miércoles, 16 de marzo de 2016

¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 15





“Solo sigue su iniciativa”. Las palabras resonaban en la mente de Paula mientras ella y Pedro regresaban a la sala con sus abuelos. La mano de Pedro sobre su espalda la hacía sentir estable y segura. Era como si acabara de caerse de una lancha motora y Pedro fuera su salvavidas.


—Ah, aquí vienen los recién casados —anunció su abuelo con una cálida sonrisa.


Resultaba casi imposible para Paula creer que Claudio Chaves había unido fuerzas con la abuela de Pedro para engañarla.


Era mucho más probable que él mismo hubiese sido engañado y que lo utilizaran como peón en cualquiera fuese el juego que Margarita Alfonso estuviera jugando. La idea no favoreció mucho para que la mujer se ganara su simpatía. 


Todo lo contrario.


La abuela de Pedro sirvió dos tazas de café y le dio una a su nieto. Ignoró intencionalmente a Paula y mantuvo su mirada sobre Pedro.


—¿Cómo toma el café tu nueva esposa?


—Negro está bien, gracias —contestó Paula antes de que Pedro pudiese hablar. Cuantos menos juegos de gatos y ratones jugasen los dos Alfonso, más rápido podrían llegar a la verdad.


—Siéntate, Paula. —Pedro señaló las dos sillas frente a sus abuelos—. Tenemos algunas preguntas para ustedes.


—Y nosotros para ustedes —presionó su abuela.


—Dadas las circunstancias, creo que es mejor que Paula y yo hagamos las preguntas y que ustedes las contesten. —Pedro le mostró una sonrisa reconfortante antes de centrar la atención en el abuelo—. Señor Chaves, ¿cómo supo dónde encontrar a Paula esta mañana?


—Me llamo Claudio, jovencito, utiliza mi nombre.


A los ojos de Paula, su abuelo parecía completamente relajado. No sabía cómo lo lograba.


—Lo último que supe de mi nieta era que iba a ver a una clienta. —Se volvió hacia ella—. ¿Cerraste el trato con la novia, cariño?


Paula sacudió la cabeza.


—Me temo que no.


—No te preocupes: pronto aparecerá otra. —Se reclinó sobre el sillón y apoyó las manos sobre el apoyabrazos—. Como les decía, estaba comenzando a preocuparme al no saber nada de ella. Pero luego recibí un llamado de mi vieja amiga Muriel.


—¿De la capilla nupcial Flamenco? —preguntó Pedro.


Claudio sonrió.


—La misma. En todo caso, me contó que Paula y un “británico guapísimo”, para usar sus palabras, habían ido de visita. Como Paula me había comentado que había conocido a un atractivo extraño esa mañana, pensé que tal vez había salido a una cita sin decírmelo.


Paula ignoró la mirada divertida de Pedro. Sí, era culpable: le había contado sobre él a su abuelo. No tenía por qué verse tan engreído al respecto.


—Continúe —lo animó Pedro—. ¿Intentó llamar o mandarle un mensaje de texto a Paula?


A Paula no se le escapó que su abuelo hizo una pausa. 


¿Trataba de recordar lo que debía decir a continuación? Echó un vistazo a la abuela de Pedro, pero su expresión era más que impasible. Era más como una piedra.


—En realidad, no —respondió Claudio—. Mi niña no sale tanto como debería. Es joven y hermosa. Cualquier hombre sería afortunado por pasar una tarde con ella. —Le hizo un gesto a Pedro—. Como tú mismo has comprobado.


—Así es —acordó Pedro.


La señora Alfonso solo levantó una ceja.


—Abuelo, por favor —protestó Paula—. ¿Cómo me encontraste aquí?


—Ah, eso fue por Wesley Jenkins. Me llamó después de que ustedes habían firmado el certificado de matrimonio.


Wesley Jenkins. Eso la había tomado por sorpresa. Paula se reclinó contra la silla y cerró los ojos para evitar que la habitación diera vueltas. Otra vez.


—¿Reconoces el nombre, Paula? —preguntó Pedro.


Ella abrió los ojos.


—Sí. Wesley es el dueño de la capilla nupcial Rosa Amarilla de Texas.


Pedro frunció el ceño.


—¿Por qué me suena ese nombre?


—Muy probablemente porque te escapaste y te casaste con la señorita Chaves allí. —La señora Alfonso bebió un poco de café y dejó la taza con el plato sobre la mesa frente a ella. Se sacudió una pelusa diminuta de la manga—. Debes recordar algo de tu boda, ¿verdad, Pedro?


