jueves, 10 de marzo de 2016
CON UN EXTRAÑO: CAPITULO 25
Pedro se mantuvo aparte mientras Paula se despedía en el aeropuerto. No le gustaban las despedidas, y menos aquella que tanto la hacía sufrir. Lo pudo ver en las lágrimas de sus ojos azules mientras Jose le rogaba que lo dejara quedarse.
–Puedo dormir solo, como en casa de la abuela. Y Gaby puede dormir conmigo.
–Cariño –dijo Paula, agachándose al nivel de Jose–, te prometo que enseguida vendrás a vivir conmigo, en cuanto termines el curso. Entonces tendré un sitio para que vivamos, un apartamento muy bonito con piscina. ¿Te gustaría?
–No quiero un apartamento viejo, quiero vivir con Pedro y Gaby. Además, Pedro tiene piscina, y muy grande. Y un montón de juegos.
–Jose, solo estoy viviendo con el doctor Alfonso hasta que encuentre otra cosa.
–Pero me dijiste que te gustaba.
–Claro que me gusta, pero no puedo vivir con él para siempre.
Pedro no pudo negar la punzada en el corazón ante la idea de la marcha de Paula. No quería hacerle caso, pero le dolía en lo más profundo, y sencillamente no sabía qué hacer, sobre todo cuando ella estaba tan decidida. Pero quería que se quedara; no se había dado cuenta de hasta qué punto hasta entonces. Pero no podía obligarla a tomar aquella decisión. Paula se puso de pie al oír la llamada para embarcar. Pedro se acercó a ellos y le dio la mano al niño.
–Puedes venir a verme siempre que quieras, colega.
Jose no hizo caso de la mano y directamente lo abrazó. Sin comprender muy bien por qué, Pedro lo levantó en brazos y lo agarró con fuerza. El niño lo miró fijamente con unos ojos muy parecidos a los de su madre, pero con una confianza que ella no tenía.
–¿Guardaste nuestra última carrera?
–Claro; la he grabado para que podamos seguir por donde la dejamos.
–Es hora de irse, cariño –dijo Paula cuando dieron el último aviso.
–Nos vemos, Pedro –se despidió el niño, tras darle un abrazo aún más fuerte.
–Nos vemos –contestó él, y se volvió a Margarita–. Señora, ha sido un placer.
–Oh, basta de formalidades, soy solo Margarita –replicó ella, quien también lo abrazó y le susurró–. Cuida de nuestra chiquilla, ¿vale? Pero no le dejes ver que lo haces.
Jose y su abuela fueron hacia el avión, observados por Pedro y Paula. Consciente de lo sola que se sentiría, el doctor la tomó entre sus brazos y ella apoyó la espalda en su pecho, como si las piernas no le fueran a responder al verlos desaparecer. En aquel momento, Pedro quiso cuidar de ella, darle todo cuanto deseara; quería ser el hombre que ella necesitaba, pero la verdad le dio una bofetada cuando ella se separó.
Ahora sabía que estaba dispuesto a llevar una relación seria.
El problema radicaba en Paula, que hacía lo posible por no necesitar a nadie, y menos a él.
Paula necesitaba a Pedro más que a nada en aquel momento. Tenía la cama y el corazón vacíos ahora que su madre y Jose se habían marchado. Pedro también se había ido al garaje nada más cenar, y apenas había hablado durante toda la cena, aunque a veces la había mirado como si quisiera decirle algo.
Ella también quería hablar con él y explicarle por qué no podía quedarse más. Temía que permanecer más tiempo en su casa y en su vida solo serviría para sentirse más apegada a él. Pero en aquel momento no quería pensar en ello; solo quería que Pedro llenara el vacío en su alma, aunque se equivocara. Ansiaba tanto su compañía y sus caricias que decidió ir a buscarlo para estar con él aunque fuera por última vez.
