lunes, 5 de octubre de 2015

DIMELO: CAPITULO 28





Despierto y, sin abrir los ojos, lo busco a mi lado, pero no está. Me siento en la cama y las sábanas resbalan por mis senos, dejándolos al descubierto. Mis pezones estás sensibles por el tratamiento que anoche les dio Pedro; después de la escena del sillón, lo que ocurrió en esta cama llanamente se puede definir con una palabra: prodigioso.


—Pedro...


Lo llamo, pero no me contesta; vuelvo a intentarlo:
—Pedro...


Creo que se ha ido. Lamento mucho no haberlo oído. Me pongo en pie, cojo una bata de seda que apenas cubre mi desnudez a la altura de los muslos y salgo del dormitorio. 


Efectivamente no hay señales de él.


Salgo al balcón y miro al cielo, que está de un azul resplandeciente; apoyada en la barandilla, me pongo de puntillas y espío hacia el balcón de la habitación de Pedro, pero todo está en silencio.


«¿Estará aún durmiendo?»


Miro hacia el jardín que rodea la piscina, que se comunica con la villa que ocupamos, y allí lo descubro haciendo flexiones. Me quedo embobada observándolo. Cuento cuántas hace y llego a ochenta; ignoro cuántas ha hecho antes de que lo descubriera. Se ve sudoroso, sexi; Pedro siempre está muy atractivo.


Entro en la habitación y busco mi móvil, vuelvo a salir al balcón y tecleo un mensaje; quiero sorprenderlo.


Paula: «Mmm, ahora entiendo cómo conservas ese abdomen de tableta de chocolate.»


Advierto que se detiene y presumo que ha oído el sonido de su móvil. Consecuentemente, lo saca de su bolsillo, lee y luego mira hacia mi habitación. Me ve en el balcón y se me queda mirando.


Derretida y babeando, continúo inerme de pie sin poder reaccionar porque me lo estoy comiendo con los ojos; nos quedamos así, traspasándonos con la mirada. Se sonríe y teclea un mensaje.


Pedro: «Qué pena que sea de día y haya demasiada gente alrededor para volver a colarme en tus aposentos, Julieta.»


Paula: «¿Julieta?»


Pedro: «Sí, anoche, trepando el muro, me sentí tu Romeo.»


Paula: «Entonces esta noche dejaré la puerta abierta, para que vuelvas a aventurarte y entres sin ser visto en el palacio de los Capuleto, mi Romeo.»


Pedro: «Ahí estaré, hermosa doncella.»


Paula: «Esto es muy divertido.»


Pedro: «Es lo que me has propuesto.»


Paula: «Lo sé, pero no es justo.»


Pedro: «Esta noche hablaremos.»


Paula: «Bueno, ahora debo darme una ducha.»


Pedro: «Mmm, ¿necesitas ayuda para enjabonarte la espalda?»


Paula: «No ofrezcas lo que no puedes dar.»


Pedro: «Poder..., puedo. Sólo deberías dejar la puerta abierta; yo me aseguraré de que no haya nadie en los pasillos.»


Paula: «Te espero esta noche; en un rato hay que ir a la piscina que da al mirador.»


Pedro: «Sí, lo sé, pero puedo ser muy rápido.»


Paula: «Rápido..., mmm..., mejor no. Espero tu dedicación esta noche y que nos disfrutemos como corresponde; quiero una nueva versión de anoche.»


Pedro: «¿Eres consciente de las imágenes que estás poniendo en mi cabeza? Recuerda que deberemos trabajar todo el día muy de cerca.»


Paula: «Sí, soy muy consciente, porque son las mismas que abundan en la mía y te recuerdo que la tortura será mutua durante toda la jornada.»


Pedro: «Mejor terminemos esta conversación, que es muy tentadora. André ya está en el mirador preparándolo todo; estiro mis músculos y me ducho yo también. Nos veremos en un rato.»


Antes de entrar en mi habitación, nos miramos una vez más. Insensata, le tiro un sutil beso que recibe risueño. Él mira a su alrededor y me regala un guiño. Sé que debo moverme, pero no logro que mis pies respondan. En ese instante un camarero se acerca a él y me retrotrae del limbo donde me encuentro; le alcanza a Pedro una bebida energética, ya que la atención en esa zona es personalizada y seguro que ha advertido que él estaba ejercitándose.


Aprovecho para meterme en la habitación y preparo el baño para darme una ducha, pero primero llamo a Estela.


—¿Despertaste, bella durmiente?


—Hola, Estela, voy a ducharme, ¿dónde estás?


—Yendo a la piscina principal. Ya está todo preparado para la sesión de fotos, sólo faltáis Pedro y tú.


—No tardaré. Oye, ¿estás sola?


—Sí, ¿por qué?


—Quiero contarte algo, pero no quiero que nadie lo oiga.


—Habla, ya te digo que estoy sola. ¿Qué ocurre, por qué tanto misterio?


—Anoche lo hicimos.


—¿Quééé? ¿Pedro y tú? Oh, mon Dieu!


—Sí, no grites.


—Espera, que me alejo un poco, que ya he llegado. Cuéntame.


—No hay nada que contar, simplemente te diré que..., mmm, fue perfecto.


—¿Te refieres a Pedro o al momento?


—A ambas cosas. Todo ha sido increíble.


