La alarma del móvil me despertó a las siete de la mañana. A pesar de ser sábado quería levantarme temprano. Deseaba ver a Pedro antes que se marchara. Corrí hasta la sala y lo que vi me entristeció: todo el lugar estaba perfectamente arreglado. Había llegado tarde, ya se había ido.
Papá apareció vestido con su ropa de correr. Me miró y entrecerró los ojos. Conocía esa mirada, a él no se le escapaba nada.
—¿Te vienes conmigo al parque? —Su invitación me agradó, no podía negarme.
—Dame cinco minutos, me cambio enseguida. —Él sonrió y fue a la cocina para esperarme.
Regresé minutos más tarde, mi padre me ofreció café antes de irnos y yo acepté sin protestar. Al salir nos dirigimos a Central Park, era su lugar favorito para hacer ejercicios.
Comenzamos estirándonos.
—¿Qué pasa con Oscar? —Su pregunta fue prudente, pero no estaba segura de querer contarle.
—No sé, debe ser estrés, tiene mucho trabajo en la firma. —Podía jurar que él no se había tragado ese cuento. Miró para otro lado y negó con la cabeza.
—Caminemos, tenemos que calentar los músculos. —Tomó un trago de agua de su botella, se aclaró la garganta y agregó—Me pareció que estaba celoso, espero que sepas lo que haces, hija. Pero si no quieres hablar de eso, entonces cambiemos de tema. ¿Qué planes tienes para la tarde? —Lo miré sonriendo porque sabía que mi respuesta le iba a encantar.
—Tarde de chicas con Alicia y las gemelas. —Me devolvió una sonrisa.
—Alicia y las gemelas… —repitió bajito, creo que estaba pensando en voz alta. Al darse cuenta de su error se sonrojó—El que llegue primero prepara el desayuno —se apresuró en agregar y salió corriendo. Era un tramposo.
Mi tarde de chicas se desarrolló en un parque infantil.
Jugamos con Amy y Tara, las hermosas gemelas de Alicia, hasta que no pudieron más con sus pequeñas almas. Luego hicimos un picnic y cerramos la tarde compartiendo unos ricos helados de frutas.
Al llegar extenuada al departamento me tiré en la cama. Le había prometido a papá mientras corríamos en el Central Park que terminaría de leer el diario de Elizabeth pronto, me quedaba muy poco por leer. Debía hacerlo para pasar esa página y seguir adelante.
Papá tocó la puerta de mi habitación para avisarme que iría al hospital, tenía un caso pendiente que quería estudiar. Yo me cambié de ropa y busqué en el interior de la gaveta de la mesita de noche el diario, y me senté en el sillón al lado de mi cama para terminarlo.
James no volvió a llamar.
James nunca pudo ser un prestigioso abogado graduado de Yale.
James y su familia, nunca llegaron a Carolina del Norte, porque todos murieron en un trágico accidente automovilístico.
Rob y Claire vinieron a mi casa dos días más tarde de nuestra despedida. Los dos tenían los ojos enrojecidos e hinchados de tanto llorar. Me desplomé en el piso cuando escuché la noticia, no paré de gritar, maldecir y negar con la cabeza.
Claire se arrodillo a consolarme, Rob al ver la escena se nos unió, y lloramos sin parar sabe Dios cuánto tiempo.
El servicio fue muy triste, me sentía con los ánimos por el
suelo, y como si fuera poco, empeoraba cada día que pasaba. Pero tenía que ser fuerte por mamá y la enfermedad de papá, que para rematar, estaba peor de salud.
Rob regresó a Boston al día siguiente del entierro, Claire se quedó conmigo un par de días.
—Ely, te veo pálida. Anda, come un poco de fruta —me ofreció un plato lleno de fresas, mis favoritas.
—No me provocan Claire, no tengo hambre. —Ella se sentó a mi lado y acarició mi espalda.
—Estas muy delgada, Ely, puedo sentir tus huesos, tienes que comer. —La miré y con esfuerzo me llevé una fresa a la boca, pero el olor de la fruta me provoco nauseas. Salí corriendo al baño.
—¿Desde cuándo estas así? —preguntó muy seria.
—Desde hace dos semanas, creo que es un virus —dije desganada mientras terminaba de asearme.
—Mañana te llevo al médico, tú no estás bien —lo dijo como si estuviera dictando una sentencia.
Claire se encargó de todo, me llevó a un laboratorio, allí me hicieron un examen de sangre y otro de orina. Nos dijeron que volviéramos después del mediodía por los resultados.
Así lo hicimos, después del almuerzo, estábamos de vuelta.