Paula abandonó la soledad de su habitación y bajó las escaleras sin hacer ruido, vestida tan solo con un camisón de algodón y un abrigo. Al notar un casi imperceptible olor a madera quemada en el segundo piso, entró en el dormitorio de Pedro, que estaba completamente a oscuras, tanto que pensó que quizá este seguía en el garaje.
Entonces oyó el ruido de la ducha y solo imaginar que estaba allí sin nada de ropa le hizo sentir escalofríos y pensó en meterse con él, hasta que oyó que se cerraba el grifo.
No le importó, pues decidió que lo esperaría en la habitación de todas formas. Quería que fuera a él y eso es lo que pensaba hacer, ir a él. Se quitó el abrigo y lo dejó en el sofá.
Al aproximarse al borde de la cama decidió quitarse también el camisón y los calcetines, para que no hubiera ninguna duda de lo que quería. Si no podía tenerlo para siempre, se conformaría con lo que le diera el tiempo que le quedaba.
Desnuda y avergonzada, abrió las sábanas de seda negras y se deslizó bajo ellas. Se sentía valiente y atrevida y decidió taparse solo hasta la cintura. Entonces se abrió la puerta.
Paula cerró los ojos y se tapó; de repente no se sentía tan seductora. Pero seguía igual de caliente, sobre todo cuando al abrir los ojos vio a Pedro desnudo junto a la cama.
–¿Te has perdido, o echabas de menos mi cama?
–Te echaba de menos a ti –contestó ella, que se giró y dejó caer la sábana.
Él no se movió ni dijo nada, pero su cuerpo sí respondió.
–He pensado que a lo mejor tú también me echabas de menos –continuó ella, mirándole descaradamente el tatuaje.
–¿Qué es lo que quieres, Paula?
–A ti.
–¿Estás segura de que me quieres a mí? ¿O quizá solo necesitas algo que te haga sentir bien, que te haga olvidar el haberte tenido que despedir de tu hijo?
–Quiero estar contigo, Pedro. Me dijiste que tenía que dar el siguiente paso y lo estoy dando.
–Será mejor que estés segura, porque si me meto contigo en esa cama me aseguraré de que no tengas posibilidad de cambiar de opinión.
–¿Y cómo piensas hacer eso?
–Con mis manos, con mis labios, y todo lo demás.
–No pienso cambiar de opinión –concluyó ella, abriendo la sábana.
A Pedro se le oscurecieron los ojos y se quedó de pie, lo cual hizo a Paula dudar de que se fuera a meter en la cama hasta que se acercó a ella. Pero de repente, Pedro se dio la vuelta y fue al baño. A Paula se le cayó el corazón a los pies hasta que lo vio entrar de nuevo en el dormitorio con dos preservativos que dejó en la mesilla. Se metió en la cama, pero en lugar de abrazarla, le tomó las manos y tiró de ella hasta que ambos estuvieron sentados frente a frente.
–Convénceme.
–¿Perdona?
–Convénceme de que deseas esto.
Paula solo sabía una manera de convencerlo, y llevó una mano temblorosa al pecho de Pedro, donde el corazón le latía con fuerza. Le deslizó la mano sobre la piel mojada, bajando hasta el ombligo. Se detuvo en el tatuaje para explorarlo como había querido hacer la primera vez. Aunque no se veía muy bien por la escasa iluminación, pudo sentir su poder, igual que el poder que ejercía ahora ella sobre Pedro. A medida que iba bajando le miraba la cara en busca de alguna reacción, pero él parecía indiferente, hasta que lo rodeó con las manos y él cerró los ojos y respiró con gravedad. Tenía la carne caliente, dura y tentadora.
Entonces Pedro la tomó por la muñeca y detuvo la exploración.
–Me has convencido.
–Pero no he terminado –dijo ella, con una sonrisa siniestra.
–Claro que sí.
–No.
