miércoles, 16 de marzo de 2016

¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 16




—¿No hubo suerte?


Pedro sacudió la cabeza.


—Recuérdame por qué nos fugamos durante un feriado bancario.


Para su deleite, Paula sonrió. Tenía una sonrisa preciosa. 


Todo lo que tenía que ver con ella le parecía cautivador; hasta las pequeñas arrugas que se le formaban en la frente cuando fruncía el ceño eran adorables.


—No los llamamos “feriados bancarios” en Estados Unidos.


Pedro se dejó caer en una silla, feliz de estar de vuelta en la suite y de poder descansar. También estaba feliz de haber salido de la locura del Strip de Las Vegas.


—¿Cómo los llaman?


—Fines de semana largos —explicó Paula. Se sentó en una silla junto a él y se quitó los zapatos—. Y no nos fugamos; ten eso muy presente.


—Definitivamente no parece haber ninguna prueba al respecto —acordó él. Habían pasado el día buscando alguna documentación, pero no habían conseguido nada. La capilla nupcial, donde se suponía que se habían casado, tenía un cartel de “Salí a apostar” colgado afuera. Intentar comunicarse con alguien en la oficina del secretario del condado había sido inútil por el fin de semana largo—. ¿Hace cuánto que conoces a los propietarios de la capilla Rosa Amarilla de Texas?


Paula se encogió de hombros.


—Muchos años, ¿por qué?


Pedro se removió en la silla para poder verla mejor. ¿Por qué demonios ningún hombre había atrapado a Bella hacía años? Era inteligente, elocuente, alegre, y apostaría casi cualquier cosa a que era tan amable como hermosa.


—¿No te parece extraño que supuestamente nos casamos allí anoche y ahora está cerrado?


Él pudo descifrar en su expresión que la idea también se le había pasado por la cabeza. Ella había estado notablemente tranquila después de que la conmoción por haberse despertado en la cama de él había desaparecido. Pedro nunca había pasado tiempo con alguien con quien se sentía tan cómodo. Era como si se conocieran desde hacía años, y no días.


—Lo que en verdad te estás preguntando es si es posible que Wesley Jenkins le esté haciendo un favor a mi abuelo al estar implicado en esta trampa, ¿no?


—Exacto.


—No lo sé. Sí te diré que Wesley no es un mentiroso consumado. Ni siquiera participa ya de los juegos de póker mensuales del abuelo porque no tiene cara de póker.


Paula se abrazó a un almohadón y observó a Pedro.


—¿Qué hay sobre tu abuela? No parece el tipo de mujer que acepte una sorpresa como esta sin tener una fuerte reacción.


—Eres astuta para juzgar el carácter de las personas, Paula. Tienes razón. Una noticia como esta la llevaría a formar un equipo de abogados para intentar anular el matrimonio. Por lo tanto, el solo hecho de que ningún miembro de su cuerpo legal me haya llamado hoy es sospechoso.


—Nada de esto tiene el más mínimo sentido. —Paula dejó el almohadón sobre el sofá y se puso de pie—. Voy a aclarar las cosas con mi abuelo.


Pedro se paró de golpe y la tomó del brazo. Con suavidad, la hizo girar hacia él.


—Preferiría que no lo hicieras.


Cuando ella levantó los ojos hacia él, Pedro se sorprendió al ver que los tenía humedecidos. Su mirada de completa confusión le llegó al corazón. Se acercó un paso más y, cuando ella no se resistió, la atrajo a sus brazos. Se le cortó la respiración cuando ella se inclinó y apoyó la cabeza sobre su hombro. Él le acarició el pelo y deseó que ese momento durara para siempre.


En su lugar, duró solo unos valiosos segundos antes de que ella retrocediera.


—Lo siento, no sé qué me pasó.


Pedro dio unos pasos hacia atrás porque pensó que ella necesitaba espacio.


—Yo sí.


Ella le clavó la mirada.


—¿Lo sabes?


Él asintió.


—La idea de que tu abuelo no esté siendo sincero contigo te perturba en gran medida. ¿Tengo razón?


Ella lo premió con una inclinación de la cabeza y una sonrisa.


—¿No sientes tú lo mismo?


Pedro se acercó hasta el bar y sirvió agua con gas en un vaso alto de cristal. Agregó hielo y una rodaja de limón. No más alcohol para él hasta que averiguase qué había sucedido la noche anterior. Se volvió hacia Paula.


—Estoy acostumbrado a esperar cualquier cosa de mi abuela. ¿Quieres tomar algo?


Su expresión era avergonzada.


