sábado, 19 de diciembre de 2015
UN TRATO CON MI ENEMIGO :PROLOGO
No te preocupes, Migue, vendrá.
–¡Quita tus malditos pies de la mesa! –respondió bruscamente Miguel ante la insolencia de su hermano sin, ni siquiera, molestarse en levantar la mirada de los documentos que se encontraba leyendo en el despacho de El descanso del arcángel, el aislado hogar en Berkshire de la familia Alfonso–. No me preocupa.
–¡Ya, claro! –contestó Rafael con desgano y sin molestarse en bajar los pies del viejo escritorio de su hermano.
–No, no me preocupa nada, Rafa –le aseguró Miguel con tono tranquilo.
–¿Sabes si…?
–¡Estoy seguro de que te habrás dado cuenta de que estoy intentando leer! –suspiró con impaciencia mientras miraba al otro lado del escritorio. Iba vestido formalmente, como de costumbre, con una camisa azul clara, corbata azul marino muy ceñida, chaleco oscuro y pantalones sastre; la chaqueta del traje la tenía sobre el respaldo de la silla de piel.
Su abuelo, Carlo Alfonso, se había llevado con él su fortuna al dejar Italia y se había establecido en Inglaterra casi setenta años atrás, antes de casarse con una chica inglesa y tener un hijo, Giorgio, que era el padre de Miguel, Rafael y Pedro.
Al igual que su padre, Giorgio había sido un astuto empresario y había aumentado la fortuna Alfonso al abrir la primera casa de subastas y galería Arcángel en Londres, treinta años atrás. Después de jubilarse hacía diez años, su mujer Elena y él se habían instalado de manera permanente en su casa de Florida y sus tres hijos habían aumentado al máximo su fortuna al abrir galerías similares en Nueva York y París, haciendo que ahora todos ellos fueran multimillonarios.
–Y no me llames «Migue» –le ordenó bruscamente mientras seguía leyendo el informe que tenía delante–. Ya sabes cuánto lo odio.
Por supuesto que Rafael lo sabía, pero consideraba que parte de su trabajo como hermano pequeño ¡era hacer de rabiar a su hermano mayor!
Tampoco es que tuviera muchas oportunidades de hacerlo ahora que los tres hermanos solían estar cada uno en las distintas galerías, pero siempre intentaban coincidir en Navidad y en sus cumpleaños; de hecho, ese día era el treinta y cinco cumpleaños de Miguel. Rafael era un año menor y Pedro, el «bebé» de la familia, tenía treinta y tres.
–La última vez que hablé con Pedro fue hace una semana aproximadamente –dijo Rafael esbozando una mueca.
–¿A qué viene esa cara? –le preguntó Miguel enarcando una oscura ceja.
–A nada en particular. Todos sabemos que Pepe lleva de mal humor los últimos cinco años. Jamás he entendido esa atracción –se encogió de hombros–. A mí me parecía
una cosita insignificante, con esos enormes…
–¡Rafa! –le gritó Miguel.
–… ojos grises –terminó Rafael secamente.
Miguel apretó los labios.
–Hablé con Pedro hace dos días.
–¿Y? –preguntó Rafael impaciente cuando quedó claro que su hermano mayor se estaba guardando algo.
Miguel se encogió de hombros.
–Y me dijo que llegaría a tiempo para la cena de esta noche.
–¿Y por qué no has podido decírmelo antes?
Rafael bajó rápidamente los pies de la mesa y se puso de pie nervioso. Claramente irritado, se pasó una mano por su pelo negro mientras iba de un lado a otro de la habitación, con su porte alto y musculoso y ataviado con una camiseta ceñida negra y unos vaqueros desteñidos.
–Supongo que eso habría sido demasiado fácil –se detuvo para mirar a su hermano mayor.
–Sin duda –respondió Miguel tan serio y con una mirada tan enigmática como de costumbre.
Los tres hermanos eran parecidos en altura, constitución y tono de piel; todos pasaban del metro ochenta y cinco y tenían el mismo pelo negro. Miguel lo llevaba corto y tenía unos ojos marrones tan oscuros que resplandecían impenetrables con un brillo negro.
Rafa llevaba el pelo largo, lo justo para que se le rizara sobre los hombros, y sus ojos marrones tenían un brillo dorado.
–¿Y bien? –preguntó impaciente cuando Miguel no añadió nada a sus previas palabras.
–¿Y bien qué? –su hermano enarcó una ceja con gesto arrogante mientras se sentaba relajadamente en el sillón de piel.
–¿Que cómo estaba?
Miguel se encogió de hombros.