Antes de que pudiera seguir protestando, bajó la cabeza y lo tomó con la boca, notando el cambio en él, que la agarró del pelo. Entonces la detuvo levantándole la cabeza para darle un beso demoledor. El beso duró muy poco porque, como había hecho ella, Pedro hizo su propia exploración por el cuerpo de ella, le acarició los senos y los pezones con movimientos circulares, y le metió las manos entre las piernas para tocarla con un movimiento suave pero insistente que estuvo a punto de llevarla al clímax. Pero justo antes, retiró la mano.
–¿Quieres más?
–Sí –rogó ella.
–¿Cuánto más?
–Todo, maldita sea.
–Me gusta cuando te pones caliente, me excita.
–Cuando quiero algo lo suficiente –dijo ella, acariciándole el pendiente con la lengua– sé cómo lograrlo.
–Yo también –contestó él, llevándole la mano a su erección.
–Convénceme.
–Será un placer.
Pedro la tumbó boca arriba y se puso un preservativo, mientras ella le arañaba la espalda con impaciencia.
Entonces él la agarró de las manos y la penetró lentamente y empezó a retirarse hasta que ella lo empujó con las caderas.
Pedro continuó con un ritmo lento, permitiendo a Paula guardar aquel momento en la memoria y absorber las sensaciones mientras le susurraba palabras de cariño.
Cuando le soltó las manos, ella lo agarró del pelo mojado y sedoso. En aquellos momentos de tranquilidad, Paula se dio cuenta de que estaban haciendo el amor, al menos ella, porque a pesar de su determinación a no amarlo, lo amaba.
Y por un segundo se permitió creer que él también la amaba.
Pedro la acarició con las yemas de los dedos sobre el lugar por el que estaban unidos, llevándola a otro increíble clímax al tiempo que se movía dentro de ella. Paula nunca había sentido un placer semejante, nunca se había sentido tan unida a otra persona, tan perdida ante un hombre que la había cautivado en cuerpo, alma y corazón.
–¿Sabes lo que estás haciendo conmigo, mi amante? –preguntó Pedro con voz tensa mientras intentaba aguantar un poco más.
Paula respondió con otro golpe de caderas para meterlo más dentro, y él se rindió con un ritmo más rápido y salvaje, y llegó a un clímax con la fuerza de una explosión que
lo hizo temblar y sentir cosas que nunca había sentido.
Poco a poco fue recuperando la conciencia, y supo que había vuelto a ocurrir algo extraordinario que poco tenía que ver con el sexo. La mujer que tenía entre los brazos, a la que se encontraba unido, había logrado invadir su alma y su corazón. Esta se revolvió y, aunque no quería dejarla marchar, se movió para aliviarla de su peso.
–No te vayas –le dijo ella–. Quiero recordar esto.
Pedro nunca olvidaría aquel momento ni a aquella mujer, a la que parecía no poder unirse lo suficiente. Cuando se dio la vuelta con ella encima, Paula apoyó la mejilla sobre su hombro y suspiró. Él le recorrió la espalda con el dedo, y pensó que quería hacer el amor con ella una vez más, y otra y otra. Pero antes tenía que decirle algo.
–He estado pensando.
–¿Sobre qué? –preguntó ella, y le dio un beso en el cuello.
–Sobre este verano. He pensado que nos podríamos ir un par de meses a recorrer el país. Jose, tú y yo, y tu madre si quieres.
–No me puedo ir así como así, tengo responsabilidades y deudas. Y un buen empleo, igual que tú.
–Mi trabajo seguirá aquí cuando vuelva, y te pagaré las deudas.
–¿A cambio de qué?
–De tenerte aquí. Podemos arreglar una habitación para Jose y otra para tu madre si quiere quedarse aquí una temporada.
Paula se puso boca arriba, rompiendo así el contacto íntimo y construyendo un muro.
–Eso no es posible. Jose ya te quiere demasiado, no quiero que crea que este arreglo es para siempre.
–¿Arreglo? –preguntó él enfadado.
–Lo de vivir juntos.
