizo poner de pie. Ella se quedó sin aliento cuando él la acercó lo suficiente como para besarla. Ella quería saborear sus labios, quería que él la deseara. Cuando él se inclinó hacia su boca, lo hizo con una mínima duda, como si quisiera darle a ella la última oportunidad de alejarse. Era una oportunidad que Paula no quería. Lo acercó esos escasos centímetros hasta que sus labios se unieron.
Fue un beso lleno de deseo, con una pasión reprimida que le hacía perder la noción de tiempo y espacio. Cuando se rindió al abrazo de Pedro, una ola de deseo amenazó con consumirla. Pero no le importaba; no quería aferrarse a la seguridad. Quería estar con él, experimentar su lado pasional. Entrelazó los dedos detrás de la cabeza de Pedro.
Oprimió su cuerpo contra el suyo hasta que no podía distinguirse dónde terminaba uno y comenzaba el otro.
Mientras Pedro le besaba el cuello, Paula se echaba hacia atrás en señal de invitación. Nunca había sentido tal desenfreno, tal conexión abrumadora con otra persona, ni había experimentado tanto deseo de hacer el amor con un hombre.
—Paula —su voz era un susurro ronco—, quiero que sepas que...
Pero lo que fuera que quería que ella supiera se vio interrumpido por alguien que daba golpes a la puerta de la suite. Paula se soltó, aunque alejarse del abrazo de Pedro era lo último que quería en el mundo.
—¿Quién diablos está haciendo tanto escándalo?
Pedro no había avanzado tres pasos cuando ella oyó la respuesta a su pregunta.
—Paula, ¿estás ahí, cariño? —Hubo varios golpes más—. Abre, corazón, tengo malas noticias.
Con los ojos bien abiertos, miró a Pedro. Era su abuelo.
—Yo abro —dijo él—. Será mejor dejarlo entrar antes de que alguien llame a seguridad.
Paula se acomodó rápidamente el pelo y se apantalló con las manos mientras Pedro se dirigía hacia la puerta. Logró dominar su aspecto justo cuando su abuelo entró.
—Paula, cariño, tenía que venir de inmediato. —Claudio le dio un beso y abrazo breves—. Tenemos que hablar.
Ella le hizo señas para que se sentara y luego se sentó junto a él. Agradeció con una sonrisa cuando Pedro le dejó una botella de agua fría frente a su abuelo.
—¿Qué sucede, abuelo?
Claudio tomó una de las manos de su nieta y la sostuvo con fuerza.
—Odio ser quien te diga esto, en especial cuando estabas tan contenta, pero me enteré de algo alarmante. —Miró a Paula y a Pedro—. No saben lo que daría por no tener que ser yo quien...
—Aguarda, abuelo. —Paula decidió ahorrarle el sufrimiento. Si no hubiese sabido que su abuelo no tenía ni idea de que el matrimonio no era real, ese tono sincero de su voz habría sido suficiente para convencerla por completo. Estiró la mano y le oprimió el brazo, profundamente agradecida de que no hubiese sido cómplice en toda aquella mentira—. Supongo que has hablado con el señor Jenkins.
Claudio volvió a mirar a uno y a otro.
—¿Lo saben?
—¿Que no estamos casados? Sí. —Pedro se sentó en el apoyabrazos del sillón frente a ellos—. Encontramos al señor Jenkins hace un par de horas y nos contó todo.
Claudio sacudió la cabeza con expresión seria.
—Apenas podía creer lo que estaba oyendo. ¿Qué le sucede a ese tonto?
Paula permaneció en silencio. No sabía cuánto había confesado Wesley o qué versión de la verdad había contado, pero no quería decir algo involuntariamente que fuera para su abuelo como sal en la herida abierta.
—¿Se encuentra bien, Claudio? —la pregunta de Pedro rompió el silencio.
Paula lo miró con admiración. La preocupación de Pedro por su abuelo, cuando estaba lidiando con su propia ira y traición, era conmovedora.
Claudio se recostó sobre los almohadones del sofá.
—Oh, estoy un poco confundido con todo esto, pero es mi Paula quien me preocupa. —Se pasó la mano por el rostro cansado—. Seré honesto con ustedes: estoy más que decepcionado por que no estén casados de verdad.