—En realidad, estoy muerta de hambre.


Él dejó el vaso.


—Claro, lo siento. Sé que estuvimos de aquí para allá toda la tarde, sin parar para comer. Qué buen marido que sería. —Miró el reloj—. ¿Pido servicio al cuarto o quieres salir?


La sonrisa traviesa de ella le hizo acelerar el pulso.


—No es una pregunta para hacer durante una luna de miel verdadera, ¿no? En realidad, si no te importa, me encantaría algo de comida china. Conozco un lugar maravilloso, que es tranquilo y está alejado del Strip. ¿Te anotas?


Claro que sí. Para cualquier cosa que ella sugiriera. En verdad se anotaba para mucho más de lo que ella sugiriera. 


Asintió.


—Vamos. Podremos debatir nuestros planes para mañana frente a un bife mongol.


—¿Mañana?


Mientras se dirigían a los elevadores, él le hizo un breve resumen de su idea.


Cuando las puertas del elevador se cerraron y comenzaron a descender, Paula se puso en puntas de pie y lo besó en la mejilla.


Su caricia lo animó.


—¿Por qué fue eso?


Ella sonrió.


—La idea de que tu abuela se sienta tan incómoda como se sentirá mañana me parece simplemente encantadora. ¿Soy muy mala?


Él sonrió, agradecido por que ella no pudiera leer la mente. 


¿Mala? Más bien adorable.




¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 15





“Solo sigue su iniciativa”. Las palabras resonaban en la mente de Paula mientras ella y Pedro regresaban a la sala con sus abuelos. La mano de Pedro sobre su espalda la hacía sentir estable y segura. Era como si acabara de caerse de una lancha motora y Pedro fuera su salvavidas.


—Ah, aquí vienen los recién casados —anunció su abuelo con una cálida sonrisa.


Resultaba casi imposible para Paula creer que Claudio Chaves había unido fuerzas con la abuela de Pedro para engañarla.


Era mucho más probable que él mismo hubiese sido engañado y que lo utilizaran como peón en cualquiera fuese el juego que Margarita Alfonso estuviera jugando. La idea no favoreció mucho para que la mujer se ganara su simpatía. 


Todo lo contrario.


La abuela de Pedro sirvió dos tazas de café y le dio una a su nieto. Ignoró intencionalmente a Paula y mantuvo su mirada sobre Pedro.


—¿Cómo toma el café tu nueva esposa?


—Negro está bien, gracias —contestó Paula antes de que Pedro pudiese hablar. Cuantos menos juegos de gatos y ratones jugasen los dos Alfonso, más rápido podrían llegar a la verdad.


—Siéntate, Paula. —Pedro señaló las dos sillas frente a sus abuelos—. Tenemos algunas preguntas para ustedes.


—Y nosotros para ustedes —presionó su abuela.


—Dadas las circunstancias, creo que es mejor que Paula y yo hagamos las preguntas y que ustedes las contesten. —Pedro le mostró una sonrisa reconfortante antes de centrar la atención en el abuelo—. Señor Chaves, ¿cómo supo dónde encontrar a Paula esta mañana?


—Me llamo Claudio, jovencito, utiliza mi nombre.


A los ojos de Paula, su abuelo parecía completamente relajado. No sabía cómo lo lograba.


—Lo último que supe de mi nieta era que iba a ver a una clienta. —Se volvió hacia ella—. ¿Cerraste el trato con la novia, cariño?


Paula sacudió la cabeza.


—Me temo que no.


—No te preocupes: pronto aparecerá otra. —Se reclinó sobre el sillón y apoyó las manos sobre el apoyabrazos—. Como les decía, estaba comenzando a preocuparme al no saber nada de ella. Pero luego recibí un llamado de mi vieja amiga Muriel.


—¿De la capilla nupcial Flamenco? —preguntó Pedro.


Claudio sonrió.


—La misma. En todo caso, me contó que Paula y un “británico guapísimo”, para usar sus palabras, habían ido de visita. Como Paula me había comentado que había conocido a un atractivo extraño esa mañana, pensé que tal vez había salido a una cita sin decírmelo.


Paula ignoró la mirada divertida de Pedro. Sí, era culpable: le había contado sobre él a su abuelo. No tenía por qué verse tan engreído al respecto.


—Continúe —lo animó Pedro—. ¿Intentó llamar o mandarle un mensaje de texto a Paula?


A Paula no se le escapó que su abuelo hizo una pausa. 


¿Trataba de recordar lo que debía decir a continuación? Echó un vistazo a la abuela de Pedro, pero su expresión era más que impasible. Era más como una piedra.


