viernes, 9 de octubre de 2015

QUIERO UN HIJO PERO NO UN MARIDO :CAPITULO 5




—¡Qué rápido! —comentó sorprendida Paula cuando vio a Pedro entrar en la cocina, seguido de Loner—. No esperaba que volvieras hasta dentro de un par de horas.


—¿Quieres que me vaya otra vez?


—Puedes quedarte —se sentía orgullosa de sí misma por haber adoptado un tono natural y ligero, disimulando sus verdaderos sentimientos. Miró la bolsa de viaje negra que llevaba—. ¿Ese es tu único equipaje, cuando te vas a quedar aquí por lo menos un mes?


—Esto es todo lo que necesito, a no ser que esperes que lleve un uniforme.


—¿Te parezco que soy del tipo de gente que le guste rodearse de uniformes?


—No —se encogió de hombros—. Solo quería asegurarme de que no eras así.


—¿Tienes hambre? —señaló el plato de fruta y verduras que estaba picando—. ¿Te gustaría comer algo?


—Ya comí antes de venir.


—Oh.


Paula se preguntó cómo podía arreglárselas aquel hombre para desconcertarla con tanta facilidad. Ya tenía veintinueve años… por tercera vez. A su edad no debería perder la compostura ante un empleado tan increíblemente sexy y atractivo. Pero en lugar de eso, cada vez que se le acercaba Pedro su imaginación se le amotinaba, presentándole todo tipo de tentadoras posibilidades que incluían ardientes caricias y dulces y apasionadas palabras.


—¿Quieres que te enseñe tu habitación?


—Estupendo.


—Podrás deshacer el equipaje y descansar durante el resto del día. Hasta mañana no necesitas empezar a trabajar.


—Primero desharé el equipaje. Luego hablaremos de mis obligaciones. Después de eso, comenzaré a trabajar.


—Oh, vaya —sonrió Paula, entre divertida y frustrada—. ¿Sabes una cosa? Eres desesperante. ¿Por qué diablos tienes que ser tan testarudo?


—¿Soy testarudo porque quiero deshacer el equipaje? ¿O es porque te he pedido que me resumas mis obligaciones?


—Vamos, Pedro, sabes a lo que me refiero —señaló una puerta, en la cocina, que llevaba al segundo piso por una empinada escalera, y lo precedió—. ¿Por qué te resulta tan necesario empezar a trabajar hoy?


Pedro la siguió escaleras arriba. Para sorpresa de Paula, Loner no los acompañó, sino que salió de la cocina para dirigirse al vestíbulo delantero. Sin duda alguna, había decidido explorar solo su nuevo hábitat.


—Tu madre me está pagando por hacer un trabajo —explicó Pedro—. Y yo pretendo asegurarme de que da por bien empleado ese dinero.


—Vale, de acuerdo —Paula levantó las manos. ¿Para qué discutir por algo tan ridículo?—. Cedo. Si comenzar a trabajar hoy te resulta tan importante, adelante.


—Gracias. Pensé que podría emplear algunas horas más en ayudarte con tu proyecto laboral.


—Ahora eres tú quien tendrá que ser más preciso. ¿A qué proyecto laboral te refieres?


—Me refería a Vilma —su vibrante risa resonó en el estrecho pasillo—. En cuanto a tu otro proyecto, espero que acabes pronto de entrevistar a tus potenciales fabricantes de hijos y eso deje de constituir un problema.


—Oh, no es ningún problema —sonrió Paula—. Al menos, por ahora. Afortunadamente, mañana dispongo de todo el día para ello.


De pronto Pedro la agarró de un brazo, deteniéndola y obligándola a que lo mirara.Paula fue muy consciente de su contacto: demasiado. Tenía unas manos increíbles, las de un hombre acostumbrado al trabajo duro, de dedos largos y fuertes. No podía verlo bien en medio de la penumbra, vestido todo de negro como iba, pero distinguía perfectamente el brillo de sus ojos claros, de mirada directa y penetrante. No podía desviar la mirada; ni siquiera quería hacerlo.


Aquel hombre no era para ella, se esforzó por recordarse. 


Ella quería un hijo, no un amante. Podía incluso imaginarse a su hijo, un chico de pelo oscuro y ondulado y ojos grises… 


Durante una milésima de segundo, logró vislumbrar el futuro, un futuro radiante de posibilidades. Tendría un marido que la amara y un matrimonio para toda la vida, con niños… Todo lo que tenía que hacer era extender la mano para agarrar ese futuro. Todo lo que tenía que hacer era…


—¿Quieres decir que has dejado más entrevistas para mañana? —le preguntó Pedro.


—Por supuesto —su fantasía se rompió en mil pedazos—. ¿Creías acaso que iba a abandonar porque no me fue bien en el primer día?


—Diablos, sí.


—Para nada. Quiero un bebé, y esa decisión no ha cambiado porque tu lobo haya ahuyentado hoy a los candidatos. Por lo demás, esto ni siquiera es asunto tuyo —añadió, subrayando las palabras.


—Muy bien —le soltó el brazo, suspirando—. ¿Cuál es mi dormitorio?


—Este —abrió la primera puerta del pasillo—. Lo elegí porque de niña era mi favorito. Pensé que a ti también te gustaría.


La habitación era amplia y aireada, con unas enormes ventanas que daban al puente del Golden Gate. Paula descorrió las cortinas para que pudiera admirar aquel impresionante paisaje de la bahía de San Francisco.