Mientras le cuento a mi amiga, cierro los ojos y puedo volver a sentir sus caricias, sus besos, su lengua por todo mi cuerpo.


—Y Pedro, ¿cómo es? Ya sabes, bueno, bajo el bóxer se nota, pero... dime...


—Te he dicho que es perfecto. No entraré en detalles.


—No es justo, yo te lo cuento todo.


—Tú eres tú.


—Dime, ¿existe comparación?


—No sé lo que quieres que compare.


—Tamaño, mon amour.


—No compararé con nadie, pero es... XXL, y no me preguntes nada más.


—Oh, no sé cómo lo haré para disimular cuando lo vea.


—¡Estela! No hagas que me arrepienta de habértelo contado. Llegas a mirarlo y te mato.


—No lo haré, no te desquicies.


—Debe ser un secreto, al menos hasta que defina lo del traspaso de la sociedad... Es que hay algo que no sabes: ayer, antes de salir de casa, cuando Marcos fue a verme, me amenazó con que vendería su parte a la competencia.


—¡No puede hacer eso! —grita indignada.


—Si no consigo el dinero, claro que puede hacerlo, y presumo que lo logrará; quiere desmembrar la marca, quiere arruinarme.


—Malnacido.


—Voy a ducharme o se me hará tarde; además, aún no he desayunado. Hablaremos luego.



****


Estoy sentada junto a la piscina bajo una sombrilla, mientras Marcel me peina y Louis me maquilla.


—Mon amour, hoy estás radiante —afirma mi maquillador—; es obvio que has descansado muy bien, estás espléndida.


Cuando Pedro oye la aseveración de Louis, está de pie frente a mí esperando su turno; analiza sus palabras y se sonríe jactancioso. Me guiña un ojo tras asegurarse de que nadie le presta atención.


«Presuntuoso, me lo comería a besos.» Sabe que, en realidad, mi aspecto no es por haber descansado, sino por estar muy bien follada.


Estela está detrás de Pedro y también ha oído lo que ha dicho Louis; por supuesto, ella también sabe la verdadera razón de mi lozanía... Guarra, no piensa siquiera en reprimirse y, utilizando el lenguaje universal de las señas, forma un anillo con sus dedos mientras lo atraviesa con otro.


Pongo los ojos en blanco; su desfachatez no tiene parangón, pero sé que nadie la mira: ella jamás me expondría.



*****

Las fotografías en la piscina principal del hotel son rápidas; inmediatamente después de haber terminado, vamos a Los Chozos, el restaurante que está junto a ésta y donde nos preparan una gran mesa para que todos nos sentemos juntos y degustemos una exquisita y abundante comida.


Apenas acabamos de almorzar, nos preparamos para partir hacia el Teide; tenemos sesión de fotos en el parque nacional, y André planea tomar capturas del atardecer en aquel lugar.


Dicen que el cielo de Canarias es único y lo estamos comprobando; el espectáculo de colores es excelso, y nuestros cuerpos y todo el entorno parecen colorearse con esas tonalidades. Creo que la campaña será mejor que ninguna otra.


Estoy feliz. A simple vista, en la pantalla de la cámara digital de André puede advertirse que ha conseguido capturar la esencia de la colección Sensualité.


Estamos exhaustos pero satisfechos, ha sido un día muy arduo pero con resultados asombrosos.


Después de cargar todos los equipos, nos montamos en los dos minibuses que nos llevan de vuelta al hotel.— Me muero por tomar una ducha —expreso en voz alta.


—Creo que todos estamos pensando en una —ratifica André.


Estamos tan cansados que no nos citamos para cenar; entiendo que cada uno hará lo que le apetezca.


Al fin llegamos al hotel. André y Estela se pierden en su habitación y me pregunto para qué pagamos dos si sólo usarán una; es un detalle, pero en el Abama Resort ciertos detalles no son nimios: la excelencia se paga y aquí la cobran bien cobrada. Abro mi habitación y, cuando se cierra la puerta de Estela, oigo que Pedro me chista y me habla en un susurro:
—Déjame abierta la puerta del balcón.


—Tengo miedo de que te caigas al cruzar, deja de hacerte el Romeo —le digo muy bajito mientras abro la puerta de mi habitación; seguidamente le arrojo la tarjeta—: Toma.


Pedro la atrapa en el aire y me tira un beso; esbozo una sonrisa exacerbada y cómplice, y me pierdo dentro de la suite. Voy directa al baño, abro la ducha y comienzo a despojarme de toda la ropa, necesito imperiosamente meterme bajo el chorro para quitarme el cansancio. Por supuesto que sería mejor llenar la bañera, pero prefiero apresurarme para estar lista cuando venga Pedro. Estoy a punto de meterme dentro cuando siento unas manos que se apoderan de mis caderas.


Me sobresalto y, cuando lo miro, veo que él me observa con presunción y una sonrisa bien amplia. Y está desnudo.


—Ha sido terrible tenerte tan cerca todo el día y no poder besarte —me dice mientras me besa el cuello.


— Ha sido muy frustrante —le corroboro mientras me doy la vuelta hacia él y le beso el pecho.


Nos abrazamos con fuerza; nos abrazamos con ímpetu para compensar todo lo que hemos sofocado a lo largo del día.