—En realidad, no —respondió Claudio—. Mi niña no sale tanto como debería. Es joven y hermosa. Cualquier hombre sería afortunado por pasar una tarde con ella. —Le hizo un gesto a Pedro—. Como tú mismo has comprobado.


—Así es —acordó Pedro.


La señora Alfonso solo levantó una ceja.


—Abuelo, por favor —protestó Paula—. ¿Cómo me encontraste aquí?


—Ah, eso fue por Wesley Jenkins. Me llamó después de que ustedes habían firmado el certificado de matrimonio.


Wesley Jenkins. Eso la había tomado por sorpresa. Paula se reclinó contra la silla y cerró los ojos para evitar que la habitación diera vueltas. Otra vez.


—¿Reconoces el nombre, Paula? —preguntó Pedro.


Ella abrió los ojos.


—Sí. Wesley es el dueño de la capilla nupcial Rosa Amarilla de Texas.


Pedro frunció el ceño.


—¿Por qué me suena ese nombre?


—Muy probablemente porque te escapaste y te casaste con la señorita Chaves allí. —La señora Alfonso bebió un poco de café y dejó la taza con el plato sobre la mesa frente a ella. Se sacudió una pelusa diminuta de la manga—. Debes recordar algo de tu boda, ¿verdad, Pedro?


Paula no podía recordar haber conocido alguna vez una mujer tan displicente. Ni un gesto, ni una palabra daban indicios de que supiera que Paula estaba en la habitación. 


¿Cómo podía Pedro estar relacionado con alguien tan maleducado? Eso la dejaba pasmada. Se removió en la silla para poder ver a Pedro.


—Te la mencioné ayer por la mañana cuando te daba indicaciones.


—¿Eso fue recién ayer?


Él leyó la mente de Paula. Parecía que una vida entera había pasado en veinticuatro horas.


Ella se volvió hacia su abuelo.


—¿Exactamente qué dijo Wesley?


—Me contó las buenas noticias. Claro que dijo que no le había parecido bien llamarme cuando ustedes habían entrado. Pensó que, si ambos querían una boda privada, no le correspondía interferir. Pero dijo que quería ser el primero en felicitarme.


—¿Y le creíste? ¿Así nada más?


Claudio frunció el ceño.


—¿Por qué mentiría, Paula? Hace años que conoces a Wesley. Deberías saber que es tan honesto como azul es el cielo de Texas.


Paula quería reprenderlo por haber eludido su pregunta con eficiencia, pero Pedro colocó una mano sobre su brazo. Ella entendió la indirecta y cedió.


La mirada del abuelo era aguda.


—¿No recuerdas ningún detalle de anoche, querida Paula? —Se inclinó hacia adelante—. Porque sabes que puedes contarme lo que sea.


Paula supo de inmediato lo que le estaba preguntando. Él quería saber si la habían lastimado. Ella sacudió la cabeza.


—Estaba exhausta, abuelo, eso es todo. Lo lamento si te preocupé al no llamarte. Se me pasó la noche.


—Vaya eufemismo. —La abuela de Pedro cruzó las manos sobre su regazo.


Paula clavó la mirada sobre la otra mujer. Era el vivo retrato de la delicadeza femenina y los buenos modales. No parecía ser capaz de dañar ni a un alma. Pero Paula sabía cómo eran las cosas: cada palabra que la mujer pronunciaba era un arma de doble filo.


—Entonces, Margarita —dijo, utilizando su primer nombre a propósito—, ¿cómo se enteró usted de que su nieto se había fugado?


—Por tu abuelo. Él me rastreó y llamó a mi suite muy temprano esta mañana. —Su mirada era desafiante—. Ambos podrán apreciar lo conmocionada que estaba. Sin embargo, el señor Chaves parece ser el paradigma de la honestidad. No tengo motivos para dudar de su palabra, ¿no? Encontrarte aquí, en la suite de Pedro, valida su historia, ¿verdad?


—¿Dónde está el certificado de matrimonio? —preguntó Pedro.


Su abuela se encogió de hombros.


—Dado que ni el señor Chaves ni yo fuimos invitados para presenciar el afortunado evento, no podría saberlo.


Un silencio incómodo invadió la habitación. Paula no creía una sola palabra dicha por la matriarca Alfonso. No quería que su abuelo dijera nada que no fuese verdad. Siempre habían tenido una relación honesta, y ella no podía soportar la idea de que eso cambiara. Miró a Pedro en busca de guía.


Como si él pudiera presentir su intranquilidad, le tomó la mano y la oprimió con suavidad. Ella le devolvió el gesto. Le gustase o no, estaban juntos en eso.