—Preciosa vista. Pero esta habitación parece más apropiada para un invitado que para un empleado.


—Puedo instalarte en las mazmorras, si lo prefieres —repuso Paula con una maliciosa sonrisa.


Pedro se pasó una mano por la nuca.


—Puede que esto sea más seguro —musitó—. ¿Está muy lejos tu habitación de aquí?


—¿Perdón? —aquella pregunta la tomó absolutamente por sorpresa.


—En caso de que surgiera algún problema, ¿dónde está tu habitación?


—Tres puertas más abajo. También da al puente.


—Bien. En ese caso esta habitación será estupenda.


Paula no se atrevió a preguntarle por qué la proximidad a su dormitorio parecía importarle tanto. Su respuesta podría derivar hacia terrenos poco seguros.


—¿Sabes? Cuando era pequeña, me escapaba a esta habitación cuando quería estar sola.


—¿Por qué?


—La ventana tenía un alféizar donde podía sentarme, y cubierta por las cortinas, solía esconderme detrás. Me encantaba contemplar el mar e imaginarme todo tipo de criaturas míticas viviendo en la niebla. A veces creía ver una aleta gigante, o la cola de una sirena. En otras ocasiones un animal gigantesco asomaba la cabeza, exhalando humo… 
—sonrió, rezando para no parecer tan vulnerable como se sentía por dentro—. Y también hacía deseos.


—¿Qué tipo de deseos?


Las palabras de Pedro le provocaron el efecto de una tierna caricia, y le dio la espalda para contemplar la vista, intentando adoptar un tono desinteresado.


—Oh, ya sabes. Los deseos más comunes que suelen tener los niños. Deseos de suplir las carencias que uno suele tener.


Pedro le puso las manos sobre los hombros, susurrándole muy cerca:
—¿Deseos sobre padres que se marcharon un día para no volver?


—Sí —la palabra escapó de los labios de Paula en un penoso murmullo, y ladeó la cabeza para apoyar la mejilla sobre el dorso de su mano cálida, fuerte—. Ese tipo de deseos.


—Supongo que no se vieron realizados.


—Con el tiempo descubrí que no puedes cambiar el pasado. Fue una lección muy dura de aprender.


—No, no puedes cambiarlo. Pero puedes optar por darle la espalda y construirte un futuro.


Cerró los ojos, impelida a confesarle la verdad.


—No es del todo cierto que mi padre se marchara. Falleció en un accidente de coche.


—Dios mío, Paula. Lo siento.


—Fue algo terrible. Un día formaba parte de una familia, cuando al siguiente esa familia quedó destrozada. Barbara y yo… —se estremeció—. Buscamos y buscamos. Pero nunca pudimos encontrar lo que habíamos perdido.


Pedro permaneció en silencio durante un buen rato; luego le apretó cariñosamente los hombros.


—Al menos tú conociste una verdadera familia. Eso es más de lo que yo tuve. Nunca conocí a mi madre. Abandonó a mi padre cuando yo era pequeño.


Paula se giró dentro del círculo de sus brazos, deslizando las manos por su cintura.


—¿Tu padre… intentó reemplazarla?


—Mi padre estaba mucho más interesado en llenarse los bolsillos de la manera más rápida, y fácil posible —respondió, apoyando suavemente la barbilla sobre su cabeza—. Sospecho que mi padre no le anduvo a la zaga a tu madre en lo que a número de matrimonios se refiere. La diferencia estriba en que tu madre estaba buscando amor, mientras que mi padre buscaba alguien que le financiara todos sus caprichos. Y puedo asegurarte que tenía caprichos muy caros.


—Oh, Pedro. Lo lamento tanto…


—No podemos hacer nada para cambiar nuestro pasado, Paula. Pero podemos decidir seguir adelante.


Paula se dijo que Pedro no conocía el resto, todo lo que había seguido a aquella experiencia, pero ya había desnudado suficientemente su alma en un solo día.


—Eso es lo que estoy intentando: seguir adelante. ¿Es que no te das cuenta?


—Supongo que te referirás a tus intentos de concebir un bebé —repuso Pedro —. ¿Pero no crees que tu hijo lamentará carecer de un padre? Tú lo lamentaste.


Paula no se atrevió a mirarlo, demasiado temerosa de acabar llorando. Se esforzó por mantener el control. Las lágrimas no eran su estilo.


—Lo siento, Pedro —se apartó de él—. En esta casa no hay ninguna habitación reservada para un papá. Lo que mis padres tuvieron era único, la muerte de mi padre estuvo a punto de destrozar a mi madre. No tengo intención de pasar por lo mismo que ella, pero eso no quiere decir que tenga que resignarme a no tener hijos. Me encantan los críos y además se me dan muy bien. Desde siempre he querido tener un hijo.


—¿Y ahora vas a hacer algo al respecto? ¿Por qué? ¿Por qué ahora?


—¿Tienes alguna idea de lo mayor que seré cuando mi hijo o mi hija se gradúen en el instituto? —le preguntó, furiosa.


—¿Cuánto de mayor? —una leve sonrisa se dibujó en sus labios


—Seré… Eso no importa. El asunto es que quiero ser lo suficientemente joven como para disfrutar de mi maternidad, para no tener que jugar con mi bebé sentada en una silla de ruedas.