Como un mal presagio, se apareció en la sala de espera una enfermera de cara redonda y cabellos despeinados. Me llamó por mi nombre y apellido. Como un resorte me pare de la silla y la seguí, me giré buscando la mirada de mi amiga que no hacía más que asentir con la cabeza.
Seguí a la enfermera por un estrecho pasillo que nos condujo a un pequeño consultorio, allí estaba otra mujer, se hacía llamar doctora Lani.
—¿Qué edad tienes Elizabeth? —pregunto mientras habría una carpeta.
—Dieciocho años —dije nerviosa.
—Qué bueno, ya eres mayor de edad, para serte sincera, luces de dieciséis —comentó estudiando mis facciones—Aquí tengo tus resultados, me gustaría que después de lo que te voy a decir, me prometas que vas a pensar muy bien tu situación —me miró buscando mi aprobación, solo asentí con la cabeza—Estas embarazada, de apenas seis semanas, tienes que cuidarte mucho y alimentarte como es debido —me entregó una bolsa que contenía una cantidad de papeles informativos y vitaminas a base de hierro.
—Gracias —fue lo único que logré decir, me levanté sintiéndome aturdida por la noticia, apreté mis manos alrededor de la bolsa y caminé en busca de Claire.
No dijimos ni una palabra, mi mente me llevó a la tierra de los recuerdos, donde James se encontraba. Recordé sus intensos ojos verdes, su bella sonrisa y sin más rompí a llorar. Cómo lo extrañaba, cuanto lo amaba, que iba a ser mi vida sin él y ahora esta sorpresa, un bebé. El fruto de nuestro amor estaba en mi vientre. Me sentí sola, afligida y rota, llena de dolor.
—¿Qué vas a hacer Ely? —me preguntó Claire con lágrimas en los ojos.
—No sé, tengo miedo —sollocé por un buen rato.
Pronto llegó el 3 de Junio, fue el día en que naciste, estaba muy asustada, mis padres seguían sin saber nada, nunca los quise molestar con mis problemas. Ellos se habían mudado a Dallas para seguir ayudando a mi padre con un nuevo tratamiento y nunca se dieron cuenta de mi estado. Ya bastante tenían ellos.
Me habían hablado de un programa para darte en adopción, pero mi corazón se encogía cada vez que pensaba en eso.
La otra opción que tenía era que te quedaras conmigo, pensé en que sería una mamá joven y hasta que quizás tú me darías las fuerzas necesarias para salir adelante.
Desde la muerte de James, tu padre biológico, me encontraba sumergida en un estado depresivo muy fuerte.
Había sido diagnosticada con un cuadro de bipolarismo y estaba siendo medicada con un tratamiento de antidepresivos de por vida. Pero si te soy sincera, no sentía las fuerzas necesarias, como tampoco creía que pudiera ser algún día una buena mamá.
Claire y Rob fueron a visitarme al hospital, y en cuanto los vi supe que ellos serían las personas adecuadas para quedarse contigo y darte un hogar lleno de amor. Créeme les pedí el favor más desesperado de toda mi vida.
Rob se tuvo que hacer pasar como mi novio, para que apareciera registrado como tu padre legal en el acta de nacimiento, de esa forma él sería tu representante legal a partir de ese momento. La única condición que puso, fue el escoger tu nombre.
—Se llamará Paula Chaves —dijo serio y determinado.
No cabe duda que fue una decisión dura y triste, pero no me arrepiento de haberlo hecho, estoy segura que Rob ha hecho contigo, querida Paula, un trabajo excelente. No me juzgues y te ruego que seas feliz, te lo mereces.
Con amor…
Elizabeth Benson.
Tapé mi boca con una mano. Un sollozo se escapó de mi garganta. En lo único que pensaba era en mi padre, Roberto Chaves, el muchacho estudiante de medicina que se hizo cargo de la hija de su mejor amigo. El hombre que me había dado todo: cariño, apoyo infinito y compresión.
Me derrumbé en el piso, las lágrimas no paraban de salir. Mi corazón estaba oprimido produciéndome un dolor tan grande en el pecho, que por un momento creí que estaba sufriendo un infarto. Respiré profundamente dándome cuenta que era un ataque de pánico, causado por demasiadas emociones acumuladas y años de dudas. Jamás imaginé que esa fuera mi verdad.
El sonido de la puerta de la entrada me hizo reaccionar. ¿Mi padre ya había regresado del hospital?
Me levanté aun llorando todavía y salí a la sala tratando de limpiarme las lágrimas.
Mi corazón se emocionó al ver a mi padre buscando desconcertado algo sobre la mesa. Sin darle explicaciones me le colgué del cuello. Era imposible reprimir mi alegría.
—¡Decidido!, voy a dejar las llaves más seguido —expresó con una sonrisa, envolviéndome entre sus brazos, y haciendo uso de su especial sentido del humor.