–¿Estás diciendo que no quieres probar a ver si funciona? –preguntó él con ilógica desesperación.
–¿Qué ha pasado con tu nada de ataduras ni compromisos?
–No lo sé. Estar contigo y con Jose este fin de semana me ha hecho darme cuenta de que falta algo en mi vida.
–Pero han sido solo dos días, Pedro –suspiró ella–. ¿Estás siendo sincero contigo? ¿Estás dispuesto a comprometerte en serio a algo más que un fin de semana ocasional?
–Estoy dispuesto a intentarlo, ver hasta dónde llega.
–Llámame anticuada si quieres, pero no puedo vivir contigo, y menos con Jose bajo el mismo techo.
–No sé qué es lo que quieres de mí.
–No quiero nada de ti, Pedro –contestó ella, mientras se sentaba–, no más allá de lo que ha pasado esta noche. Sé lo mucho que disfrutas de tu libertad salvo por lo que respecta a tu trabajo. Aunque supongo que en eso también me equivocaba.
–¿Por qué, porque me quiero tomar un tiempo libre?
–Porque parece que te resulta muy fácil dejarlo todo, y me preocupa que acabes haciéndonos lo mismo. No quiero que me abandonen otra vez, y desde luego no lo quiero para mi hijo. Me asusta pensar que eso pueda suceder.
–¿Crees que es fácil para mí? –preguntó él, reclinándose en el cabecero–. Nunca he tenido una relación seria, Paula, nunca había querido, hasta ahora. Me has cambiado.
–Me encantaría creerte pero me temo que ya he oído antes eso.
–Yo no soy tu ex marido, soy más honrado.
–Eres un hombre honrado, Pedro, lo sé muy bien; es una de las razones por las que más te quiero.
–¿Qué has dicho?
–He dicho que te quiero, y es verdad. Y créeme que es lo último que quería que ocurriera, pero no puedo evitarlo.
–Si eso es verdad, ¿por qué no quieres quedarte conmigo?
–Temo que no te satisfaga una existencia mundana, y no puedo quedarme sabiendo que no estamos totalmente comprometidos.
–¿Hablas de matrimonio? –preguntó Pedro, a quien la palabra le sonaba amarga, al recordar la desgraciada unión de su madre con su padrastro–. Nunca he entendido por qué es tan importante un papel si dos personas se importan. Y tú me importas.
–Tienes razón –dijo Paula, que se levantó y se puso el albornoz–. El matrimonio es lo último que necesitamos ninguno de los dos. Buenas noches, Pedro.
Aquello sonó como una despedida y antes de que pudiera salir de la habitación, Pedro saltó de la cama y la agarró del brazo.
–Quédate conmigo.
–Los dos necesitamos dormir.
–No solo esta noche. Quédate después del verano.
–Tengo que hacer lo mejor para mí, Pedro, y para mi hijo. Por favor, entiéndelo.
Después de que se marchara, Pedro desahogó su furia con el fuego casi apagado, pinchando los restos de madera con el atizador. Había sabido todo el tiempo lo que necesitaba Paula, alguien que se quedara a su lado para bien o para mal, y también necesitaba oír las palabras que él había sido demasiado cobarde para pronunciar, que la amaba, y estaba empezando a pensar que así era, más de lo que podía expresar.
También reconoció que tenía que convencer a Paula de que tenía intención de estar allí para ella y para Jose con o sin un papel, convencerla de que una vez que se comprometía a algo, lo cumplía, como había hecho con su meta de ser médico.
Tenía muchas cosas sobre las que meditar y no mucho tiempo. En lo profundo de su corazón, sabía que Paula se marcharía antes del verano si no lograba persuadirla. Pero no sabía cómo.
CON UN EXTRAÑO: CAPITULO 24
–Me cae muy bien Pedro.
–Es un buen hombre –contestó Paula, mientras levantaba la vista del dominical para ver la mirada evaluadora de Margarita. Primero su hijo y ahora su madre.