—No creo que eso llegue a suceder si decides esperar algunos años más para desarrollar tu plan.


—¡Ya estoy madura ahora! Dentro de un par de años más me habré secado y caído del árbol.


—Tienes razón: estás madura —convino Pedro con voz baja y ronca—. Madura para que se aprovechen de ti. Madura para resultar herida.


—Sigue siendo una elección mía, Pedro.


Antes de que él pudiera responder, Loner irrumpió en la habitación con un muñeco de peluche en los dientes, meneando alegremente el rabo. Era el cachorrillo de lobo que antes había visto Pedro en la habitación de las entrevistas.


—¡Señor Woof! ¡Mi lobito de peluche! ¡Pedro, haz algo! —exclamó, aterrada—. ¡Se está comiendo al señor Woof!


A una rápida orden de su amo, Loner dejó el muñeco en el suelo y retrocedió con el rabo entre las piernas. Pedro atravesó la habitación y recogió el peluche, examinándolo.


—Tiene un pequeño descosido en una oreja. Aparte de eso, parece que no ha sufrido mucho. Lo siento, Paula. ¿Quieres que te compre otro?


—No —para su propio horror, se le quebró la voz.


—¿Estás llorando?


De inmediato Pedro acudió junto a ella, estrechándola en sus brazos.


—Ay, diablos. Por favor, no llores. No soporto las lágrimas.


—Lo mismo me pasa a mí —repuso Paula, terminando la frase con un sollozo—. Detesto a la gente que llora. ¿Es que no saben que lo que deberían hacer es reírse de sus problemas?


—Oh, maldita sea. Sí que estás alterada. ¡Por favor, corazón! —le enjugó las lágrimas con un dedo—. Dime qué puedo hacer para arreglarlo.


—Estoy intentando contenerme. Te lo juro —aspiró profundamente, esforzándose por controlarse—. Mira, incluso Loner está hecho un manojo de nervios —a la mención de su nombre, el perro se reunió con ellos, gimiendo patéticamente; eso le proporcionó la excusa perfecta para reírse—. Vaya, está en peor forma aún que nosotros —se arrodilló de pronto, abrazándose al cuello del animal—. Lo sientes mucho, ¿verdad, chico? No sabías lo mucho que el señor Woof significaba para mí, ¿eh? —cuando Loner empezó a lamerle la cara, Paula levantó la mirada hacia Pedro, sonriendo—. ¿Ves? Ya me encuentro bien.


Pero Pedro no parecía muy convencido.


—¿Seguro? ¿Te importaría decirme por qué la mención de un descosido en la oreja de un muñeco de peluche ha provocado esa reacción por tu parte? Soy todo oídos.


Paula se sintió tentada de confesárselo. Muy tentada.


—Quizá en otra ocasión.


—Espero que lo hagas algún día.


—Bueno, ya está —tomó el muñeco que él le tendía y se sentó en la cama—. ¿Por qué no nos atenemos a tu programa de actividades? ¿Qué es lo siguiente?


—De acuerdo, tú ganas —Pedro sacudió la cabeza—. Lo siguiente es deshacer el equipaje —se acercó a la cómoda y abrió un cajón; luego empezó a sacar ropa de su bolsa de viaje—. ¿Piensas quedarte a mirar?


—Pensé que podría —curioseó el interior de su bolsa—. Dios mío, Pedro. ¿Toda la ropa que llevas es negra?


—Es un color cómodo.


—¿Por qué?


—Porque combina bien con todo.


—Oh —volvió a meter la nariz en su bolsa de viaje—. ¿Qué guardas en esa pequeña bolsa de cuero que está debajo de tus calzoncillos? Tiene una forma muy extraña; no parece que lleves ahí una máquina de afeitar. Es como triangular…


—No te importa —con un rápido movimiento, recogió el objeto y lo guardó en el cajón superior de la cómoda.


—Oh.


Pedro sabía que había cometido un error al esconderlo. Y a Paula la consumía la curiosidad. ¿Qué podría llevar allí dentro? Algo que no quería que ella viera, eso era seguro. 


Le recordaba la pistola de bolsillo que solía llevar Barbara. 


Pero eso no podía ser. ¿Para qué podría necesitar un asistente personal, un «chico para todo», una pistola?


—Mientras te dedicas a invadir mi intimidad… —Pedro interrumpió de pronto sus reflexiones—, ¿por qué no hablamos de las que serán mis futuras tareas?


No era una pregunta. Una vez más Paula tenía la inequívoca impresión de que era su empleado quien daba las órdenes. 


¿Cómo se las arreglaba para hacerlo?


—De acuerdo —le lanzó una mirada cargada de falsa inocencia—. ¿Te importaría que me dijeras tú mismo cuáles van a ser?


Pedro se apoyó en la cómoda, contemplándola con una expresión tan intimidante como la de Loner.


—¿Qué se supone que quiere decir eso?


—Dado que eres mi regalo de cumpleaños, es un poco difícil saber para qué actividades te han contratado. Quizá deberías preguntárselo a Barbara.


—Ya te lo he explicado. He sido instruido para satisfacer todos tus deseos.


—Deseo tener un bebé —al momento, Paula se preguntó si habría hablado en serio. ¿Era la verdad o, por alguna razón, no había podido evitar provocarlo?—. ¿También vas a ofrecerme tus servicios en ese aspecto en particular?