Levanto la cabeza y busco su mirada azul; le suplico con la mía que me bese, pero Pedro es terco y siempre me hace esperar antes de darme lo que deseo. Se sonríe y con la punta de su nariz acaricia la mía; inspira con fuerza, tentándome con su boca pero sin besarme, y luego se aparta y me coge de una mano para que entremos en la ducha.


—¿Estás cansada? —Su voz es sensual y salvaje mientras me agarra de las nalgas por sorpresa, me sube a sus caderas y me enrosco allí con las piernas, a la vez que busco sostén en sus hombros.


—Ya no —le contesto con la voz sinceramente afectada.


Su cuerpo es mi medicina.


Decido no esperar más para buscar lo que quiero y él se ha empeñado en no darme: soy yo quien lo besa y él se deja besar, o me besa, no sé exactamente quién lleva el control de este beso que se ha convertido en un enredo de lenguas, en una mezcla de sabores y saliva.


«Este hombre me enloquece, me vuelve irrefrenable. Nada parece ser suficiente.»


Le revuelvo el pelo mientras el agua cae sobre nosotros. Me mueve con facilidad; abre un poco más sus piernas en busca de un mejor equilibrio y percibo su erección en la entrada de mi sexo; al instante, noto cómo, poco a poco, se abre camino en mi epicentro. Cierra los ojos al tiempo que se entierra en mí y noto cómo su piel se estremece. Sé que lo está disfrutando tanto como yo. Pedro es inestimablemente guapo pero, cuando entra en ese suspense mientras se pierde en mí, es soberbiamente atractivo. Termina de enterrarse, abre los ojos y estudia mi gesto; yo siento que voy a colapsarme de placer y, entonces, enaltecido por mi gozo, comienza a moverse mientras me sube yme baja sobre su sexo.


Me pega contra los azulejos de la pared para darle más potencia a sus embestidas.


—Quiero que me sientas.


—Te siento —le digo como puedo, porque sus asalto me está trastornando.


Me habla mientras me sigue follando descontrolado.


—Quiero que te acuerdes de este momento cuando pienses en mí, quiero ser el único que te folle, quiero hacer que te sientas mujer.



—No lo olvidaré, te lo aseguro.


—¿Te gusta duro, o te gusta despacio?


—De las dos formas que me has follado me ha encantado, nunca me he sentido así.


—No quiero que pienses en otras veces, quiero que pienses sólo en mí.


—Sólo pienso en ti; desde que te vi entrando en el casting con ese gesto imperturbable, sólo pienso en ti.


Pedro me muerde el labio y se detiene, abrupto. Luego me baja y me da la vuelta, separa mis piernas, abre mis nalgas con sus manos y me penetra desde atrás mientras me muerde el hombro y el cuello y tira de mi pelo para después apropiarse de mi boca.


—Córrete —me ordena—, vamos, alcancemos el orgasmo juntos.


Me embiste con más fuerza y acelera el ritmo; nunca me han follado de esa forma, nunca me han penetrado tan duro como lo está haciendo Pedro, y creo que voy a morir de un infarto. Él no quiere que lo compare, pero es imposible; de todas formas, no hay comparación posible, es único.


Consigo el orgasmo, grito, llevo mis manos hacia atrás y lo cojo por la cintura para ayudarlo a que se entierre más en mí y él también llega. Destemplado, brama en mi oído; lo siento temblar mientras vacía su extracto en mí, pero no se detiene, sigue moviéndose unas cuantas veces más.


Luego, me abraza con fuerza.


—¿Estás bien? —Pedro se muestra preocupado por mi bienestar.


—Sí, Pedro, ¿y tú?


—Me has dejado sin aire. —Sorbe el lóbulo de mi oreja mientras me habla. Yo también respiro con dificultad.


Me da la vuelta y me mira a los ojos; aparta mi pelo y delimita el contorno de mi rostro. Me encantan sus manos; sus dedos son largos y se le marcan las venas.


—Vamos a bañarnos y a pedir algo para comer aquí. Te quiero toda la noche para mí y mañana no sé si te dejaré salir hasta la hora de ir al aeropuerto.


—Me encanta ese plan —le digo mientras me rebujo en sus brazos.



*****


Llaman a la puerta. Me cierro la bata a la altura del escote y dejo pasar al camarero, que ha llegado con nuestro pedido. 


Servicial y eficiente, prepara la mesa que hay en la sala de estar. Pedro espera en el dormitorio para que nadie vea con quién estoy. Busco mi bolso, que descansa sobre el sofá de la sala, y saco unos euros para dárselos al empleado del hotel; después de que se va, mi chico Sensualité sale. Ya estamos solos, disfrutando de esta perfecta intimidad.


Hemos pedido unas tapas que acompañamos con un vino blanco exquisito. Estábamos hambrientos; el trabajo y el sexo exigen que alimentemos nuestros cuerpos.


—Quiero que me cuentes el problema que estás teniendo en Saint Clair.


Me limpio la boca, cojo mi copa de vino y camino hacia el sofá. Pedro me sigue y me abraza por detrás. —¡Estoy tan angustiada! Saint Clair es mi sueño, mi trabajo de años; he trabajado muy duro para estar donde estoy.


Él me da la vuelta, coge mi copa y la de él y las deja en la mesa baja. Posa sus manos en mi cintura y yo me aferro a sus bíceps.


—¿Qué dice el estatuto societario? Cuéntamelo. Aunque me gustaría verlo, de todas formas; quisiera leerlo para analizarlo en profundidad.