–Y por lo que se ve tiene mucho éxito. ¿Has visto su increíble cuarto de juegos?
–Sí lo he visto –repuso ella, pensando que había estado a punto de estrenar la mesa de billar con Pedro, aunque se lo ahorró a su madre.
–Jose está allí ahora; es el paraíso de un niño con tantos juegos.
–A Pedro le van los juegos –repuso Paula, y, dándose cuenta de que su madre quería hablar, dobló el periódico y lo dejó a un lado–. A veces pienso que es como un niño pequeño.
–A lo mejor es un poco descuidado, pero parece muy responsable. Quiero decir que es médico, y sabes mejor que nadie el grado de compromiso que eso requiere.
–¿Esta conversación lleva a algún sitio, mamá?
–La verdad es que me preguntaba si hay algo más entre vosotros.
–¿Por qué preguntas eso? –preguntó ella, tratando de contener el pánico.
–Porque ayer no dejó de mirarte de aquella manera.
–¿De qué manera?
–De la misma en que me miraba tu padre cuando salíamos –contestó la madre con sonrisa triste–. La misma en que me miró todo el tiempo que estuvimos casados.
–Mira, mamá, Pedro no es de esos. Es un gran médico y un buen amigo.
–Y bastante guapo, dejando a un lado el pendiente.
–Pero no es de los que se compromete.
–¿Cómo lo sabes?
–Confía en mí, lo sé.
–Los hombres pueden cambiar, Paula.
–Sí, como Adam, ¿no?
–Así que es eso, comparas a todos los hombres con Adam. Nunca serás feliz con nadie si sigues haciéndolo.
–A lo mejor no necesito a nadie más que a mi hijo.
–Pero Jose sí.
A Paula se le partió el corazón. La conversación con su hijo de hacía dos noches le había dejado ver que este había pensado en tener un padre, y también que había disfrutado de la compañía de Pedro, lo cual la preocupaba.
–Pedro no es un buen candidato.
–Yo creo que sería un padre genial para Jose.
–Mamá, por favor.
–La vida te sorprende de muchas formas –expresó Margarita, acercándose a su hija y tomándole las dos manos–, igual que las personas, si les das la oportunidad. No te cierres las puertas o acabarás como tu tía May. Fue una vieja amargada y vengativa desde que la dejó tirada aquel predicador.
–Intentaré no volverme una bruja.
–Solo recuerda, Paula, a veces tienes que hacer un acto de fe y dejarte caer para aprender a vivir de nuevo.
Paula no quería cometer aquel acto de fe. No se atrevía a esperar que Pedro cambiara su idea respecto al compromiso. De hecho, no cambiaría nada de él, pues le encantaba casi todo, su sonrisa, su compasión, su sabiduría innata, su espíritu libre… No se atrevió a continuar, pues lo siguiente era reconocer que lo amaba, y no pretendía llegar tan lejos. Aunque temía que era demasiado tarde
miércoles, 9 de marzo de 2016
CON UN EXTRAÑO: CAPITULO 23
Pedro no tenía ni idea de por qué lo hacía, pero no podía parar. En todos los lugares a los que fueron, fue incapaz de controlar sus manos. En el zoo se vio agarrando el brazo de Paula con cierta posesividad masculina y en el restaurante, sin darse cuenta, le había puesto una mano en el muslo bajo la mesa. También había visto un par de miradas encubiertas de la madre, quien le había caído bien; le había parecido divertida, amable y preocupada por su hija sin resultar dominante. Respecto al niño, le había parecido un crío genial; veía en él la fuerza de Paula, aunque era bastante más extrovertido.
A pesar de lo cansado que estaba, tanto por falta de sueño como por haber peleado varias veces a lo largo del día contra un niño de seis años, estuvo de acuerdo en jugar a los videojuegos con Jose y después ver una película de acción. Ahora estaban los dos tumbados frente al televisor.
