domingo, 22 de noviembre de 2015

CULPABLE: CAPITULO 25




Paula consiguió mantener la compostura hasta que estuvo cómodamente sentada en el avión privado de Pedro.


En cuanto las puertas del avión se cerraron, comenzó a llorar. No quería marcharse. Eso era lo peor. Quería quedarse y aceptar lo que él estaba dispuesto a darle. 


Aunque no fuera lo que deseaba. En esos momentos deseaba haberse quedado, aunque él solo estuviera dispuesto a darle las migas de lo que ella anhelaba.


Porque cualquier cosa debía ser menos dolorosa que aquello. Una vida formando parte de una colección, siendo simplemente una pertenencia más, debía de ser mejor que una vida sin él. Una vida sabiendo que él estaría acostándose con otras mujeres, y que ella nunca volvería a quedarse dormida entre sus brazos. Que él nunca volvería a besarla.


No iban a formar una familia.


«A menos que vaya a buscarte», le dijo una vocecita.


Podía ser. Podía ser que él fuera a buscarla. No era posible que la dejara marchar. No después de lo que había pasado entre ellos. No después de que él la hubiera abrazado para decirle que le pertenecía. Ella había visto cómo guardaba sus cosas preciadas. Y si ella era una de ellas, no permitiría que se marchara.


Iría a buscarla.


Esperó mientras la tripulación preparaba la cabina para el despegue y mientras el motor comenzaba a calentarse. 


Empezó a llorar con más fuerza, consciente de que él no iba a ir a buscarla.


No podía.


Y de pronto, se percató de que había sido una idiota.


Él la estaba dejando marchar porque ya no la consideraba una pertenencia.


Quizá no la quería. Y quizá nunca llegara a quererla. Ella odiaba la idea de tener que enfrentarse a ello. Él estaba cambiando y era un primer paso. Algo muy alejado del hombre que le había enviado lencería, la nota con sus exigencias. Y eso era importante.


Ella no quería vivir enamorada y sola. Aquello era una prueba de ese amor y estaba fallando.


Se suponía que en el amor no cabía el egoísmo.


No, su vida no había sido fácil. Y tampoco la de Pedro. Ella estaba aprendiendo, estaba cambiando, y lo estaba haciendo más deprisa que él. Sin embargo, él tenía un camino más difícil, y si ella no estaba esperándolo al final del recorrido, ¿para qué servía el amor que sentía por él?


Ella era más fuerte que todo eso. No podía salir huyendo cuando las cosas se ponían difíciles. Lucharía y presentaría sus exigencias, porque lo merecía.


Había pasado toda la vida esperando a que alguien la quisiera, pero ni una sola vez había pedido que la amaran.


Pedro, no se lo iba a pedir, se lo iba a exigir.


–Paren el avión – se percató de que la tripulación no podía oírla con el ruido del motor– . ¡Paren el avión!












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