—Yo también, Claudio. —Pedro se sentó en el sillón frente a ellos—. No sé qué le contó su amigo exactamente, pero debe saber, y me avergüenza admitirlo, que mi abuela está metida hasta el cuello en esto.
—¿Por qué? —preguntó Claudio.
Pedro encogió los hombros.
—No estoy al tanto de sus planes, pero supongo que fue una ridícula trampa para evitar que yo completara una tarea que ella nos había puesto a mí y a mis primos para cumplir mientras estábamos en Las Vegas. Y definitivamente logró que no pudiera hacer nada durante estos últimos días. Me distraje por completo.
—Pero ¿cómo supo tu abuela dónde estaban ustedes como para confabularse con Wesley?
—Estimo que nos habrá hecho seguir. —Pedro se encogió de hombros—. Es lo único que tiene sentido. No es la primera vez que controla mis actividades de cerca para poder sabotear mis planes.
—Sigo sin ver por qué se tomaría todo ese trabajo.
—Millones de dólares.
Claudio silbó por lo bajo.
—De todos modos me parece una locura. Pero, como sea que ustedes decidan manejar sus negocios, no es excusa para que Wesley haya elegido participar de esta tontería.
—¿Crees que podrás perdonarlo? —preguntó Paula.
Claudio hizo un sonido evasivo.
—No lo sé, cariño. Todo esto es mucho para asimilarlo en este momento. Es inquietante cuando crees que conoces a alguien y resulta que hace algo que jamás hubieras creído que sería capaz de hacer.
—Para ser justos, abuelo, nada de esto hubiese sucedido si Pedro y yo no hubiéramos bebido tanto. Fue horriblemente vergonzoso haber estado tan fuera de control. Sabes que no soy así.
—Lo sé, cariño.
—Y lamento que hayas terminado arrastrado en todo esto —continuó ella—. Imagino que te provocó un conflicto emocional la idea de que me había escapado para casarme con un hombre a quien no conozco.
—Oh, no lo sé —sonrió Claudio—. En realidad, estaba un poco emocionado con todo.
Pedro rio. Paula lo miró con el ceño fruncido. No le veía la gracia.
—¿En serio, abuelo? ¿No te horrorizó un poco que hubiese sido tan impulsiva?
—Oh, bueno, tal vez un poco cuando Wesley me llamó para contarme que te habías fugado para casarte. Pero, en cuanto conocí a este joven, bueno, supe que estaban hechos el uno para el otro. Pude verlo cuando los miré a ambos.
—¡Abuelo!
—¿Qué? ¿Crees que llegué a esta edad sin reconocer el verdadero amor cuando lo veo?
Paula no podía creer lo que oía. Conocía a su abuelo lo suficiente como para saber que estaba siendo completamente sincero. Pero también estaba completamente loco, y así se lo hizo saber.
—Tonterías —replicó—. Admito que soy un completo romántico, pero no soy ningún tonto, jovencita. Nunca lo fui y nunca lo seré.
—Claro que no, Claudio. Paula y yo respetamos sus pensamientos. Usted es el experto en recién casados enamorados.
—Pedro —protestó ella—, no lo alientes. No puedes creer lo que el abuelo está diciendo.
Él la miró durante un largo momento.
—¿No puedo?
No. Ella no podía. Y él no podía tampoco. La idea de que ella y Pedro estaban destinados a conocerse y enamorarse era absurda. Era cierto que ella se había sentido atraída por él al instante. El hombre era guapísimo. Y encantador, sin mencionar que también era inteligente y accesible. Así que sí, Pedro Alfonso era el tipo de hombre de quien se podría enamorar con facilidad.
—¿Paula? —Claudio movió una mano frente a ella—. ¿Qué sucede, cariño? ¿La flecha de Cupido te alcanzó y te dejó sin palabras?
Paula sacudió la cabeza. Sintió que se sonrojaba y evitó mirar a Pedro directamente. En su lugar, bajó la mirada hacia el enorme diamante en su mano. Se lo quitó y lo dejó sobre la mesa de café sin prestar atención al nudo en el estómago. No extrañaría el diamante en sí, pero de pronto su mano se veía vacía. Se puso de pie.