En algún momento de la película, el niño se había quedado dormido con un brazo alrededor de Gaby.
–Parece que ha quedado fuera de combate –dijo Paula desde arriba.
Pedro se sentó para mirarla; le dolía todo el cuerpo por la postura que había guardado durante dos horas. Pero una parte de él se despertó al ver el pelo mojado por la ducha y el albornoz que llevaba, el mismo que había llevado en la mañana anterior.
Paula se había mostrado esquiva casi toda la tarde, que había aprovechado para charlar con su madre en la cocina.
Y ahora la veía más feliz de lo que la hubiera visto desde que la conocía, y le gustaba verla así, tanto como hacerla feliz.
–No se ha movido desde que los malos han secuestrado al bueno.
–Voy a despertarlo para meterlo en la cama.
–Ya lo llevo yo.
Pedro tomó al niño en brazos y lo subió a la habitación, sorprendido por los extraños sentimientos que lo recorrieron cuando el pequeño lo abrazó con sus diminutos brazos.
Cuando llegó al dormitorio, Margarita estaba en la puerta.
–Yo dormiré con él esta noche, en tu habitación, Paula. Si a Pedro no le importa subir un poco más.
–En absoluto.
–No importa, mamá –contestó la hija, cuya expresión seria indicaba que a ella sí le importaba–. Es vuestra última noche aquí y me gusta tenerlo cerca.
–Sé cómo duerme, como un mono intentando salir de la jaula. Te he oído regañarlo esta noche por patearte la cara. Además, está tan hecho polvo que no sabrá con quién duerme.
–De verdad, mamá, no me importa.
Pedro entró en su habitación con el pequeño aún en brazos hasta que Margarita lo detuvo.
–Espera un momento.
El doctor se volvió a ella deseando que se decidieran. Él personalmente habría apoyado que Paula durmiera con él si necesitaba compañía, pero no creía que aquello fuera a suceder. Margarita le quitó el pelo de la cara a su hija en un gesto muy maternal.
–Estás cansada; ya tendrás tiempo de estar con él mañana, no nos vamos hasta la tarde.
–Pero…
–No hay peros. Necesitas dormir bien o mañana no estarás para nadie.
–Está bien, si insistes –aceptó Paula–. Pero te lo advierto: te llevarás un par de patadas.
Antes de que volvieran a cambiar de opinión, Pedro subió por la escalera empinada hasta el ático. Una vez allí, dejó al niño tumbado en la cama y lo cubrió con la sábana. Los tres se quedaron observando al pequeño como si esperaran algo.
–Buenas noches a los dos –susurró Margarita, y bostezó–. Que disfrutéis del resto de la noche juntos.
Mientras Paula pareció atónita, Pedro aceptó el comentario y salió. Paula mantuvo cierta distancia mientras bajaban las escaleras, invadidos por el silencio hasta llegar al segundo piso. En lugar de despedirse en el rellano, Pedro la siguió a la habitación, una habitación con una cama doble con suficiente espacio para dos. Quería estar en ella con Paula, llevarla a un viaje a la inconsciencia que durara toda la noche. Después de todo, Margarita prácticamente les había dado su permiso.
Era obvio que Paula no lo veía igual, por la mirada fulminante que le lanzó desde la puerta abierta. A pesar del ceño fruncido y del horrible albornoz, Pedro se sintió con una energía sorprendente, sobre todo al imaginarse desatando el nudo con los dientes.
–¿Lo has pasado bien hoy? –le preguntó ella.
–Me lo he pasado muy bien. Y tienes un niño fantástico.
–En eso tengo que estar de acuerdo contigo. Espero que no te haya vuelto demasiado loco.
–En absoluto, no recuerdo habérmelo pasado tan bien –contestó él, y tras mirar el baño, rectificó–. Bueno, la verdad es que sí lo recuerdo, ayer por la mañana…
–No creo que sea buena idea hablar de eso ahora –lo interrumpió ella, poniéndole una mano en la boca–. Las paredes oyen y no quiero que mi madre escuche por accidente… ya sabes.