—No hay nada que hacer, Pedro, mis abogados lo han analizado de cabo a rabo, y las cláusulas son claras: tengo prioridad, pero si no cuento con el dinero en un mes, se venderá a un tercero.


—¡Un mes! Ese plazo es irrisorio.


—Lo sé, pero firmé, lo acepté; nunca creí que esto fuera a suceder. Marcos ha visto fotos nuestras y ha estallado en ira. Quiere vengarse porque cree que teníamos algo mucho antes y que por eso te elegí para protagonizar la campaña.


—Lamento lo de los jardines de Luxemburgo, creí que ese día te hacía un bien.


—No lo lamentes, yo no lo lamento. Además, no es sólo eso... Marcos hizo que me siguieran y tiene fotos de nosotros besándonos. ¡Está loco de celos! Llegué tarde al aeropuerto porque se presentó en mi casa y me propuso que no viajara para esta campaña a cambio de que él lo pusiera todo a mi nombre.


—Qué desgraciado. —Afianza su abrazo—. ¿No cuentas con el dinero para comprar su parte? Creí que Saint Clair tenía liquidez suficiente, y se supone que tus ganancias son muy elevadas.


—Soy una ilusa por haber olvidado que él es mi socio y haberme creído siempre la dueña absoluta. Marcos nunca se metió en el negocio, siempre me dejó manejarlo sola. Cuando las cosas estaban bien entre él y yo, siempre se refería a la empresa como mía. Lo peor de todo es que lo tengo todo invertido en colecciones futuras; ahí están calculados los sueldos de los empleados, los proveedores..., en fin, todo. De revertir los pagos, perdería mucho dinero. Además, eso daría una imagen de mí como de alguien poco fiable, y sería difícil conseguir nuevos proveedores, sin contar con que los que nos sirven ahora tienen la calidad en telas que maneja la marca y nos mantienen los precios porque hacemos los pagos por adelantado; si cambiáramos, tendríamos que pagar todo al valor actual.


—Y pedir un préstamo teniendo todo invertido no es una alternativa viable —razona en voz alta —. Entiendo: los intereses te consumirían. Paula, ¿cómo no creaste un fondo de reserva?


—Es media empresa; el fondo existe, pero para casos de urgencia de fácil solución. Saint Clair es una firma relativamente nueva. Estela tiene para comprar un veinte por ciento; en un principio creímos que eso era posible para no desmembrar tanto la empresa y dejarla en manos extrañas, pero en los estatutos se estipula que su parte se vende entera, no fraccionada, salvo que él acceda a crear un
pliegue de acciones. Mis abogados intentaron negociar eso, pero no ha aceptado y, según las cláusulas, estoy obligada a comprar el cincuenta por ciento; si no, pierdo mi ventaja. Ayer por la mañana me dijo que tiene comprador, el grupo François Cluzet, mi competencia directa.


—Tal vez puedes intentar impugnar el estatuto; sería fácil demostrar que se obró de mala fe...


—Los Poget tienen mucho poder, Pedro. Marcos sólo tiene que escudarse en su apellido, como hace siempre que quiere lograr algo.


—Lo sé, sólo intento buscar alternativas.


—No las hay, Pedro, debo resignarme. No volveré con él, eso es lo único que podría frenar esto. Bésame, hazme el amor. Tú puedes hacer que me olvide de todo.












DIMELO: CAPITULO 27





Dejo pasar unos minutos y llego a la mesa; me siento a su lado y sé que aún está temblando. Me encanta esa sensación que le provoco. No sé si alcanza a advertirlo, pero es la misma sensación que ella provoca en mí. Quiero sacarla de esta discoteca, quiero llevármela y enterrarme en ella, llenar su sexo con el mío, incrustarme en su cuerpo y demostrarle cuánto la deseo. Ya no aguanto más.


Me paso la mano por el pelo mientras miro mi reloj; lo hago inconscientemente varias veces, pero el tiempo parece haberse detenido. Creo que Estela y André también están bastante apurados, porque me han preguntado varias veces la hora. Cuando no nos ven, Paula y yo nos miramos, cómplices. Ella está recostada contra el respaldo del sofá y se muerde un dedo, me mira con picardía y su provocación me hace gracia; no sabe lo que está haciendo, porque verdaderamente voy a olvidarme de lo que me ha dicho en la puerta del baño y la voy a besar sin control aquí mismo.


«Esta mujer es una Kill Bill.»


Quiero autoconvencerme de que puedo seguir esperando, pero ¿hace cuánto que espero? Veinte días...«¡¡Veinte días sin tener sexo!! Esta mujer me ha enfermado; definitivamente creo que no estoy bien.»


Entramos en el hotel y todos nos separamos. Paula y yo nos montamos en un buggy para trasladarnos hasta la villa donde se ubican nuestras habitaciones. Estela y André van en otro. Cuando nos alejamos lo suficiente de la recepción, ellos nos desafían a una carrera; sabemos que lo que hacemos está mal, pero la tentación en muy grande, así que ninguno refrena la ocurrencia. Sin duda todos hemos bebido un poco más de la cuenta, porque estamos bastante achispados y reímos como si fuéramos adolescentes alocados.


—¡Hemos ganado! —gritan André y Estela, al tiempo que dejan aparcado el buggy frente a la villa, se bajan y dan saltos festejando su triunfo a la vez que se burlan de nosotros.