—Si me aguardas, abuelo, iré a empacar.
Ambos hombres se pusieron de pie, pero fue Pedro quien habló.
—No tan deprisa, Paula. —Apoyó la mano sobre el brazo de ella y la miró a los ojos—. Debemos hablar.
Claudio tosió con discreción.
—Bueno, ese es el pie para que yo salga y ustedes puedan hablar.
—No tienes que irte. No tenemos nada de qué hablar. —Sus palabras estaban dirigidas al abuelo, pero su mirada seguía clavada en Pedro.
—¿Nada? —La voz de Pedro era suave, seductora y, según Paula decidió, muy peligrosa porque le sería imposible irse si no lo hacía en ese momento.
Ella sacudió la cabeza.
—No estamos casados, Pedro. No soy tu esposa.
—Lamentablemente, no.
—Pedro, no puedo quedarme.
—Te necesito. —Ella apenas pudo oír sus palabras, pero no había duda de la honestidad en su tono de voz—. Quédate esta noche.
Por más que quisiera, Paula no podía moverse. Ni pestañear.
Ni hacer nada para romper el hechizo del momento.
Pero unos golpes en la puerta lo lograron. Los tres miraron hacia la puerta.
—Permítanme —dijo Claudio. Caminó hasta la puerta y la abrió de par en par—. Bueno, hola, Margarita, mi querida. Adelante.
Paula sintió que Pedro se ponía tenso a su lado.
Instintivamente, ella se paró delante de él. Una ola de calidez la invadió cuando él le rodeó la cintura con un brazo y la atrajo más cerca de sí.
La matriarca Alfonso entró dando zancadas, con el bolso en el brazo y una expresión acusatoria en el rostro. Examinó la sala como si estuviera haciendo una inspección militar.
—¿Tienen una reunión familiar sin mí?
Para su propia sorpresa, Paula no dudó en decir:
—Estamos haciendo planes para la boda. Llega justo a tiempo para ayudar
¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 22
La conmoción de Paula estaba clara en sus ojos. Se quedó observándolo, y él se preguntó si estaría decepcionada o aliviada cuando supiera que no estaban casados. Él estaba decepcionado. Pero también había un poco más que alivio.
Había empezado a apreciar demasiado a Paula como para querer que estuviera atrapada o atada a alguien, incluso a él.
Pedro estiró el brazo y le acomodó un mechón castaño detrás de la oreja. Sintió que ella tembló cuando le rozó la mejilla.
—Estuvimos a punto de hacerlo esa noche, pero no nos casamos. Había un certificado de matrimonio, pero no lo firmé.
Paula se dejó caer contra el auto y cerró los ojos por un largo momento. Cuando los abrió, mantuvo la mirada fija en el horizonte.
—¿Por qué teníamos una licencia en primer lugar?
Pedro luchó con el poquito de memoria que había recuperado.
—No estoy seguro —admitió—. Pero creo que me estabas mostrando cómo era el proceso. Recuerdo que Jenkins recibió un llamado y luego nos ofreció un trago. Es todo lo que recuerdo.
—Me siento tan estúpida... —Su voz era tan tenue que él apenas pudo descifrar las palabras.
Sin detenerse a pensar si era lo correcto, Pedro atrajo a Paula a sus brazos. Ella accedió y se rindió a su abrazo. Él apoyó la mejilla sobre la cabeza de ella y en ese momento lo supo. Supo que nunca podría conseguir suficiente de ella, ni que podría regresar a Inglaterra sin ella. Quería tener a Paula Chaves. Para siempre.
Ella retrocedió y lo observó.
—¿Qué quieres decir con que estuvimos a punto de hacerlo? ¿Qué sucedió?
Pedro comenzó a responder, pero se detuvo al ver que Wesley Jenkins salía del depósito de armas.
—Allí viene Jenkins. Solo sígueme la corriente, ¿quieres?
Paula asintió su acuerdo. Él se apartó de ella y le hizo una seña a Wesley para que se acercara.