–A lo mejor deberíamos llevar esta conversación a la cama y discutir… ya sabes.
A Paula le brillaban los ojos con el mismo deseo que él había visto la noche anterior en el garaje, la mañana en el baño, hacía unos días en el jacuzzi. Estaba duro como una piedra y quería hacer algo para remediarlo, pero no sin que ella lo sugiriera.
–Por si no lo recuerdas te dije que teníamos que evitar ese contacto. Lo cual me recuerda, ¿a qué ha venido todo ese tocamiento hoy?
–¿Te refieres a que te agarrara de la mano? –preguntó él haciéndose el inocente.
–Me refiero a meter la mano bajo la mesa.
–Tenía la mano en tu pierna. Si hubiera querido algo más, querida, puedo asegurarte que te habrías dado cuenta.
–Vale, a lo mejor solo me pusiste la mano en la pierna –admitió ella, con cierto temblor–, pero tendrás que reconocer que ha sido un poco provocativo.
–¿Qué crees tú que estaba provocando? –le preguntó él tras acorralarla en la puerta.
–No sé, bueno, ya sabes.
Pedro decidió que le resultaría muy fácil besarla y meterla en la habitación y en su cama, quitarle otra vez el albornoz, quitarse los pantalones y hacerle el amor. Justo cuando estaba pensando en besarla, Paula se metió en la habitación y señaló el extremo opuesto del pasillo.
–Vete a la cama, Pedro.
–Es lo que intento hacer.
–Dijiste que esperarías a que yo diera el siguiente paso, ¿no?
–Sí.
–Entonces vete a la cama antes de…
–¿Antes de qué?
–Antes de que cambie de opinión y te tumbe en el suelo para tenerte dentro de mí –contestó ella, y le cerró la puerta en las narices.
CON UN EXTRAÑO: CAPITULO 22
Una hora más tarde, Paula se preparó para meterse en la cama de Pedro con su hijo. Al salir del baño vio al pequeño observando las figuras que adornaban la mesita frente al sofá. En concreto una figura de cristal con la forma de una pantera.
–Ten cuidado, Jose, no queremos romper nada –le dijo su madre, y este dejó la figura en su sitio y se lanzó sobre la cama.
–¿Cómo es que a Pedro le gustan los gatos?
–Es parte de su cultura –contestó Paula, tumbándose a su lado–. Su madre descendía de los mayas de México y ellos creen que los animales son especiales.
–Yo también creo que los animales son especiales. ¿Podemos ir mañana al zoo?
–Suena bien.
–Me cae bien Pedro, ¿a ti te gusta?
–Sí –contestó ella, acariciándole el cabello negro.
–¿Por eso lo estabas besando?
–Sí. ¿Te molesta, cariño? –preguntó ella, asustada.
–Da un poco de asco.
–Seguro que no piensas eso cuando seas mayor –aseguró ella, riéndose.
–Pues yo creo que sí –replicó el niño, arrugando la nariz.
–Bueno, aún te queda mucho tiempo para decidirlo. Ahora tienes que dormir –dijo ella, apagó la lamparita de la mesilla y apoyó la cabeza en la almohada.
Enseguida percibió el olor característico de Pedro y se sintió extrañamente bien. De repente la recorrió una sensación de ansia, que tenía más que ver con su parte emocional que con la meramente física. No podía permitirse desear tanto de él.
–¿Mamá?
–¿Qué?
–Me gusta Pedro.
–Bien –contestó ella, pensando que a ella también, y demasiado–. Duerme bien.
–Mamá, una cosa más, ¿alguna vez tendré un padre de verdad?
–Si encuentro a alguien que creo que sería un buen padre, serás el primero en saberlo.
–Vale, pero creo que Pedro sería un padre chachi
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