—Mi meta es otra. Estoy a punto de entrar en la recta final y te aseguro que seré el vencedor —le digo a Paula con un feroz susurro de modo que solamente ella pueda oírme. 


Percibo cómo su piel interpreta claramente lo que le he dicho, porque se estremece.


Intentamos mostrarnos apenados, ya que nos han ganado, pero lo cierto es que no vemos la hora de subir y librarnos de ellos. Finalmente entramos en la villa y André y Estela se van juntos a dormir a la habitación de ella; ya no se ocultan. 


De no ser por lo que mi mente ha elucubrado en el camino,
esto sería como enseñar los dientes al que no puede morder.


Nos despedimos ante las miradas de nuestros vecinos y cada uno entra en su dormitorio. Dejo pasar unos minutos. 


Puesto que los balcones de nuestras habitaciones están a la par, trepo al muro que los divide para colarme en su terraza.


«Me siento como Romeo yendo a visitar a Julieta.»


Llamo a la puerta del balcón y, tras unos instantes, 


Paula corre las cortinas; se muere de risa mientras quita el cierre y me da paso.


No la dejo pensar, mucho menos hablar; estoy sumamente ansioso y ya no quiero postergar más este momento.


Atrapo su boca con la mía. Cuando la abandono, la miro deseoso: quiero que entienda que recibirá mucho placer. 


Recojo su cabello en mi mano y la giro de espaldas a mí. 


Tentado por la visión de su extenso cuello, le doy besos en la nuca y eso la hace estremecer; le gusta mucho, lo sé.


Vuelvo a girarla, suelto su pelo y me aferro a sus nalgas, aplastándola contra mi cuerpo mientras clavo mis dedos en su trasero. Estoy ardiendo. La beso con lujuria, hundo mi lengua en su boca y, mientras lo hago, abro los ojos para estudiar el recinto. Ella ocupa la suite de lujo de la villa; alcanzo a divisar que estamos en la zona del salón y veo una puerta de dos hojas que, intuyo, nos dará paso al
dormitorio, pero mi prisa es tan grande que la cargo de las nalgas y ella, con rapidez, enrosca sus manos tras mi nuca y sus piernas en mi cadera. Aún no se ha quitado el vestido, tampoco los zapatos.


La deposito sobre un sillón con forma circular que está mucho más cerca que la cama. Me arrodillo frente a ella, hundo mis manos bajo el vestido para remangárselo y ascendiendo con las palmas por los muslos, las caderas; su piel es sedosa al tacto, pero eso ya lo sabía de cuando hemos hecho fotografías, sólo que ahora todo cobra vigor. 


Ella, en este instante, es aún más perfecta.


Sube una pierna y la deja apoyada sobre el borde del sofá y se ve tan sexi que no me puedo contener: le arranco las bragas, las destrozo con mis manos porque están entorpeciendo la visión que deseo tener. Su sexo rosado y depilado me invita a muchas cosas; su clítoris se ve hinchado y asoma por entre los pliegues, pero creo que dejaré los preámbulos para luego: veinte días para poder tenerla ha sido mucho, ha sido demasiado.


Me bajo los pantalones y libero mi perfecta erección. Sé que tengo un pene bonito y grande.


Paula se apoya en los codos para verme; creo que le gusta lo que tiene delante. Estira la mano y se relame mientras me acaricia con movimientos ascendentes y descendentes. 


Vuelvo a apoderarme de su boca mientras me hace gemir y temblar con su tacto.


«Si no se detiene, voy a correrme.»


Le cojo la mano y la detengo; arqueo mi cuerpo hacia atrás para que entienda que estoy al borde de eyacular, retomo el control y la vuelvo a recostar.


—Te he deseado mucho, no me hagas esto —le explico, y muerdo sus labios. Luego bajo por su cuello con húmedos lametazos, meto mi mano en el escote de su vestido y le aprieto uno de sus senos.


«Quiero poseerla ya, no aguanto más.»


Ella abre las piernas para darme paso; me desea. Toco su vagina y está empapada; sus fluidos demuestran que no me he equivocado, la he excitado mucho y está lista, preparada para mí y muy dispuesta a recibirme. Aunque estoy muy caliente, hay dos preguntas que jamás olvido..., dos preguntas que planteo siempre y cuando sé con quién estoy acostándome; si no, no formulo ninguna,
simplemente hago lo que debe hacerse.


Como por arte de magia, saco un condón y se lo enseño; no es que haya hecho un truco, sino que, mientras le acariciaba el clítoris con una mano, con la otra he rebuscado en el bolsillo de mi pantalón.


—¿Tomas anticonceptivos? —pregunto mientras rasgo el envoltorio del condón con los dientes sin dejar de acariciarla.


—Sí, no es necesario que te pongas el preservativo.


—No me molesta usarlo.


—No es preciso; quiero sentirte y que me sientas. Sé que ambos somos personas sanas.


Sus palabras desatan mis instintos animales y me hacen sentir que soy el macho dominante de la manada de gorilas, capaz de enfrentarme incluso al líder de espalda plateada con tal de aparearme en este instante. No tengo tiempo ni de realizar la segunda pregunta.


Cojo mi pene y rozo su entrada con él mientras la miro a los ojos; estoy a punto de enterrarme en ella, estoy listo para probarla por fin.