Pedro no dejó de mirarla a los ojos con ominosa expresión mientras se le acercaba. Paula se preguntó por qué Barbara había tenido que contratar a alguien tan agresivamente masculino.


—Quizá no he debido haber dicho eso —se disculpó con el tono más conciliatorio posible.


—¿Quieres que te lleve a la cama, Paula? —le preguntó en voz baja.


Pedro


—Porque si es así, podríamos empezar con algo como esto.


Paula esperó lo inevitable. Porque el beso de Pedro era inevitable. En el instante en que terminó de pronunciar la última palabra, su boca se reunió con la suya. Y cuando el beso terminó, tanto sus pensamientos como sus emociones estaban absolutamente fuera de control.


Aquello la inquietaba. O, más bien, la aterrorizaba.


«¡No pienses!», se ordenó a sí misma. Aquel no era un momento adecuado para pensamientos racionales, sino para apreciar aquella deliciosa explosión de los sentidos. Los labios de Pedro eran cálidos y firmes, y habían capturado los suyos con férrea decisión. Fue entonces cuando hizo un increíble descubrimiento. Pedro sabía mejor que el chocolate, lo cual significaba mucho dada su inveterada obsesión por el mismo. Y le echó los brazos al cuello para sumergirse en aquella novedosa obsesión.


Había estado esperando aquel beso casi desde el momento en que Pedro entró en su vida y se dejó entrevistar. 


Teniendo en cuenta su formidable apariencia, debió de haberla intimidado desde el principio; en lugar de ello, Paula lo encontró fascinante. Era un lobo solitario vestido de negro, de ojos de un gris plateado que parecían penetrar directamente en su alma, con una clara comprensión de las más secretas pasiones de una mujer. Musitó unas palabras incomprensibles y deliciosas, haciéndola temblar de emoción. Su lengua se enredó nuevamente con la suya, mientras sus labios se fundían, se separaban y volvían a fundirse. Paula gimió; el deseo corría como un torrente ardiente por sus venas.


—Mira lo bien que nos estamos comunicando. ¿No te parece que quizá deberíamos hacer esto en vez de hablar? —le preguntó ella.


—Ya lo estamos haciendo. O lo estábamos haciendo hasta que tú has empezado a hablar.


—Oh —lo miró con expresión seductora—. En ese caso, ¿vamos a discutir? ¿Ó vamos a besarnos?


—Creo que eso depende de si vas a quedarte callada o no —repuso Pedro, riendo.


—Creo que podré mantener la boca cerrada si luego va a haber más besos.


Pedro volvió a besarla con la misma pasión. Paula deslizó las manos por sus hombros, bajando luego por los definidos músculos de su pecho y de su vientre plano. Muy a su pesar, no se atrevió a explorar más abajo. En lugar de ello, le delineó la cuadrada línea de la mandíbula y los pómulos salientes. Era una pena que no hubiera participado en la entrevista de la paternidad, porque habría sido el candidato perfecto…


—Hum… ¿Pedro?


—¿Qué pasa ahora?


—Creo que no deberíamos estar haciendo esto.


—¿Crees que eres la única en haber pensado eso? —le preguntó secamente.


—Si no me hubieras distraído, lo habría pensado antes.


—¿Siempre eres tan fácil de distraer? —inquirió Pedro, riendo.


—No te creas. Quizá no haya conocido antes a nadie con tanta capacidad de distracción. Puedes tomártelo como un cumplido —se apresuró a añadir—. Pero eso no cambia un pequeño pero fundamental detalle.


—¿Te refieres al pequeño pero fundamental detalle de que Barbara me contrató para que trabajara para ti?


—Ese mismo —empezó a acariciarle el pecho con la punta de los dedos—. Eres mi empleado, ¿recuerdas? —esperaba que fuera así, dado que ella misma estaba teniendo muchas dificultades para asimilar ese hecho.


—Lo recuerdo —le capturó la mano—. Supongo que eso quiere decir que no sueles besar a todos tus empleados…


—Ni siquiera a algunos.


—Pero sí te habrías sentido legitimada para besarme si hubiera contestado al anuncio que pusiste en el periódico, ¿no?


—Sí, en ese caso habría sido diferente.


—¿Es que no te das cuenta de lo retorcido de la situación? Le habrías pagado a un hombre para que mantuviera relaciones sexuales contigo.


—En absoluto. Habría pagado por el mismo producto final que habría recibido en una clínica de fertilidad.


—Existe una gran diferencia, y eres consciente de ello. Ni siquiera estoy seguro de que lo que estás haciendo sea legal.


—Te estás pasando.


—Sé sincera —la miró arqueando una ceja—. Esta es una situación absolutamente desquiciada.


—Quiero tener un hijo.


—Prueba a casarte


Paula liberó inmediatamente su mano.


—Yo no quiero casarme. Nunca. Ya te lo he explicado.


—Pues prueba con la adopción.


—Lo haré si no encuentro al hombre adecuado. Pero eso no es asunto tuyo.


—Lo es cuando me lo has propuesto a mí.


—¿Cuando yo…? —lo miró confundida.


—Me preguntaste si trabajaría como empleado a tiempo completo, ¿recuerdas?


Paula se dijo que debía de referirse a la pregunta que le hizo sobre si querría ayudarla con su dilema del bebé. Quizá algún día aprendiera a no soltar la primera idea que se le pasara por la cabeza.