—Papá… —Las palabras se ahogaron en mi garganta.
—Supongo que terminaste de leer el diario —intuyó acariciándome la espalda—Sabía que te pondrías así, vamos a sentarnos y hablamos. —Lo solté del cuello y lo tomé de la mano para caminar juntos hasta el sofá.
—Primero que nada, quiero agradecerte… —comencé, pero él me detiene sin darme oportunidad de seguir.
—Basta Paula. Nunca y óyeme bien, nunca me agradezcas el haberme encargado de ti. Aunque biológicamente no seas mi hija, para mí lo eres. Siempre serás el tesoro más grande que la vida me ha regalado, eso que nunca me he atrevido compartir. Eres el fruto del único amor que tuvo James, mi mejor amigo —hizo una pausa para secar mis lágrimas—Quise a James como a un hermano, y me dolió mucho su muerte. Él fue un chico brillante, inteligente, ¿sabías que quería ser abogado? —Yo tenía un nudo en la garganta, que no me dejaba pronunciar palabras—¡Maldita carrera!, si no hubiese sido por ella nunca se hubiese ido… lo siento hija, me duele recordar —Ahora podía entender a que se debía su terco silencio, como también su aberración por Oscar. Su carrera de abogado le recordaba a James y su terrible accidente.
—Lo siento, papá. ¿Sabes de qué murió Elizabeth? —indagué acomodándome en el sofá.
—No lo sé. La última vez que supe de ella fue cuando te llevé conmigo en brazos del hospital. Lo siento, Paula, pero cuando Elizabeth se despidió de ti, yo nunca más quise saber de ella. Nunca aprobé su decisión, intenté convencerla de lo contrario. —Lo admiré por ser tan sincero, aunque eso no evitó que sus palabras me dolieran.
—Entiendo, y… su amiga, Claire, ¿la has vuelto a ver? —Sus facciones se endurecieron. La pregunta no le había caído bien.
—Ella siguió con su vida. Trató de ponerse en contacto conmigo cuando tenías cinco años, pero no quise que nos reuniéramos. Me parecía absurdo encontrarnos y revivir un pasado olvidado y lleno de esqueletos. —En muchos sentidos él tenía razón, nada se hubiese ganado con eso.
—¿Los abuelos saben la verdad? —lo miré atenta.
—Sí, me apoyaron en todo. Ellos le tuvieron mucho aprecio a la familia de James, y aunque no fue fácil guardar este secreto Paula, no queríamos que la verdad te afectara de alguna manera. Todos te queremos, hija, y siempre te hemos protegido.
—Lo sé, eres el mejor papá del mundo. —Nos fundimos en un abrazo. Una sensación de alivio invadió mi corazón, ahora que sabía la verdad me sentía liberada, podía mirar al futuro sin miedos. Mi pasado no era más que la consecuencia de una triste historia de amor.
El sonido del timbre nos sacó de nuestro momento. Papá se levantó a ver de quien se trataba. Minutos más tarde regresó con un ramo de rosas en una mano y una tarjeta en la otra, que extendió hacia mí. Llena de curiosidad la abrí para leerla.
Paula, te pido disculpas por mi comportamiento de ayer, me porté como un imbécil, pero por un momento sentí que te estaba perdiendo… dime que estoy equivocado, que son solo imaginaciones mías. Te amo Osita.
Tuyo, Oscar.
—Oscar, es su forma de disculparse por lo de ayer. —Me acerqué a las rosas para olerlas.
—Por lo menos tiene estilo el muchacho. ¿Puedo hacerte una pregunta que no tiene nada que ver con todo esto? —Indagó metiéndose las manos en los bolsillos de su pantalón—Te confieso que se me hace incómodo tener que hacerlo —expresó con cierto rasgo de pena en la voz.
—Adelante, pregunta lo que quieras. —Lo animé con una sonrisa.
—¿Tú crees que me vería muy desesperado si invito a Alicia a cenar? —Aquello me enterneció.
—Doctor Roberto Chaves, usted está sufriendo un cuadro de enamoramiento agudo. Le aconsejo que no pierda tiempo y haga lo que le dicte su corazón. —Él sonrió como un
chiquillo, regresó a la mesa de la sala, logrando hallar las llaves y caminó hasta la puerta—¡No lo dudes papá! —Le grité antes de verlo desaparecer.
Al quedar sola pensé en Oscar y vi el hermoso ramo que tenía enfrente. Las metí dentro de un jarrón y busqué el móvil para enviarle un mensaje de texto.
Paula: Gracias por las Rosas, son hermosas.
Oscar: Lo siento de corazón, espero puedas perdonarme.
Paula: También lo siento. Si eso te hace sentir mejor.