–Como has dicho, con el mismo mal carácter de siempre.
Rafa torció el gesto.
–Sois tal para cual.
–Yo no tengo mal carácter, Rafa. Lo único que pasa es que no tengo paciencia ni para las tonterías ni para los estúpidos.
Él enarcó las cejas.
–Espero que no me hayas incluido en esas palabras…
–Apenas –respondió Miguel relajándose ligeramente–. Y prefiero pensar que los tres somos un poco… intensos.
Algo de la tensión de Rafael se disipó al esbozar una compungida sonrisa y asentir ante, probablemente, la razón por la que ninguno de los tres se había casado nunca. Las mujeres a las que habían conocido se sentían atraídas tanto por ese lado peligroso tan predominante en los hombres Alfonso como por su riqueza. Y estaba claro que sobre esos cimientos no se podía asentar una relación que no fuera puramente… ¡o no tan puramente!… física.
–Tal vez –admitió con aspereza–. Bueno ¿de qué trata ese informe que llevas leyendo con tanto interés desde que he llegado? –¿Por qué me da la sensación de que esto no va a gustarme?
–Probablemente porque no te va a gustar –Miguel le pasó el documento por encima de la mesa.
Rafa leyó el nombre.
–¿Y quién es P.Chaves?
–Participará en la Exposición de Nuevos Artistas que vamos a celebrar en la galería de Londres el mes que viene –respondió Miguel lacónicamente.
–¡Maldita sea! ¡Por eso sabías que Pedro volvería hoy! –miró a su hermano–. Había olvidado por completo que Pedro te va a sustituir en Londres durante la organización de la exposición.
–Sí, y yo me marcho a París un tiempo –respondió Miguel con satisfacción.
–¿Vas a intentar ver a la bella Lisette mientras estés allí?
Miguel apretó los labios.
–¿A quién?
El tono desdeñoso de su hermano bastó para decirle a Rafa que la relación de Miguel con la «bella Lisette» no solo había terminado, sino que estaba olvidada desde hacía tiempo.
–Bueno, ¿y qué tiene de especial ese tal Paula Chaves como para que hayas solicitado un informe sobre él?
Rafa sabía que tenía que haber una razón que explicara el interés de Miguel por ese artista en particular. Había habido decenas de solicitantes para la Exposición de Nuevos Artistas que, tras su primer éxito en París tres meses antes a manos de Pedro, se volvería a celebrar en Londres al mes siguiente.
–P.Chaves es una mujer –lo corrigió lentamente.
Rafa enarcó una ceja.
–Entiendo…
–No sé por qué, pero lo dudo –le dijo su hermano con desdén–. A lo mejor esta fotografía te ayuda… –Miguel sacó una fotografía en blanco y negro–. Les pedí a los de seguridad que descargaran la imagen de uno de los discos ayer –lo cual explicaba la granulada calidad de la fotografía–, cuando vino a la galería para entregarle personalmente su carpeta de trabajo a Eric Sanders –Eric era el experto en arte de la galería londinense.
Rafa agarró la fotografía para poder ver mejor a la joven que aparecía entrando por las puertas de cristal hacia el vestíbulo de mármol de la galería.
Debía de tener unos veinticinco años y el blanco y negro de la imagen dificultaba distinguir su tono de piel. Llevaba el pelo cortado por debajo de la oreja con un estilo muy desenfadado y parecía tenerlo de un color claro; su aspecto resultaba muy profesional con una oscura chaqueta y una falda a la altura de la rodilla a juego con una blusa blanca.
Sin embargo, ¡ninguna de esas prendas lograba ocultar el curvilíneo cuerpo que se encontraba bajo ellas!
Tenía un rostro inolvidablemente bello, tuvo que admitir Rafa mientras seguía observando la fotografía: un rostro en forma de corazón, ojos claros, nariz pequeña y respingona entre unos pómulos altos y unos labios carnosos y sensuales con una delicada barbilla sobre la esbeltez de su cuello.
Un rostro muy llamativo y que le resultaba ligeramente familiar.
–¿Por qué tengo la sensación de que la conozco? –preguntó Rafa levantando la cabeza.
–Probablemente porque la conoces. Todos la conocemos –añadió Miguel secamente–. Intenta imaginártela un poco más… rellenita, con unas gafas de pasta negra y una melena larga y pardusca.
–No me parece la clase de mujer por la que ninguno de nosotros se sentiría atraído… –dijo Rafa bruscamente mirando con suspicacia la imagen en blanco y negro que tenía delante.
–¡Ah, sí! He olvidado mencionarte que tal vez deberías fijarte bien en sus… ojos –añadió Miguel secamente.