—¡No hablaba en serio! —protestó—. Lo dije porque tú me ofreciste darme lo que quisiese.


Para decepción de Paula, Pedro recuperó el control de sí mismo y de la conversación.


—Quizá deberíamos pasar a hablar de mis tareas, antes de que sigamos internándonos en aguas más peligrosas.


—Eso sería ciertamente más seguro.


Pedro retrocedió un paso, proporcionándole un respiro. Eso no la ayudó demasiado. Él parecía ocupar la habitación con la fuerza de su personalidad.


—Tengo una sugerencia.


—Una sugerencia. Excelente —comentó Paula—. ¿Y cuál es?


—¿Qué te parecería que no me separara de tu lado durante la próxima semana? Así los dos podríamos decidir acertadamente qué tareas me convendrán más. Hasta que elaboremos una lista precisa con mis obligaciones, te ayudaré en todo lo que pueda.


—¿Cómo hiciste ayer con Vilma?


—Sí. Eso funcionó, ¿no te parece?


—Pecaste un poquito de autoritario —le comentó Paula.


—Ya te acostumbrarás.


—No cuentes con ello. Me gusta hacer las cosas a mi manera.


—¿Esa es otra razón para no casarte?


—Pensé que íbamos a evitar ese tema.


—Es cierto —Pedro metió su bolsa vacía de viaje en el armario—. Háblame de Vilma. ¿Dónde la encontraste?


Paula se dijo que ese era otro tema de conversación que habría preferido evitar.


—Ella me encontró a mí.


Pedro se volvió para mirarla detenidamente. Paula tuvo la incómoda sensación de que estaba ocupado en analizar todo lo que había dicho y hecho hasta aquel instante.


—Cuéntame más.


—Lo estás haciendo otra vez. Darme órdenes.


—Es un talento natural.


—Muy ingenioso —algo en su expresión la impulsó a explicarle—. Puede decirse que tropezamos accidentalmente la una con la otra un día.


—¿Puede decirse? —al ver que se mantenía callada, insistió—. Paula.


—No quiero hablar de ello.


—Soy consciente. Y también soy consciente de que estás intentando cambiar de tema. Eso quiere decir que las circunstancias de ese encuentro no debieron de ser muy agradables —asintió satisfecho—. Veo por tu expresión que he acertado.


—¿Cómo lo haces?


—Eso no te va a dar resultado, cariño. No conseguirás distraerme. Vamos, confiesa. ¿Cómo os encontrasteis? ¿O fue más bien un encontronazo?


—No.


—¿Chocasteis los carritos de la compra en un supermercado?


—Oh, por favor…


—¿Más interesante que eso? De acuerdo, veamos… Ambas os caísteis en un tanque de chocolate en Ghiradelli Square. Chocasteis mientras patinabais sobre hielo —chasqueó los dedos—. Ya lo tengo. Estuvisteis encerradas en la misma celda del penal de Alcatraz. ¿Me acerco?


—Para nada.


—Ya podrías decírmelo. Porque no pienso cambiar de tema.


—¡De acuerdo entonces! —exclamó Paula, atreviéndose a decírselo por fin—. Conocí a Vilma cuando me robó el bolso. Ya está. ¿Satisfecho?







QUIERO UN HIJO PERO NO UN MARIDO :CAPITULO 4




—¿Y bien? ¿Se creyó tu historia? —inquirió Barbara.


—Se la creyó —suspiró Pedro—. Pero no por eso la cosa ha ido precisamente bien.


—¿Qué quieres decir?


—Hay demasiada gente con libre acceso a la casa —continuó doblando su ropa y metiéndola en su bolsa de viaje, sujetando el auricular entre la mejilla y el hombro—. Eso hace que resulte mucho más difícil controlar la situación.


—Oh. Yo no me preocuparía por eso. No puedo creer que las mujeres a las que mi hija está ayudando quieran hacerle daño.


—Bajo las presentes circunstancias, preferiría no descartar a nadie. Barbara, contactemos con las autoridades. Si Paula fuera sosegada y sedentaria, tendría alguna oportunidad de protegerla. Pero ella es…


Era como una estrella fugaz, como el resplandor del amanecer, como un torrente de energía inagotable, pensó. 


¿Qué haría Paula si Pedro cedía a la corriente de atracción que mediaba entre ellos y la besaba? Se reiría, sin duda alguna. Por lo que había observado, se reía de todo. Podía imaginarse saboreando aquellos labios tan deliciosos, sentirlos entreabrirse bajo los suyos, compartiendo la calidez de su dulce aliento…


Algo se tensó en su interior. Paula lo obligaba a reconocer incómodas emociones. Aquellas siguientes semanas iban a constituir un serio problema. Muy serio.


—No puedes implicar a nadie más en esto —declaró firmemente Barbara—. ¿Sigues ahí, Pedro? Me prometiste que no se lo contarías a nadie más. Y por mucho que me disguste recordártelo, me lo debes.


—Ya, de acuerdo —repuso Pedro, aunque jamás habría pensado que Barbara le reclamaría aquella deuda—. Le dedicaré a esto dos semanas, Barbara. Si para entonces no hemos descubierto al autor de la nota, llamaré a la policía. ¿Comprendido?


—Bien —una risa cantarina resonó en su oído—. Ya sabes que siempre me salgo con la mía.


