viernes, 9 de octubre de 2015

QUIERO UN HIJO PERO NO UN MARIDO :CAPITULO 4




—¿Y bien? ¿Se creyó tu historia? —inquirió Barbara.


—Se la creyó —suspiró Pedro—. Pero no por eso la cosa ha ido precisamente bien.


—¿Qué quieres decir?


—Hay demasiada gente con libre acceso a la casa —continuó doblando su ropa y metiéndola en su bolsa de viaje, sujetando el auricular entre la mejilla y el hombro—. Eso hace que resulte mucho más difícil controlar la situación.


—Oh. Yo no me preocuparía por eso. No puedo creer que las mujeres a las que mi hija está ayudando quieran hacerle daño.


—Bajo las presentes circunstancias, preferiría no descartar a nadie. Barbara, contactemos con las autoridades. Si Paula fuera sosegada y sedentaria, tendría alguna oportunidad de protegerla. Pero ella es…


Era como una estrella fugaz, como el resplandor del amanecer, como un torrente de energía inagotable, pensó. 


¿Qué haría Paula si Pedro cedía a la corriente de atracción que mediaba entre ellos y la besaba? Se reiría, sin duda alguna. Por lo que había observado, se reía de todo. Podía imaginarse saboreando aquellos labios tan deliciosos, sentirlos entreabrirse bajo los suyos, compartiendo la calidez de su dulce aliento…


Algo se tensó en su interior. Paula lo obligaba a reconocer incómodas emociones. Aquellas siguientes semanas iban a constituir un serio problema. Muy serio.


—No puedes implicar a nadie más en esto —declaró firmemente Barbara—. ¿Sigues ahí, Pedro? Me prometiste que no se lo contarías a nadie más. Y por mucho que me disguste recordártelo, me lo debes.


—Ya, de acuerdo —repuso Pedro, aunque jamás habría pensado que Barbara le reclamaría aquella deuda—. Le dedicaré a esto dos semanas, Barbara. Si para entonces no hemos descubierto al autor de la nota, llamaré a la policía. ¿Comprendido?


—Bien —una risa cantarina resonó en su oído—. Ya sabes que siempre me salgo con la mía.


—No siempre, querida —suspiró Pedro.


—Te sorprenderás. Porque no vas a retractarte de tu palabra, ¿verdad? Siempre has tenido un alto sentido del honor. Es por eso por lo que siempre supe que podría confiar en ti.


—Eso es cierto, siempre podrás confiar en mí: no me retractaré de mi palabra. Pero esto no me gusta, Barbara. Por darte lo que quieres, me estás obligando a mentirle a Paula. ¿Qué sentido tiene mantener mi promesa si con ello tengo que mentirle a ella? No hay nada honorable en eso.


—Si me das un par de días, podré ofrecerte una explicación razonada. Gracias por llamar,Pedro. Mantenme informada, ¿vale?


—Cuenta con ello.


—Y cuida de mi pequeña.


—No es tan pequeña —se sintió obligado a señalar.


—Me preguntaba si lo habías notado —rió Barbara, y tras una pequeña vacilación, añadió—: No funcionará lo de vosotros dos. Creo que no tengo necesidad de decírtelo, ¿verdad?


—¿Qué es lo que no funcionará? —Pedro sabía que era una pregunta estúpida.


—Lo de Paula y tú. Sois tan opuestos como el día y la noche.


—Si mal no recuerdo, cuando la noche y el día se juntan en el amanecer, el espectáculo no puede ser más bello.


—Ella te quemará, Pedro —le dijo Barbara con tono suave—. Paula, como yo, no es del tipo de mujeres que amen a una persona para siempre.


—Quizá yo tampoco lo sea.


—Claro que lo eres. Eso forma parte de tu personalidad. Confía en mí. Yo de hombres entiendo mucho.


¿Cómo era posible que estuviera hablando así de Paula, y con su madre? No tenía intención alguna de vivir una aventura con la hija de su cliente, especialmente cuando ella misma se consideraba su jefa. Cuanto antes terminara con aquel trabajo, antes sacaría a las dos mujeres Chaves de su vida. Para siempre.


—Te llamaré tan pronto como disponga de alguna nueva información —le dijo en tono profesional.


—Muchas gracias. Esperaré ansiosa tu próximo informe —repuso ella con la misma formalidad.


Pedro apagó el teléfono móvil y lo lanzó sobre la cama. No quería volver a la casa de Paula. Era demasiado atractiva, tenía una incuestionable habilidad para alterar su equilibrio emocional y carecía de todo sentido lógico o práctico en aquel cuerpo tan delicioso. Y, si se presentara la oportunidad, le encantaría meter aquel cuerpo tan delicioso en la cama más cercana y dar rienda suelta a su pasión.


Claro que podría quemarse, como le había dicho Barbara. 


Pero al menos lo haría en medio de unas llamas gloriosas.









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