Pedro se había encerrado en su museo personal cuando Paula se había marchado para recoger sus cosas.
Había permanecido allí durante las últimas horas, haciendo un inventario mental de todo lo que poseía. Todo estaba en su sitio. No faltaba nada. Y, sin embargo, su casa parecía vacía. Su cuerpo se sentía vacío. Como si Paula le hubiera arrancado algo fundamental y se lo hubiera llevado con ella.
Y ninguna de sus cosas servía para llenar su vacío.
«Porque tú la amas, y has sido demasiado cobarde para decírselo».
Era cierto. La amaba, pero el amor era la cosa más aterradora en la que podía pensar. Algo que solo había experimentado durante sus primeros cinco años de vida.
«Pero el regalo permanece».
Se pasó la mano por el cabello y se acercó a la vitrina donde tenía una de sus jarras. La empujó contra la columna y rompió el cristal y la jarra. No se sintió peor.
Se volvió y tiró otra vitrina. Había perdido dos cosas de su colección y no le importaba. Nada importaba.
Las cosas que tanto había protegido no significaban nada para él. No le ofrecían protección. Se sentía herido y nada de aquello podía aliviar su dolor.
Ella era todo lo que le importaba, y la había dejado marchar.
«Ella no te eligió. Tenías que dejarla elegir».
No tenía ninguna recompensa por haberse comportado como debía. Soltó una carcajada. Había pasado toda la vida comportándose como quería, porque sabía que no tenía sentido comportarse como otros esperaban. Y ese día lo había confirmado.
Había hecho lo correcto. Y no se sentía mejor por ello.
Vería a su hijo cuando viajara a Nueva York. ¿Y qué pasaría si ella se casaba con otro hombre? Otro hombre representaría el papel de padre para su hijo o hija. Otro hombre se acostaría con su mujer.
Porque, aunque hubiera permitido que se marchara, no conseguía dejar de pensar que ella era suya.
Para siempre.
Quizá se hubiera marchado, pero los cambios que había provocado en él permanecerían.
Miró los cristales que había en el suelo y se percató de que no necesitaba nada de todo aquello.
Eso era nuevo. Era diferente. Y todo, gracias a ella.
Y no, no tendría a Paula a su lado, pero sería un buen padre para su hijo. Y sin ella, sin haberla tenido en su vida, él no habría sido capaz de serlo.
Había cambiado.
Aunque en esos momentos no se sentía recompensado por ello, sabía que lo estaría en un futuro. Al menos por ser capaz de tener una relación con su hijo. Era su oportunidad de tener una relación de amor.
Abrió la puerta y salió de allí. Necesitaba darse una ducha para despejar su mente y decidir qué haría a partir de entonces.
Al entrar en su habitación se detuvo en seco. Había una bolsa en el centro de la cama.
Se acercó a ella con el corazón acelerado. Nadie entraba allí excepto cuando él daba permiso a sus empleados para que lo hicieran. Y él no le había dado permiso a nadie.
La bolsa tenía un papel de seda en su interior y un sobre entre sus pliegues. Pedro abrió el sobre y sacó la nota que había dentro.
Te reunirás conmigo en la terraza. En esta bolsa encontrarás mi anillo de compromiso. Si tienes interés en seguir adelante con la boda, me pondrás el anillo en el dedo. Y te arrodillarás ante mí. No hay otra opción.
P.
Paula estaba allí. No se había marchado. Estaba esperándolo en la terraza.
Agarró la caja con fuerza y salió corriendo hasta el salón.
Ella estaba allí, fuera, en la terraza. Tal y como le había dicho.
Y él ya no se sentía vacío.
Ella lo había elegido.
Tuvo que hacer un esfuerzo para avanzar hasta ella. Él nunca estaba nervioso, y sin embargo, ese día sí. Paula tenía la capacidad de poner su vida patas arriba.
Se detuvo en la puerta y admiró su belleza.
–Has vuelto.
Ella lo miró y sonrió.
–No llegué muy lejos. Cuando arrancaron el motor comencé a gritar para que lo pararan. Creo que estaban preocupados por si estaba teniendo una crisis y necesitaba ayuda médica.
–Pero no era así.
–No. Solo me di cuenta de que estaba cometiendo un error.
–¿Por qué? Parecías muy segura cuando te marchaste.
–Estaba esperando algo, pero yo no te había dado nada. Quería que me dieras un motivo para que me quedara, pero no te había dado un motivo para que me lo pidieras. Ahora voy a dártelo – lo miró a los ojos fijamente– . Te quiero. Y me gustaría ser tu esposa. Lo que no quería era casarme contigo solo para que me ignoraras, solo para que me trataras como una pertenencia más y que pudieras custodiarme. Sin embargo, nunca te di una oportunidad. Y nunca te pedí que me quisieras. Así que lo voy a hacer ahora. Porque, si no te doy una oportunidad, ¿qué clase de amor es ese?
–Más del que merezco. No te he dado motivos para que me des una oportunidad.
–Sí me los has dado. Las cosas no empezaron muy bien entre nosotros, pero tú has cambiado. Y yo también.
–Yo he cambiado. Y no te imaginas cuánto.
–Sí.
