jueves, 8 de octubre de 2015

QUIERO UN HIJO PERO NO UN MARIDO :CAPITULO 3




Paula se dirigió por el pasillo hacia la parte trasera de la casa, con Patricio a su lado. Incluso aunque no podía oír los pasos de Pedro, podía sentirlo siguiéndola. Qué extraño. 


Cada sentido que poseía lo alertaba de su presencia. 


¿Quién diablos era ese hombre y por qué lo había contratado Barbara? No encajaba en el perfil de las personas que se dedicaban a ese tipo de trabajos. No demostraba la más mínima deferencia, le gustaba más dar órdenes que recibirlas y él mismo había admitido que era su primer empleo como asistente personal.


Eso le devolvió a su pregunta original. ¿Por qué estaba allí? 


A la primera oportunidad en que se quedara sola, iría a buscar a Barbara para exigirle respuestas. Abrió la puerta trasera de la cocina y se dirigió a un edificio contiguo. Antaño había sido un garaje, pero cuando Vilma y Patricio se fueron a vivir con ella, Paula había convertido el primer piso en unas habitaciones de uso general y el segundo en un apartamento privado para sus nuevas amistades.


—Ahora todo está muy tranquilo, ¿no?


—No sabes lo que está pasando allí, porque si lo supieras nunca dirías eso —la advirtió Patricio.


—Estupendo. Sencillamente estupendo —suspiró Paula.


—¿Por qué no voy yo primero? —sugirió Pedro.


Antes de que Paula pudiera protestar, Pedro abrió la puerta y entró. Inmediatamente se colocó entre ella y las demás personas que estaban en la habitación, como había hecho cuando llegó el tío Reynaldo. Era encantadoramente protector, pero también irritante. Paula asomó la cabeza detrás de su corpachón y se quedó asombrada. Dos mujeres estaban discutiendo a gritos, en diferentes lenguas, mientras los niños corrían por la enorme habitación riendo y chillando. 


Se oía una música procedente de un aparato portátil y todo el suelo estaba regado de ropa. Una tercera mujer se hallaba sentada en una esquina, con expresión desolada. Paula contemplaba la escena con la boca abierta.


—¿Qué sucede? —demandó. No la escuchó nadie—. ¡Hey!


—¿Puedo? —inquirió Pedro.


—Claro —consintió, dado que a ella no le habían hecho caso—. ¿Por qué no?


Pedro miró a su perro y le hizo un rápido gesto. Ladrando, Loner entró en la sala, y al momento todo el mundo se quedó quieto.


—¿Tienen algún problema, señoras?


Corrieron hacia él en masa, explicando cada una su particular motivo de preocupación. Para asombro de Paula, Pedro impuso silencio con un simple gesto.


—Una a una, por favor.


La mayor de las mujeres, Daría, cambió de lengua y pasó del español al inglés.


—No tenemos el programa y no nos ponemos de acuerdo sobre lo que hay que hacer.


—¿Dónde está Rosario? —preguntó Paula—. Ella debería tener una copia.


—Rosario tiene una cita con el médico —Daría señaló el grupo de niños—. Así que no tenemos a nadie que cuide de los críos. He estado intentando conseguir un atuendo adecuado para Vilma, pero Carmela se empeñó en hacerse cargo personalmente del maquillaje y del peinado.


Paula esbozó una mueca al mirar a Vilma: un arco iris de colores teñía su rostro, y su pelo era una especie de masa informe que ocultaba la mayor parte de sus rasgos. La pobre parecía estar al borde del llanto. Patricio sacudió la cabeza, disgustado.


—¿Ves lo que le han hecho a mi hermana? ¿Cómo va a poder conseguir un empleo con esa pinta?


—Vilma, ¿por qué no te lavas la cara en el cuarto de baño? —le sugirió Paula—. Dado que no tenemos a nadie que se quede con los críos, ya nos ocuparemos en otra ocasión de tu peinado y de tu maquillaje. Podemos aprovechar el día de hoy para elaborar tu currículum, ¿no te parece?


—Sí que me gustaría —murmuró Vilma, inmensamente aliviada.


—Anda, ve a la sala de ordenadores cuando hayas acabado de lavarte.


—Esa es una buena idea —intervino Daría—, lo que pasa es que Leonardo se ha retrasado ya una hora, y no hay nadie que pueda ayudarla con ese ordenador. Paula se volvió entonces hacia Pedro.


—¿Tú sabes algo de ordenadores?