—Gracias por darnos un momento de su tiempo, señor Jenkins.
—¿Qué puedo hacer por ustedes, muchachos? —preguntó Wesley mirando a uno y a otro.
Pedro decidió no perder el tiempo. Ya sabía la verdad; solo quería una confirmación.
—¿Cuánto le pagó mi abuela por su participación en esta farsa?
Wesley Jenkins dio un paso hacia atrás; su expresión era una mezcla de confusión y culpa.
—No sé de qué habla.
Pedro deslizó el brazo sobre los hombros de Paula. Ella se veía como si alguien le hubiera disparado en la frente. Él volvió su atención hacia el dueño de la capilla Rosa Amarilla de Texas.
—No juguemos a las escondidas con la verdad, señor Jenkins. En primer lugar, permítame asegurarle que mi abuela está acostumbrada a que se haga lo que ella quiere.
Digamos que es persuasiva. Puedo comprender cómo lo habrá abrumado para que aceptara seguir su plan.
Tal como Pedro había esperado, Wesley aprovechó la sugerencia de que lo habían obligado y se aferró a ella como a un bote salvavidas.
—Sí, eso es lo que sucedió. Intenté decirle que no, pero no me dejó otra opción.
—¿Cuánto le pagó? —preguntó Pedro. Tuvo cuidado de mantener la voz baja y un tono que no sonara acusatorio, algo que no era fácil. Su instinto quería estrangular al hombre por la angustia que sus mentiras le habían provocado a Paula.
Oprimió los hombros de ella de modo tranquilizador, pero mantuvo la mirada en el hombre frente a él.
—Aceptaré no demandarlo por fraude si cumple con mis condiciones.
Cuando no hubo respuesta durante varios segundos, Pedro entrecerró los ojos. Había aprendido una o dos cosas al observar cómo operaba Margarita Alfonso a través de los años. La intimidación no era su método preferido para cerrar un trato, pero quería ahorrarle más angustias a Paula.
—Tengo poco tiempo y menos paciencia, señor Jenkins. Desde mi punto de vista, no es una decisión difícil la que debe tomar. Hace un trato conmigo o enfrenta cargos por registrar una licencia matrimonial falsa.
—Pero en realidad no la registré.
Finalmente estaban averiguando algo.
—Eso podría salvarlo de la cárcel.
—Lo siento, señor Alfonso, de verdad. —Wesley volvió su atención hacia Paula—. Perdóname, Paula. No pensé que haría daño al dejar que su abuela le hiciera una broma a tu novio.
Pedro la acercó más a él, con la esperanza de que el contacto físico fuera una señal de apoyo.
—No gasté el dinero. —Las palabras salieron atropelladamente con un tono de culpabilidad.
Eran las palabras de un hombre ético que había sucumbido a la avaricia. Pedro sintió una puntada de vergüenza por las acciones de su abuela. Era típico de ella: tenía un talento asombroso para encontrar almas vulnerables que hicieran el trabajo sucio por ella.
—Bien. Eso le facilitará hacer un cheque por el monto total a nombre de la institución benéfica que prefiera y enviarlo a mi suite en el Oasis del Desierto dentro de las próximas veinticuatro horas. Después de eso, olvidaremos todo lo sucedido, en tanto y en cuanto no tenga nada más que ver con mi abuela y prometa no hacer ninguna otra cosa que afecte a Paula. ¿Está claro?
Wesley puso las manos en los bolsillos y pateó el polvo a sus pies. Respiró profundo y miró a Paula.
—Lo siento, cariño.
Pedro la observó y deseó con más fervor que cualquier otra cosa que había deseado que ella no hubiera tenido que vivir esa traición.
—Nunca quise hacer algo para lastimarte ni avergonzarte —continuó—. Es solo que las cosas iban mal en la capilla, y la oferta de tanto dinero puede tentar a cualquier hombre. Si sirve de algo, estoy muy avergonzado de mí mismo.
Pedro decidió que Paula ya había soportado bastante.
—Vamos, Paula.
—Aguarda. —Se soltó de su abrazo. Miró a Wesley Jenkins directo a los ojos—. ¿Mi abuelo lo sabía?
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