viernes, 18 de marzo de 2016

¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 22






La conmoción de Paula estaba clara en sus ojos. Se quedó observándolo, y él se preguntó si estaría decepcionada o aliviada cuando supiera que no estaban casados. Él estaba decepcionado. Pero también había un poco más que alivio. 


Había empezado a apreciar demasiado a Paula como para querer que estuviera atrapada o atada a alguien, incluso a él.


Pedro estiró el brazo y le acomodó un mechón castaño detrás de la oreja. Sintió que ella tembló cuando le rozó la mejilla.


—Estuvimos a punto de hacerlo esa noche, pero no nos casamos. Había un certificado de matrimonio, pero no lo firmé.


Paula se dejó caer contra el auto y cerró los ojos por un largo momento. Cuando los abrió, mantuvo la mirada fija en el horizonte.


—¿Por qué teníamos una licencia en primer lugar?


Pedro luchó con el poquito de memoria que había recuperado.


—No estoy seguro —admitió—. Pero creo que me estabas mostrando cómo era el proceso. Recuerdo que Jenkins recibió un llamado y luego nos ofreció un trago. Es todo lo que recuerdo.


—Me siento tan estúpida... —Su voz era tan tenue que él apenas pudo descifrar las palabras.


Sin detenerse a pensar si era lo correcto, Pedro atrajo a Paula a sus brazos. Ella accedió y se rindió a su abrazo. Él apoyó la mejilla sobre la cabeza de ella y en ese momento lo supo. Supo que nunca podría conseguir suficiente de ella, ni que podría regresar a Inglaterra sin ella. Quería tener a Paula Chaves. Para siempre.


Ella retrocedió y lo observó.


—¿Qué quieres decir con que estuvimos a punto de hacerlo? ¿Qué sucedió?


Pedro comenzó a responder, pero se detuvo al ver que Wesley Jenkins salía del depósito de armas.


—Allí viene Jenkins. Solo sígueme la corriente, ¿quieres?


Paula asintió su acuerdo. Él se apartó de ella y le hizo una seña a Wesley para que se acercara.


—Gracias por darnos un momento de su tiempo, señor Jenkins.


—¿Qué puedo hacer por ustedes, muchachos? —preguntó Wesley mirando a uno y a otro.


Pedro decidió no perder el tiempo. Ya sabía la verdad; solo quería una confirmación.


—¿Cuánto le pagó mi abuela por su participación en esta farsa?


Wesley Jenkins dio un paso hacia atrás; su expresión era una mezcla de confusión y culpa.


—No sé de qué habla.


Pedro deslizó el brazo sobre los hombros de Paula. Ella se veía como si alguien le hubiera disparado en la frente. Él volvió su atención hacia el dueño de la capilla Rosa Amarilla de Texas.


—No juguemos a las escondidas con la verdad, señor Jenkins. En primer lugar, permítame asegurarle que mi abuela está acostumbrada a que se haga lo que ella quiere.
Digamos que es persuasiva. Puedo comprender cómo lo habrá abrumado para que aceptara seguir su plan.


Tal como Pedro había esperado, Wesley aprovechó la sugerencia de que lo habían obligado y se aferró a ella como a un bote salvavidas.


—Sí, eso es lo que sucedió. Intenté decirle que no, pero no me dejó otra opción.


—¿Cuánto le pagó? —preguntó Pedro. Tuvo cuidado de mantener la voz baja y un tono que no sonara acusatorio, algo que no era fácil. Su instinto quería estrangular al hombre por la angustia que sus mentiras le habían provocado a Paula.


Oprimió los hombros de ella de modo tranquilizador, pero mantuvo la mirada en el hombre frente a él.


—Aceptaré no demandarlo por fraude si cumple con mis condiciones.


Cuando no hubo respuesta durante varios segundos, Pedro entrecerró los ojos. Había aprendido una o dos cosas al observar cómo operaba Margarita Alfonso a través de los años. La intimidación no era su método preferido para cerrar un trato, pero quería ahorrarle más angustias a Paula.


—Tengo poco tiempo y menos paciencia, señor Jenkins. Desde mi punto de vista, no es una decisión difícil la que debe tomar. Hace un trato conmigo o enfrenta cargos por registrar una licencia matrimonial falsa.


—Pero en realidad no la registré.


Finalmente estaban averiguando algo.


—Eso podría salvarlo de la cárcel.


—Lo siento, señor Alfonso, de verdad. —Wesley volvió su atención hacia Paula—. Perdóname, Paula. No pensé que haría daño al dejar que su abuela le hiciera una broma a tu novio.


Pedro la acercó más a él, con la esperanza de que el contacto físico fuera una señal de apoyo.


—No gasté el dinero. —Las palabras salieron atropelladamente con un tono de culpabilidad.


Eran las palabras de un hombre ético que había sucumbido a la avaricia. Pedro sintió una puntada de vergüenza por las acciones de su abuela. Era típico de ella: tenía un talento asombroso para encontrar almas vulnerables que hicieran el trabajo sucio por ella.


—Bien. Eso le facilitará hacer un cheque por el monto total a nombre de la institución benéfica que prefiera y enviarlo a mi suite en el Oasis del Desierto dentro de las próximas veinticuatro horas. Después de eso, olvidaremos todo lo sucedido, en tanto y en cuanto no tenga nada más que ver con mi abuela y prometa no hacer ninguna otra cosa que afecte a Paula. ¿Está claro?


Wesley puso las manos en los bolsillos y pateó el polvo a sus pies. Respiró profundo y miró a Paula.


—Lo siento, cariño.


Pedro la observó y deseó con más fervor que cualquier otra cosa que había deseado que ella no hubiera tenido que vivir esa traición.


—Nunca quise hacer algo para lastimarte ni avergonzarte —continuó—. Es solo que las cosas iban mal en la capilla, y la oferta de tanto dinero puede tentar a cualquier hombre. Si sirve de algo, estoy muy avergonzado de mí mismo.


Pedro decidió que Paula ya había soportado bastante.


—Vamos, Paula.


—Aguarda. —Se soltó de su abrazo. Miró a Wesley Jenkins directo a los ojos—. ¿Mi abuelo lo sabía?






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