Pedro fue el siguiente en hablar.


—Si hay algo de verdad en lo que ustedes dicen, debe haber algún rastro de papeles. Paula y yo buscaremos ese supuesto certificado de matrimonio en la suite y nos comunicaremos con el secretario del condado para ver si existe un certificado válido registrado en el estado de Nevada. —Miró deliberadamente a su abuela y luego al abuelo de Paula—. Si no lo hay, ustedes nos deberán a mí y a Paula una disculpa y una explicación, en ese orden.


—¿Qué sucederá cuando averigüen que el señor Chaves y yo decimos la verdad?


El tono de Pedro era tan suave y tranquilo como el de su abuela.


—Entonces Paula y yo tenemos planes que hacer.


—¿Planes? —repitió Claudio.


Paula luchó por mantener su expresión serena. Debía seguir la iniciativa de Pedro, aunque no tuviese idea de cuáles serían sus siguientes palabras o acciones.


Pedro asintió.


—Si tuve la fortuna de casarme con Paula anoche, entonces le debo un anillo de compromiso, sin mencionar una alianza.





martes, 15 de marzo de 2016

¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 14




Mientras el agua caliente corría por el cuerpo de Pedro, se dio cuenta de que tal vez debería estar dándose una ducha fría. El solo pensar en Paula Chaves tenía ese efecto sobre él. El hecho de haberse despertado con ella en la cama era el sueño de todo hombre pero, por más que lo intentara, no podía recordar lo que había sucedido la noche anterior. 


Definitivamente, si hubiesen hecho el amor, el recuerdo estaría grabado en su cerebro. Pero su memoria era una pizarra gris vacía. Eso significaba que no podían haber hecho el amor. Y por supuesto que significaba que no habían huido ni se habían casado.


El casamiento era algo que se había esforzado por evitar. 


Para él, el amor verdadero era tan raro como un unicornio rosa. Desde luego nunca había visto uno. ¿No existían solo en las novelas románticas?


Se quitó la toalla y se colocó la bata. Ignoró el dolor punzante de cabeza; sin dudas sería peor para cuando resolviera todo ese desastre que lo aguardaba. ¿Qué demonios le había dado a su abuela para hacer semejante acusación improbable? ¿Por qué estaba el abuelo de Paula allí? No era como si hubiese ido a rescatar a su nieta descarriada. El hombre no parecía para nada indignado. De hecho, se lo veía realmente encantado. ¿De qué se trataba todo eso?


Cuando salió del baño, encontró a Paula frente al espejo. 


Estaba haciéndose un peinado recogido, que le quedaba muy bien. Vestía un suéter gris claro y pantalones negros. Él la observó, maravillado por que ella pudiera vestirse de manera tan conservadora y aun así verse tan sensual.


—Me haré a un lado enseguida.


—No te apresures por mí. —Podía observarla todo el día.


Ella se dio vuelta para mirarlo con expresión esperanzada.


—¿Recordaste algo?


Él sacudió la cabeza.


—¿Y tú?


Ella suspiró.


—No.


—Paula, no hay posibilidades de que nos hayamos fugado anoche. Ninguna. —No pudo soportar la incertidumbre que había visto en su rostro—. No hay pruebas.


—Excepto por nuestros abuelos que insisten en que lo hicimos.


Pedro sacudió la cabeza.


—Algo traman. No sé qué, pero puedo presentirlo.


Él observó mientras Paula examinaba fijamente el dormitorio hasta que posó la mirada sobre la cama desecha. Cuando ella volvió a mirarlo, él vio con claridad la pregunta para la que necesitaba una respuesta con desesperación.


—No, no pasó nada anoche. Estoy cien por ciento seguro.


—¿Cómo puedes estar tan seguro?


Él enfrentó su mirada.


—Cualquier hombre que tuviese la suerte de hacer el amor con una mujer tan hermosa como tú, Paula Chaves, nunca lo olvidaría. Al menos que fuera un completo desgraciado. —Arrojó al suelo la toalla que había estado sosteniendo—. Además, tú no eres el tipo de mujer que tiene aventuras de una noche.


Ella sonrió a modo de respuesta, con un evidente alivio en sus ojos castaños.


—Gracias.


—¿Por qué? —¿Cómo lograría dejar de mirar esos ojos cautivadores?


—Por no creer que me acuesto con cualquiera. —Apoyó la cabeza contra la pared y cerró los ojos por un largo momento antes de volver a mirarlo—. ¿Qué vamos a hacer?