—¿Es que tú no?


—La verdad es que no es mi punto fuerte. Y no me mires con esos aires de superioridad. Podría aprender si me pusiera a ello. Lo que pasa es que aún no… Bueno, en cualquier caso, eso no importa ahora. ¿Eres capaz de ayudar a Vilma o no?


—Sospecho que sí.


—Estupendo —Paula concentró nuevamente su atención en las mujeres—. ¿De acuerdo, Daría? ¿Por qué no escoges una ropa adecuada para Vilma? Dado que ya no piensa trabajar como bailarina oriental o adivinadora, queremos algo sencillo y a la vez profesional. Sé que yo no soy precisamente un buen ejemplo, pero procura evitar los colores demasiado chillones o contrastados —luego se volvió hacia Carmela—. Teniendo en cuenta que no podemos contar con Rosario, ¿te importaría cuidar de los niños?


—No hay problema.


—Fantástico —Paula se dirigió otra vez a Pedro—, y en cuento a ti… la sala de ordenadores está por allí.


—¿Por qué no me explicas de paso de qué va todo esto? —le sugirió.


—Claro —no empezó a explicárselo hasta que no entraron en la sala—. Daría y Carmela son parientes de mi ama de llaves, Rosario. Cuando me enteré de que estaban buscando trabajo, las contraté para que ayudaran a Vilma. Bueno, y a Rosario también, dado que el mes que viene dará a luz.


—¿Ayudar a Vilma a qué?


—A conseguir un empleo.


Pedro tardó algunos segundos en asimilar esa información.


—¿Has contratado a dos mujeres para que ayuden a otra a conseguir un empleo?


—Exactamente.


—¿Y por qué no contratar directamente a Vilma?


—Porque Daría y Carmela también necesitaban trabajar.


—Me he perdido.


—Ninguna de ellas está mínimamente capacitada. El marido de Daría falleció, dejándola a cargo de cuatro niños. Carmela tuvo sus dos hijos cuando ella misma era poco más que una niña, y está recibiendo clases de adultos para conseguir su diploma.


—¿Todos esos niños son suyos?


—Sí. Tener los niños aquí mientras trabajan les permite ganarse la vida y ahorrarse los gastos de una guardería. Y dado que ninguna de ellas ha podido conservar nunca un trabajo de verdad, pues…


—Ya entiendo por qué están tan capacitadas para ayudar a Vilma —musitó Pedro—. A propósito, ¿qué tipo de nombres son esos tan raros de Vilma y Patricio?


—Los que ellos mismos han elegido —respondió fríamente—. Por eso los llamamos así. ¿Tienes alguna objeción a eso?


—Lo siento, Paula —suspiró profundamente—. Ha sido una grosería por mi parte.


—No te preocupes, aunque me gustaría que limitases tu sarcasmo al mínimo, al menos por lo que respecta a esas mujeres. Están haciendo todo lo posible por sobrellevar sus difíciles circunstancias y no quiero que accidentalmente llegues a minar su autoestima.


—Tienes razón. Me disculpo de nuevo.


—Disculpa aceptada —Paula sonrió.


—Me estabas diciendo que contrataste a Carmela y a Daría para que ayudaran a Vilma a conseguir un empleo —le recordó.


—Sí. Sin preparación adecuada, no tenía muchas posibilidades. Ni siquiera podía permitirse comprarse ropa adecuada para asistir a una entrevista de trabajo. Y tampoco sabría qué hacer o cómo comportarse en una situación semejante. Se siente completamente intimidada por la simple idea de solicitar un trabajo.


—Así que tú la estás preparando en esos aspectos.


—Así es.


—Le estás facilitando ropa y enseñándola a arreglarse convenientemente, además de ayudarla a elaborar un currículum.


—Sí, supongo que Vilma viene a ser como un proyecto conjunto. Yo la estoy formando. Daría está a cargo de su guardarropa. Carmela trabaja con su imagen.


—A riesgo de ofenderte de nuevo, tal vez podrías considerar la idea de dar lecciones también a Carmela.


—La verdad es que se ha entusiasmado mucho con los colores del maquillaje, ¿verdad? —rió Paula entre dientes.


—Desde luego. Supongo que Leonardo está a cargo de los currículums, ¿no?


—Y también de practicar con Vilma las entrevistas. Es muy tímida. Todavía no he podido hacer que hable en voz alta, y no en murmullos. Pero confío en que pronto hagamos grandes progresos.