—No siempre, querida —suspiró Pedro.


—Te sorprenderás. Porque no vas a retractarte de tu palabra, ¿verdad? Siempre has tenido un alto sentido del honor. Es por eso por lo que siempre supe que podría confiar en ti.


—Eso es cierto, siempre podrás confiar en mí: no me retractaré de mi palabra. Pero esto no me gusta, Barbara. Por darte lo que quieres, me estás obligando a mentirle a Paula. ¿Qué sentido tiene mantener mi promesa si con ello tengo que mentirle a ella? No hay nada honorable en eso.


—Si me das un par de días, podré ofrecerte una explicación razonada. Gracias por llamar,Pedro. Mantenme informada, ¿vale?


—Cuenta con ello.


—Y cuida de mi pequeña.


—No es tan pequeña —se sintió obligado a señalar.


—Me preguntaba si lo habías notado —rió Barbara, y tras una pequeña vacilación, añadió—: No funcionará lo de vosotros dos. Creo que no tengo necesidad de decírtelo, ¿verdad?


—¿Qué es lo que no funcionará? —Pedro sabía que era una pregunta estúpida.


—Lo de Paula y tú. Sois tan opuestos como el día y la noche.


—Si mal no recuerdo, cuando la noche y el día se juntan en el amanecer, el espectáculo no puede ser más bello.


—Ella te quemará, Pedro —le dijo Barbara con tono suave—. Paula, como yo, no es del tipo de mujeres que amen a una persona para siempre.


—Quizá yo tampoco lo sea.


—Claro que lo eres. Eso forma parte de tu personalidad. Confía en mí. Yo de hombres entiendo mucho.


¿Cómo era posible que estuviera hablando así de Paula, y con su madre? No tenía intención alguna de vivir una aventura con la hija de su cliente, especialmente cuando ella misma se consideraba su jefa. Cuanto antes terminara con aquel trabajo, antes sacaría a las dos mujeres Chaves de su vida. Para siempre.


—Te llamaré tan pronto como disponga de alguna nueva información —le dijo en tono profesional.


—Muchas gracias. Esperaré ansiosa tu próximo informe —repuso ella con la misma formalidad.


Pedro apagó el teléfono móvil y lo lanzó sobre la cama. No quería volver a la casa de Paula. Era demasiado atractiva, tenía una incuestionable habilidad para alterar su equilibrio emocional y carecía de todo sentido lógico o práctico en aquel cuerpo tan delicioso. Y, si se presentara la oportunidad, le encantaría meter aquel cuerpo tan delicioso en la cama más cercana y dar rienda suelta a su pasión.


Claro que podría quemarse, como le había dicho Barbara. 


Pero al menos lo haría en medio de unas llamas gloriosas.









jueves, 8 de octubre de 2015

QUIERO UN HIJO PERO NO UN MARIDO :CAPITULO 3




Paula se dirigió por el pasillo hacia la parte trasera de la casa, con Patricio a su lado. Incluso aunque no podía oír los pasos de Pedro, podía sentirlo siguiéndola. Qué extraño. 


Cada sentido que poseía lo alertaba de su presencia. 


¿Quién diablos era ese hombre y por qué lo había contratado Barbara? No encajaba en el perfil de las personas que se dedicaban a ese tipo de trabajos. No demostraba la más mínima deferencia, le gustaba más dar órdenes que recibirlas y él mismo había admitido que era su primer empleo como asistente personal.


Eso le devolvió a su pregunta original. ¿Por qué estaba allí? 


A la primera oportunidad en que se quedara sola, iría a buscar a Barbara para exigirle respuestas. Abrió la puerta trasera de la cocina y se dirigió a un edificio contiguo. Antaño había sido un garaje, pero cuando Vilma y Patricio se fueron a vivir con ella, Paula había convertido el primer piso en unas habitaciones de uso general y el segundo en un apartamento privado para sus nuevas amistades.


—Ahora todo está muy tranquilo, ¿no?


—No sabes lo que está pasando allí, porque si lo supieras nunca dirías eso —la advirtió Patricio.


—Estupendo. Sencillamente estupendo —suspiró Paula.


—¿Por qué no voy yo primero? —sugirió Pedro.


Antes de que Paula pudiera protestar, Pedro abrió la puerta y entró. Inmediatamente se colocó entre ella y las demás personas que estaban en la habitación, como había hecho cuando llegó el tío Reynaldo. Era encantadoramente protector, pero también irritante. Paula asomó la cabeza detrás de su corpachón y se quedó asombrada. Dos mujeres estaban discutiendo a gritos, en diferentes lenguas, mientras los niños corrían por la enorme habitación riendo y chillando. 


Se oía una música procedente de un aparato portátil y todo el suelo estaba regado de ropa. Una tercera mujer se hallaba sentada en una esquina, con expresión desolada. Paula contemplaba la escena con la boca abierta.


—¿Qué sucede? —demandó. No la escuchó nadie—. ¡Hey!


—¿Puedo? —inquirió Pedro.


—Claro —consintió, dado que a ella no le habían hecho caso—. ¿Por qué no?


Pedro miró a su perro y le hizo un rápido gesto. Ladrando, Loner entró en la sala, y al momento todo el mundo se quedó quieto.


—¿Tienen algún problema, señoras?