Paula no podía recordar haber conocido alguna vez una mujer tan displicente. Ni un gesto, ni una palabra daban indicios de que supiera que Paula estaba en la habitación. 


¿Cómo podía Pedro estar relacionado con alguien tan maleducado? Eso la dejaba pasmada. Se removió en la silla para poder ver a Pedro.


—Te la mencioné ayer por la mañana cuando te daba indicaciones.


—¿Eso fue recién ayer?


Él leyó la mente de Paula. Parecía que una vida entera había pasado en veinticuatro horas.


Ella se volvió hacia su abuelo.


—¿Exactamente qué dijo Wesley?


—Me contó las buenas noticias. Claro que dijo que no le había parecido bien llamarme cuando ustedes habían entrado. Pensó que, si ambos querían una boda privada, no le correspondía interferir. Pero dijo que quería ser el primero en felicitarme.


—¿Y le creíste? ¿Así nada más?


Claudio frunció el ceño.


—¿Por qué mentiría, Paula? Hace años que conoces a Wesley. Deberías saber que es tan honesto como azul es el cielo de Texas.


Paula quería reprenderlo por haber eludido su pregunta con eficiencia, pero Pedro colocó una mano sobre su brazo. Ella entendió la indirecta y cedió.


La mirada del abuelo era aguda.


—¿No recuerdas ningún detalle de anoche, querida Paula? —Se inclinó hacia adelante—. Porque sabes que puedes contarme lo que sea.


Paula supo de inmediato lo que le estaba preguntando. Él quería saber si la habían lastimado. Ella sacudió la cabeza.


—Estaba exhausta, abuelo, eso es todo. Lo lamento si te preocupé al no llamarte. Se me pasó la noche.


—Vaya eufemismo. —La abuela de Pedro cruzó las manos sobre su regazo.


Paula clavó la mirada sobre la otra mujer. Era el vivo retrato de la delicadeza femenina y los buenos modales. No parecía ser capaz de dañar ni a un alma. Pero Paula sabía cómo eran las cosas: cada palabra que la mujer pronunciaba era un arma de doble filo.


—Entonces, Margarita —dijo, utilizando su primer nombre a propósito—, ¿cómo se enteró usted de que su nieto se había fugado?


—Por tu abuelo. Él me rastreó y llamó a mi suite muy temprano esta mañana. —Su mirada era desafiante—. Ambos podrán apreciar lo conmocionada que estaba. Sin embargo, el señor Chaves parece ser el paradigma de la honestidad. No tengo motivos para dudar de su palabra, ¿no? Encontrarte aquí, en la suite de Pedro, valida su historia, ¿verdad?


—¿Dónde está el certificado de matrimonio? —preguntó Pedro.


Su abuela se encogió de hombros.


—Dado que ni el señor Chaves ni yo fuimos invitados para presenciar el afortunado evento, no podría saberlo.


Un silencio incómodo invadió la habitación. Paula no creía una sola palabra dicha por la matriarca Alfonso. No quería que su abuelo dijera nada que no fuese verdad. Siempre habían tenido una relación honesta, y ella no podía soportar la idea de que eso cambiara. Miró a Pedro en busca de guía.


Como si él pudiera presentir su intranquilidad, le tomó la mano y la oprimió con suavidad. Ella le devolvió el gesto. Le gustase o no, estaban juntos en eso.


Pedro fue el siguiente en hablar.


—Si hay algo de verdad en lo que ustedes dicen, debe haber algún rastro de papeles. Paula y yo buscaremos ese supuesto certificado de matrimonio en la suite y nos comunicaremos con el secretario del condado para ver si existe un certificado válido registrado en el estado de Nevada. —Miró deliberadamente a su abuela y luego al abuelo de Paula—. Si no lo hay, ustedes nos deberán a mí y a Paula una disculpa y una explicación, en ese orden.


—¿Qué sucederá cuando averigüen que el señor Chaves y yo decimos la verdad?


El tono de Pedro era tan suave y tranquilo como el de su abuela.


—Entonces Paula y yo tenemos planes que hacer.


—¿Planes? —repitió Claudio.


Paula luchó por mantener su expresión serena. Debía seguir la iniciativa de Pedro, aunque no tuviese idea de cuáles serían sus siguientes palabras o acciones.


Pedro asintió.


—Si tuve la fortuna de casarme con Paula anoche, entonces le debo un anillo de compromiso, sin mencionar una alianza.





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