“Vamos”, en plural. Viniendo de sus labios, sonaba correcto.


—Me afeitaré y luego saldremos a enfrentar a la bruja de mi abuela y a tu abuelo. Nos deben una explicación.


—Eso es precisamente lo que quieren de nosotros.


Él abrió su kit de afeitar y sacó la rasuradora y la crema. 


Advirtió la mirada de Bella en el espejo.


—Nosotros no los interrumpimos a ellos, sino que ellos irrumpieron aquí. Son ellos quienes dicen que algo sucedió. La carga de la prueba está sobre sus hombros.


Paula asintió.


—¿De verdad crees que traman algo?


—¿No crees que sea coincidencia que los dos hayan aparecido aquí al mismo tiempo con la misma historia? —Se colocó crema de afeitar en el rostro y en el cuello—. Créeme, mi abuela no es la clase de mujer que viene corriendo a preguntarme si algo que oyó es verdad. Es mucho más probable que su equipo de abogados se encargue de averiguarlo.


—Verifiqué mi teléfono mientras estabas en la ducha —comentó Paula—. No tenía llamadas ni mensajes de mi abuelo de anoche. Es extraño que no haya intentado comunicarse conmigo. No es propio de él.


Pedro continuó afeitándose, sumamente consciente de la proximidad de Paula. El hecho de que lo observara mientras se afeitaba se sentía como algo íntimo. Le gustaba la sensación de tenerla cerca.


Se colocó loción para después de afeitar y limpió la pileta antes de dirigirse hacia Paula.


—Margarita Alfonso no hace nada sin intenciones ocultas. Nunca. Creo que quiere distraerme del proyecto sobre el que se supone que debería estar trabajando, y sería capaz de usarlos a ti y a tu abuelo como un medio para sus fines. Tal vez esté tentando con efectivo a Claudio.


Pedro notó que Paula estaba visiblemente resentida por la sugerencia. Ah, era leal. Le gustaba eso en una mujer.


—Mi abuelo no es el tipo de hombre al que puedan comprar y vender.


—Bien, entonces le complicará la vida a mi abuela. —Pedro apoyó una mano sobre el hombro de Paula. Esperó a que lo mirara a los ojos—. También es posible que mi abuela lo haya convencido de que realmente estamos casados. Quizás esté fingiendo estar encantado para que no te sientas mal por haberte casado con un completo extraño sin haberle dicho nada a él.


—Podría ser eso. —Paula sonrió—. O tal vez ya llamó a Migraciones y denunció tu intento de forzar a una ciudadana estadounidense a un matrimonio exprés para obtener la residencia.


Pedro rio.


—Esa es la actitud. Podría ser cualquier cosa.


—Entonces, ¿cómo manejamos esto: salimos y exigimos una prueba?


Pedro pasó por al lado de ella y tomó una camisa blanca del armario.


—Podríamos hacer eso. O podríamos divertirnos con ellos mientras intentamos descubrir qué sucede.


Paula se sentó en el borde de la cama con expresión pensativa.


—No quiero hacer algo que pudiese herir los sentimientos de mi abuelo. —Levantó la mirada hacia Pedro—. Es mi única familia.


Pedro se sentó a su lado, tan cerca que sus hombros se tocaban. Le gustó que ella no evitara estar cerca de él.


—Si confías en mí, te prometo que Claudio no saldrá lastimado de ninguna manera. De hecho, haremos que esto lo favorezca y nos aseguraremos de que su capilla nupcial salga de los números rojos. ¿Trato hecho?


—¿Qué obtendrás tú a cambio?


—Con tu ayuda, evitar que se derrochen millones de dólares si jugamos bien nuestras cartas.


Paula asintió.


—Tenemos un trato. Pero ¿qué hay con tu abuela?


—Sin guantes de seda para ella —respondió Pedro—. Debo vencerla en su propio juego.


Paula sonrió.


—¿Qué debo hacer primero?


Él se puso de pie.


—Creo que deberías dejar que me vistiera.


Paula se puso de pie y lo besó en la mejilla.


—Gracias por entender lo de mi abuelo. No puedo evitar protegerlo.


—Es un hombre afortunado por tener tu amor.


Paula sonrió.


—De acuerdo, estoy lista para mi primera tarea como esposa.


Él mostró una amplia sonrisa.


—Cuéntame.


—Te voy a elegir una corbata diferente. Esa no te queda bien.


Pedro rio. Tal vez cuando todo eso acabara, terminaría agradeciéndole a su abuela por sus maquinaciones, que le permitirían a él pasar más tiempo con Paula Chaves.