Sin más retraso, me introduzco lentamente y ella se aferra a mis brazos; me clava las uñas mientras siento cómo me abro paso en su estrechez. Su vulva se percibe caliente, resbaladiza, apretada, perfecta creo que es la palabra justa. 


La miro fijamente y me entierro un poco más, y más..., hasta que siento que ya no puedo introducirme más adentro. 


Separo mi cuerpo y admiro la unión de nuestros sexos; es maravilloso ver cómo la poseo. Con mis manos, me aferro al interior de sus muslos y los abro para encajar mejor mis caderas. Me muevo dentro y fuera de ella sin apartar la vista de mi intromisión. Roto las caderas y cambio el ritmo, suelto sus piernas y me inclino sobre su cuerpo, porque su boca entreabierta es una tentación. Ella se acaricia los senos por encima de la ropa, creo que estoy enloqueciéndola. La beso, allano su boca con mi lengua, juego con ella mientras la giro recorriéndola y ambos comenzamos a gemir sin control. Me muevo más fuerte, sin cuidado, salgo rápido y entro profundo, noto cómo mis acometidas la deslizan sobre el sofá, pero no puedo parar, quiero hacerle sentir lo desesperado que me tenía, quiero hacerle sentir cuánto placer estoy dispuesto a darle.


—Es perfecto, no pares, no te detengas.


—¿Te gusta?


—Me fascina.


Sigo moviéndome, sigo devastando el camino con mi pene, continúo con el ritmo que me pide porque estoy dispuesto a complacerla, quiero saciarla.


Arquea su espalda, tensa sus brazos y me oprime los omoplatos; sé que está a punto de correrse, y entonces intensifico mis movimientos mientras combino con la rotación de mis caderas. Jadeamos con más fuerza, nos falta el aliento; ella grita y sé que ha conseguido el orgasmo; en ese momento, mientras la veo gozar, me entrego a la sensación de sublimidad que me provoca la visión de su rostro
sonrojado de placer, y me dejo ir también... Gruño, grito, es casi una queja involuntaria lo que sale de mi boca, pero el placer es enorme e intenso.


Caigo sin fuerza sobre sus pechos, mientras me muevo más despacio acompañando mi eyaculación. La siento tensarse cuando se da cuenta de que estoy corriéndome dentro de ella, y sé que ha conseguido otro orgasmo porque no deja de acompañar mis meneos. Una exhalación espontánea se escapa de pronto de su boca y la deja sin aliento.


Nos quedamos quietos, nuestros cuerpos permanecen inertes, exánimes, casi demolidos. Levanto la cabeza y me quedo mirándola; es hermosa. Rozo con mi nariz la suya y ella me acaricia el rostro con una mano. Se la ve feliz, satisfecha, y eso me hincha de orgullo porque sé que soy el que ha propiciado ese rubor en su rostro. Le doy un tierno y ligero beso en los labios y la cojo por la cintura sin salir de ella, me pongo en pie y la llevo hasta la cama, donde la deposito con cuidado. Me separo porque debo hacerlo y entonces, sin quitarle los ojos de encima, comienzo a desvestirme. Le he dado placer, ahora la honraré con mi cuerpo. Voy a cuidarla.












domingo, 4 de octubre de 2015

DIMELO: CAPITULO 26




Desde hace días, estoy viviendo una pesadilla. No sé por qué razón la proximidad de Pedro ha hecho que me exponga así ante él, pero increíblemente, aunque sé que nada puede hacerse, sus palabras han traído alivio a mi alma dolorida.


—Mis abogados lo han puesto todo del derecho y del revés, y nada puede hacerse. Firmé un contrato desleal; me han engañado.


—¿El idiota de Poget no puede prestarte el dinero?


Cierro los ojos, estoy a punto de ponerme a llorar. Realizo una fuerte inspiración y al instante los abro para verme reflejada en su mirada azul, que se presenta ante mí muy preocupada.


—Él es mi socio.


—Hijo de puta...


Me acaricia el rostro con su mano y esa caricia me hace sentir protegida, cuidada. Le miro los labios... Quiero besarlo, quiero sentir la caricia de su lengua; ya la he probado y sé lo que se siente.


Él también mira los míos deseoso, pero ambos nos contenemos; tenemos a diez personas mirando lo que estamos haciendo, sin contar a los curiosos visitantes de la playa que, al vernos, se han quedado merodeando.


El ruido de la cámara de André es continuo; espontáneamente le estamos dando las mejores imágenes con el atardecer de Tenerife de fondo. Finalmente, oigo con dificultad cuando nos dice que es suficiente y eso significa que debemos separarnos.


El momento ha sido sumamente de alto voltaje; nuestros cuerpos ardieron de deseo con cada roce. Lo he sentido y sé que no me equivoco. Lo deseo y sé que él también me desea. En medio de las fotos de conjunto, hemos hecho también capturas por separado. André se acerca después de que bajamos y nos muestra en la pantalla de su cámara digital parte del material que ha conseguido.


Estela se une a nosotros.


—Ésta me gusta —le digo señalando una de las últimas con el traje de baño amarillo que llevo puesto.— Luego las miraremos en el ordenador y elegiremos juntos.


André sigue pasando las fotos mientras nos habla.


—Me gusta ésta —opina Pedro, señalando una de las primeras en que me tiene abrazada por detrás, y a mí también me encanta. En la imagen me veo protegida y acompañada por él; creo que sin duda expresa mucho.