–No, porque no te lo he contado todo. No te he contado cómo me siento – Pedro respiró hondo– . Paula, te quiero. Debería habértelo dicho antes, pero la idea de sentir amor me aterrorizaba, porque amé a mi madre y la perdí. Y he pasado casi treinta años de mi vida sin amor. Y en algún momento, durante mi paso por casas de acogida, decidí que ya no lo necesitaba. Y cuando uno toma una decisión así, ha de olvidar lo que se siente con amor. Has de olvidar por qué es bueno. Para poder escapar de las malas emociones has de borrar muchas de las buenas. Y eso es lo que hice. Hasta que te conocí.
–Pedro…
–No, déjame acabar – suspiró– . Había un vacío en mí. Un vacío en mi vida. Lo ha habido siempre, desde que perdí a mi madre. Y era mucho más sencillo fingir que la casa y las cosas que tenía en ella eran parte de ese vacío, porque eran reemplazables. Pero mi madre sacrificó todo para cuidar de mí. Para criarme mientras pudo. Yo olvidé su sacrificio.
Olvidé la importancia de su amor porque era demasiado doloroso. Y me convertí en alguien de quien ella no habría estado orgullosa, pero ahora quiero cambiar. Quiero ser un buen padre para nuestro hijo. Quiero ser un buen marido para ti. Quiero dejar de tener miedo, porque no creo que el amor y el miedo puedan existir en el mismo corazón.
–Pedro, yo también te quiero – dijo ella, besándolo en los labios.
Al instante, él se sintió aliviado. Feliz.
–Es muy extraño, Paula. En muchos aspectos eres mi peor pesadilla. Me robaste dinero, y ya sabes lo que eso significa para un hombre como yo. Después me robaste el corazón. Lo que más he protegido del mundo. Y, sin embargo, estoy muy agradecido de que lo hicieras.
–Sí, bueno, siento lo del dinero. No tanto lo de tu corazón.
–Yo no lo siento por ninguna de las dos cosas. Gracias a ello estamos juntos.
–¿Qué vamos a hacer cuando nuestro hijo pregunte cómo nos conocimos?
Él se rio, y por primera vez en mucho tiempo, lo hizo con humor.
–Supongo que le diremos la verdad. Que conocí a una bella ladrona y que la llevé a mi isla privada, donde nos enamoramos. No nos creerá, por eso creo que la verdad nos será de utilidad.
–Cuando lo cuentas así parece muy romántico.
–¿No lo es? Yo creía que sí – abrió la mano y miró la caja del anillo– . Al menos, lo será si el resto sale bien – se arrodilló frente a ella y dijo– : ¿Me darás tu mano?
–Por supuesto – dijo ella, con lágrimas en los ojos.
Él le sujetó la mano izquierda y le colocó el anillo en el dedo.
–Paula, ¿quieres casarte conmigo?
–Sí – dijo ella.
Por fin había aceptado.
Por fin lo había elegido.
Él se puso en pie, la abrazó y la besó de forma apasionada.
–Te quiero – le dijo– . Y seré un esposo terrible. Al menos, al principio, porque estoy cambiando, pero sabes que poco a poco. Cometeré errores. Me va a llevar un tiempo comprender estos sentimientos nuevos, pero quiero hacerlo. Porque tú eres más importante que protegerme a mí mismo. Y mucho más importante que mi orgullo. Que cualquier pieza de mi colección. He roto una jarra.
–No.
–Sí. He roto dos.
–Pedro, ¿por qué lo has hecho?
–Porque estaba enfadado. Y porque no tienen importancia. Lo único que me importa eres tú. Y tú no eres un objeto. No puedo coleccionarte. No puedo poseerte. Y no quiero hacerlo, porque me gusta cuando te enfrentas a mí. Me gusta tu mente, igual que tu cuerpo. Quiero que estés al mismo nivel que yo. No quiero cambiar tu vida más de lo que tú has cambiado la mía.
–Antes de conocerte sentía que no me conocía. Me sentía como si todo lo que hacía fuera parte del papel que representaba en ese momento. Me sentía poca cosa, sin sustancia. Entonces, me miraste y me dijiste que no tenía precio. Que importaba. Cuando todo el mundo me hacía sentir que hacía que sus vidas fueran menos… Tú me hiciste ver que no podía ser cierto. No si para ti tenía tanto valor. Y ahora sé quién soy. Y lo que quiero. Y más que eso, sé lo que merezco.
–¿Y qué es, cara mia?
–Que me quieran. Y tenerte a mi lado.
–¿Algo más? – preguntó él antes de besarla de nuevo.
–Uy, hay una larga lista, pero eso podemos hablarlo luego.
–¿Sí?
–Quiero tener un poni – dijo ella, pestañeando de forma coqueta.
Él se rio.
–Hablaremos de ello – le dijo.
–¿Por qué no lo hablamos después de pasar un rato arriba? Tengo la sensación de que para entonces estarás de mejor humor.
–Llevo de mejor humor desde el momento en que entraste en mi vida.
–¿De veras?
–Bueno, no todo el rato.
Ella sonrió.
–Bien. No me gustaría que se convirtiera en algo predecible.
–Esa es una cosa de la que creo que no tendré que volver a preocuparme.
–Sí, una estafadora reformada casada con un millonario italiano. Una cosa es segura, nuestra vida nunca será aburrida