Rafa alzó la vista rápidamente.
–¡No puede ser! ¿Es posible? –miró la imagen con más atención–. ¿Estás diciéndome que esta belleza es Sabrina Harper?
–Sí –respondió Miguel sucintamente.
–¿La hija de William Harper?
–La misma.
Rafa tensó la mandíbula mientras recordaba el escándalo producido cinco años antes, cuando William Harper había ofrecido un Turner supuestamente desconocido hasta entonces para venderlo en la galería de Londres. En condiciones normales el cuadro se habría mantenido en secreto hasta que se hubiera llevado a cabo la autentificación y los expertos la hubieran confirmado, pero de algún modo su existencia se había filtrado a la prensa sacudiendo al mundo del arte según iban extendiéndose las especulaciones sobre la autenticidad de la obra.
Por aquel entonces Pedro estaba al mando de la galería londinense y en varias ocasiones había ido a la casa de los Harper para hablar sobre el cuadro mientras se estaba llevando a cabo el proceso de autentificación; allí había conocido tanto a la esposa como a la hija de William Harper y eso había hecho que le resultara el doble de complicado haber tenido que declarar el cuadro como una falsificación casi perfecta tras un extenso examen. Y lo peor fue que la investigación policial había demostrado que William Harper era el único responsable de la falsificación, tras lo cual el hombre había entrado en prisión.
Durante el juicio su esposa y su hija adolescente se habían visto acosadas por la prensa y la lamentable historia había vuelto a saltar por los aires cuando, cuatro meses después, Harper murió en prisión. Tras aquello, su esposa y su hija habían desaparecido.
Hasta ahora, por lo que parecía…
–¿Estás absolutamente seguro de que es ella?
–El informe que estás viendo es del investigador privado que contraté después de verla ayer en la galería…
–¿Hablaste con ella?
Miguel negó con la cabeza.
–Estaba cruzando el vestíbulo cuando Eric pasó por delante con ella. Como te he dicho, me pareció reconocerla y el investigador logró descubrir que Mary Harper volvió a emplear su nombre de soltera semanas después de la muerte de su esposo y que se tramitó también el cambio de apellido de su hija.
–¿Entonces esta tal Paula Chaves es ella?
–Sí.
–¿Y qué tienes pensado hacer?
–¿Hacer con qué?
Rafa tomó aire con impaciencia ante la calma de su hermano.
–Bueno, está claro que no puede ser uno de los seis artistas que expondrán en Arcángel el mes que viene.
Miguel enarcó las cejas.
–¿Y por qué no puede?
–Pues, por un lado, porque su padre entró en prisión por intentar implicar a una de nuestras galerías en un asunto de falsificación –miró a su hermano–. ¡Y además Pedro fue a juicio y ayudó a meterlo ahí dentro!
–¿Y la hija tiene culpa de los pecados de su padre? ¿Es eso?
–No, claro que no, pero… con un padre así, ¿cómo sabes que los cuadros que lleva en su cartera son realmente suyos?
–Lo son –asintió Miguel–. Todo está en el informe. Es licenciada en Arte y lleva dos años intentando vender sus cuadros a otras galerías sin mucho éxito. He mirado su carpeta, Rafa, e independientemente de lo que puedan pensar esas otras galerías, es buena. Más que buena, es original, y, probablemente, esa sea la razón por la que los demás se han negado a darle una oportunidad. Ellos salen perdiendo y nosotros ganamos. Tanto que tengo intención de comprar un Paula Chaves para mi colección privada.
–¿Entonces va a ser una de las seis participantes?
–Sin ninguna duda.
–¿Y qué pasa con Pedro?
–¿Qué pasa con él?
–Lo avisamos repetidamente, pero se negó a escucharnos. Ella es la razón de que lleve cinco años de tan mal humor… ¿Cómo crees que se va a sentir cuando se entere de quién es en realidad Paula Chaves? –le preguntó exasperado.
–Bueno, creo que estarás de acuerdo en que, sin duda, ha mejorado mucho con la edad.
De eso no había ninguna duda.
–Esto es… ¡Maldita sea, Miguel!
Miguel apretó los labios firmemente.
–Paula Chaves es una artista con mucho talento y merece la oportunidad de exponer en Arcángel.
–¿Te has parado a pensar en las razones por las que puede estar haciendo esto? ¿En que pueda tener motivos encubiertos, tal vez una especie de venganza contra nosotros o contra Pedro por lo que le pasó a su padre?
–Sí, también lo he pensado –asintió con calma.
–¿Y?
Se encogió de hombros.