—Se os veía magníficos juntos —acota Estela—, estoy segura de que causaremos un gran efecto visual con esta campaña.


Estamos exhaustos. Ha sido un día muy largo que aún no ha terminado, pero quedamos para cenar todos juntos en El Mirador, el restaurante más selecto del complejo, cuyo código de vestimenta indica que hay que ir formal-elegante.


Estoy terminando de arreglarme. Me he puesto un vestido color rubí de tafetán muy ceñido con la espalda al descubierto y un escote sumamente sugerente, creación de mi amiguísima Estela, por supuesto. Para los pies he elegido unos zapatos de aguja color champán con una pulsera que se ajusta a los tobillos. Me he marcado unas pocas ondas en el pelo y me he maquillado casual. Estoy lista. Me perfumo sutilmente y cojo un pequeño clutch en el que apenas entra mi móvil, el gloss de labios y las tarjetas de identificación y de crédito.


Estoy cerrando la puerta de mi suite cuando Pedro sale de la suya. Luce enigmático, seductor, impecable; va todo vestido de negro con ropa de Saint Clair y está para comérselo. Me encanta el estilo de su cabello, revuelto como si estuviera recién levantado de dormir; creo que en realidad no le gusta peinarse. Nos quedamos mirándonos durante unos instantes; parece que su actitud conmigo ha cambiado después de lo que le he revelado.


—¿Vas al restaurante?


—Sí.


—Estás muy bonita. Hermosa, en verdad.


—Gracias, Pedro. Tú también estás estupendo.


—Saint Clair. —Se toca la solapa de la chaqueta.


—También yo.


—Somos publicidad en vivo —bromea; cuando me sonríe creo que voy a desmayarme—. Lamento no haber podido avisarte el día del cumpleaños de André, pero me robaron el móvil en la estación de tren de Lyon y perdí tu número; tuve que viajar de improviso a Lyon. Quizá el destino nos advertía de que era mucho mejor no mezclar las cosas.


Asiento con la cabeza. Me está mirando la boca mientras me habla y eso me está poniendo nerviosa, además de no coincidir con lo que expresa.


—Vamos a cenar —le señalo, interrumpiendo el momento.


En El Mirador hay una extensa mesa para todos los que somos; la han dispuesto en la terraza, desde donde tenemos una vista panorámica del océano. Si bien Pedro y yo llegamos juntos, nos sentamos separados: yo me acomodo junto a André, y él, en la otra punta.


El ánimo festivo en la mesa es muy notorio, pues conformamos un equipo de trabajo muy agradable y el día de hoy ha sido muy productivo, por lo que todos estamos de muy buen humor.


Comemos unos arroces, pescados y mariscos únicos, que maridamos con un excelente vino.


—Cielo —André y Estela ya no disimulan su amorío y se tratan con soltura frente a todos—, tú que has investigado el lugar, llévanos a algún sitio a bailar.


Todos se entusiasman de inmediato.


—Por lo que pude averiguar, el mejor beach club se llama El Papagayo, así que si queréis le pregunto al maître dónde podemos alquilar transporte para ir.


—Aquí mismo podemos hacerlo —nos informa Juliette.


—Entonces, pongámonos en marcha —interviene Estela, que fiel a su carácter siempre es la propulsora de las fiestas.


Juliette se ofrece para hacer los arreglos para el transporte. 


Antes de partir, las mujeres pasamos por la habitación para repasarnos frente al espejo. Finalmente nos encontramos en la entrada del hotel, donde nos esperan dos Chrysler Voyager, en los que nos distribuimos para irnos. Aunque nos hemos informado con el personal del hotel de cómo llegar, por si acaso ponemos el GPS hasta playa de Troya, en la costa Adeje de Tenerife. El sitio no dista mucho del hotel: se encuentra al sur de la isla y llegamos bastante rápido a El Papagayo.


Advertimos de inmediato que el ambiente es sumamente chispeante; la música house es un clásico del local, pero su ambiente es chill out. Hoy, justamente, hay fiesta latina en el night club, que está a rabiar de gente. Se nos complica un poco la entrada, porque no tenemos reserva, pero increíblemente uno de los camareros del hotel Abama, que también trabaja aquí los fines de semana, nos reconoce, así que muy amablemente se ofrece a hacernos pasar. Veo que con total disimulo Pedro le da una cuantiosa propina, de la cual no hace alarde. Creo que soy la única que lo he advertido porque, aunque lo intento, no logro quitarle el ojo de encima.


Nos acomodamos en una de las cabañas del segundo nivel, pero como el lugar está muy lleno, nos separamos en dos grupos y algunos se quedan en el primer piso. Antes de dividirnos, concretamos la hora en la que nos encontraremos para regresar, por si alguno encuentra plan y se pierde hasta la hora de irnos.


El camarero que nos ha hecho entrar es el mismo que nos encuentra sitio donde acomodarnos, y también es quien atiende nuestra mesa.


—¿Tú que tomas? —me pregunta Pedro.


—Me inclino por un mojito clásico.


—A mí tráeme un Manhattan, por favor —dice él, mientras que André se pide un Purple Rain, y Estela, un daiquiri de fresa.


El sitio es muy moderno, y la fusión de música, muy buena. 