Corrieron hacia él en masa, explicando cada una su particular motivo de preocupación. Para asombro de Paula, Pedro impuso silencio con un simple gesto.


—Una a una, por favor.


La mayor de las mujeres, Daría, cambió de lengua y pasó del español al inglés.


—No tenemos el programa y no nos ponemos de acuerdo sobre lo que hay que hacer.


—¿Dónde está Rosario? —preguntó Paula—. Ella debería tener una copia.


—Rosario tiene una cita con el médico —Daría señaló el grupo de niños—. Así que no tenemos a nadie que cuide de los críos. He estado intentando conseguir un atuendo adecuado para Vilma, pero Carmela se empeñó en hacerse cargo personalmente del maquillaje y del peinado.


Paula esbozó una mueca al mirar a Vilma: un arco iris de colores teñía su rostro, y su pelo era una especie de masa informe que ocultaba la mayor parte de sus rasgos. La pobre parecía estar al borde del llanto. Patricio sacudió la cabeza, disgustado.


—¿Ves lo que le han hecho a mi hermana? ¿Cómo va a poder conseguir un empleo con esa pinta?


—Vilma, ¿por qué no te lavas la cara en el cuarto de baño? —le sugirió Paula—. Dado que no tenemos a nadie que se quede con los críos, ya nos ocuparemos en otra ocasión de tu peinado y de tu maquillaje. Podemos aprovechar el día de hoy para elaborar tu currículum, ¿no te parece?


—Sí que me gustaría —murmuró Vilma, inmensamente aliviada.


—Anda, ve a la sala de ordenadores cuando hayas acabado de lavarte.


—Esa es una buena idea —intervino Daría—, lo que pasa es que Leonardo se ha retrasado ya una hora, y no hay nadie que pueda ayudarla con ese ordenador. Paula se volvió entonces hacia Pedro.


—¿Tú sabes algo de ordenadores?


—¿Es que tú no?


—La verdad es que no es mi punto fuerte. Y no me mires con esos aires de superioridad. Podría aprender si me pusiera a ello. Lo que pasa es que aún no… Bueno, en cualquier caso, eso no importa ahora. ¿Eres capaz de ayudar a Vilma o no?


—Sospecho que sí.


—Estupendo —Paula concentró nuevamente su atención en las mujeres—. ¿De acuerdo, Daría? ¿Por qué no escoges una ropa adecuada para Vilma? Dado que ya no piensa trabajar como bailarina oriental o adivinadora, queremos algo sencillo y a la vez profesional. Sé que yo no soy precisamente un buen ejemplo, pero procura evitar los colores demasiado chillones o contrastados —luego se volvió hacia Carmela—. Teniendo en cuenta que no podemos contar con Rosario, ¿te importaría cuidar de los niños?


—No hay problema.


—Fantástico —Paula se dirigió otra vez a Pedro—, y en cuento a ti… la sala de ordenadores está por allí.


—¿Por qué no me explicas de paso de qué va todo esto? —le sugirió.


—Claro —no empezó a explicárselo hasta que no entraron en la sala—. Daría y Carmela son parientes de mi ama de llaves, Rosario. Cuando me enteré de que estaban buscando trabajo, las contraté para que ayudaran a Vilma. Bueno, y a Rosario también, dado que el mes que viene dará a luz.


—¿Ayudar a Vilma a qué?


—A conseguir un empleo.


Pedro tardó algunos segundos en asimilar esa información.


—¿Has contratado a dos mujeres para que ayuden a otra a conseguir un empleo?


—Exactamente.


—¿Y por qué no contratar directamente a Vilma?


—Porque Daría y Carmela también necesitaban trabajar.


—Me he perdido.


—Ninguna de ellas está mínimamente capacitada. El marido de Daría falleció, dejándola a cargo de cuatro niños. Carmela tuvo sus dos hijos cuando ella misma era poco más que una niña, y está recibiendo clases de adultos para conseguir su diploma.


—¿Todos esos niños son suyos?


—Sí. Tener los niños aquí mientras trabajan les permite ganarse la vida y ahorrarse los gastos de una guardería. Y dado que ninguna de ellas ha podido conservar nunca un trabajo de verdad, pues…


—Ya entiendo por qué están tan capacitadas para ayudar a Vilma —musitó Pedro—. A propósito, ¿qué tipo de nombres son esos tan raros de Vilma y Patricio?


—Los que ellos mismos han elegido —respondió fríamente—. Por eso los llamamos así. ¿Tienes alguna objeción a eso?


—Lo siento, Paula —suspiró profundamente—. Ha sido una grosería por mi parte.


—No te preocupes, aunque me gustaría que limitases tu sarcasmo al mínimo, al menos por lo que respecta a esas mujeres. Están haciendo todo lo posible por sobrellevar sus difíciles circunstancias y no quiero que accidentalmente llegues a minar su autoestima.


—Tienes razón. Me disculpo de nuevo.


—Disculpa aceptada —Paula sonrió.


—Me estabas diciendo que contrataste a Carmela y a Daría para que ayudaran a Vilma a conseguir un empleo —le recordó.


—Sí. Sin preparación adecuada, no tenía muchas posibilidades. Ni siquiera podía permitirse comprarse ropa adecuada para asistir a una entrevista de trabajo. Y tampoco sabría qué hacer o cómo comportarse en una situación semejante. Se siente completamente intimidada por la simple idea de solicitar un trabajo.