–En este momento estoy dispuesto a otorgarle el beneficio de la duda.
–¿Y Pedro?
–En numerosas ocasiones me ha asegurado que es adulto y que no necesita que su hermano mayor interfiera en su vida, ¡gracias! –dijo secamente.
Rafa sacudió la cabeza exasperado y comenzó a moverse por el despacho.
–¿No estarás pensando en serio en decirle a Pedro quién es?
–Como te he dicho, en este momento no –le confirmó Miguel–. ¿Y tú?
Rafa no tenía ni idea de qué iba a hacer con esa información…
UN TRATO CON MI ENEMIGO: SINOPSIS
La artista Paula Chaves nunca había llegado a perdonar a Pedro por haber enviado a su padre a la cárcel haciendo que su familia se desmoronara. Pero se había forjado una nueva identidad alejada del escándalo y la deshonra… ¡hasta que consiguió la oportunidad de exponer en la prestigiosa galería londinense de Alfonso!
El magnate internacional Pedro Alfonso no podía olvidar la mirada implacable que le habían dirigido una vez desde el otro lado de la sala de un tribunal. Ahora la tentadora Paula había vuelto pero, en esta ocasión, jugaría según las reglas que marcara él si quería lograr lo que anhelaba.
¡Porque Pedro estaba decidido a que el pacto resultara mutuamente placentero!
UNA NOVIA EN UN MILLÓN: EPILOGO
Querida Elizabeth:
Me complace anunciarte la próxima boda de mi nieto Pedro y Paula Chaves, una joven viuda que cuenta con mi más absoluta aprobación. Procede de una familia de gente honrada y trabajadora, y tiene un hijo de dos años, el niño más encantador que podrías imaginar. Su nombre es Marcos, y Pedro lo adoptará muy pronto, así que casi puedo decir ya que soy bisabuela. Al fin soy realmente feliz.
Debes estar preguntándote cómo puede ser, ya que Pedro iba a casarse como sabes con otra mujer cuando viniste a visitarnos. Pues bien, siguiendo tu sabio consejo, procedí a organizar un encuentro entre Paula y Pedro, procurando que les pareciera a ambos lo más fortuito posible.
Como muy bien dijiste, aparte de eso, las demás variables apenas si se podían controlar, así que me hice a un lado y esperé. ¡Qué extraño resulta sin embargo comprobar ahora, al verlos juntos, lo predestinados que parecen en efecto! ¡Me recuerdan tanto a Eduardo y a mí…! Ah, pero de eso hace ya muchos años. En fin, presiento que este será un matrimonio feliz, la clase de matrimonio que quería para Pedro.
Espero que puedas asistir a la boda. Os adjunto a Rafael y a ti una invitación, y mandaré también otras a tus tres hijos y sus esposas. Tal vez estos matrimonios dichosos harán que mis otros dos nietos, Antonio y Mateo, se decidan a sentar la cabeza junto a una esposa que lleve el don del amor a sus vidas.
Y es que, ahora más que nunca, me doy cuenta, querida Elizabeth, de que el amor es un don que nadie puede exigir ni comprar. Sencillamente surge entre dos personas cuando son las adecuadas. Sin embargo, no te quepa duda de que, en el futuro, estaré desde luego muy pendiente de la elección de mis otros dos nietos. Teniendo como prueba la felicidad de Paula y Pedro, creo que puedo decir que no se me da mal hacer de casamentera. Gracias una y otra vez por tu excelente consejo.
Tuya afectísima,
Isabella Valeri Alfonso
UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 20
Amor? Paula se esforzó por dejar a un lado los pensamientos que se agolpaban en su mente, atormentándola, desde que Pedro le entregara el ramo de rosas rojas. ¿Era posible?, ¿eran entonces rosas rojas de amor? Aquella esperanza descabellada de pronto pareció empezar a tomar cuerpo. ¿Podría ser que…?
Su alma se negó a seguir luchando contra sí misma y, como atraída por un imán, alzó la mirada hacia el hombre cuyo amor ansiaba su corazón más que ninguna otra cosa en el mundo.
Los ojos azules de él reflejaban un afecto tan intenso, que la arrolló con la fuerza de una ola, atravesando el muro creado por la aprensión y la incertidumbre, desnudando ante ella una verdad que había estado ahí todo el tiempo.
–¿Qué quieres decir, Pedro? –le preguntó sin saber aún si debía dar crédito a sus oídos o a sus ojos.
–Lo que quiero decir, Paula Chaves, es que te amo, y que eso lo cambia todo, porque eso destruye todos los motivos ridículos por los que dices que nuestros mundos no pueden acercarse.