—Quizá pueda ayudarla yo en eso.


—¿De verdad?


Paula le tocó un brazo sin pensar, y aquel breve contacto le transmitió una extraña tensión. ¿Por qué su madre había contratado a alguien tan atractivo? ¿No podía haber elegido a alguien mayor… o al menos más feo? Se apresuró a retirar la mano y le señaló el ordenador.


—Bien, aquí tienes —anunció con tono ligero—. Todo lo que necesitas para ayudar a Vilma a elaborar un currículum y a practicar sus entrevistas. ¡Ah, mira! Aquí viene.


—¿Paula?


Paula se inquietó; nuevamente Pedro estaba usando aquella voz tan sexy que tenía.


—Voy a ver a Carmela y a Daría, y a asegurarme de que Loner no se ha comido a ninguno de los niños —forzó una sonrisa, retrocediendo—. Es una broma, claro. Bueno, supongo que nos veremos después.


Pedro la miró con expresión divertida.


—De acuerdo. Nos veremos más tarde.


—Hasta luego —levantó una mano.


—Hasta luego.


Paula giró sobre sus talones y se marchó. Pudo sentir su mirada fija en su espalda mientras se alejaba. No se atrevió a volverse, porque de otra manera habría sido testigo de que la diversión de Pedro se convertía en una abierta carcajada. 


Qué situación más humillante…


Sólo pudo dejarlo cinco minutos a solas con Vilma antes de que la curiosidad la impulsara a asomarse a la sala de ordenadores. Vilma estaba sentada frente al ordenador pulsando cautelosamente las teclas mientras Pedro permanecía de pie a su espalda, con sus gafas de lectura puestas. De vez en cuando la joven lo miraba por encima del hombro y sonreía con timidez. Paula observó agradada que la había impresionado muy favorablemente: algo que también había conseguido con ella, por cierto… Y teniendo en cuenta las ganas que tenía de concebir un hijo…


—¿Algún problema?


Pedro la había sorprendido espiándolos.


—Oh, solamente me preguntaba si necesitarías ayuda —repuso azorada.


—Todo está bajo control.


—Es maravilloso —le confesó entonces Vilma—. Me ha dicho que podré practicar con él.


—¿Practicar? —inquirió Paula, arqueando las cejas.


Un brillo de inteligencia iluminó los ojos de Pedro.


—Se refiere a la entrevista, claro está. Yo representaré el papel de un potencial empleador.


—Oh. ¿Sabes qué tipo de preguntas hay que hacer?


—Creo que puedo arreglármelas. Después de todo, te tengo a ti como modelo.


—Se supone que tendrás que ponerte duro con Vilma. Ella necesita estar bien preparada.


—Descuida.


—Quizá yo debería… —se dispuso a entrar en la sala.


Pedro se disculpó con Vilma antes de tomar del brazo a Paula para sacarla de la habitación.


—¿Qué es lo que pasa?


—Si me conocieras mejor, no te habría parecido necesario fiscalizarme de esta manera.


—Pero tú nunca has hecho esto antes —protestó—. Pensé que podrías necesitar ayuda.


—¿Te parezco incapaz de hacerlo?


—Tengo que admitir que es la última palabra con que se me hubiera ocurrido describirte.


—¿Es que no puedes imaginarme desempeñando el papel de empresario?


—Claro que puedo imaginarte en ese papel.


—¿Entonces por qué pensaste que podría necesitar ayuda?


—Porque eres nuevo aquí —Paula se aferró a la primera excusa que puedo encontrar.


—Entiendo.


No, se dijo Paula: no lo entendía. Su tono irónico no le había pasado desapercibido. Pedro la soltó de inmediato, cruzando los brazos sobre el pecho. A pesar de su aire distante, Paula sospechaba que una corriente de emoción circulaba bajo la superficie. No podía recordar una sola ocasión en que se hubiera sentido tan intimidada por alguien. Incluso los hombres más duros se habían derretido ante sus sonrisas. 


Pero Pedro era distinto. Muy distinto.


—Dado que no he visto tu currículum, no podía saber lo que eres capaz de hacer y lo que no.


—Si te digo que puedo arreglármelas bien… ¿confiarás en mí?


—Absolutamente —a Paula le pareció la respuesta más inteligente.


—Pues tendrás que disculparme, porque voy a entrar otra vez en la sala de ordenadores.


—¿No quieres que entre contigo, verdad?


Pedro se limitó a esbozar una deliciosa sonrisa.










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