—Así que tú la estás preparando en esos aspectos.


—Así es.


—Le estás facilitando ropa y enseñándola a arreglarse convenientemente, además de ayudarla a elaborar un currículum.


—Sí, supongo que Vilma viene a ser como un proyecto conjunto. Yo la estoy formando. Daría está a cargo de su guardarropa. Carmela trabaja con su imagen.


—A riesgo de ofenderte de nuevo, tal vez podrías considerar la idea de dar lecciones también a Carmela.


—La verdad es que se ha entusiasmado mucho con los colores del maquillaje, ¿verdad? —rió Paula entre dientes.


—Desde luego. Supongo que Leonardo está a cargo de los currículums, ¿no?


—Y también de practicar con Vilma las entrevistas. Es muy tímida. Todavía no he podido hacer que hable en voz alta, y no en murmullos. Pero confío en que pronto hagamos grandes progresos.


—Quizá pueda ayudarla yo en eso.


—¿De verdad?


Paula le tocó un brazo sin pensar, y aquel breve contacto le transmitió una extraña tensión. ¿Por qué su madre había contratado a alguien tan atractivo? ¿No podía haber elegido a alguien mayor… o al menos más feo? Se apresuró a retirar la mano y le señaló el ordenador.


—Bien, aquí tienes —anunció con tono ligero—. Todo lo que necesitas para ayudar a Vilma a elaborar un currículum y a practicar sus entrevistas. ¡Ah, mira! Aquí viene.


—¿Paula?


Paula se inquietó; nuevamente Pedro estaba usando aquella voz tan sexy que tenía.


—Voy a ver a Carmela y a Daría, y a asegurarme de que Loner no se ha comido a ninguno de los niños —forzó una sonrisa, retrocediendo—. Es una broma, claro. Bueno, supongo que nos veremos después.


Pedro la miró con expresión divertida.


—De acuerdo. Nos veremos más tarde.


—Hasta luego —levantó una mano.


—Hasta luego.


Paula giró sobre sus talones y se marchó. Pudo sentir su mirada fija en su espalda mientras se alejaba. No se atrevió a volverse, porque de otra manera habría sido testigo de que la diversión de Pedro se convertía en una abierta carcajada. 


Qué situación más humillante…


Sólo pudo dejarlo cinco minutos a solas con Vilma antes de que la curiosidad la impulsara a asomarse a la sala de ordenadores. Vilma estaba sentada frente al ordenador pulsando cautelosamente las teclas mientras Pedro permanecía de pie a su espalda, con sus gafas de lectura puestas. De vez en cuando la joven lo miraba por encima del hombro y sonreía con timidez. Paula observó agradada que la había impresionado muy favorablemente: algo que también había conseguido con ella, por cierto… Y teniendo en cuenta las ganas que tenía de concebir un hijo…


—¿Algún problema?


Pedro la había sorprendido espiándolos.


—Oh, solamente me preguntaba si necesitarías ayuda —repuso azorada.


—Todo está bajo control.


—Es maravilloso —le confesó entonces Vilma—. Me ha dicho que podré practicar con él.


—¿Practicar? —inquirió Paula, arqueando las cejas.


Un brillo de inteligencia iluminó los ojos de Pedro.


—Se refiere a la entrevista, claro está. Yo representaré el papel de un potencial empleador.


—Oh. ¿Sabes qué tipo de preguntas hay que hacer?


—Creo que puedo arreglármelas. Después de todo, te tengo a ti como modelo.


—Se supone que tendrás que ponerte duro con Vilma. Ella necesita estar bien preparada.


—Descuida.


—Quizá yo debería… —se dispuso a entrar en la sala.


Pedro se disculpó con Vilma antes de tomar del brazo a Paula para sacarla de la habitación.


—¿Qué es lo que pasa?


—Si me conocieras mejor, no te habría parecido necesario fiscalizarme de esta manera.


—Pero tú nunca has hecho esto antes —protestó—. Pensé que podrías necesitar ayuda.


—¿Te parezco incapaz de hacerlo?


—Tengo que admitir que es la última palabra con que se me hubiera ocurrido describirte.


—¿Es que no puedes imaginarme desempeñando el papel de empresario?


—Claro que puedo imaginarte en ese papel.


—¿Entonces por qué pensaste que podría necesitar ayuda?


—Porque eres nuevo aquí —Paula se aferró a la primera excusa que puedo encontrar.


—Entiendo.


No, se dijo Paula: no lo entendía. Su tono irónico no le había pasado desapercibido. Pedro la soltó de inmediato, cruzando los brazos sobre el pecho. A pesar de su aire distante, Paula sospechaba que una corriente de emoción circulaba bajo la superficie. No podía recordar una sola ocasión en que se hubiera sentido tan intimidada por alguien. Incluso los hombres más duros se habían derretido ante sus sonrisas. 


Pero Pedro era distinto. Muy distinto.


—Dado que no he visto tu currículum, no podía saber lo que eres capaz de hacer y lo que no.


—Si te digo que puedo arreglármelas bien… ¿confiarás en mí?


—Absolutamente —a Paula le pareció la respuesta más inteligente.


—Pues tendrás que disculparme, porque voy a entrar otra vez en la sala de ordenadores.


—¿No quieres que entre contigo, verdad?


Pedro se limitó a esbozar una deliciosa sonrisa.