Todos estamos muy animados, así que las chicas muy pronto empezamos a querer bajar a la pista a bailar. André, que siempre está dispuesto para todo, es el primero en levantarse, luego lo hace Pedro y después el resto se anima a seguirnos.


Suena un remix de Adrenalina, el tema que han hecho famoso Jennifer López, Wisin & Yandel y Ricky Martin, y Estela y yo nos desbocamos bailando; este tema nos encanta. Pedro no me sorprende, pues recuerdo que baila muy bien. Bailamos todos juntos, nadie en particular con nadie porque los hombres nos superan en número. De pronto empieza a sonar una versión del tema Bailando, de Enrique Iglesias, y entonces Estela y André se pegan uno junto al otro para bailar voluptuosamente atraídos por el ritmo sensual de la canción. Pedro me coge una mano y me invita a que baile con él. La canción es afrodisíaca, como el perfume de su piel mezclado con la colonia que usa, y en ese beach club junto al mar es como si él hubiera absorbido el aroma del océano. Siento que me quemo por dentro, estoy a punto de quedar calcinada entre sus brazos y sé que no le soy indiferente. Apoyamos nuestras frentes una con otra; en realidad, la de él se apoya en la mía porque, a pesar de que llevo tacones, Pedro me supera en altura. Enlazamos las manos y me las lleva hacia atrás, dejándolas apoyadas en el nacimiento de mis nalgas; nos movemos al ritmo de la canción y comenzamos a cantar. Pedro se sonríe y le devuelvo la sonrisa.


La canción termina y empieza Firts love, de Jennifer López. 


Continuamos bailando un poco más separados. Cuando acaba, nos vamos a la mesa y allí pedimos otra ronda de bebidas. Estamos todos muy acalorados y no podemos parar de reírnos con las ocurrencias de Louis y Marcel.


—Mi vida, yo no soy ni carne ni pescado, pero sé muy bien lo que me gusta, y créeme que me gusta la carne. Y ese que está ahí me mira con ganas; mi radar gay está activado y lo he notado, así que, si me permitís, ya que él no se anima a venir a mí, sacaré mis hormonas masculinas, las pocas que me quedan, e iré a conquistar a ese chulito.


Louis se levanta y efectivamente hace lo que dice.


—Oh, por Dios, se van juntos —dice Marcel—, ¡qué suerte tienen algunos! Ven, reina —me pide mientras me coge la mano—, vamos a la pista a mover los huesitos.


—Pero si vas conmigo, te espantaré a cualquier posible pretendiente.


—¿Y qué quieres, que vaya con este adonis? —dice cogiendo a Pedro de la barbilla—. En ese caso, sí que los espantaría del todo. Además, él es muy heterosexual, mon amour, así que no creo que quiera escoltarme... Y por otra parte te estropearía tu campaña, porque dirían que tu chico Sensualité está bailando con alguien con mucha pluma. Tú acompáñame, que yo lanzo mi ojo clínico y, en cuanto vea una posible presa, te libero.


—Hecho. Vamos.


Me levanto. Pedro me da paso y no para de reírse. 


Torpemente, mi pie se enreda con el de él y caigo sobre su cuerpo, tirándole toda su bebida encima. Quedamos empapados los dos, pero no podemos parar de carcajearnos.


—Lo siento, lo siento, Pedro —me disculpo mientras me pongo en pie ayudada por él.


—Ay, mi vida, ¡qué torpe estás! —me señala Marcel—. Vamos, Juliette, esta musa necesitará asearse antes de poder ir a la pista.


Pedro tomaba una CaipiBlack, así que quedamos hechos un desastre porque la copa lleva frutos del bosque. Nos pasamos unas servilletas de papel, pero no es suficiente.


—Si no le ponéis un poco de agua, no saldrá —nos sugiere Estela.


Por tal motivo, decidimos ir al baño para aclarar la mancha.


Cuando salgo del aseo, me topo con Pedro, que sale del de caballeros. Sin dejarme pensar, me acorrala con su cuerpo contra la pared y pasa su nariz por mi rostro; con el mismo ímpetu con el que me asedió, me coge por la nuca y se apropia de mis labios. Los muerde, los lame enardecido, y yo también lo muerdo a él y lo lamo; mete su lengua en mi boca y, delirante, la enreda con la mía. Me siento sin aliento, pero no quiero parar, deseo seguir experimentando el placer que su beso me proporciona. Nos llevan por delante porque estamos obstaculizando la entrada al baño, y eso hace que nos separemos.


—No quiero que nos vean.


Me observa mientras le hablo sin aliento.


—Quiero sacarte de aquí, quiero hacerte mía.


—Con los problemas que tengo, no es bueno que esto salga a la luz —le respondo con la voz disipada por el efecto del beso y su cercanía.


—Shhh, te he dicho que lo solucionaremos. Confía en mí. Ahora, regresemos.


Quiero irme pero vuelve a apropiarse de mi boca. Me sostiene el rostro con ambas manos mientras me besa nuevamente arrebatador. Luego se aparta, me guiña un ojo y me deja ir.


No sé cómo consigo caminar, porque siento que las piernas me tiemblan, me falta el aire y una corriente eléctrica que surca todo mi cuerpo acaba depositándose en mi vagina; la situación ha reavivado todo mi cuerpo.


«También quiero que me hagas tuya, no hay nada que desee más, Pedro.»