Paula sintió que se estremecía de pies a cabeza. Aquella afirmación, y la fuerza que llevaba impresa, sanó las heridas de su alma, cerró las brechas abiertas, derrumbó las barreras, no dejando siquiera la sombra de ellas.
–Siento… Siento haber creído a Marcela –balbució avergonzada.
–Más siento yo haber estado ciego tanto tiempo. Nunca…, nunca sentí por ella lo que siento por ti –le susurró acariciándole la mejilla con suavidad.
–Pero… –lo interrumpió Paula insegura–, ¿cómo sabes que esta vez las cosas saldrán bien?
–Lo supe en el instante en que te vi, y esa certeza ha ido aumentando más y más con el tiempo. Nunca había sentido nada semejante por nadie antes. Y no se trata solo de atracción, física –dijo anticipándose a sus pensamientos–. Es algo mucho más profundo, Paula, es como si fueras una canción que llevaba dentro de mí y nunca había escuchado.
Sí, pensó Paula, el amor podía ser como la música, abrumador en ocasiones, dulce y suave en otras, pero siempre visceral, a la vez que podía ser apasionado, tierno, triste, dichoso…
–Pero hay algo de lo que estoy muy seguro: esto que siento por ti no va a extinguirse jamás. Lo que hay entre nosotros no es algo voluble y pasajero, es algo así como el fuego de la vida, y no pienso renunciar a él ahora que lo he encontrado.
«El fuego de la vida»… Ciertamente era una buena definición del amor, pensó Paula, la mágica chispa que unía a un hombre y una mujer, la chispa que hacía que mereciera la pena vivir. El día anterior se había sentido como si en su corazón solo hubiera cenizas, y le había parecido que ni siquiera la música que tanto amaba podría reemplazar ese fuego. En aquel momento en cambio…
–Yo tampoco quiero que ese fuego se extinga, Pedro… Yo, yo… en cierto modo acepté la oferta de Patricio porque me asustaba el vacío que quedaría en mi vida sin ti.
–Pero estoy aquí, Paula, no me voy a ir a ningún sitio. Me has abierto los ojos y al fin sé las cosas que de verdad cuentan para mí. Tú eres todo lo que quiero, Paula, lo único que cuenta para mí al cien por cien. No dejes que nadie te convenza jamás de lo contrario.
Ella asintió, quedándose sin habla unos momentos. Tal era la dicha que la embargaba.
–En cuanto a tu trato con Patricio Owen…
–Yo…, no estoy segura de querer seguir con ello… –se apresuró a decir ella. No quería que nada estropease aquel instante tan perfecto–. La verdad es que lo que más me gustaría cantar sería canciones de cuna a mis hijos. Angelo y yo habíamos planeado tener una gran familia –explicó.
Pedro rodeó su cintura con los brazos, atrayéndola hacia sí.
–Tendremos tantos niños como quieras. Y, si me lo permites, adoptaré a Marcos. Quiero hacerlo. Puede que no sea tan buen padre para él como lo hubiera sido Angelo, pero trataré de hacerlo lo mejor posible. Marcos es un chico estupendo. Me hace desear que fuera mío –confesó con una sonrisa enigmática.
El corazón de Paula dio un vuelco.
–¿Quieres…, quieres casarte conmigo?
–Quiero que seas mi esposa y la madre de mis hijos, Paula. Si tú quieres serlo…
Paula no cabía en sí de felicidad.
–Pero eso no significa que tengas que dejar de cantar –prosiguió él con seriedad–. Es verdad que tu voz es un don, y Patricio Owen tiene razón en que debes dejar que otros la escuchen. Estaba equivocado con él. Estoy seguro de que solo quiere lo mejor para ti.
–Yo no quería que mi carrera interfiriera en nuestra relación.
–No tiene por qué interferir, Paula, encontraremos la manera de amoldarnos a ella.
La confianza que Pedro parecía tener en que todo saldría bien volvió a dejarla sin palabras. ¿Podía ser que algo tan maravilloso le estuviera ocurriendo a ella? En un impulso, se puso de puntillas y le echó los brazos al cuello.
–Te quiero, Pedro, te quiero tanto…
Los ojos azules de él brillaron más que nunca.
–Yo también a ti –respondió–. Como dijo Patricio esta noche, hay un lugar en el que incluso los sueños imposibles se convierten en realidad. Nosotros lo buscaremos juntos.
Y, en ese instante, aquel lugar se materializó de repente, al fundirse sus labios en un beso, imprimiendo en él el fuego que había en sus corazones, decididos a mantener viva la llama de su amor en los años venideros.
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